Fidel Castro: joven
revolucionario, líder de la Revolución cubana, líder latinoamericano, del
Tercer Mundo y mundial
Por: Fernando Martínez Heredia
Cuba Debate
Desinformémonos, Periodismo de
abajo
Conferencia inaugural en el XXII Encuentro Nacional
de Solidaridad con Cuba, del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba.
Universidad Obrera de México, San Ildefonso no. 72, Ciudad de México, 18 de
marzo de 2017.
23
mayo, 2017
Ver video:
Momentos de la histórica presencia de Fidel
Castro en la ONU, 26-09-1960
Cuba Debate
Publicado el 26 septiembre,
2015
Agradezco esta oportunidad a las mexicanas y los
mexicanos tan abnegados y generosos que realizan y mantienen estos encuentros.
Comienzo mi intervención por el primer indicador de la
vigencia de Fidel. El homenaje que recibió, en los nueve días que siguieron a
su partida, fue una consigna de hoy, una invención de jóvenes que hizo suya
todo el pueblo de Cuba: “yo soy Fidel”.
Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y no solo del XX, y también que
cuando el pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es
invencible. En esos días del duelo, Fidel libró su primera batalla póstuma y la
ganó; al mismo tiempo, volvió a mostrarles a todos el camino verdadero, como
vino haciendo desde 1953.
Entiendo que ha sido muy
atinado el tema que me han fijado los organizadores, porque en la compleja y difícil
situación que estamos viviendo en nuestro continente los orígenes, los rasgos
fundamentales y la vigencia del pensamiento político de Fidel pueden constituir
una ayuda inapreciable. Hoy podemos avanzar mejor con esa ayuda de Fidel, pero
a condición de emular con sus ideas y sus actos, para sacarles provecho en lo
decisivo, que serán nuestras actuaciones. No imitando simplemente a Fidel, que
nunca imitó a nadie, sino traduciéndolo a nuestras necesidades, situaciones y
acciones.
Fidel brinda un gran caudal
de enseñanzas, tanto para el individuo como para las luchas políticas y
sociales. Puede aportarnos mucho conocer mejor sus creaciones y sus ideas, las
razones que lo condujeron a sus victorias, cómo enfrentó Fidel las dificultades
y los reveses, su capacidad de identificar lo esencial de cada situación y los
problemas principales, plantear bien la estrategia y la táctica, tomar
decisiones y actuar con determinación y firmeza. Si lo hacemos, será más grande
su legado.
En el transcurso de la vida
de Fidel pueden distinguirse tres aspectos: el joven revolucionario; el líder
de la Revolución cubana; y el líder latinoamericano, del Tercer Mundo y
mundial. El segundo y el tercer aspecto suceden simultáneamente. Vamos a
asomarnos a la extraordinaria riqueza del pensamiento político del joven que se
rebelaba contra todo el orden de la dominación, y no contra una parte de él,
del combatiente revolucionario, del artífice de la victoria de la insurrección
cubana y del despliegue y la defensa del nuevo poder revolucionario, y del
conductor supremo de la creación de una nueva sociedad latinoamericana
liberada, socialista, internacionalista y antiimperialista.
Fidel fue hijo de una
tradición que es fundamental dentro de la historia del pensamiento
revolucionario cubano: la corriente radical, que ha tenido puntos en común y ha
establecido una trayectoria singular. Esos radicales se fueron por encima de
las respuestas políticas que parecían posibles frente a los conflictos de su
tiempo y su circunstancia, y las propuestas que ellos hicieron eran llamados a
violentar la reproducción esperable de la vida social. Enumero solamente a
hitos dentro de esa pléyade, como son Carlos Manuel de Céspedes, José Martí,
Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras.
Si exceptuamos al pensador original
y colosal que fue José Martí, las prácticas revolucionarias fueron lo
predominante en la historia de las posiciones y propuestas de los radicales
entre 1868 y 1959. Pero, en su conjunto, ellos elaboraron un cuerpo de
pensamiento que constituye una acumulación cultural de un valor inapreciable,
que siempre es necesario rescatar y asumir conscientemente. Fidel partió
también de la práctica, pero al mismo tiempo fue presentando y elaborando un
pensamiento radical excepcional, que lo fue llevando a ocupar un lugar cimero
en toda esta historia cubana, junto a su maestro José Martí.
