Basta de discriminación por el
color de la piel, el idioma, raíz étnica, la condición social o preferencia
sexual.
Martín Tonalmeyotl, escritor nahua de Guerrero
Ojarasca
11/11/2017
El trato en la sociedad mexicana ha sido desigual desde épocas
pasadas. Se discrimina a las personas si son de un pueblo originario, si
se es de color, mujer, homosexual, migrante, albañil, ama de casa. La
discriminación en nuestro país es tan fuerte que todo tiene un nombre.
Nuestras leyes plasmadas en la Constitución están muy
bien definidas y sintetizadas, sin que ello signifique que se apliquen. Hablar
de derechos humanos en México es preguntarse qué tanto hemos avanzado con
nuestro sistema de justicia. “Avanzar”
podría traducirse como el resultado obtenido acerca de la aplicación de
nuestras leyes. Ello no coincide con la realidad porque quienes aplican estas
leyes (magistrados, diputados, senadores, funcionarios, policías y demás) no
aplican las normas como se indican en los artículos establecidos. Entre
las leyes y su aplicación hay una barrera del poder económico, político o de
otra índole. Si se aplicaran no habría diferencia entre pobres y ricos. Si
fuera el caso, se empezaría por aplicar las leyes a los poderosos y los grandes
empresarios hasta quienes manejan a un grupo de personas a su servicio, donde
es común que se violen los derechos de cientos de personas, y es aquí donde la
corrupción toma fuerza y es tanto el auge de este fenómeno que las propias
empresas han convertido esto en un fenómeno cultural. A la gente pobre,
independientemente de nuestro origen o rasgos físicos, cuando cometemos algún
delito, la ley cae encima de nosotros con todo el sobrepeso que tiene. Sin
embargo, cuando el delito es cometido por poderosos, la ley resulta obsoleta
porque entre ellos se protegen; vivimos en un país de ricos con gran influencia
en la política y son ellos quienes manejan las leyes.
La corrupción y la discriminación sobrepasan cualquier
valor humano en una sociedad como la nuestra. Francisco López Bárcenas,
escritor mixteco que ha dedicado parte de su vida a la defensa de los derechos
de los pueblos originarios de México, en su libro La diversidad mutilada (La diversidad mutilada/Los
derechos de los pueblos indígenas en el estado de Oaxaca. México. UNAM,
2009) abre con un epígrafe: “Me parece
que hay un hecho que no debemos olvidar, y es que en las sociedades
occidentales, y esto es así desde la Edad Media, la elaboración del pensamiento
jurídico se hace esencialmente en torno del poder real. El edificio
jurídico de nuestra sociedades se construyó a pedido del poder real y también
en su beneficio, para servirle de instrumento o de justificación” (Michael
Foucault: Defender la sociedad).
Lo dicho por Foucault no sólo aplica y funciona en las sociedades occidentales,
alejadas de nuestra realidad; esta premisa se comprueba de manera diaria en la
sociedad mexicana, donde los más desventajados somos la gente que vivimos en
los pueblos originarios, estas leyes no nos rigen como sociedades pequeñas.
Como pueblos originarios tenemos en cada sociedad cultural, nuestras propias
leyes, las cuales nos rigen como pueblo o comunidad; donde el favoritismo es un
asunto grave se tenga o no poder económico, la ley aplica igual para todos. Las
leyes internas, la mayoría de las cuales no están escritas, son altamente
efectivas en comparación con las plasmadas en la Constitución mexicana. Sin
embargo, es muy difícil que estas sean reconocidas y, en términos
discriminativos, les llaman “usos y
costumbres” cuando deberían llamarse leyes o sistemas de justicia.
La discriminación se sigue dando en las grandes y las
pequeñas ciudades. En México se sigue creyendo que ser monolingüe en español es
mucho mejor que hablar náhuatl, totonaco u otro idioma originario. Significa
que el ser bilingüe o trilingüe en lenguas originarias sigue siendo “menos”, tal como observara Carlos
Montemayor (Diccionario del náhuatl en el español de México. México.
UNAM). No tenemos filosofía sino cosmovisión,
no tenemos arte sino artesanía, no
tenemos sistemas de justicia sino usos y
costumbres, no tenemos lengua sino dialecto
y así una serie de cosas donde nuestro trabajo siempre ha resultado ser de
menor calidad o prestigio. La discriminación hacia los que pertenecemos a algún
pueblo originario se da de manera diaria. José del Val Blanco mencionaba en una
de sus conferencias que a nosotros, la gente nahua, maya u otra, siempre se nos
ha medido por lo que no hacemos y no tenemos, nunca por lo que hemos hecho y
tenemos.
