Crímenes
y políticas de exterminio de ayer y hoy son un NEOGENOCIDIO
Magdalena
Gómez,
La
Jornada:
23 de
junio de 2020.
La etapa pos-Covid nos depara enormes
desafíos, como la situación de los indígenas en las Américas. Más vale que nos
preparemos y anticipemos reflexiones y propuestas sobre problemas que, siendo
históricos y estructurales, no encuentran cabida en la mira de los estados
nacionales reconvertidos, en contextos de neoliberalismos y globalización.
El
sacerdote jesuita Javier Ávila, con varias décadas de acompañamiento a los
rarámuris, señaló: Estos tiempos y estas
emergencias no son de hoy ni de ayer; son de siempre. Lamentablemente nuestras
respuestas tampoco son de hoy, ni de ayer, sino las de siempre. Seguimos
buscando cómo atacar los efectos, dejando intocables las causas. ¿Cómo se le
pide a una comunidad que se aísle, cuando todo lo importante para ellos es
hacerlo en comunidad, celebrando juntos, planeando juntos, trabajando juntos,
organizando las cosas entre todos? Así es la única forma de hacer justicia, de
celebrar la fiesta, de arreglar y no se le puede pedir a alguien cuyo sustento
lo tiene fuera de su casa que se quede en casa. Se va a morir antes, y no por
la pandemia. Ellos manifiestan otros temores, no a morir, sino al hambre, al
dolor, a la injusticia, a la pérdida de libertad y de autonomía.
Igual que
reiteran numerosos pueblos en Sudamérica, aseveró que imponer un neoliberalismo
violentando los derechos humanos de los indígenas y a la naturaleza, es
genocidio. (Diálogos Encuentro Mundial de Valores, 12/6/20). Queda así
planteado el nexo de la cuarentena histórica de los pueblos respecto al Estado
y abierto un tema que será preciso reconceptualizar, el neogenocidio.
El
contexto de la pandemia donde el vínculo de la catástrofe sanitaria con la
crisis climática es evidente, nos obliga a escuchar el grito de auxilio que
desde la Amazonia se emite sobre el riesgo inminente de genocidio. La
Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica alerta
sobre la grave situación de los pueblos en un territorio vasto y selvático, con
una población vulnerable, dispersa y mayoritariamente indígena, deficientes
redes hospitalarias y bajo jurisdicción de los nueve países de la cuenca
(Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Guayana, Guyana Francesa
y Surinam).
Por
ejemplo, en Brasil las aldeas no pueden hacer el aislamiento social, pues son
tierras deforestadas, invadidas por mineros, madereros y acaparadores. Además
del capital trasnacional, los incendios han sido devastadores. El alcalde de
Manaos, capital de Amazonas, ha reiterado el riesgo de genocidio en lógica
opuesta a la del presidente Bolsonaro: cada indio que muere lleva con él una
parte de la historia, que no es escrita sino pasada de forma oral de generación
en generación. Si los indios muriesen, estaríamos perdiendo más de 10 mil años
de civilización indígena en nuestra región y sería imperdonable.
En
México, dirán algunos, no estamos como en la Amazonia, desde las miradas del
racismo encubierto y/o el interés puesto en un proyecto político del que los
pueblos no son artífices en la llamada Cuarta
Transformación, como no lo fueron en las anteriores. Con la pandemia no se
conoce la afectación exacta a los pueblos, sólo en términos de contagios y
fallecimientos, pues no son factor explícito de atención. La crisis se vive en
términos de las casi nulas condiciones de acceso a la salud, la inseguridad,
los desplazamientos. No existe respuesta oficial contundente. Sin embargo, si
ubicamos la cuarentena histórica, la del pre-Covid observamos a los pueblos
indígenas en México enfrentando a los megaproyectos esenciales, como el Tren Maya y el Corredor Transístmico, así como a los concesionados en minería. Encontramos
que en general las decisiones oficiales se toman a nombre del supuesto
progreso, al margen de los hipotéticos beneficiarios del mismo. Los pueblos y
sus comunidades organizados les llaman proyectos de muerte, pues atentan contra
la libre determinación y propician su desaparición. Mientras, de manera oficial
se increpa a ellos y a sus seguidores como negacionistas. Más allá de las
falacias que se endilgan a las resistencias indígenas, tenemos las oficiales:
desde que es sólo un tren hasta que no cortaremos ningún árbol por el Tren Maya y estamos exentos de
manifestación de impacto ambiental, para luego solicitarla y cuantificar los miles
de árboles que se cortarán.
Aún no se
avanza en lógica de reconocer neogenocidio, pues, como sabemos, se definió al
delito de lesa humanidad de genocidio en el contexto del exterminio masivo de
los judíos europeos por los nazis alemanes. Ese origen ha generado rechazo a
conceptualizar como tal a numerosos crímenes y políticas de exterminio de ayer
y hoy.
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