Para el radicalismo de las
revoluciones por la independencia, la república fue al mismo tiempo un gran
logro y una gran frustración. La tremenda guerra revolucionaria de 1895 y el
sacrificio en masa del pueblo cubano en ella constituían un legado que exigía
liberar al país del dominio neocolonialista impuesto por la invasión
norteamericana, y liberarlo del dominio de los ricos explotadores del
trabajador y los políticos corruptos, tan voraces como sometidos al
imperialismo. Mella y Guiteras habían sido las figuras máximas del gran aporte
que trajeron las luchas del siglo XX: un socialismo cubano, que no era calco ni
copia del socialismo europeo y que se propuso ir al asalto del cielo desde el
suelo insular y latinoamericano, desde el mundo que fue colonizado. El joven
Fidel Castro, dirigente estudiantil y abogado de reclamos populares, encontró y
asumió muy pronto todo aquel legado de su patria y de los combates y las ideas
por la libertad, la justicia social y la liberación nacional.
Fidel aprendió a ser, a la
vez, patriota y socialista. A alimentarse del magisterio de Martí y a estudiar
a Marx y Lenin, para poder plantearse bien la época en que vivía, sus
conflictos fundamentales y las vías y métodos de la lucha por la liberación. A
mi juicio, esta es una lección invaluable que nos ha brindado a la mayoría de
los seres humanos del planeta, que hemos sufrido durante medio milenio la
gigantesca empresa criminal de la universalización del capitalismo, genocida,
ecocida y destructora sistemática de las vidas, las cualidades y las esperanzas
de miles de millones de personas. De cinco siglos de colonialismo, que sigue
vivo en sus formas actuales, tanto mediante sus poderosos medios económicos,
culturales, de agresiones violentas y rapiña de todo tipo, como convertido en
un cáncer dentro del corazón y el cerebro de los colonizados.
Fidel comprendió muy
temprano que la lucha tendría que librarse al mismo tiempo contra el conjunto
de las dominaciones, contra lo viejo, lo moderno y lo reciente. Pero, ¿cómo
llevar esa comprensión a la práctica y volverla capaz de atraer a la mayoría
oprimida, cómo crear instrumentos capaces de organizar y concientizar, de
crecer en fuerzas reales y de ir ganando preeminencia, de obtener la victoria?
Porque mientras no caen en crisis, los que dominan basan el ejercicio cotidiano
de su poder en la hegemonía que tienen sobre la sociedad, en su capacidad de
imponer su cultura, obtener consensos, engañar, ilusionar y dividir a la
mayoría dominada.
El joven Fidel participó en
el movimiento político cubano que fue más lejos en los intentos de utilizar la
acción ciudadana, el democratismo y el sistema electoral y representativo
avanzado que existía durante la segunda república, para lograr cambios
realmente positivos para el país. El líder de masas Eduardo Chibás y el Partido
del Pueblo Cubano (Ortodoxos) concitaron el entusiasmo y la esperanza de la
mayoría del pueblo, y el miedo a su triunfo fue una causa del golpe militar del
10 de marzo de 1952. La burguesía y el imperialismo demostraban que las reglas
del juego de su sistema son las de un juego sucio, y que cuando es necesario
son sacrificadas al valor supremo del sistema, que es mantener su poder.
Y precisamente una de las
convicciones principales del joven estudioso y activista político, desde
algunos años antes de 1952, era que tomar el poder resultaba un requisito
indispensable para cambiar a Cuba. La nueva situación, en la que todo parecía
estar mucho más lejos y había un bajo nivel de protestas, fue sin embargo
entendida por Fidel como una coyuntura en la que las formas radicales de lucha
podían ser viables, porque el sistema político en el que se basaba la hegemonía
había sido totalmente deslegitimado. Fidel no descuidó referirse a la evidencia
de que el régimen violaba la legalidad y no admitía recursos en su contra, pero
se dedicó por entero a la vertebración y preparación para pelear de un
movimiento clandestino, con gente sencilla del pueblo que tuviera ideales y
decisión personal, y asumiera la férrea disciplina y las ideas revolucionarias
como suelo común.
