PODER
OBRERO
La
lucha de los trabajadores de Spicer
Publicado
por Nuestra Vox:
28 de octubre de 2015.
Nota de La Voz del Anáhuac:
Insurgencia
Obrera en México: En la década de 1970 se dieron diversas
luchas por mejores condiciones de vida y
de trabajo. En muchos casos se vio la necesidad de romper con el control corporativo ejercido por las
centrales sindicales oficialistas, conocidas en México como “charras”. Un ejemplo importante de esto
fue la lucha de los trabajadores de Spicer por
el sindicato independiente. Esta experiencia quedó registrada en el folleto
titulado Poder Obrero, publicado a
fines de 1975 y que aquí se reproduce.
17 de junio de 2020.
Cuando este folleto se encontraba en
imprenta, las autoridades del Trabajo impusieron una “solución a nuestro conflicto”. Nos encontrábamos en el 27 día de
huelga de hambre y llevaba nuestro conflicto 119 días.
Cercados
por la presión económica y el agotamiento físico, nos encontramos ante la
disyuntiva de la represión o la retirada.
En la
última semana, habíamos sostenido firmemente la toma de la Secretaría del
Trabajo, nuestras mujeres e hijos se habían mantenido en el interior de ésta,
haciendo manifestaciones los chavos, presionando incesantemente las mujeres.
Los
compañeros de Mexicana hablan realizado una manifestación de apoyo en Azcapotzalco,
el Spaunam había vuelto a parar la Universidad, se habían celebrado dos mítines
en el campamento, que habían culminado con marchas a la Secretaría del Trabajo.
El segundo, coordinado por la Tendencia Democrática del Suterm, en el que
habían asistido secciones de provincia.
En
Chihuahua, la jornada de solidaridad con nuestra lucha, había sido un éxito: en
los mítines habían participado secciones del Minero Metalúrgico que no se someten
a la tutela de Napoleón.
En
Europa, la televisión de algunos países había denunciado el “caso Spicer”.
Había
sido una semana más de lucha continua y agotadora.
En esas
condiciones, la Secretaría del Trabajo nos puso ante el ultimátum: O aceptar
las condiciones, o represión (claro, no fueron estas las palabras usadas,
fueron más elegantes).
¿Qué se
nos ofrecía?
A cambio
de la desaparición de nuestro Sindicato Independiente en Spicer, reinstalaban a
485 compañeros, se les daba aproximadamente el 45%’ de salarios caídos, se les
otorgaban 100 plantas a los eventuales, se les reintegraba a su turno y puesto.
Se liquidaban con el 100% y el 100% de salarios caídos a 127 compañeros. Las plantas
que dejaban libres también pasaban a nuestros compañeros que reingresaban. Se
retiraban las demandas penales que existían contra buena parte de nuestro
comité y asesores.
No nos
tentó el dinero. Pero cuando la asamblea general se preguntó: ¿Podemos sumar
más fuerzas independientes en esta lucha, suficientes para derrotar al bloque
de la patronal, al Congreso del Trabajo y al Estado? ¿Podemos seguir
resistiendo la huelga de hambre? ¿Podemos seguir a pesar del desgaste de la
gran mayoría de la base?
La asamblea
resolvió que no.
Para ese
momento habían pasado 121 días de combate, la huelga de hambre había resistido
29 días.
A pesar
de que no hemos logrado el objetivo por el que se inició nuestro conflicto, no
hemos sido derrotados, O más bien, dentro de la derrota hay una gran victoria.
Los
despedidos, saben que el camino de una lucha más larga se abre. Cumpliremos
unos y otros con nuestros compromisos.
La última
asamblea del Sindicato Nacional del Hierro, Sección Spicer no fue una asamblea
de derrotados.
Fue una
asamblea de luchadores que habían sido batidos en una batalla, que se preparaban
para seguir la guerra.
En pie;
los 612 que quedábamos, cantamos “No nos moverán” y “Venceremos”.
Las lágrimas corrieron por nuestros ojos.
La emoción nos trabó la garganta. El último grito, casi el aullido de la última asamblea fue: ¡Viva la clase trabajadora!
La emoción nos trabó la garganta. El último grito, casi el aullido de la última asamblea fue: ¡Viva la clase trabajadora!
Y 612
compañeros, con el puño en alto, puestos de pie, agotados, quebrados por la
emoción, gritamos: ¡Viva!
BANDERAS
DE HUELGA
La cosa explotó el 30 de junio. En la
madrugada, cuando llegamos a trabajar, ya estaban puestas las banderas de
huelga. Desde lejos se veían, pocos sabían cuándo iba a empezar la huelga, sólo
el comité y los de más confianza…
Nos
teníamos que andar con cuidado pa’que la empresa no se adelantara despidiendo
más gente y metiendo esquiroles. Nunca faltan los perros de oreja que quieren
quedar bien con los patrones. Pero, eso sí, todos estábamos listos nomás
esperando que estallara la huelga pa’entrarle.
El
comité, los asesores y algunos compañeros de otras secciones del Sindicato del
Hierro habían estado toda la noche encerrados después de que se decidió la
huelga, para evitar que se colara la información; y al amanecer se lanzaron a
la fábrica. Salvador llegó con un megáfono y gritaba: ¡HUELGA! ¡HUELGA! La raza llevaba muchos días esperando y por fin
llegaron los camiones que suben a La Presa, y la gente cuando se bajaba decía: ¿YA? ¿YA ESTALLÓ? Todos estábamos
alegres… el miedo vino después…
Apenas
vimos el rojo y negro se corrió la voz, como una chispa en la pólvora. Al rato
ya estábamos ahí todos bien puestos haciendo guardia, demostrándole a la
empresa que estábamos unidos, decididos a todo. Y ahí nos quedamos hasta la
mañana del día siguiente, por si intentaban romperla.
Los
capataces se espantaron. El perro de Sosa, el capataz mayor, decía: “No les va a durar ni un día. Ahorita
regreso con cien mineros y se va a la chingada su huelga”. Pero se tragó
sus palabras.
Ya
sabíamos que en cualquier momento podían meter esquiroles o traer a la montada pa’
desalojarnos. Por eso nos fuimos todos a las puertas y nos quedamos las 24
horas, pa’que lo pensaran dos veces antes de aventarse. Ya teníamos nuestra
conciencia. No en balde llevamos seis años en la pelea. Conocemos bien todas
sus artimañas.
Las
empezaron a utilizar allá por el ‘69…
LA
COSA VIENE DE LARGO
Las empezaron a utilizar allá por el 69. En
aquel entonces empezó un movimiento para pedir cambio de delegados. No nos
representaban. Nunca nos consultaban ni hacían asambleas. Los obligamos a hacer
una, pero los ánimos se caldearon y se suspendió porque el secretario abandonó
la asamblea. A los pocos días empezaron los despidos.
La bronca
había empezado nomás contra los charros. Pero la empresa se metió a
defenderlos. Primero despidió a los que más habían sobresalido. Pero la cosa no
paraba. Se seguía distribuyendo un periódico con el que nos manteníamos
comunicados todos. El periódico decía “tortuguismo”
y nosotros disminuíamos la producción; decía “boicot” y nosotros perdíamos piezas claves.
La
empresa se volvió loca. Nos revisaba al entrar y al salir, pero nunca nos
encontró nada. Nos llegó a vigilar hasta en los baños. Sólo pudo pararlo
despidiendo más compas. Hasta 25 o 30 fueron despedidos en los tres meses que
duró ese movimiento. Estuvo fuerte la cosa.
Aquella
vez supimos con quién están las autoridades. La policía intervino, entró hasta
las máquinas y sacó a los despedidos a punta de pistola. Por ahí dicen que
fueron identificados por una fotografía que les tomaron en Conciliación cuando
fueron a una audiencia…
Y que el
fotógrafo se ganó 4,500 pesos el muy jijo.
En esa
ocasión los patrones y los charros nos dieron en la torre, pero tuvieron que
descubrir sus cartas. Ora ya se las conocemos y estamos preparados pa’
contestarles como se merecen. A ver ora de a cómo nos toca.
En el 72
hubo otro movimiento. Los delegados seguían sin hacer asambleas,
arreglándoselas siempre a puerta cerrada con la empresa. Algunos compañeros
protestaron y se empezaron a mover, pero andaban muy aislados y casi no se
atrajeron el apoyo de los demás. Todavía nos, acordábamos de lo que sucedió en
el 69. Acabó igual: despidieron a 10.
