La lucha no por el arte de lo posible sino por cambiar
las cosas desde la raíz
Javier Hernández
Alpízar
Zapateando
01
junio, 2017
La definición de la política como “el arte de lo posible” parece muy inteligente, sensata, mesurada,
casi sabia. Todo depende qué entendamos por “posible”.
Si por “posible” entendemos solamente
el estado de cosas existente, el capitalismo, un mundo donde menos del 1% tiene
el mundo en sus manos y el resto tiene la frustración, la inseguridad, la
pobreza, la miseria, el hambre, el desprecio y la muerte, entonces el arte de
lo posible no es sabiduría sino resignación, pusilanimidad, cobardía o cinismo
y crimen.
Si lo único posible es un
México donde unos cuantos Slim, Aramburuzabala, Romo, Salinas, Azcárraga,
Alemán, y sus personeros políticos, los Fernández de Cevallos, los Ortega, los
Bartlett, los Gordillo, los Calderón, los Moctezuma Barragán, los Fox, los
Monreal, los Zedillo, los Duarte, los Sabines, los Yunes, los Mancera,
los Graco Ramírez… tienen poder, riqueza, capacidad de mover las fuerzas
represivas contra los demás, y los muchos, los gobernados, no tenemos la más
remota manera de limitarlos, revocarlos, hacer justicia, entonces el arte de lo posible es el país de la
impunidad, de la violencia endémica, del despojo, la corrupción, el crimen, la
explotación, los feminicidios, las muertes violentas, la esclavitud asalariada
y la esclavitud sin salario.
Si el arte de lo posible es el arte de tomar a personajes que hicieron
carrera, fortuna, poder y experiencia de vida en la clase política y
empresarial, en el mundo del dinero y la corrupción, para volverlos, previo
pase de manos, los nuevos adalides de la esperanza, del cambio, del nuevo
proyecto de nación, sin que nadie nos consulte si queríamos que esos fueran los
líderes, los candidatos, los asesores, los líderes de opinión, entonces el arte de lo posible es la mediocridad,
la hipocresía, la mentira, la impostura, el fraude.
En un mundo, y
específicamente en un país, en donde unos pocos arriba se reparten todo y otros
muchos abajo tienen por toda herencia el luto, el llanto, la miseria y una
moral hipócrita que premia la obediencia, el conformismo y castiga, incluso con
la muerte, toda desobediencia, disidencia, rebeldía o resistencia, es
perfectamente lógico que haya quienes no puedan poner su esperanza en la “sensatez” del arte de lo posible, porque les promete opresión, represión,
desprecio, control autoritario.
Se necesitan muchas cosas
para cambiar un estado de cosas así; no es fácil, no se hace en una batalla
final, ni violenta ni electoral, pero lo que más se necesita es comenzar: dar
el primer paso, organizarse, luchar, resistir, organizarse, romper el esquema
de la “lucha” resignada al arte de lo posible, proponerse una
nueva forma de relacionarnos unos con otros, exigir un control por los de
debajo de quien quiera que diga representarnos, proponerse que nada que nos
afecte a todos (si queremos o no un TLC; las mieras canadienses, la
interrupción legal de embarazo o el derecho al territorio, a una vida libre de
violencia, a la paz….) pueda ser legislado u ordenado sin que nosotros, todos,
al menos la mayoría, tengamos el derecho a construir la decisión, a participar
en la deliberación, a ser tenidos en cuenta como humanos y no como mercancías
en remate.
Cuando el mundo comenzaba a
resignarse, los ex radicales pedían amnistías morales e ideológicas, los ex
rojos se decoloraban y ponían amarillos, en México quienes alzaron su voz,
incluso inicialmente sus armas, fueron los indígenas zapatistas: su lucha ha
devuelto a muchos otros indígenas y a mujeres y hombres de abajo al amor propio
colectivo: al somos que se propone también seremos.
En su momento yo voté
(incluso participé en una casilla) contra la guerra de exterminio que agrede a
los pueblos indios y dije SÍ a que el EZLN se convirtiera en una fuerza civil y
pacífica de lucha política nacional: ellos han cumplido su palabra, no se han
vendido, ni han claudicado, ni se han rendido. Al lado de ellos, otras organizaciones,
indígenas, campesinos, trabajadores, maestros, estudiantes, mujeres, jóvenes,
colectivamente y a título individual, han seguido luchando y resistiendo. La
lucha puede tomar muchas formas, pero la central de ellas es la palabra, la
acción colectiva, la autoorganización desde abajo, ahora se propuso construir
un Consejo Indígena de Gobierno, con su vocera, la compañera y hermana María de
Jesús Patricio, y su bandera sigue siendo la dignidad rebelde, la autonomía, el
autogobierno, la autogestión, el anticapitalismo, la democracia radical, la
lucha no por el arte de lo posible
sino por cambiar las cosas desde la raíz.
En un país y un mundo donde
las cosas están mal desde la raíz, desde el sistema opresor, desde el
capitalismo, no ser radical es claudicar. Si nuestros compañeros y hermanos del
CNI y el EZLN no han claudicado, tenemos que estar con ellos, afrontar las
burlas, las calumnias, el desprecio racista y misógino, el ninguneo, la
difamación, pero por otra parte, contamos con su paso seguro, el mismo que
caminó la marcha de los 1,111, que caminó la Marcha del Color de la Tierra, que
caminó la Otra Campaña, que marchó por las víctimas de la guerra de Calderón,
que construyó los Caracoles, que construyó las autonomías indígenas, que ha
apoyado la lucha del magisterio, que ha llamado a luchar contra todos los muros
del capital apoyando a los migrantes deportados, el paso que hoy construye un
desafío a la guerra contra la humanidad y propone no descansar hasta pisar el
cadáver de la hidra. Es un honor estar con estos compañeros y su edad de más de
500 años de dignidad rebelde.
Dejemos que los artistas de lo posible sigan tratando de
resucitar a los viejos cadáveres priistas, nosotros vamos contra la corriente
porque seguimos una corriente más profunda.
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