Ninguno de sus miembros era
una personalidad conocida, y muchos pertenecían a los sectores más humildes de
la sociedad.
El asalto al Moncada tomó
por sorpresa al país. La audacia, la valentía y el sacrificio de los
participantes les granjeó la admiración popular, pero ninguna fuerza política
los apoyó. Fidel lanzó La historia me absolverá, manifiesto
deslumbrante que contenía hasta medidas de gobierno, pero él y sus compañeros
quedaron prácticamente solos. La segunda lección que nos aportó fue el hecho
mismo del Moncada, rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas
revolucionarios, como lo definió el Che, el motor pequeño que debería poner en
movimiento al motor grande. La tercera lección fue asumir la etapa de prisión
como el lugar de la firmeza inquebrantable, y proponerle al país una gran
revolución, aunque su realización pareciera tan lejana.
Al salir de cárcel fundó y
dirigió el Movimiento 26 de Julio,
de honda raíz martiana: los fines públicos, los medios secretos; la
convocatoria a todo el pueblo sin exclusiones, pero en una organización
férreamente unida en sus ideales, su estructura y su disciplina, decidida y con
vocación de poder. Y el carácter radical de la revolución, ajeno a las
discusiones bizantinas acerca de los sujetos históricos abstractos: de los
humildes, por los humildes y para los humildes.
Al desatar la guerra
revolucionaria en diciembre de 1956, Fidel abrió la brecha para que lo imposible
dejara de serlo y el pueblo se levantara, y le brindó un lugar donde pelear a
todo el que quisiera convertir sus ideales en actuación. En la cárcel había
sido un visionario, ahora comenzaba a ser el líder del pueblo que iba pasando
de la simpatía al compromiso y a la participación en la insurrección. Aunque
sus fuerzas eran pequeñas todavía, ya era uno de los dos polos de la
contradicción principal de un país que a través de prácticas tremendas
comenzaba a adquirir una conciencia política revolucionaria.
En El Coco,
Sierra Maestra, Fidel Castro y Juan Almeida Bosque, en octubre de 1957. Fuente:
Libro “La Victoria Estratégica”/
Sitio: Fidel Soldado de las Ideas.
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Todo era sumamente difícil,
y cada paso lo fue. Crear el órgano político militar capaz de combatir, crecer
y llegar a vencer, y fundar y desarrollar la escuela de la guerra
revolucionaria que debía producir individuos nuevos, compañerismo a toda
prueba, cuadros capaces para esa etapa y para las que vendrían después de la
victoria. Concebir y poner en práctica la estrategia y las tácticas acertadas,
cuidar los métodos para mantener limpios los fines, no hacer concesiones que
comprometieran la naturaleza de la revolución e ir consumando su liderazgo.
Sumar cada vez más fuerzas del pueblo, y generalizar la convicción y la
decisión de que no bastaría derrocar la dictadura, que la causa y la lucha eran
para transformar a fondo la patria, y hacer realidad aquella consigna de “independencia económica, libertad política
y justicia social”.
Y en todos esos terrenos y
en todas las tareas que conllevaban Fidel fue el maestro, el jefe, el ser
humano superior y el que veía más lejos. El 6 de junio de 1958, cuando la gran ofensiva
enemiga cernía un riesgo de muerte sobre el bastión de la Sierra Maestra, le
escribió a Celia Sánchez que luchar contra el imperialismo norteamericano iba a
convertirse en su destino verdadero. Ahora que ya era muy difícil considerarlo
un iluso, Fidel avizoraba un enfrentamiento que no parecía inminente, pero que
él sabía ineluctable. Pero ahora vislumbraba el futuro con un arma en la mano y
una revolución en marcha.
El segundo hecho decisivo
fue consecuente con el primero, pero muy diferente a él. La resistencia y la
guerra popular ganaron fuerza suficiente, derrotaron y desmoralizaron al
enemigo y desembocaron en una victoria completa. En enero de 1959 la Revolución
venció a la dictadura y, al mismo tiempo, destruyó los aparatos militar,
represivo y político del Estado burgués.