Pero no
estaban bien organizados, por eso no despertaron la confianza de la gente. Eso
también nos sirvió de experiencia: si no jalábamos todos parejo no íbamos a
poder doblar a la empresa.
Ahorita
estamos todos unidos y nadie se raja, pero la cosa no fue tan fácil. Algunos
compañeros ya llevan año y medio metidos en esto, moviéndole por debajo del
agua, hablando con todos nosotros, dándonos conciencia, animándonos y
organizándose.
Al
principio no les respondíamos, o lo hacíamos por poco tiempo, pero ya ven,
ahorita estamos todos al pie del cañón y no hay diferencias: todos unidos, con
nuestra conciencia y decididos a no echarnos pa’ tras.
Sí,
ahorita la cosa se ve muy bonita: las puertas llenas de compañeros haciendo
guardia y discutiendo los problemas nuestros y de otras fábricas; un montón de
mantas de apoyo; declaraciones de sindicatos; visitas de colonos y estudiantes
que nos traen cooperación. Pero pregúntenle a don José cómo se veía en marzo
del año pasado, cuando esto se empezó a formar.
Fue a
raíz de que los patrones quisieron meter un cuarto turno. Eso ya era demasiado.
Aparte de lo que producimos sin que lo paguen, aparte de todas sus ganancias,
querían ahorrarse las horas extras. Y traernos de un turno pa’ otro,
haciéndonos venir hasta los domingos. Algunas gentes protestaron. La empresa la
agarró contra don José y lo despidieron.
Pero él
no se dejó. No quería dinero, sino su reinstalación.
Se quiso
defender, asesorado por un licenciado del Independiente, pero la empresa fue
intransigente.
Entonces
sí que la cosa empezó en serio. Don José nos esperaba a la salida de la fábrica
para hablarnos, y nos reuníamos para discutir los problemas y ver cómo
resolverlos.
Así se
fue formando el primer grupo. Organizaban asambleas allá por Martín Carrera,
donde se discutía el problema de los eventuales, lo del contrato colectivo y
cómo organizarnos para ganarle la titularidad a la FAO. Estas asambleas duraron
casi cuatro meses, hasta que alguien le dio el soplo a la empresa. Entonces nos
fuimos al parque 18 de Marzo, pero ya éramos menos. La segunda vez fuimos como
diez.
Teníamos
que reunir la firma de la mayoría para ganar el contrato. Nos la ingeniábamos
como fuera para poder hablar con los compañeros fuera de la fábrica y
convencerlos de que se unieran al Independiente. Sobre todo aprovechábamos los
deportes.
Luego
continuamos las asambleas en un local que nos prestaron los de Vidrio Plano.
Desde entonces fue mucha la solidaridad que tuvimos de otros trabajadores. Ya
cuando tuvimos las firmas de la mayoría, metimos la demanda a la Secretaría del
Trabajo, y el 23 de febrero hicimos la primera asamblea general en Martín
Carrera. Nos juntamos como 250 compañeros allá. Fue chingón.
Después
de 7 años ya no sabíamos ni qué era una asamblea. Discutimos los asuntos que
realmente nos interesan y conocimos los problemas de los demás compañeros.
Cualquiera podía pedir la palabra y hablar claro. Pero al final nos llegó la
policía y agarraron a don José, dizque por agitador.
Hasta lo quisieron golpear. Pero no le pudieron demostrar nada y lo soltaron.
Desde
entonces aumentó mucho la participación Las autoridades nos llamaron a una
primera audiencia en la que nos pidió pruebas. Empezamos a reunimos en asambleas
por departamento, allá en Vidrio Plano y nombramos delegados. Ya empezábamos a
sentir que la cosa tomaba cuerpo y que íbamos ganando fuerza.
Luego las
autoridades nos quisieron jugar chueco. Primero nos llamaron a una audiencia en
vacaciones. De todas formas ahí nos fuimos con pancartas como 150 compañeros.
Exigiendo que se hiciera el recuento.
Pero la
empresa utilizó una y mil artimañas jurídicas y logró que antes del recuento se
hiciera una inspección para ver si las firmas de afiliación a nuestro Sindicato
Independiente eran reales. ¡Vaya farsa! Así, aunque saliera la mayoría a
nuestro favor, la inspección no servía como recuento… Además lo podían haber
hecho en un día y tardaron varios meses sin terminarlo…
Nos
mandaron una inspectora bien tranza Pasaba entre 5 o 6 por día y daba la
casualidad que casi todos eran los de la FAO.
Y cuando
pasaba alguno de nosotros para confundirlo le preguntaba: “¿A qué sindicato
pertenecías?”
La
demandamos y la tuvieron que sustituir. El que mandaron en su lugar se portó
más decente, pero se atravesaron las vacaciones de mayo y todavía no es la hora
que se para por aquí. La empresa no lo quería.
Así las
cosas, la bronca pasó a otro terreno. Viéndola perdida con la FAO, la empresa
empezó a contratar mineros. La mayoría de ellos no sabían qué pasaba, muchos ni
sabían leer, pero eso sí, se ponían a repartir volantes. Les pagaban $100.00
diario, con el ofrecimiento de no descontarles impuestos. Pero les “pedían” que nos convencieran de pasamos
a su lado; si no, los corrían.
Los
mineros eran esquiroles ya probados, capataces. charros chicos y perros de
otras fábricas del Sindicato Minero Metalúrgico de Napoleón Gómez Sada. Habían
llegado por acuerdo del Congreso del Trabajo para que el minero le entrara a
revivir el cadáver charro de la FAO.
Nosotros
contestamos anulando a los mineros. Hablamos con ellos y a algunos los
convencimos: aquí están con nosotros. Otros siguieron tercos. Entonces les
rompíamos los volantes, hacíamos bola alrededor de ellos y les metíamos miedo.
La empresa
prefirió llevárselos al 3er turno. Pero no sabían manejar las
máquinas, así que también se llevó a los de nosotros que estaban en las
máquinas clave.
Con ellos
si se portaron muy descarados. Cuando llegaban a trabajar el viernes en la
noche, que les tocaba doble turno para no ir el sábado, el ingeniero les decía
que se fueran al “Bar del Coleadero”.
Ahí estaban esperándolos los meros meros del minero. Les invitaban a tomar
cervezas y hasta les llevaban su sobre allá con la paga completa. Después de 3
o 4 semanas les. Sacaban el padrón del minero para que lo firmaran.
Casi
todos los compañeros siguieron firmes en el Independiente y los mandaron a
volar, a pesar de que los amenazaron con que llevaban 3 faltas al trabajo y los
podían despedir. Lo que sí ya les hicieron fue descontarles los días que
faltaron, aunque había sido el ingeniero el que les había dicho que fueran
allá.
Eso del “Coleadero” duró como dos meses y medio.
La empresa como que empezó a ver que la bronca era en serio y que todo le salía
contraproducente, porque cambió de táctica. Para meternos miedo y
acostumbrarnos a la sumisión, metió a unos halcones
en lugar de la policía industrial que siempre hubo. Al entrar y al salir el
turno nos esculcaban los bolsillos, la camisa, los calcetines, hasta en los
calzones nos buscaban Nosotros teníamos siempre el cuidado de revisar nuestra
ropa por si algún supervisor o minero nos había dejado un regalito. Pero de
todas formas lo que parece que les importaba más era sometemos a su poder
porque ni modo que nos lleváramos un calabazo en los calcetines.
Hasta que
los del 2º turno nos organizamos y les hicimos frente, no dejándolos que nos
esculcaran. Hasta corrimos a su jefe. Al día siguiente trajeron a unas personas
para observar quien era el que nos organizaba y acusarlo de agitador pero salimos tranquilitos y no
pudieron agarrar a nadie.
Como todo
el tiempo discutíamos entre todos lo que pasaba, siempre teníamos claro qué era
lo que había que hacer. Pero además nos lanzábamos a la ofensiva con
movilizaciones Empezamos con dos mítines dentro de la fábrica pidiendo pláticas
con la empresa. La primera vez se negó, pero la segunda aceptó a una comisión.
Sólo para
amenazarnos: “están violando la ley
interior del trabajo”, nos gritó.
Las leyes
que nos obligan a trabajar son las únicas que conocen esos señores.
Y las
únicas que hacen respetar las autoridades.
