Bolivia: ¡Por favor, no nos dejen solas!... Otro día, hablamos del Evo y los errores que pudo cometer
“DESPERTÉMONOS, POR FAVOR”
Por Nacho
Levy,
desde El
Alto boliviano.
27 de noviembre de 2019.
Todavía no pude dormir, ya no quiero, ya no puedo, ya no sé.
Cargué la mochila y me vine para Bolivia, pero nunca llegué. Imaginaba cómo
sería mostrar una cacería, narrar los crímenes de lesa humanidad, cómo
nombrarlos, como informarlos, nunca imaginé cómo sería respirarlos. Veo
imágenes que sólo conocía en blanco y negro, mientras me tapo los oídos para
volver a escuchar a nuestros desaparecidos, exigiendo memoria, verdad,
justicia. Todo se volvió terror, nada se vuelve noticia. Pura oscuridad, hasta
que cierro los ojos por piedad. Y las vuelvo a ver viniendo, urgente, un
remolino humano fosforescente corriendo desesperadamente hacia mí, cuando yo
sabía perfectamente que toda esa gente no sabía quién era, ni cómo había
llegado hasta ahí, ni cómo carajo aparecí en ese cabildo abierto de bolivianas
y bolivianos que hacían vigilia esperando a la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, para contar la masacre de Senkata, todavía las escucho,
todavía me mata.
¡Por favor, ayúdanos!
¡Por favor, no nos dejen solas!
¡Por favor, prométenos que vamos a salir!
No era una chola, eran diez, ahora quince, ahora treinta, ahora
miles y miles que no me dejan dormir. No sabían quién era, pero no me dejaban
ir. Lloraban, lloran, temblaban, tiemblan. Y yo me quiero morir. No puedo parar
de llorar, mientras intento no parar de escribir. A los empujones, protegido
por un ovillo de mujeres, me hicieron llegar al altar de la capilla, donde la
CIDH comenzaba a escuchar, todas esas palabras que nunca más en la vida me voy
a olvidar. “Que mataron a mi marido, ¡le
tiraron al corazón por estar arrastrando a un herido!”. Me pedían que
grabara, pero había mucha gente, y entonces me acarreaban por arriba. “¡Yo soy una muerta viva!”, gritó una
mujer, cubriéndose con su pañuelo para que no la pudieran ver, hasta que llegó
adelante y se dio a conocer. “Soy la
testigo que sobrevivió a la masacre, porque sí, claro que me quedé ahí cuando
vi venir a los tanques, porque jamás me imaginé que nos venían a matar, que sin
más comenzarían a disparar. Y yo lo vi todo, yo vi cómo los mataron y, cuando
me di vuelta, pude ver también una niñita muy pequeñita con un disparo en la
cara, pero se la llevaron y ya no supimos nada, no la volvimos a ver. Yo me
quedé juntando los casquillos, para que nos tengan que creer”.
Llorábamos
todos, como vuelvo a llorar ahora en cada renglón:
Vació una bolsa de vainas, en las narices de la Comisión.
Surcando esa
marea del terror, las lágrimas y el dolor, intenté regresar a la calle como
fuera, porque las compañeras me pedían que saliera, para charlar con Andrónico,
un referente joven del Chapare, un líder cocalero formado para la sucesión, que
hoy sigue llamando a la movilización y que también estaba presente, a pesar de
la persecución vigente. Era imposible llegar hasta el portón donde un malón
procuraba resguardarlo, pero me pedían por favor que intentara entrevistarlo. A
los empujones nos terminaron metiendo en un auto que nos esperaba al final del
alud, entre los gritos de la multitud que desbordaba la capilla. Y de pronto
una mujer metió la cabeza por la ventanilla. Era la mujer del pañuelo, ahora
llorando sin consuelo, con el estómago lleno de impotencia y la prepotencia
propia de la dignidad, cuando la vida vale menos que la verdad: “Por favor, Andrónico, ¡no te dejes matar!”,
“que por favoooor, Andrónico, ¡tienes que
cambiar de auto, que ya te están siguiendo, ¡que vinieron a buscarte!”, “que por favor, Andrónico, cómo te lo digo,
¡que van a matarte!”. Salimos arando con el pecho cerrado de frío, con 2
arriba suyo y 2 arriba mío, haciendo esa entrevista que ahí pueden escuchar,
pero a las 7 cuadras me tuve que bajar, porque efectivamente debían cambiar de
coche, porque efectivamente lo quieren matar. “Gracias, nos vamos a volver a encontrar”.
Otro día, cuando quieran, hablamos del Evo y todos los errores que
pudo cometer.
Otro día, cuando quieran, hablamos de las elecciones que vienen a
prometer.
Otro día, cuando quieran, hablamos de balances y soñamos un
porvenir.
Pero ahora,
no podemos,
ya no
podemos dormir.
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