Se hizo realidad aquella
frase suya de 1955 sobre la única opción cubana: la tiranía descabezada. Pero
en medio de la inmensa alegría, Fidel no se confundió. El día 8 lo dijo, al
llegar a La Habana: lo más difícil comienza ahora. Porque el proceso cubano
podía transcurrir, como otros, con la restauración de instituciones civiles,
estado de derecho y modos democráticos, pero en un progresivo desmontaje de las
fuerzas y las iniciativas de la revolución, y de la movilización y la
conciencia populares. Y corromperse, dividirse y retroceder, cada vez más
parecido al funcionamiento “normal” de los sistemas de dominación, hasta ser
uno más entre ellos, en el mejor de los casos con una dominación modernizada.
Entonces sobrevinieron un
alud de acontecimientos y un proceso vertiginoso que transformaron muy
profundamente a Cuba y a los cubanos, desarmaron, vencieron y les quitaron a
sus enemigos toda esperanza de recuperación, y concitaron el entusiasmo y la
admiración en nuestra América y en el mundo. Fidel completó durante esta etapa
su estatura de líder, fue el principal protagonista de la generación y
conducción de los hechos y fue el mayor productor de las nuevas ideas
revolucionarias que hasta hacía muy poco habían sido impensables.
Este es el lugar de un
aporte supremo en el arte más difícil, el de la revolución verdadera. En Cuba
se logró unir en una sola revolución al socialismo y la liberación nacional.
Contra el capitalismo industrial europeo y su criminal expansión mundial mediante
su colonialismo y su mercado, Carlos Marx y sus seguidores consecuentes
desarrollaron una propuesta radical de transformación humana y social, el
socialismo, y un nuevo pensamiento, el marxismo. Esta teoría social es la más
capaz de proveer la comprensión de todo el capitalismo y brindar ideas acerca
de la revolución contra todas las dominaciones, un alcance totalizador que se
ha convertido en el requisito obligado para los que pretendan crear sociedades
nuevas, liberadas. Pero en el mundo que fue colonizado había que asumir el
marxismo en sus cualidades y su propuesta creadora, como un instrumento, no
como un dogma, y sin actitudes de colonizado de izquierda, para enfrentar la
extrema diversidad de situaciones y de culturas. La historia real de las asunciones
del marxismo en el mundo que fue colonizado está llena de dificultades y
desencuentros entre la cuestión social y la cuestión nacional, que más de una
vez han llegado a ser trágicos.
Para vencer frente al nuevo
reto, la revolución cubana fue socialista de liberación nacional. La victoria
de la insurrección fue convertida en liberación nacional y social por la unión
de una vanguardia que supo utilizar de manera óptima el poder revolucionario y
darse cuenta de que la opción más radical era la única viable, y de un pueblo
que multiplicó una y otra vez sus acciones y su conciencia, y se volvió capaz
de transformarse a sí mismo y a la sociedad. La Cuba revolucionaria logró, por
primera vez en este continente, fundir en una sola entidad los más altos valores
de la lucha patriótica con los más altos valores de las luchas de clases, un
logro trascendental de las ideas revolucionarias conseguido en la práctica de
un gigantesco laboratorio social. La trascendencia de esa victoria se apreció
enseguida a lo largo de América Latina, y hoy sigue vigente en la cultura de
liberación latinoamericana.
La Revolución cubana provocó
un avance extraordinario del pensamiento de izquierda, porque lo puso ante la
opción de luchar por los ideales de cambio total de la vida y no solo por
reformas, de confiar en las capacidades del pueblo y no en los intereses de
determinados sectores de las clases dominantes. Probó que tenía razón y que su
conducta era factible mediante sus prácticas, pero también supo exponer sus
nuevas ideas y recuperó otras de la mejor tradición revolucionaria. Fidel y el
Che pusieron el socialismo y el marxismo en español desde la América Latina, y
lo hicieron decididamente antiimperialista e internacionalista. Rescataron y
asumieron la profunda propuesta revolucionaria de José Martí, crítico radical
de todos los colonialismos al mismo tiempo que de la modernidad civilizadora, y
promotor de una república nueva y una segunda independencia continental. Y
rescataron y asumieron el socialismo cubano, que habían fundado Mella, Guiteras
y las experiencias radicales de la Revolución del 30. La nueva época
revolucionaria convirtió en un hecho natural que los problemas sociales
principales fueran los problemas fundamentales para el pensamiento.