Decidimos
entonces hacer los mítines fuera de la fábrica. Eso nos sirvió además para
hacerlos más grandes, porque así nos juntábamos dos turnos. Y luego nos
juntamos todos en una marcha que hicimos desde Vidrio Plano hasta la colonia de
aquí enfrente.
Pero la
empresa seguía intransigente y las autoridades seguían sin decidirse a hacer el
recuento de ley. Andaban con el rabo entre las patas.
Fue
entonces que el domingo 29 de junio el comité llamó a los compas de mayor
confianza y se encerraron para organizar la huelga.
Para
sorprenderlos nos habíamos reunido ya varias veces. Nunca supieron cuál era la
buena.
Y al día
siguiente, al amanecer, cuando llegamos a la fábrica, las puertas ya se veían
cubiertas con las banderas rojinegras. Ya había estallado la fiesta.
LA
HUELGA
De repente nos dimos cuenta de que teníamos
una huelga entre las manos. Ahí estábamos, 500 o más de nosotros sin saber qué
hacer.
Y comenzó
la organización: Las primeras guardias. Se hicieron guardias de 12 horas, dos
turnos al día repartidos en tres puertas. Sirvió para que pudiéramos mantener
grupos fuertes permanentemente ante la fábrica y que a diario asistiéramos
todos.
Luego las
comisiones: Solidaridad, a buscar el apoyo, una de información y prensa. Los
encargados de cada puerta. Los cajeros, la distribución de la comida, la
preparación de las brigadas que salían a buscar colectas, los que se fueron en
comisión de información a provincia, los encargados de conseguir cartón y
lonas.
Al rato
aquello era un hervidero de trabajo y comenzaron a llegar las primeras mantas
de apoyo que eran colgadas en las rejas: Alumex, Vidrio Plano, La Presa, Martín
Carrera, Vidriera, Tosa, SUTERM tendencia democrática, Tesorería,
Intersindical, Tecnomaya, Colonia Ajusco…
Y salió
el primer desplegado:
“Estamos en una huelga libre exigiendo:
Reconocimiento de la titularidad del Contrato para nuestro Sindicato
Independiente”.
Y fuimos
a nuestra primera manifestación. Organizada por la Tendencia Democrática del
SUTERM en el D.F., el Sindicato Independiente de Trailmobile y los grupos
sindicales de lucha de Xalostoc. Allí se escucharon nuestros gritos por primera
vez: ¡SPICER…
SPICER… SPICER…! ¡Pueblo, escucha, SPICER en la lucha!
Fueron
días muy duros. Ya ven que nos tuvimos que lanzar así nomás, a lo loco, como
quien dice. No teníamos caja de resistencia, sólo algo que habíamos podido
ahorrar en lo personal, pero muy poco. No esperábamos que fuera a durar tanto.
Un error
grave que se cometió fue no habernos preparado para una lucha larga. Nos
confiamos mucho en el rumor que se corría de: “esto no dura una semana, no pueden aguantar”. Era parte de una
visión exclusivamente económica de la lucha. La empresa lógicamente no podía
aguantar una semana en huelga después del tortuguismo que se le había hecho
desde un mes antes. Pero no fue la lógica económica, sino la lógica de un
enfrentamiento político entre dos clases: obreros y patrones, la que dirigió
toda la huelga. La empresa estaba dispuesta a perder millones, y los perdió.
Este
error nos costó caro, fue una de las fuentes de desgaste más grande que
padecimos. Hizo necesario un gran trabajo de pláticas en las puertas para que
todos, hiciéramos una reflexión sobre lo que estaba pasando, y nos preparáramos
para una lucha larga que podría terminar en represión.
Así
surgió la teoría de la resistencia, que fue la que permitió resistir 38 días de
huelga, la que fue haciendo de nosotros combatientes de una lucha larga y no de
un combate de una semana.
La
resistencia se pensó, se creyó y se preparó. Con frecuencia nos poníamos a
imaginar quiénes vendrían a reprimirnos, por dónde llegarían, cuántos serían,
nos enfrentaríamos o saldríamos corriendo. Si eran cien, les dábamos en la
madre, si venían 500 armados, correríamos como venados. ¿Correr pa’ donde? Para
La Presa.
La Presa
estaba dispuesta a recibirnos. La Presa estaba dispuesta a rajarse la madre
junto con nosotros. Los cohetones estaban listos; si se venía la represión
tronaríamos cohetes y La Presa se dejaría venir, o bien, subiríamos corriendo
al cine Guevara, y ahí empezaríamos a organizar el brigadeo. Las resorteras
también estaban listas.
Para
ello, hablamos con cientos de colonos, volanteamos, hicimos festivales gigantes
y mítines La gente de La Presa rápido supo que éramos parte de la misma cosa; Spicer
empezó a ser parte de la vida de La Presa. Teníamos pensando empezar a luchar
por La Presa: agua, drenaje, basureros, escuelas… No tuvimos tiempo. Estamos en
deuda con ellos.
Al
principio pensamos que la empresa no iba a resistir mucho. Las automotrices se
quedaron rápido sin ejes. Hasta empezaron a salir noticias en el periódico y la
radio. Imagínense; las automotrices teniendo que disminuir y hasta parar la
producción por falta de una pieza que sólo nosotros producimos. Los teníamos
bien agarrados.
Pero el
gobierno entonces abrió las fronteras para que pudieran importar ejes. A nosotros
no nos extrañó mucho, pues desde hace mucho sabemos que las autoridades están
con los patrones. Con esa medida, lo que hicieron fue permitir que la empresa
resistiera más tiempo.
No les
sirvió del todo, porque los ejes extranjeros no se adaptan bien a las
necesidades de aquí, y les costaba más adaptarlas.
Pero a
las automotrices no pareció importarles mucho. Además la transnacional decidió
pagar la diferencia en el costo El resultado fue que todos los patrones, los de
Spicer, los de las cámaras y los de las automotrices, se unieron en contra
nuestra y se hicieron mucho más fuertes.
Pero de
nuestro lado la cosa también se estaba poniendo bien. Formarnos comisiones que
fueran a informar de nuestro problema y a pedir apoyo a muchos lugares, aquí
mismo en la capital y a provincia. La gente respondió a todo dar. De todos
lados nos llegaron cartas de solidaridad y apoyo económico. De Campeche,
Puebla, Tlaxcala, Guanajuato, de muchos lados. Hasta de Centroamérica y Europa.
Fue una
respuesta muy a todo dar, porque no solamente nos mandaban cartas y dinero los
dirigentes, sino que la misma gente, los trabajadores, los colonos y los
estudiantes, se venían aquí a platicar con nosotros y a demostrarnos su apoyo.
Algunos hasta se pasaban aquí la noche haciendo guardia, y entonces discutíamos
los problemas de todos.
Suena muy
bonito eso de la solidaridad. Pero la solidaridad no se levantó del aire. Fue
producto de un trabajo duro, de hormigas. Sólo Vidrio Plano, Martín Carrera y
Mexicana respondieron a la solidaridad rápido, y eso porque había información
constante entre los grupos. Lo demás tuvo que hacerse poco a poco. Informando
incansablemente. Convenciendo a los dirigentes de los Sindicatos
independientes, hablándole a las bases. En algunos sindicatos bajo control
charro, o bajo control de traidores dizque independientes como Ortega Arenas
tuvimos que brincamos a las direcciones y llegar a la base.
La
solidaridad no sólo se construyó pidiendo. Se construyó dando, yendo a ayudar
en la medida de nuestras posibilidades. A pesar de estar en lucha hicimos
tantos actos de apoyo como pudimos. Y ahí fue donde se construyó la solidaridad
con Spicer, en nuestra solidaridad con los que luchaban.
Ningún
movimiento sindical a pesar de estar en conflicto ha estado en tantos actos de apoyo
a otras luchas como el de Spicer.
Fuimos a
todas las manifestaciones de apoyo a los electricistas que pudimos, acompañamos
a los de Mexicana a lo largo de toda su lucha. Participamos en decenas de
mítines de colonias. Acompañamos a los de Shatterproof en el estallido de su
huelga. La comida que nos sobró a veces la llevamos a huelgas chicas más
necesitadas que nosotros como la de Alteza o la de Bujías MultiArc, y así. Si
algo lamentamos es no haber podido ayudar más. No fue por falta de ganas.
