Babel: el capitalismo como culto
fanático al dios dinero
Javier Hernández Alpízar
Zapateando
24 junio, 2017
En Hacia una crítica de la razón
mítica, Franz Hinkelammert muestra que hay en las racionalidades
modernas más autoproclamadas ateas, laicas, secularizadas y aun
desacralizantes, núcleos de mito. Como en un iceberg, emerge hielo frío de
racionalidad despiadada, pero por debajo de la línea de flotación está un
inmenso cuerpo de dogmas de fe, un núcleo duro incuestionado pero cuestionable,
y muy cuestionable, de mito, de pensamiento mítico, tanto como el que más, el
medieval o el antiguo o el más “primitivo”.
No por nada la imagen del iceberg
nos recuerda el núcleo mítico del Titanic, un barco “inhundible”, obra de la titánica tecnología moderna, que al final
se hunde ante la gélida presencia de hielo, como una Babel marinera ante los
dioses que castigan la hybris. La permanente fascinación que ha generado como
halo esta historia trágica es así en gran medida por la estructura mítica de la
historia.
Pero regresemos al núcleo mítico
de las racionalidades frías, modernas, despiadadas, “realistas”. Un moderno dios es sin duda el dinero, a él, como
sabía Lutero, le atribuimos las certezas sobre el futuro, las seguridades que
antes solíamos poner en entes numínicos. Por eso solía decir Enrique Dussel:
cualquiera se hace ateo frente al Dios de la religión, pero “lo que quiero encontrarme es un ateo del
dinero”. En buena medida, el lenguaje crítico de Karl Marx en su crítica
del capital, por ejemplo: “fetichización
de la mercancía”, viene de la Biblia y de la crítica a la idolatría como
fetichización de las obras de las manos de los humanos, esto lo ha señalado el
propio Enrique Dussel, así como José Porfirio Miranda.
La ideología del libre mercado,
que Franz Hinkelammert critica sobre todo en contra de Friedrich Hayek, tiene
un núcleo mítico que se desenvuelve alrededor de la idea de la “mano invisible” de Adam Smith, una
suerte de “divina providencia” mal
secularizada. Algo como la predestinación: San Agustín, y en la Reforma Lutero
y Calvino, hablaron de una misteriosa predestinación, según la cual solamente
salva la gracia (arbitrariedad divina) y quienes se salvarán ya fueron de
antemano elegidos por Dios, poniendo además como señal mundana de esa elección
y preferencia divina la riqueza material, un sesgo judaizante o de regreso al
Antiguo Testamento (recuérdese a Job, la riqueza se le retira como prueba
demoniaca, pero al final se le restituye multiplicada por su lealtad a Dios), señal
ideológica que viene de perlas a la ideología capitalista liberal,
individualista, materialista y metalizada.
A los hombres modernos,
comenzando por los intrépidos conquistadores españoles y portugueses de
América, los ha movido, inspirado y motivado el dios oro.
Pero la analogía que ofrece Franz
Hinkelammert es con la teología de San Agustín, y la Ciudad de Dios, como
justificación ideológica del Imperio Romano, según la cual la salvación no se
alcanza por mérito propio (mucho menos por rebeldía) sino por obediencia y
conformidad, por pertenencia y subordinación al “cuerpo místico” de Cristo, que es la iglesia y en el fondo la
estructura imperial romana. De manera análoga, dice Hinkelammert, respecto a la
estructura imperial del mercado, no se encuentra salvación desobedeciéndolo o
rebelándose, pretende Friedrich Hayek, sino sometiéndose a sus reglas: las del
libre mercado, las del libre comercio, las de la mítica “mano invisible”.
Por eso ese tufillo supersticioso
de los agoreros del libre mercado que pontifican en los medios masivos y hablan
de los mercados como caprichosos dioses que ora están nerviosos, ora aplauden
las decisiones políticas más conservadoras (reformas estructurales
neoliberales, por ejemplo, o de plano, ataques militares imperiales) con alzas
en la bolsa de valores o, al menos, expectativas de mayores inversiones.
Como todo culto de secta, el
capitalismo y el neoliberalismo tienen su dios, el dinero, su divina
providencia, la mano invisible, sus iniciados, los economistas neoliberales,
que hacen de “mediadores”, sacerdotes
o pastores del culto al dios dinero y sus mercados, sus rituales y sacrificios:
y les sacrifican vidas humanas. Muertes en la guerra de despojo y exterminio,
las hambrunas, las enfermedades curables que no se curan porque hubo recortes
en salud, el sufrimiento de generaciones sacrificadas al “desarrollo” que vendrá mañana (nihilismo de futuro, como lo llamó
Karel Kosík).
Así como hay estudios eruditos de
las mitologías, así como hay historia de las religiones comparadas, puede y
debería haber un estudio crítico de los mitos incrustados en puntos neurálgicos
de las ideologías “ateas” modernas.
Franz Hinkelammert piensa que hay ateísmos incompletos, que no se han
emancipado de falsos dioses, de ídolos. Solamente sustituyeron al Dios muerto o
perdido por un nuevo ídolo, el dinero, el mercado, el capital, como lo llamaría
Simone Weil: la gran Bestia: el orden social, la burocracia, el Estado. Hobbes
se refiere al Estado como un Leviatán, un monstruo mítico tomado del Antiguo
Testamento, y su obra puede leerse como una teología secularizada que justifica
al Estado como mal necesario ante nuestra naturaleza humana malvada, que nos
impediría vivir en sociedad: dado que el hombre es un lobo para el hombre,
solamente un monstruo mayor puede tener a raya la violencia y forzarnos a una
convivencia pacífica entre ciudadanos.
Karl Marx hablaba de la
acumulación originaria del capital como el “pecado
original”, porque los teólogos del capitalismo nos cuentan un cuento (mito)
para explicarnos que haya pobres y ricos, multimillonarios y parias, burgueses
y proletarios, pero también puede leerse como pecado en sentido estricto;
porque si algún significado puede tener hoy la palabra “pecado” es sobre todo el crimen social: la muerte y sacrificio de
los muchos al dios dinero y a sus pocos elegidos, el menos del 1% que se sienta
al banquete, a comer la sangre y carne de su dios dinero, mientras abajo se
sacrifican a Moloch o Mammón niños y niñas, jóvenes, mujeres, indígenas,
luchadores sociales y defensores de derechos humanos, comunicadoras, críticos y
disidentes que no se han querido arrodillar ante el dios dinero.
Nos burlamos de los antiguos y
los medievales por sus supersticiones, pero así como los marineros medievales
pensaban que si llegaban al fin del Océano, caerían en un abismo, los esclavos
modernos creen que si se salen del capitalismo caerán en el abismo de la nada.
Y no hablemos de la versión
vulgar del derecho divino de los reyes, mal secularizada en el imaginario
social de una clase política profesional en mandar: no podemos tener un
candidato que no provenga del partido oficial que queremos derrotar, como si su
legitimidad derivara de la pertenencia a esa casta de mandones: políticos y
empresarios.
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