Fidel, un hombre muy culto y
un gran lector del pensamiento europeo, se transformó entonces en un educador
popular, que supo utilizar la más reciente tecnología como instrumento.
Incansable, fue el primer dirigente político en el mundo que usó la televisión
para llevar a cabo una campaña colosal de concientización revolucionaria de un
pueblo entero. Se comenta con sonrisas la extensión de sus discursos, pero es
que se trataba de la comunicación del conductor con la masa más humilde de la
nación y con los que habían considerado que la política era oficio de demagogos
y delincuentes. Fidel es el jefe máximo, pero conversa con todos y su
comunicación es horizontal. Por eso se le escucha siempre con emoción, no solo
con la razón, y nadie lo llama por sus cargos, sino solamente por su nombre de
pila, Fidel. Es demasiado grande para necesitar títulos.
Fidel Castro
en la Mesa Redonda. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
|
El Che ha descrito con
acierto singular al maestro Fidel en un párrafo de El socialismo y el hombre en
Cuba que invito a leer, en el que dice que su “particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse
viéndolo actuar”.
En menos de dos años, la
vanguardia se fue multiplicando y la mayoría del pueblo abrazó la Revolución, y
la explotación del trabajo ajeno, las humillaciones, las discriminaciones y los
desprecios dejaron de ser hechos naturales para convertirse en crímenes. Fidel
fue el principal protagonista de la gran revolución socialista, que cambió las
vidas, las relaciones sociales, los sueños de la gente y de las familias, las
comunidades y la nación. Para lograrlo se convirtió, como para todo lo
importante, en el conductor, el líder amado, la pieza maestra del tablero
intrincado de la unidad de los revolucionarios y del pueblo.
En aquel tiempo la actuación
tuvo que consistir, para todos y al mismo tiempo, en estudio, trabajo y fusil.
Ahora los individuos de vanguardia se elegían en asambleas y el trabajo
realizado era el mayor timbre de honor. En las grandes jornadas nos unimos
todos. Fidel fue –como cantara el poeta—la mira del fusil, y el pueblo todo
–como dijera el Che—se volvió un Maceo. La nueva y mayor victoria de Fidel fue
que el pueblo entero se cambiara a sí mismo y se armara con nuevas cualidades,
valores y capacidades, y la conciencia social confundiera sin temor los nombres
de comunista y fidelista. A la sombra de aquel árbol tan frondoso, las
conquistas se convirtieron en leyes, y las leyes en costumbres. Y a diferencia
de los vehículos corrientes, el carro de la Revolución no tiene marcha atrás. Fidel
dijo de manera tajante, hace más de veinte años, que en Cuba no volverá a
mandar nunca una nueva clase de ricos.
El antiimperialismo ha sido
uno de los rasgos principales de la Revolución cubana, desde el designio que le
expresara José Martí a Manuel Mercado en mayo de 1895, porque Estados Unidos ha
sido siempre enemigo de la existencia de Cuba como país soberano y libre. Los
revolucionarios radicales del siglo XX fueron antiimperialistas, y Fidel heredó
la comprensión de ese requisito básico de todo proyecto de liberación verdadera
del país y de imperio de la justicia social. No emplearé tiempo en referirme
aquí a la sistemática, ilegal, inmoral y criminal política de agresión
permanente contra Cuba que mantiene Estados Unidos desde 1959 hasta hoy, que incluye
una supuesta ofensiva de paz desde hace poco más de dos años. El antiimperialismo
es una constante permanente de la política revolucionaria cubana.