La
solidaridad más importante en aquella época fue la de los compañeros de
Mexicana de Envases, sección hermana del Sindicato del Hierro. Llegaron a venir
hasta 20 compañeros todas las noches a hacer guardias con nosotros. Los
sindicatos independientes y algunas colonias, sobre todo Martín Carrera y La
Presa, fueron quienes nos sostuvieron aquellos 38 días.
Fue un
apoyo muy parejo. Se notaba hasta en los camiones, cuando nos subíamos a
botear. Todos cooperaban. En la Universidad hacían pintas y colectas especiales
todos los jueves, día que fue declarado día de Spicer. Los colonos de aquí
enfrente, de La Presa, se metieron de lleno en la huelga: además de todo el
apoyo económico y moral que nos dieron, estaban dispuestos a jugársela con
nosotros. Nos dijeron: “Si les mandan a
la policía, ustedes nomás manden a alguien a tocar las campanas de la iglesia y
allí nos bajamos todos a apoyarlos”.
Ahí fue
que las autoridades se tuvieron que agachar. Ya estaban contra los obreros de
muchas fábricas y de muchos países, apoyados por colonos y estudiantes. La cosa
ya estaba pareja, aunque les doliera. No se atrevieron a declarar inexistente
la huelga y decidieron darle largas al asunto, esperando que nos desinfláramos.
Así fue
como paramos el primer ataque en serio de la empresa. Desde entonces las cosas
las vimos distintas. Tuvimos más conciencia de quiénes eran nuestros enemigos,
y quiénes los amigos. Desde entonces nos propusimos preparamos para cuando
entráramos a trabajar. La bronca era demasiado dura para ganarla toda en una
sola huelga. Empezamos a discutir y a organizamos para pelear desde dentro,
para responder desde las máquinas e imponer de hecho el Poder Obrero y el
Sindicato Independiente. Todos los días hicimos asambleas por departamento y
por puerta y teníamos pláticas.
EL
CORAZON Y LA COLUMNA VERTEBRAL DE LA HUELGA
En las guardias de 12 horas que hacíamos
divididos en dos turnos construimos la organización real de nuestro sindicato:
las pláticas sobre el Poder Obrero fueron creando su motor y dirección; la
organización departamental se convirtió en la transmisión, los ejes y el
diferencial.
Para mí,
el Poder Obrero es la lucha directa para destruir el poder de los patrones,
para vencer su fuerza y destruir su organización; la lucha directa para
ganarles la dirección de la producción y hacerles pedazos sus ideas, su
seguridad, su orgullo y sus órdenes, e imponer a cambio nuestra fuerza, nuestra
organización, nuestra dirección, nuestras ideas. Así entiendo el Poder Obrero,
así lo entendimos todos en las pláticas, y así lo llevaremos allá dentro.
Además,
las pláticas fueron sacando a la luz ideas que teníamos desde hace tiempo en la
cabeza sobre ¿quiénes son los patrones?, ¿quién la clase obrera?, ¿qué es el gobierno?,
¿qué es la explotación?, ¿cuál es la historia de las luchas obreras?
La
plática que se dio en todas las puertas sobre el Poder Obrero fue sencilla:
explicaba los mecanismos mediante los cuales los patrones dirigen la fábrica y
el mundo, y como estos mecanismos podían ser rotos. Ante los patrones que
dirigen la producción: Poder Obrero.
Ante el
poder patronal que marca los ritmos de producción y los turnos: Poder Obrero.
Ante el
poder patronal que establece quienes son los que dan las órdenes y que éstas
deben ser siempre obedecidas: Poder Obrero.
Ante el
poder patronal que decide quién tiene trabajo y quien no, cuánto se cobra y
cuánto no: Poder Obrero.
Ante el
poder patronal que nos desune, nos felicita o nos regaña, nos asciende o nos
castiga: Poder Obrero.
Ante la
ideología patronal: Poder Obrero.
Ante la
mentalidad patronal de esto es bueno, esto es malo: Poder Obrero.
También
organizamos festivales los domingos.
Algunos
dicen que los festivales ayudan; nosotros no estábamos del todo convencidos,
pero la verdad es que sí ayudaron… En 100 días de lucha escuchamos miles de
canciones revolucionarias, algunas medio pesadas, otras buena onda; vimos
hartos teatreros y hasta un mago solidario con la huelga: “Aquí tenemos a los charros, soplamos dos veces, y… ¿qué pasa?…
soplamos tres veces, soplamos cuatro y ¡ chingó a su madre el charro !”. El
mago acompaño a la huelga en sus momentos difíciles y en los mejores también.
Y qué
decir del conjunto Hawai: “Nosotros nos
solidarizamos con la huelga, por eso nos vestimos de rojo y negro. Y ahora,
para todos los caballeros y damas que los acompañan: ¡Mazatlán!”
De la
huelga salieron animadores y compositores, seis corridos y un bolero; un compa
es capaz de sostener él solo un festival en La Presa frente a 300 gentes
durante 4 horas. Hasta exagerábamos a veces. Una vez tuvimos a la Conga Obrera
de puerta en puerta, hasta seis horas, porque en todos lados los hacíamos
repetir.
Aumentó
mucho la unión entre todos nosotros y la participación, a pesar de los rumores
y chismes que metían los perros de oreja, porque todos podíamos hablar claro
delante de todos y los problemas se discutían de frente.
Lo
hacíamos en “las departamentales”. Primero
creíamos que eran algo así como reuniones nomás pa’ variarle. En las puertas
más organizadas no fue difícil armarlas, porque sólo tenían dos o tres
departamentos revueltos. La puerta uno, famosa por su eterno desmadre, a la que
iban y venían comisiones, visitantes, con 20 departamentos ahí revueltos,
juegos de dominó eternos, cantantes, magos, teatreros, grillos turistas,
cineastas fantasmas, policías… en esa puerta fue un desmadre armar la departamental,
pero se consiguió.
Ya luego
entendimos de qué se trataba: organizarnos de la misma forma en que estábamos
divididos a la hora de estar trabajando, por departamento de producción. Los de
engranes con engranes, los de mantenimiento con mantenimiento, los de ensambles
con ensambles, y así hasta los 28 grupos en donde todos se conocieran a todos,
donde se pudiera discutir más a fondo que en la asamblea y de donde salieran
proposiciones a la asamblea general.
Ahí
podíamos discutir problemas personales como criticar a los derrotistas, a los
desmoralizados… y también a los huevones, ¿cómo no? También en esas asambleas
departamentales se podía controlar el trabajo diario y repartirlo, cosas que
son necesarias hacerlas, pero que en la asamblea se armaría un relajo quererlas
resolver.
También
en las departamentales podíamos discutir con más cuidado problemas más serios,
como ¿qué es un sindicato revolucionario?, ¿qué es el charrismo?, ¿por qué nuestro
sindicato es diferente?
Y ahí
preparamos la resistencia en el interior de la fábrica, formamos comisiones de
Control Obrero sobre la dirección, las finanzas y los errores de la huelga y un
chingo de cosas que salían de todos, porque a nadie le daba pena decir esta
boca es mía, Nos enseñamos a adueñamos de las decisiones.
A todos
se nos informaba completamente de cómo iban las finanzas y las pláticas con las
autoridades y discutíamos que había que hacer en cada momento, pero al mismo
tiempo dábamos ideas de cómo evitar que los supervisores nos dominaran cuando
entráramos a trabajar para hacernos producir más o dividirnos.
La
empresa, mientras tanto, se dedicó a su viejo juego de utilizar a los del
minero para querer asustarnos o comprarnos. Los mandaron por acá, a veces hasta
armados, y nos agarraban cuando andábamos solos. Entonces nos recitaban las
canciones que les habían enseñado los charros para crearnos desconfianza o
darnos miedo. Algunos llegaron a provocarnos, pero siempre los dejábamos igual
que a los charros: hablando solos.
Contraatacamos
al Minero haciendo marchas en la noche frente a su local. Una vez los colonos
los amenazaron tumbarle sus letreros a pedradas. Al día siguiente lo quitaron.
También
emplearon otra táctica al mismo tiempo: enviaban cartas o mensajeros a nuestras
casas, a las esposas o las mamás de nosotros, acusándonos de no sé qué mentiras
y haciendo amenazas.
LAS
MUJERES
Nuestras esposas y mamás reaccionaron al
revés de como ellos pensaron. Le entraron con más ganas al movimiento.
