¿Es casual que
otros empresarios, al igual que Romo, descubran que Obrador no es ningún
peligro sino una oportunidad para el neoliberalismo?
Javier Hernández
Alpízar
Babel
Zapateando
Cuando a fines de los setenta y sobre todo en los años
ochenta, el gobierno mexicano inició la imposición del neoliberalismo en
nuestro país, su kit de reconversión neoliberal estaba incompleto: comenzó con
una serie de reformas económicas, y desde luego, jurídicas, que irían
desmantelando el Estado, dejando solamente el aparato represivo
policiaco-militar y la burocracia como facilitadora de los negocios del
capital, pero faltaba el cambio en la sociedad, en su mentalidad, en sus
hábitos.
El neoliberalismo no es más
que el capitalismo sin bozal, sin límites políticos, éticos ni jurídicos: más
que capitalismo salvaje, ese pleonasmo, es capitalismo químicamente puro.
Sin embargo, el liberalismo
del siglo XIX no logró imponer la condición ideológica, cultural, mental del
liberalismo, del capitalismo. Impulsó el positivismo, lo impuso exitosamente,
pero quedaban resabios de una mentalidad que es reacia, reticente, una
resistencia contra la mentalidad neoliberal: el comunitarismo, el sentido de
colectividad, el sentido de lo social, del bien común, de lo común y público.
Había que destruir esa mentalidad y cambiarla por el egoísmo individualista.
De raíces tanto indígenas
como españolas, la idea del ser humano como ser social, comunitario, como un
ser que convive en colectivo, es una idea incompatible con el capitalismo y con
el neoliberalismo, su ideología.
La burguesía europea logró
desarrollar, madurar y hacer hegemónica en Europa, y en su hija más aventajada
la nación de los Estados Unidos, el individualismo egoísta y su fe en el yo, el
sujeto moderno burgués, a lo largo de siglos, un largo proceso que inició en la
Edad Media y culminó en el Renacimiento, pero que llegó a su máxima expresión
solamente cuando con la industria, en los siglos XVIII, XIX y XX, se desarrolló
la sociedad capitalista madura, la que, en su fase clásica, estudió y criticó
Karl Marx.
El capitalismo no solamente
proletariza a las masas, también produce el sujeto que necesita para funcionar
como sistema, el hombre moderno egoísta e individualista. Destruye los lazos de
comunidad (de sangre, de patria, de religión, de cultura; de colectivo, de
etnia, de nación) para hacer que el vínculo más importante sea el dinero: su
máxima expresión está en la burguesía: su patria es el dinero, su religión es
el dinero, su ideología es el dinero. En las masas populares, puede dejar
operar ideologías nacionalistas, pero siempre refuncionalizadas, subordinadas,
subsumidas al capitalismo como el valor de valores.
En países como México,
quedaba demasiado de “anacrónico”, “premoderno”, sentido de comunidad. Ha
sido un largo trabajo desde el siglo XIX con los liberales, que se quedaron
estancados en la solución de compromiso del porfiriato, y luego con la
revolución mexicana, con sus líderes campesinos asesinados y el triunfo de ala
burguesa, como revolución burguesa, pero atada a una constitución no plenamente
liberal, con la nación aún como sujeto colectivo y soberano.
Una herramienta eficaz para
introducir el egoísmo individualista es la religión: el luteranismo, el
calvinismo, las religiones reformadas europeas, trasplantadas a los Estados
Unidos por los colonizadores. Esta forma de religión fue un avance importante
en el paso de la ideología medieval, que conservaba detrás de la figura del
impero, los reyes, una idea de comunidad, como cuerpo místico de Cristo,
etcétera, a la idea moderna burguesa y liberal de la relación individual de
cada conciencia con Dios. Luego, la secularización cambia la relación
hombre-Dios por la relación individuo-dinero y ya estamos en donde el
capitalismo quiere: en el individuo egoísta y aislado que su sistema, su modo
de producción, necesita. Individuo significa átomo, una sociedad
individualizada está también atomizada.
Por esa razón, los gobiernos
liberales, como los de los Alemán, padre e hijo (presidente y gobernador de
Veracruz, respectivamente), o los de Salinas de Gortari y siguientes,
auspiciaron las religiones reformadas, en México llamadas evangélicas o
protestantes.
El Partido Encuentro Social,
formado con operadores políticos de Murillo Karam y de Osorio Chong, es una
cristalización política partidaria de esa expresión ideológica.
Solamente un operador
político-empresarial que ha sido impulsor del neoliberalismo como parte de los Amigos de Fox, un operador cercano a
grupos religiosos de extrema derecha como el Opus Dei y los Legionarios de
Cristo, un defensor de Pinochet y admirador del colombiano Álvaro Uribe
como Alfonso Romo podía abrir el camino a una alianza entre un político nacido
del nacionalismo priista, con raíces en el garrido-canabalismo tabasqueño,
López Obrador, y el Partido Encuentro Social (PES).
¿En dónde se da ese
encuentro social de dos tradiciones de distinto origen?: en el liberalismo
económico, la defensa del libre comercio, la promesa de no entrometerse en el
dejar hacer, dejar pasar, que defienden los empresarios. ¿Es casual que otros
empresarios, al igual que Romo, descubran que Obrador no es ningún peligro sino
una oportunidad para el neoliberalismo?
El juarismo puede pedir
laicismo, pero sí el sistema necesita avanzar en la formación del sujeto
egoísta e individualista que requiere el capitalismo (neo)liberal, entonces el
evangelismo puede ser el catalizador. Así que los mexicanos, y sus mentes y
corazones, son la nueva vuelta de tuerca de la revolución de derecha
neoliberal: hay que producir a un mexicano egoísta e individualista sometido al
impero de la mercancía. Es cierto que en gran medida ese individualismo ya lo
ha producido el mercado, pero la burguesía echa mano de todas las herramientas
para que su ideología favorita impere y le reditúe frutos.
Juzgue el lector si es o no
de derecha ese plan operado por Alfonso Romo y por Esteban Moctezuma Barragán,
zedillista y ex presidente de la Fundación TV Azteca. La religión evangélica es
la nueva vuelta de tuerca para introducir en la sociedad mexicana la idea
totalitaria de Friedrich Hayek: frente al mercado solamente queda la sumisión y
no la rebelión.
En realidad si la “izquierda” propone el libre mercado
como non plus ultra de nuestra
sociedad, ya de la derecha para qué hablar: el capitalismo termina por tener a
todos como lobistas de sus intereses.
Contra esa ideología que
hace un tótem y un fetiche insuperable del mercado capitalista, la única
respuesta puede ser la rebeldía. Una rebeldía contra todo el sistema y todos
sus personeros.
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