De Fidel hay que decir que
durante toda la vida combatió al imperialismo norteamericano, y supo vencerlo,
mantenerlo a raya, obligarlo a reconocer el poder y la grandeza moral de la
patria cubana. Pero, sobre todo, enseñó a todos los cubanos a ser antiimperialistas,
a saber que esa es una condición necesaria para ser cubano, que contra el
imperialismo la orden de combatir siempre está dada, que como dijo un día el
Che –su compañero del alma—, al imperialismo no se le puede conceder ni un
tantito así. La soberanía nacional es intangible, nos enseñó Fidel, y no se
negocia.
El legado de Fidel es muy
valioso para combatir confusiones y debilidades que resultarían suicidas, y
para denunciar complicidades. Nos ayuda a comprender que Estados Unidos hace
víctima a este continente tanto de su poderío como de sus debilidades, como una
sobredeterminación en contra de la autonomía de los Estados, el crecimiento
sano de las economías nacionales y los intentos de liberación de los pueblos.
La explotación y el dominio sobre América Latina es un aspecto necesario de su
sistema imperialista, y siempre actúa para impedir que esa situación cambie.
Por tanto, es imprescindible que el antiimperialismo forme parte inalienable de
todas las políticas del campo popular y de todos los procesos sociales de
cambio.
Desde 1959 en adelante,
Fidel fue el mayor impulsor y dirigente del internacionalismo, ese brusco y
hermoso crecimiento de las cualidades humanas que le brinda más a quien lo
presta que a quien lo recibe. Cuba ha aportado apoyo solidario sin exigencias.
Combatientes, médicos, maestros, técnicos, el ejemplo impar de quienes jamás dieron
lo que les sobraba, un paradigma revolucionario, con Fidel siempre al frente,
audaz y fraterno.
Fidel amplió y desarrolló en
muy alto grado el contenido y el alcance de las prácticas y las ideas
revolucionarias mundiales mediante el internacionalismo cubano. Sería una
iniciativa fecunda recoger y publicar una amplia selección de sus criterios y
consideraciones acerca de este tema, cuya importancia es estratégica en la
coyuntura mundial que estamos viviendo.
El internacionalismo es,
además, la antítesis del bloqueo. Sometiendo a Cuba a esa prueba terrible
solamente lograron hacerla más unida y más fuerte en su decisión, más
socialista a su sociedad y a su poder revolucionario, más humana a su gente en
la capacidad de ser solidaria y volverse un haz de trabajo, voluntad y amor
compartidos, más consciente políticamente frente a todas las circunstancias,
hechos, desafíos y necesidades, y también frente a las maniobras más hábiles de
nuestros enemigos. La conciencia desarrollada es el escudo y el arma de un pueblo
culto, y permite a las personas ser muy superiores a lo que parece posible.
El internacionalismo
practicado durante más de medio siglo por cientos de miles de cubanas y
cubanos, sostenidos por el amor y la admiración de sus familias y sus paisanos,
ha sido y sigue siendo una rotunda victoria sobre el bloqueo. Creyeron que
podían acorralarnos y aislarnos, rumiando miserias, y Cuba se ha multiplicado
entre los pueblos del planeta, ha sabido darse al acudir a colaborar y a
hermanarse con tantos pueblos que no conocíamos, contribuyendo así al
desarrollo de una cultura muy superior y ajena a la del egoísmo y el afán de
lucro capitalistas. Al mismo tiempo, el internacionalismo nos ha dado mucho más
que lo que hemos aportado, en términos de desarrollo humano y social.
No debo extenderme mucho
más, para no quitarle tiempo al intercambio, que siempre es tan valioso.
Permítanme comentar, o enumerar al menos, otros aspectos de sus ideas y su
trayectoria que me parecen muy importantes a la hora de referirnos a su legado.
1.- Partir de lo imposible y
de lo impensable, para convertirlos en posibilidades mediante la práctica
consciente y organizada y el pensamiento crítico, conducir esas posibilidades
actuantes hacia la victoria, a la vez que se forman y educan factores humanos y
sociales suficientes para poder enfrentar situaciones futuras. Mediante las
luchas, los triunfos y las consolidaciones, convertir las posibilidades en
nuevas realidades.
2.- No aceptar jamás la
derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con la derrota, sino que peleó sin
cesar contra ella. Me detengo en cinco casos importantes en su vida en que esto
sucedió: 1953, 1956, 1970, el proceso de rectificación y la batalla de ideas.
