La libertad, vinculada a la autogestión
y la horizontalidad
El anarquismo es enemigo de
todo dogma y propulsor de un auténtico pensamiento libre
Capi
Vidal
El Foro anarquista
30 junio, 2017
El anarquismo es enemigo de todo dogma y
propulsor de un auténtico pensamiento libre; por ello, está obligado a revisar
y renovar sus planteamientos emancipadores, máxime en un escenario tan
diferente al que vivieron los militantes clásicos.
El mundo se ha transformado
radicalmente en las últimas décadas, de ahí que las antiguas recetas
emancipadoras, con una concepción de la revolución social con mayúsculas,
resulten cuestionables. Si preguntamos a gran parte de la sociedad sobre los
anhelos anarquistas, de libertad, igualdad y justicia para todos, lo más
probable es que, en el mejor de los casos, lo consideren un bello sueño
inalcanzable. Ello, a pesar de que tal y como está el mundo, con una evidente y
creciente desigualdad económica y política, y con la amenaza constante incluso
de la destrucción del planeta, las ideas libertarias sean más necesarias que
nunca. ¿Qué podemos hacer? Por supuesto, no conducirnos a la desesperanza, pero
tampoco a la automarginación, enclaustrándonos en la defensa de principios
inamovibles ni en cierta actitud estéril de superioridad moral. La primera
tarea es comprender que, por mucho que nos guste buscar un vínculo con el
pasado, con el anarquismo clásico o moderno, el mundo es hoy muy diferente. Hay
que comprender que la praxis emprendida por los libertarios del pasado, no
sabemos si están o no obsoletas o resultan absolutamente inviables, pero sí
pertenecen a un mundo que ya no existe. Ello no impide, por supuesto, aprender
mucho de militantes y pensadores pertenecientes a otro tiempo, pero no podemos
abundar en concepciones dogmáticas ni en una suerte de papanatismo adornado con
bellas propuestas emancipadoras.
Como anarquistas, estamos
obligados a renovarnos y movernos constantemente, buscando
esas nuevas vías emancipadoras que verdaderamente renuncian al autoritarismo.
Recordemos que las propuestas del anarquismo, con su coherencia entre medios y
fines, y su renuncia a toda praxis coercitiva, está en las Antípodas de otras
corrientes (supuestamente) emancipadoras, como la socialdemócrata o la
comunista. Así, esas opciones políticas es lógico que abunden en la repetición,
como vemos una y otra vez en la práctica, a pesar de conocer los resultados.
Las ideas libertarias, muy al contrario, están obligadas a reinventarse. No es
ninguna paradoja, ni una renuncia a los principios fundamentales anarquistas,
que tienen que ver precisamente con esa práctica real de solidaridad,
descentralización y libertad. Anarquismo es movimiento y renovación permanente,
precisamente porque el resto de propuestas insiste en cambiar el sistema desde
dentro. Las ideas libertarias representan la
verdadera autonomía, la gestión por parte de la propia sociedad,
frente a la heteronomía, que insiste en representarla y tutelarla. Si se
quiere, y es posible que con este lenguaje atraigamos la conciencia de las
personas, el anarquismo es una profundización en la democracia, que siempre
debería haber sido la gestión social y política realizada por el propio pueblo
(por recuperar la etimología de la palabra).
Tal vez, el siglo XXI nos
depare la auténtica evolución de la democracia, que
es esa profundización en la misma que representa el anarquismo. La
democracia representativa, heteronomía política, subordinada o fusionada con el
capitalismo, representa hoy el inmovilismo, el Estado con mayúsculas, la
desesperanza y la continuación en fórmulas obsoletas. Todo lo que el anarquismo
no puede ser, ya que hay que convencer de que se trata de la mejor alternativa
a cualquier forma de explotación y dominación, aunque se revista de modos
democráticos. El sistema económico, el capitalismo, por su parte, a pesar de lo
injusto, embrutecedor y destructor que resulte, es el sistema consolidado en la
modernidad. La concepción socialista de la sociedad parece hoy obsoleta,
identificada exclusivamente con sus fracasadas propuestas estatales. Ello
explica, en gran medida, aunque no solo, la supremacía del capitalismo, a pesar
de que el anarquismo también fue en origen una
corriente socialista con una sólida concepción de la libertad vinculada a la
igualdad. Por supuesto, no podemos lamentarnos sobre por qué el
anarquismo no ha encontrado su lugar en la modernidad y sí realizar un análisis
del nuevo escenario y de las nuevas estrategias ácratas.
Recordemos que el
anarquismo no es simplemente una ideología o una teoría, aunque es cierto que
pudo verse influido en ciertos aspectos por las visiones marxistas sobre un
movimiento obrero que vislumbraba un horizonte emancipador. Es decir, una
organización de masas trabajadoras, por muy descentralizada que se presentara
en el caso de la influencia anarquista, y un gran evento revolucionario que nos
condujera al deseado socialismo libertario. Hoy, hay que ser críticos con esta
concepción. El marxismo, la otra gran corriente emancipadora, ha sufrido un
periplo peculiar en la modernidad, huyendo del horror de su praxis y buscando
una renovación que en sus mejores propuestas le acababa acercando a las ideas
libertarias. El anarquismo, sin grandes propuestas teóricas (por supuesto, nada
"científicas"), ni mucho
menos totalitarias, pero con un gran y ecléctico corpus, busca batallar siempre
en el seno de los movimientos sociales. Los estudiosos e investigadores
aseguran que, al menos, desde Mayo del 68 de una forma más evidente en diversas
luchas concretas. Al fin y al cabo, las denominaciones no son importantes,
y lo importante es esa concepción amplia de la
libertad, vinculada a la autogestión y la horizontalidad, con su rechazo al
poder y a la jerarquía, tenga o no la etiqueta de anarquista. Esa
renovación del anarquismo, con el nombre que se quiera (por eso, hay quien le
coloca el prefijo neo o post), se está produciendo desde las
últimas décadas y consolidando en el siglo XXI. Sin entrar en disquisiciones
filosóficas acerca del postestructuralismo
y la posmodernidad, diremos que la
propia condición anarquista obliga a esa crítica permanente, a esa revisión y
renovación, que no renuncia totalmente al pasado, y sí lo utiliza para
enriquecer las propuestas actuales. Como anarquistas, solo podemos rechazar el
dogma y amar el auténtico pensamiento libre, no solo el que se reviste de meras
oposiciones para evidenciar su impotencia. Tal y como lo expresan pensadores
anarquistas actuales, como Octavio Alberola o Tomás Ibáñez, el anarquismo del siglo XXI se puede caracterizar por una
cierta conservación de algunos ideales clásicos "para construir la anarquía en los hechos" y
sea capaz de poner al día todas sus potencialidades de emancipación.
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