Desde el principio nos apoyaron mucho. Hasta
se organizaron entre ellas y trabajaron duro. Formaron brigadas que organizaron
la ayuda de los de La Presa, Martin Carrera, San Agustín, Providencia, Ticomán,
Zacatenco. Consiguieron varias entrevistas para presionar a Muñoz Ledo,
Zertuche, Hernández, López Mestre… y si no las querían recibir, le entraban por
la fuerza.
“A mí no
me dejaba participar mi marido. Decía: «Esto
es cosa de hombres», el muy macho. No fue sino hasta las primeras acciones
que realizamos, que comprendió que era una lucha de todos. Lo que nunca nos
dejaron hacer era las guardias. En todo momento nos tuvimos que ganar a pulso
el derecho a participar en nuestro lugar en la lucha de Spicer”.
La verdad
es que jugaron un papel decisivo. Se convirtieron en la columna fundamental de
apoyo y aliento para todos nosotros.
Muchos
grupos políticos de izquierda se acercaron a nuestra lucha. Lamentamos decir
que de la mayoría no guardamos buenos recuerdos. Llegaron a ver qué sacaban, a
criticar desde las sombras, a dividir. O llegaron a ver los toros desde la
barrera. Pocos llegaron a servir y a sumarse. Muchas veces les dijimos que si
querían criticar lo hicieran en la asamblea. En la mayoría de los casos no se
aparecieron. Otras veces, las menos, lo hicieron, pero sólo para insultar. Para
explicarnos que nuestros dirigentes eran “reformistas”,
“oportunistas”, “economicistas” y quién sabe cuántas chingaderas más. Siempre les
respondimos lo mismo: “Si no les gusta la
lucha de la clase obrera y no están dispuestos a compartirla: a la chingada”.
Las sectas se negaban a reconocer que la lucha obrera, así como suena, éramos
nosotros, y ellos los espectadores, los mirones.
La lucha
no siempre iba para arriba. Muchas veces prendió el cansancio entre nosotros. Y
no era el cansancio de uno o dos, era el cansancio de todos. De repente una
puerta entera estaba “agüitada”,
nadie quería hacer nada, no había los voluntarios que siempre se presentaron
para las comisiones. Hasta para traer los frijoles o cortar leña nos hacíamos
de rogar. Coincidía con que dos o tres de nosotros fallábamos a las guardias y
nos íbamos de “pedos”. Esto se dio
muchas veces, durante la huelga. Siempre coincidía con los momentos en los que
después de haber dado un gran empujón (una manifestación, un mitin, un gran
apoyo solidario), no teníamos clara idea de cómo seguir la lucha.
Contra el
desgaste usamos dos recursos: sentarnos a discutir qué seguía, echamos
imaginación, planeamos nuevas acciones, o nos lanzábamos en campañas de
autoagitación. Una noche los de la puerta tres, discutimos qué era eso del
desgaste, del cansancio, y decidimos hacer una manifestación hasta la puerta
uno para decirle a los compañeros que estábamos firmes.
La
manifestación, de unos cincuenta compañeros, se fue gritando todo el camino, en
descampados, en una vía del tren solitaria, en una carretera vacía. Ahí
tronamos la garganta para oírnos solos. Pero qué sabroso, carajo. Nuestro nuevo
grito fue “Ante el desgaste: ¡Poder
Obrero!”
Los de la
puerta dos contestaron con otra manifestación. Nos pasamos la noche de
manifestación en manifestación. Pueden decir que estamos locos, pero nos sentíamos
mucho mejor; y de pasada espantamos a los del Minero al pasar frente a su local
y agitamos un poco a los terceros turnos de las fábricas de al lado y a los trasnochadores
de la colonia La Presa.
El
desgaste puede ser derrotado, si es analizado. El cansancio está en las cabezas
y en la baja conciencia. Los espías de la empresa estaban desconcertados. Por
eso no nos podían vencer, porque no nos podían entender.
Lo único
que logró la empresa con todas sus marrullerías fue darnos más coraje para la
lucha y traernos más apoyo. Cada día ponía más al descubierto su porquería.
Además todo el tiempo que dedicó a tratar de bajamos los ánimos y compramos,
como si fuéramos igual que ellos, nos sirvió para unimos más y organizarnos
mejor para cuando entráramos a trabajar.
Sí, ya
para cuando llevábamos casi un mes de huelga todos sabíamos perfectamente cómo
responder a las agresiones y provocaciones de la empresa a la hora de estar
trabajando, y estábamos seguros que iban a ser respuestas parejas de todos los
compañeros. Ya nadie iba a estar solo allá dentro.
Por estas
fechas la empresa quiso dar el golpe decisivo a nuestro movimiento. Los charros
de la FAO ya estaban derrotados desde antes de la huelga. Para inclinar la
balanza a su favor a la empresa sólo le quedaba atraerse a unos charros más
pesados. Entonces hizo que la FAO le pasara el Contrato Colectivo a los del
Sindicato Minero. Hasta sacaron grandes desplegados en los periódicos
anunciando el “traspaso”.
Pero ni
así pudieron. El 5 de agosto les contestamos con una marcha a la que asistieron
7,000 compañeros pero 7,000 compañeros que asistieron por sus propias pistolas,
sabiendo lo que querían y apoyándonos auténticamente. Dos días después, a la
empresa no le quedó otra que sentarse a firmar el convenio y concedernos lo
principal.
SE
LEVANTA LA HUELGA
Así, la presión a las autoridades le fue
llegando a la empresa, que además estaba agarrada económicamente. Por eso le
impusimos que se sentara a dialogar. Y se logró el esquema de un convenio. ¿Nos
equivocamos al levantar la huelga? ¿Quién sabe? En aquel momento, la
posibilidad de la represión se veía cerca. Con la huelga declarada inexistente
las autoridades se lavaban las manos del conflicto y la empresa podía presionar
a las autoridades del Estado de México para que nos echaran a la policía.
Por otro
lado, el entrar a trabajar ponía la lucha en los términos que a nosotros nos
convenían. Permitía que recibiéramos algún dinero, y nos lanzáramos a probar,
ante las agresiones que sabríamos vendrían de la empresa, el poder obrero que
habíamos estado ensayando en las reuniones departamentales. Por eso se aceptó
el convenio. Porque nos parecía que era un buen punto de partida para seguir en
la lucha por el sindicato independiente.
El
convenio no era tan bueno como quisiéramos, pero detenía una represión que cada
día veíamos más cerca y garantizaba algunos de los puntos de lucha que más nos
habían preocupado: que la inspección se hiciera de inmediato, que no entraran
nuevos trabajadores a laborar, la reinstalación de los despedidos, el 25% de
salarios caídos, el reconocimiento en las negociaciones de nuestro comité, así
como un compromiso de no represalias y prolongación de contratos individuales
por 4 y 6 meses más. Si cumplen el convenio, con lo que hemos ganado en la lucha,
con todo lo que hemos aprendido y con lo organizados que nos encontramos,
podremos derrotar a la empresa en el interior de la fábrica.
Pero no
nos hacemos ilusiones. “Estamos
conscientes que los papeles firmados sólo se respetan si son hechos valer por
medio de la fuerza organizada de los trabajadores”.
A las 8
de la mañana del viernes, cuando íbamos a levantar la huelga, llegaron las
autoridades, pero también los mineros: cientos de esquiroles que se pusieron a
cien metros de la puerta principal. Cuando los vimos, y nos dimos cuenta que
éramos muy pocos, ya que confiados con el convenio muchos se habían ido a
dormir o a cambiar, nos negamos a entregar la fábrica. La discusión empezó a
subir de tono… todos andábamos inquietos… llegó la policía, pero también fueron
llegando los nuestros, Parecía película de vaqueros: rodeados por los ladrones,
sin municiones, con el agua al cuello. Pero de pronto, de 300 que éramos, en
dos horas nos juntamos como 2,000. Llegaron marchando, coreando consignas, con
sus mantas al frente: Martín Carrera, estudiantes de Ciencias, Economía y
Ciencias Políticas, sindicato de Trailmobile, Vidrio Plano, trabajadores de
Xalostoc, San Pedro de los Pinos, Mexicana de Envases, colonos de San Agustín,
nuestras esposas e hijos, los vecinos de Ticomán y de La Presa, todos viejos
aliados que con sus puros gritos hicieron retroceder a los perros y esquiroles.
Un triunfo más. Los charros se fueron y entonces sí entregamos la fábrica.