En 1953, respondió a la derrota del Moncada con un análisis acertado de la
situación para guiar la acción y un apego a los fines mediatos para mantener la
moral de combate. Cuando todos creían que era un iluso, se reveló como un
verdadero visionario. En 1956, frente al desastre del Granma, respondió con una
formidable determinación personal y una fe inextinguible en mantener siempre la
lucha elegida, porque él sabía que era la vía acertada.
En 1970,
comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente difícil y
tardaría mucho más de lo pensado, pero entonces apeló a los protagonistas,
mediante una consigna revolucionaria: “el
poder del pueblo, ese sí es poder”. En1985, fue prácticamente el primero
que se dio cuenta de lo que iba a suceder en la URSS, que le traería a Cuba un
gran desastre económico y una agravación del peligro de ser víctima del
imperialismo, pero su respuesta fue ratificar que el socialismo es la única
solución para los pueblos, la única vía eficaz y la única bandera popular, que
lo necesario es asumirlo bien y profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y
acendró su conciencia, y sostuvo firmemente el poder revolucionario. En el
2000, ante la ofensiva mundial capitalista y los retrocesos internos de la
Revolución cubana en su lucha para sobrevivir, lanzó y protagonizó la batalla
de ideas, con sus acciones en defensa de la justicia social, su movilización
popular permanente y su exaltación del papel de la conciencia.
3.- La determinación de
mantener la lucha en todas las situaciones, cualesquiera que fuesen. Al
estudiar a los revolucionarios, a aquellos que se lanzan a pelear por
transformaciones sociales profundas, sería muy conveniente considerar como
concepto a la determinación personal.
4.- Organizar. Esa fue una
constante, una verdadera fiebre de Fidel. Ojalá que ese aspecto primordial
dentro de su legado no sea descuidado, y sea comprendida su importancia vital.
5.- La comunicación siempre,
con cada ser humano y con las masas, en lo cotidiano y en lo trascendente. Esta
es una de las dimensiones fundamentales de la grandeza de Fidel, y es uno de
los rasgos básicos del liderazgo.
6.- Utilizar tácticas muy
creativas y estrategias impensables, que eran, sin embargo, factibles.
7.- Luchar por el poder y
conquistarlo. Mantener, defender y expandir el poder, que es un instrumento
fundamental para los cambios humanos y sociales. En términos abstractos se
puede discutir casi eternamente acerca del poder, pero solo las prácticas
revolucionarias logran convertir al poder en problemas que puedan plantearse
bien, y resolverse.
8.- Crear los instrumentos
revolucionarios y formar a los protagonistas. Tomar las instituciones para
ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos nosotros al servicio de ellas.
9- Ser más decidido, más
consciente y organizado, y más agresivo, que los enemigos.
10.- Enseñar y aprender al
mismo tiempo, con los compañeros y con la gente del pueblo con la que se
comparte, y en cuanto sea posible, con todo el pueblo. Recuerdo que el Che
tituló “Lo que aprendimos y lo que enseñamos” a un texto breve que escribió un
mes antes del triunfo, para la prensa revolucionaria. Es una pieza de análisis
profundo y previsor, testimonio de la gran escuela que estaban pasando.
11.- Ser siempre un educador.
Fidel considera que la educación es un elemento fundamental para que el ser
humano se levante por encima de sus necesidades y sus propensiones más
inmediatas, y se vuelva capaz de actuar con propósitos cada vez más elevados y
de albergar motivaciones y valores correspondientes a ellos. Solo de ese modo
crecerán los seres humanos y la sociedad socialista, violentando la escasez
material y la multitud de obstáculos de todo tipo que se levantan contra ella,
y se crearán cada vez más fuerzas y capacidades que desarrollen la nueva
sociedad.
En la medida en que el pueblo
se levante espiritualmente y moralmente, será participante consciente del
proceso liberador y será capaz de todo, complejizará sus ideas y sus
sentimientos y enriquecerá su vida.
12.- Que la concientización y
la movilización estén en el centro del trabajo político, no solo para que se
cumplan los fines de este, sino para que la política llegue a convertirse en
una propiedad de todos.
13.- Avanzar hacia formas de
poder popular. En un buen número de aspectos de la gran aventura de la creación
de la nueva sociedad y la participación en la revolución mundial de los
oprimidos, Fidel vivió los afanes y las vicisitudes de los límites que les
ponen a la actuación las limitaciones del medio, los obstáculos y los enemigos.
La transición efectiva del capitalismo al comunismo, había escrito el joven
Marx, no será tan fácil como ganar una discusión conceptual, tendrá que suceder
en una etapa histórica a la que el gran pensador alemán calificó de prolongada
y angustiosa. Fidel fue el mayor promotor y el abanderado del desarrollo de un
sistema de poder popular que gobernara en grado creciente la transición
socialista. Desde los inicios de la Revolución estuvo creando y defendiendo
experiencias prácticas e instituciones, y exponiendo ideas en ese terreno que
constituyen una herencia inapreciable.
Ese legado también resulta
muy necesario hoy, cuando el capitalismo enarbola su democracia desprestigiada,
corrupta y controlada directamente por oligarquías, y les exige a los
gobernantes tímidos y a los opositores respetuosos que se atengan a sus reglas
como a artículos de fe, una actitud que sería suicida, porque esas reglas están
hechas para conservar el sistema de dominación capitalista.
Sería interminable la
exposición de la inmensa riqueza del pensamiento político de Fidel. Señalo solo
como ilustración su planteamiento en 1969 de que, a diferencia de lo que estimaba
el marxismo originario, que el socialismo sería consecuencia del desarrollo del
modo de producción que llamamos desarrollado, en la gran mayoría del planeta
que fue colonizada el desarrollo tendrá que ser consecuencia de la existencia
de poderes socialistas.
Pero debo detenerme. Hay que
aprovechar la cantidad enorme de maravillosas historias humanas de Fidel, ese
es un regalo invaluable. Pero no podemos quedarnos ahí: hay que rescatar a
Fidel completo, todo su caudal inagotable de cultura política y de línea
política revolucionaria práctica, de maestría en la conducción, de cuidar
siempre al pueblo por sobre todas las cosas, de mantener firmemente el poder en
todas las situaciones y crear y cuidar los instrumentos del poder, combinar la
ética y la política, entender la educación como palanca eficaz para lograr
tanto las transformaciones que hacen crecer y ser mejor al ser humano como las
que permiten crear el socialismo, defender la soberanía nacional y practicar el
internacionalismo. Y muchos aspectos más.
Quisiera, sin embargo,
reclamar que no nos quedemos solamente con el legado de su pensamiento, ni con
la impresionante suma de su actuación pública. No olvidemos nunca al ser humano
altruista que no aceptó gozar de triunfos personales y lo compartió todo con su
pueblo y con los pueblos, al individuo preocupado por cada persona con la que
hablaba o le planteaba un problema, por los compañeros que colaboraban
directamente con él, sin guiarse por los cargos ni los niveles de cada uno. Lo
que se publicó en diciembre pasado acerca de este ser humano Fidel es solo la
punta del iceberg de su personalidad.
Mil facetas podrían ser
evocadas. El austero, ajeno a la ostentación y el oropel, el comandante de
abrumadora sencillez para todos los que le conocieron. El individuo
infatigable, ejemplo con su actuación que sin palabras de reproche estimulaba a
los que se cansaban. El cautivador, presto a gastar su tiempo en cada tarea de
enseñar, mostrar o convencer. El dirigente que sabía escuchar, que no temía
oír, y era un temible preguntador. El que recordaba los nombres de la gente
común, y les preguntaba por sus familiares. El que era siempre el centro, donde
quiera que se presentaba, y nunca era el autócrata ante el que hay que bajar la
cabeza y obedecer.
Baste añadir que la vida de
Fidel es imposible de encuadrar. Y que su última voluntad, retorno después de
una vida en el proscenio al magisterio de José Martí, el que dijo que todas las
glorias del mundo caben en un grano de maíz, es una lección para que aprendamos
a identificar bien la verdadera grandeza.
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