Fue la
fiesta. Tiraron cuetes al aire, se corearon las consignas de la lucha: ¡Ante
las tranzas de los charros, Poder Obrero!, ¡Ante las autoridades corruptas,
Poder Obrero!, ¡Ante la explotación patronal, Poder Obrero!
A mí me
agarraron por un lado y por otro para tomamos fotos. Cada departamento se
fotografiaba, todos con el puño en alto.
LA
SEMANA DEL PODER OBRERO
Se entró a trabajar con la clara conciencia
que íbamos a la guerra. Los pocos de nosotros que no lo entendían así, y que
guardaban esperanzas en el convenio pronto la realidad les dio de cachetadas.
Dos
ejércitos entraban a la fábrica el viernes, uno, el patronal entraba dispuesto
a pasarse por debajo de los huevos el convenio. Sus fuerzas: capataces,
supervisores (salvo honrosas excepciones), ingenieros, y perros (FAO) y charros
(mineros); con la ayuda más o menos disimulada de las autoridades, que se
supone deberían hacer la inspección en un día o dos y fijar fecha de recuento.
Nosotros
éramos 750, fogueados por la huelga; con ideas claras de lo que teníamos
enfrente y una buena conciencia, táctica y organización.
El plan
de la empresa consistía en meter esquiroles poco a poco para que los fuéramos
entrenando, posponer la inspección al infinito e imponer su poder sobre
nosotros a través de la presión, las amenazas, los gritos, las órdenes, el
tenor…
El
viernes trataron de meter esquiroles y los sacamos donde los descubríamos.
Metieron 5 en un carro y hubo un paro general hasta que salieron corriendo de
la planta. La producción no se normalizaba ni se normalizaría mientras
siguieran agrediendo.
Tuvimos
que organizar la resistencia con una velocidad enorme Los primeros choques
fueron en el segundo turno. En el departamento de calabazos se trató de imponer
a Rangel que entrenara a un esquirol. Este se negó. El supervisor que no
reconocía a nuestros delegados no quiso hablar con ellos y entonces el
departamento detuvo la producción. Corrió la voz por la planta. Llegó un
ingeniero, la raza se le hizo bola y el ingeniero retrocedió. Tuvieron que
llevarse al esquirol.
Las
autoridades inspeccionaban 6 o 7 por día y los capataces y supervisores
recorrían la línea amenazando. Entonces chocaron dentro de nosotros dos
posiciones que se hicieron muy claras en las asambleas de turno del martes: la
mayoría sostenía que además de los paros generales de turno, dirigidos por el
Comité de Lucha, cada departamento tenía autonomía para dirigir sus propias
acciones contra las agresiones de la empresa. Así se decidió, y por eso la
guerra que se desató en la planta era una guerra constante, sin frentes de
batalla, que estallaba y se detenía inesperadamente, volviendo loca a la
empresa, que sentía como su poder se caía en pedazos y cada vez era menos dueña
de la planta.
Los
charros del minero se presentaban todos los días a las entradas y las salidas
de los turnos y presionaban con su actitud. La policía hacía también acto de
presencia.
La
primera provocación se armó en la mañana en el departamento de ensamble; un
esquirol le rompió un pómulo a Lucas con un fierro. Todo ensamble paró y se
lanzó sobre el agresor que huyó corriendo, fue perseguido por toda la planta
hasta que se escapó. El paro de ensamble se prolongó hasta garantizar que la
empresa despedía al minero.
En el
segundo turno continuaron las agresiones y las respuestas. Un compañero acusado
de tortuguismo en flechas fue reportado y se respondió con el paro. Además se
impuso que la negociación fuera a través de nuestros delegados. En otros
departamentos nos negamos a recibir los reportes. Los ritmos de producción y la
forma de realizar las operaciones las decidíamos nosotros. De turno a turno se
corría la voz para igualar la producción.
Mantuvimos
sobre los esquiroles y los capataces una guerra ideológica permanente. Ley del
hielo, desobediencia, respuesta firme. A veces todos nos quedábamos mirando a
uno hasta que no sabía dónde meterse, quería que se lo tragara el suelo.
Los
grandes cacas de la fábrica adoptaron dos posiciones: o sonrientes y zalameros
o déspotas y agresivos, pero las dos actitudes nos resbalaban. Sabíamos quiénes
eran, y sus pinches gestos sólo nos servían para ver el calibre moral de estos
perros de presa del capitalismo. Sosa era de los segundos y así le fue. El
departamento de relaciones industriales había sido centro permanente de
represión y venganza antiobrera. Así le fue a Sosa.
Uno de
aquellos días estaba gritándole a la raza y volteó para ver en el buzón de “sugerencias” una pinta; “Sosa, chinga a tu madre”.
Los baños
estaban llenos de pintas y poco a poco éstas se fueron extendiendo a los
talleres. La empresa nunca pudo durante aquellos 10 días controlar las paredes
y cada vez que pegaba un comunicado éste era despegado o manchado con aceite.
La
empresa despidió a Lucas con el pretexto de que había provocado la pelea y el
martes adoptamos el método de meterlo a fuerzas. “Reinstalación a huevo” se llamó la operación. En la mañana lo
metimos dentro de la bola y los vigilantes que intentaron despedirlo fueron
barridos por la ola. Lo pusimos en su máquina y durante tres días lo hicimos.
Como no lo quisieron reinstalar, cambiamos de táctica.
En otros
departamentos comenzó la guerra psicológica. A los perros se les ladraba todo
el día: “gua, gua” y cantábamos una
de las canciones del movimiento: “No nos
moverán”.
El
martes, a la salida del primer turno y entrada del segundo, los mineros, cerca
de 150, se acercaron a provocar y tratar de entrar a trabajar. Los del segundo
turno se colocaron tras las rejas y comenzó un mitin: “No pasan, no pasan”. “Fuera
charros del minero”, “Obreros sí, charros no”. Nos
negamos a entrar a trabajar hasta que se retiraron los charros. Entre nosotros
y los mineros quedaron 6 compañeros de los asesores del Sindicato Nacional del
Hierro. Bien pegados a la reja porque si los trataban de agredir los charros,
los metíamos a la fábrica. Llegó la policía y se desplegó. Patrullas y montados,
policías con escopetas. Uno de los asesores se acercó a un policía y le
preguntó: “¿Quién dirige la operación?”,
“Aquí, todos”, contestó el policía. ¡Ah
carajo, que policías tan democráticos! Aquello olía muy feo. Menos mal que los
del primer turno se dieron cuenta y empezaron a salir en bola.
Al ver que éramos muchos, los mineros se retiraron
y el primer turno salió a su asamblea en marcha.
El
miércoles, el departamento de ensamble comenzó a realizar paros exigiendo la
reinstalación de Lucas.
Media
hora trabajaban y luego paro. Todo el primer turno se sumó a los paros. Se
hicieron tres paros generales de 15 minutos.
En los
primeros paros de ensamble se gritaba: “Lucas,
escucha, tus cuates en la lucha” y se oía el grito por toda la planta. La
primera vez que Lucas lo oyó, lloró de la emoción.
Cruces
iba caminando por el patio cuando tocó la hora de paro. Miró su reloj y ahí se
detuvo. A su lado se detuvo un montacargas con otro compañero, y ahí se
quedaron platicando mientras duraban los quince minutos. Ahí llegó el
supervisor a echarles la bronca, pero lo tiraron de a loco hasta que el paro
acabó. Luego le dijeron: “Ahora sí,
¿dígame?”, ¿Van a seguir haciendo
paros?, gritó el supervisor. “Algunos”,
contestó el compañero.
En el
departamento de Salustiano el supervisor invitó a los perros a tomar café y el
departamento paró la producción porque estaba prohibido tomar café según el
reglamento interno. “O todos o ninguno”
dijeron a coro, y le quitaron la cafetera al supervisor… Y se lo bebieron.
Después
de los primeros días, empezamos a romper los reportes que nos entregaban los
supervisores. Otra medida que se tomó en algunos departamentos fue pedir que
cuando reportaban a uno, reportaran a todos. Esto unido a que se acosaba a las
autoridades laborales para que desarrollara rápidamente la inspección. Al
principio tener ahí a los inspectores de la Secretaria del Trabajo nos frenaba,
luego, cuando vimos la calaña de esos cabrones, ya no nos frenaba nada. Cada
vez que se paraba se asomaban desde los ventanales de las oficinas a ver qué
estábamos haciendo.
Lo
primero que se quebró fue el miedo. Actuábamos como un solo hombre,
coordinados, sentíamos detrás de nosotros todo el peso de la fábrica y todo el
poder. Luego perdimos el respeto a las estructuras de poder patronal. Una vez
un gerente de producción se metió en medio de un paro a tratar de romperlo y
hasta patadas le dimos, tuvo que volver a subir las escaleras guardando la
figura.
Nos
burlamos de ellos como nunca: “Están haciendo
un paro, eso es ilegal”. ¿Cuál?, respondíamos. Simplemente ustedes no están
cumpliendo el convenio y nosotros no estamos a gusto.
El
miércoles, la asamblea del segundo turno salió en marcha desde el local del
cine Guevara en La Presa y llegó cantando hasta las puertas de la fábrica.
Cuando los vigilantes esperaban que nos paráramos para checar tarjetas y
entrar, seguimos en marcha hasta el interior de la empresa. Llegamos hasta
donde estaban los inspectores que habían trabajado un chingo ese día (habían
inspeccionado a ocho compañeros en 8 horas) y los presionamos con un mitin.
A partir
de ese momento, las marchas se sucedieron en el interior de la fábrica,
manifestaciones de 10 a l00 compañeros a cada rato. Cada grupo que terminaba su
trabajo salía hacia el comedor en manifestación, se regresaba de comer en
manifestación. Y todas ellas coreando consignas.
El
segundo turno hizo tres paros el miércoles para imponer que se hiciera más
rápido la inspección. Cada uno de esos paros de quince minutos fue acompañado
de gritos y cantos. Era tan contagioso, que la mayoría de los esquiroles
comenzaban a jalar con nosotros en los paros.
La
estructura patronal estaba destruida. Muchos supervisores querían renunciar
(presentaron sus renuncias como 15), los gerentes de producción ya no bajaban a
las líneas. Mestre, el gerente general, una vez que se asomó y le chiflaron, ya
nunca volvió a aparecer. Éramos los verdaderos dueños de 1a empresa
La
presión los obligó a que aceleraran la inspección y el jueves inspeccionaron a
80. Ese día suspendimos los paros generales y sólo sostuvimos el tortuguismo
para obligar a la empresa a que no obstaculizara la inspección con artimañas
como había venido haciendo. Jueves y viernes fueron días de tortuguismo solamente.
La producción bajó al 10%. Éramos como un reloj que caminaba al revés, y no
había capataz que pudiera enderezarlo.
El
viernes rematamos la semana del poder obrero con una presión tremenda al tomar
la oficina de nóminas. Lo hicimos porque en nuestros sobres de raya venía
descontada la cuota sindical para ser entregada al Minero, y porque además
había un descuento por una defunción fantasma como antes acostumbraban los
charros. Los tres pinches pesos no nos importaban, lo que nos importaba era que
si se nos descontaban se le dieran a nuestro Sindicato y no a los charros. El
mitin volvió locos a los de nóminas, pero la empresa resistió. Firmamos sobres
bajo protesta, muchos ni los firmamos de recibido. Quizá lo más importante es
que obligamos a la empresa a que le pagara a Lucas su semana. Todos los días
que lo habíamos metido a huevo se los pagaron. Ahí si doblaron las manitas.
Durante
toda esa semana mantuvimos lazos con los grupos que nos habían apoyado en
nuestra lucha. Participamos en dos visitas masivas a Mexicana de Envases, donde
la empresa había tratado de sacar la maquinaria, un mitin frente a otra fábrica
del charro Cerón, y una marcha de apoyo con los de Martín Carrera, que pedían: “Abajo las rentas, que se acaben los
basureros en sus colonias”.
La
organización era sencilla: un comité de lucha, delegados departamentales que se
reunían por turnos, asambleas de turnos, asamblea general, asambleas
departamentales. Íbamos combinando todas estas reuniones para tratar los
problemas de diferente nivel que nos afectaban. Así, se dirigía la lucha, o más
bien que se dirigía, se marcaban los rumbos que la raza pedía, se analizaban
las situaciones, se preparaban algunas de las acciones, pero sobre todo, se
marcaban ideas que adentro se aplicaban según las necesidades. Por ejemplo,
teníamos la consigna general de asamblea de impedir la entrada de esquiroles.
En las departamentales se acordó parar a los que se metieran y sacarlos. En las
de turno, hacer acciones conjuntas si la empresa no los sacaba.
Para el
sábado, todos los restos del poder patronal habían quedado quebrados en Spicer.
Seguíamos fabricando ejes porque las máquinas no servían para otra cosa, pero
si nos lo hubiéramos propuesto, hubiéramos hecho triciclos para nuestros chavos
o tractores para los compañeros campesinos. El poder obrero había triunfado. El
poder patronal estaba tronado, Los supervisores y el gerente se fueron a llorar
a sus casas.
EL
TODO POR EL TODO
La empresa no pudo soportar el fracaso de su
plan y quedarse sin su poder dentro de la fábrica. Violó nuevamente los
acuerdos respaldada por las autoridades. El lunes 18, al llegar a trabajar, nos
estaban esperando: afuera, la policía; adentro unos gorilas dizque trabajadores
de Spicer que nunca habíamos visto por ahí; y en la puerta Sosa con una lista
en donde aparecían los nombres de 150 compañeros a los que se les impedía
entrar.
Entonces
todos nos negamos a trabajar y nos fuimos formados de 4 en 4 al cine Guevara,
allá en La Presa, para discutir qué hacíamos. Decidimos irnos a la Secretaria
del Trabajo donde estuvimos todo el día.
Luego nos
instalamos en el Poli, donde quedamos acampados hasta el 29 de septiembre.
Teníamos que volver a organizar todo el apoyo popular que tuvimos durante la
huelga para lanzarnos nuevamente a la ofensiva.
En
Zacatenco pasamos más de 40 días. Sin embargo, no pudimos conmover gran cosa a
un estudiantado apático y frío. No en balde parece que ahí se están formando
los nuevos capataces de muchas fábricas. Es feo decirlo, pero muchas mañanas al
acabar nuestras asambleas, hicimos marchas por Zacatenco, y lo más que logramos
es un poco de apoyo económico y que se sumaran un escaso centenar de
estudiantes a nuestra lucha. Zacatenco fue una etapa difícil de la lucha de
Spicer. Pero le echamos ganas. Nos sentíamos desnudos sin nuestra fábrica, sin
nuestro poder obrero, sin la colonia La Presa al lado. Aún así cada vez que
salíamos de marcha por el Poli nuestros alaridos se oían un kilómetro a la
redonda.
La
primera movilización que organizamos fue una marcha que salió de Zacatenco. Ahí
el gobierno se volvió a descarar como aliado de los patrones. Desde la mañana
la policía empezó a agarrar compañeros y no los soltó hasta que terminó la
marcha.
Además,
la marcha fue reprimida. Primero no nos dejaban hacerla. Por fin nos dejaron
salir, pero enviándonos por lugares poco poblados y por llanos. Hasta cortaron
la luz, para acabarla de amolar. Y cuando íbamos llegando a la fábrica Luxus,
ya de plano nos impidieron seguir.
Todos nos
desmoralizamos un poco, pero la mayoría siguió al pie del cañón, tratando de
encontrar nuevas formas de continuar la lucha. Sólo 10 cuates se rindieron y
regresaron a trabajar. Les faltó carácter.
Fue una
gran marcha a pesar de todo, mucho mayor que la que habíamos hecho en Ticomán,
en Tacuba o en Indios Verdes; mucho más combativa, y además, nuevos grupos
obreros y populares se sumaban al movimiento. Para nosotros era importante
porque volvíamos a recuperar la solidaridad que después de la huelga se había
debilitado enormemente por falta de información.
Mientras
estuvimos en Zacatenco sacamos seis millones de volantes gracias a los
electricistas, y a las brigadas que los distribuían en los camiones todos los
días.
El 10 de
septiembre citamos a una nueva manifestación que saldría de la Secretaría del
Trabajo. De nuevo el gobierno la impidió, pero ahora con más fuerza y en forma
bien salvaje; envió docenas de patrullas que circulaban con las sirenas
prendidas, carros de bomberos, granaderos y motocicletas que eran lanzadas
contra nosotros muchas veces y a grandes velocidades. La última vez seguidas
por un camión de esos de pasajeros. De todas formas ahí nos quedamos haciendo
un mitin.
Si la
represión quisiera detener a la dirección del conflicto de Spicer, necesitaría
meter al bote a unos cien compañeros.
La
dirección de la lucha de Spicer siempre fue colectiva, y nunca fue de nombre o
de nombramientos. Los dirigentes ganaron un lugar en las diferentes etapas de
la lucha.
Mientras
se organizó la huelga la dirección era el Comité seccional y los asesores unas
doce gentes, que se ampliaba con los delegados departamentales más activos.
Durante
la huelga fue el Comité de huelga (unos 20 compañeros) elegidos entre los más
combativos, muchos de los que habían sido dirigentes en la primera etapa
dejaron de serlo en la segunda por desgaste.
En la
semana del poder obrero la dirección la constituyeron los delegados departamentales
(unos 40 compañeros).
En el
campamento de Zacatenco nuevos delegados departamentales probados por la lucha
ocuparon lugares de dirección.
Y ahora,
durante la huelga de hambre nuevos compañeros han llegado a la dirección.
Siempre ha sido una dirección compuesta de: trabajadores de Spicer (enorme
mayoría), asesores jurídicos, compañeros del Comité Nacional del Sindicato del
Hierro.
Pero esta
dirección pudo funcionar, ser útil, porque estaba firmemente clavada en la
base. Porque ejecutaba acuerdos de asamblea general, porque consultaba siempre,
porque promovía discusiones de puerta o asambleas departamentales. Porque en la
gran mayoría de los casos sometía a referéndum sus proposiciones fundamentales.
Si
algunas veces se tomaron decisiones antidemocráticamente fueron las menos. En
la mayoría de los casos, la democracia directa funcionó. Por eso hemos podido
estar más de 100 días en pie.
El lunes
29 de septiembre hicimos una asamblea en un local que nos prestaron los
trabajadores de El Ánfora. Ahí decidimos cambiar nuestro campamento al 5° piso
de la Secretaría del Trabajo para hacer más presión. Y allá nos fuimos.
En la
noche del día que nos instalamos allá, el Secretario dijo que le diéramos 48
horas de plazo para enterarse bien del problema, que porque era nuevo en el
puesto.
Otra vez
la misma canción: darle largas al problema para hacer que nos ablandemos.
Tuvieron el descaro de decirnos que las soluciones no se logran por la fuerza y
que nos fuéramos a otro lado, que porque si no otros trabajadores iban a seguir
nuestro ejemplo.
El martes
iniciamos otra forma de presión: La huelga de hambre. El Secretario se asustó y
hasta se comprometió a resolver en 48 horas el conflicto. Como es natural, no
cumplió su palabra. Cuando se cumplió el plazo tres de nuestras esposas se
unieron a la huelga de hambre.
La
decisión del estallido de la huelga de hambre fue una medida casi desesperada.
Se tomó después de una kermes que hicieron los de Martín Carrera para
apoyarnos. No veíamos ya formas de aumentar la presión, la solidaridad estaba
disminuyendo. Nuevamente entre nosotros había cansancio, agotamiento.
Necesitábamos una acción que volviera a empujar la lucha de Spicer. Nos han
criticado mucho la medida. Nosotros decimos: ¿nos quedaba de otra? Nos gusta
tan poco como a ustedes, pero ¿nos quedaba de otra? Sabemos que le estamos
dando el placer a la empresa de ver cómo 30 de nuestros mejores compañeros y
compañeras desfallecen. Le hacemos fácil a un capitalismo que ha estado matando
de hambre a nuestro pueblo durante años, la muerte de un grupo de nosotros…
Pero ¿nos quedaba de otra? Fue una medida desesperada y dio resultado. Nuevamente
nos pusimos de pie, nuevamente comenzó a caminar la solidaridad. Nuevamente se
levantó nuestra lucha… Ahora, no dejaremos morir a nuestros compañeros. Y si
alguno cae, tiemblen, cabrones.
Desde que
se fueron a huelga de hambre, el apoyo y la participación ha aumentado mucho de
nuevo. En la Universidad se han vuelto a organizar actos que además que nos
ofrecen un apoyo económico fuerte, sirven mucho para presionar a las
autoridades y extender nuestro movimiento para que muchos trabajadores y gentes
del pueblo tengan conciencia de cómo están las cosas.
Se han
hecho mítines en la empresa (¡volvimos nuevamente!) donde los charros
corrieron, en las oficinas de la empresa, en el 5° piso de la Secretaria que ya
parecía nuestra segunda casa (no por los dueños, que nunca nos invitaron, sino
porque a cada rato llegábamos y nos acomodábamos). Y luego los mítines en El Ánfora
a los que acudieron organizaciones sindicales a darnos apoyo.
La ayuda
más potente dada a nuestra huelga de hambre, ha sido el paro de dos horas
realizado por los sindicatos de trabajadores y maestros de la U.N.A.M. que
junto con los estudiantes paralizaron la Universidad a todo lo largo de la
ciudad. Un paro que fue acompañado por 142 mítines que reunieron a todos los
paristas y en cada uno de los cuales hablaron nuestros compañeros.
El mismo
día que se fueron a huelga de hambre las señoras, participamos en una
manifestación para protestar por los crímenes en España y dar nuestro apoyo a
los trabajadores españoles, que llevan una lucha igual a la nuestra.
Los que
la organizaron ya se estaban echando para atrás cuando estábamos todos
reunidos. Pero nosotros ya sabemos que perro que ladra no muerde, y empezamos
la marcha. Entonces se nos unieron los demás.
A
nosotros nos importaba mucho esa marcha para manifestar que las luchas de todos
los trabajadores es una sola. Cuando empezamos nuestra huelga estábamos solos.
Pero poco a poco se fueron viendo claro quiénes eran amigos y quiénes enemigos,
hasta que se convirtió en una lucha de todos los trabajadores contra los mismos
enemigos: los patrones.
El lunes
20 de octubre, cuando 55 llevaban 21 días de huelga de hambre, las mujeres
tomaron el 5º piso de la Secretaría del Trabajo y se realizó un mitin en el
campamento al que asistieron 3 mil compañeros. Cerca de 40 organizaciones
sindicales y populares dieron su solidaridad, que terminó con una marcha hasta
la Secretaría que tomó por sorpresa a la policía y que no pudieron impedir. Ese
mismo día en varios países europeos y en Canadá se realizaron actos de apoyo a
nuestra lucha, y en provincia hubo varios mítines de apoyo.
El martes
21 se celebra una nueva asamblea y se han citado un nuevo paro en la
Universidad para el día 22, una marcha en Azcapotzalco para el 23 y un mitin en
el campamento el 24.
El fin de
esta etapa de nuestra lucha se acerca. Para el mitin del viernes 24, nuestros
compañeros de la huelga de hambre llevarán 25 días de huelga y la lucha de
Spicer desde que se inició la huelga llevará 117 días de lucha continua. No
estamos tratando de implantar ningún récord, nadie nos escogió en México para
que jugáramos ese papel, no somos los mejores ni los primeros, otros han
luchado más y más fuerte que nosotros, pero hemos estado a la altura del
compromiso que nos echamos.
Si el
pueblo es capaz de seguirnos apoyando y nosotros de resistir la presión
económica y el cansancio, probablemente logremos doblar a Spicer, una compañía
transnacional que se ha convertido en la más fiel y perruna defensora del
capitalismo mexicano. Si no soportamos el desgaste producto de una lucha tan
larga y a la debilidad de las fuerzas independientes de nuestro pueblo que no
da para más, probablemente tendremos que aceptar una victoria a medias. Quizás
la salida a esta larga lucha sea la represión. Sea lo que sea, sepan que Spicer
no es el final de nada. Es el principio. Al menos para los que la vivimos.
Dondequiera que terminemos, en Spicer, con nuestro sindicato Independiente,
fuera de Spicer, trabajando en otras fábricas, en la cárcel o despedidos
inscritos en las listas negras de la patronal sepan que nos hemos echado un
compromiso encima: crear uno, dos, tres, cientos de Spicer, abrir el camino de
la independencia y libertad de la clase trabajadora. Empezar a cavar la fosa
del capitalismo mexicano. Ese es nuestro compromiso
Ante
los charros, los patrones y las autoridades:
¡PODER
OBRERO!
México D.
F., a 21 de octubre de 1975.
Comentarios