En nuestra historia, esa historia de nosotros que se ha contado muy
poco, podemos encontrar que hasta antes de la Independencia de México, más de
la mitad de la población mexicana hablaba al menos una lengua originaria. 200
años después, nuestro Estado-Nación acabó casi por completo con las lenguas
originarias y se volvió cada vez más monolingüe en español, usando como poder
de exterminio la discriminación a la gente hablante de otra lengua. Los
conceptos que crecieron durante estos años y se convirtieron en términos
usuales en la vida cotidiana son el de indio
o indígena, asociados a pobreza,
marginación, retraso mental. Todo para asociar a las personas y los pueblos con
una cultura, una lengua y un vestido propio. Muchos de estos términos siguen
reluciendo en la sociedad mexicana, donde no se ha entendido que somos pertenecientes
a una cultura propia, con una lengua propia y demás, no somos seres extraterrenales sino humanos,
pensantes. Independientemente de la condición económica que tengamos o la
preferencia sexual, merecemos respeto como cualquier persona, en este mundo
donde vivimos y convivimos de formas distintas. Por ello, no somos indios, no somos indígenas, somos seremos humanos que exigimos respeto.
En cuanto a la exigencia y respeto de los derechos
humanos, muchas personas pertenecientes a un pueblo originario que han
conseguido el respeto a su dignidad humana, después de pasar por cárceles,
torturas, amenazas, desaparición de familiares, tratos inhumanos, si no es que
mueren “accidentalmente” o
desaparecen. Si el afectado es un líder político o algún empresario, la
investigación se lleva hasta sus últimas consecuencias, previendo
anticipadamente no perjudicar al compadre
o a otro de la misma posición política y/o económica. Por tanto, los derechos
humanos sí existen y se ejercen, pero sólo para unos cuantos.
En los pueblos originarios, los derechos humanos
plasmados en la Constitución los hemos visto muy distantes (Isidro H. Cisneros: Derechos humanos de los pueblos
indígenas en México/Contribución para una ciencia política de los
derechos colectivos. Toluca, México. 2004). A las comunidades no se les
asesora acerca de ellos, y a pesar de que la Constitución se ha traducido a
varios idiomas mexicanos, su utilidad es nula porque las copias nunca llegan a
las comunidades, y en caso de hacerlo, siguen siendo obsoletas porque poca
gente sabe leer en castellano, y menos en su idioma originario. Las
constituciones hasta ahora traducidas, en vez de ser documentos que ayuden a la
gente para la que se traduce, resultan inentendibles porque confunden más a los
hablantes al hacerse solamente en alguna variante lingüística, muchas veces la
dominante y otras ni eso. O simplemente fueron traducidas por los primeros que
encontraron y dijeron hablar la lengua; les encargaron la traducción sin que
contaran con experiencia en cuanto a los sistema de justicia, o cómo traducir.
Si se toman una Constitución en lengua náhuatl y otra en español, uno la
prefiere en español porque se entiende de manera espontánea, mientras que la
escrita en náhuatl cuesta trabajo entenderla. La traducción debe de ser
entendible y claro, aún más si el documento es importante. La traducción no
debe de hacerse por hacer. El traductor ha de estar capacitado y traducir en el
lenguaje de la gente.
Los pueblos originarios consisten en comunidades o
grupos culturales con su propio sistema de organización política y económica.
No es verdad que alguna vez fuimos.
Seguimos vivos, y desgraciadamente seguimos siendo masacrados y saqueados. El
estigma se mantiene: los pobres, los indígenas,
los indios, los campesinos, los indefensos,
los albañiles, y si acaso tenemos una profesión, no importa si de educación
superior o posgrado, se nos llama maestros
bilingües o, en términos igualmente discriminatorios, oaxacos, ayotzinapos, etc. Este estigma se reproduce de manera diaria en la
televisión mexicana, en las casas de familias donde no se alcanza a dimensionar
que no somos seres extraterrenales,
no somos indios, no somos indígenas, sino seres humanos.
Los hablantes de un idioma originario diferente al
español, los que tenemos como lengua materna al náhuatl, al tutunakú, al ñuu
savi, al mé’phaa, pareciera que no somos mexicanos sino sólo indios e indígenas. Nuestros paisanos intelectuales o personas de una élite
académica, cuando se refieren a nosotros, los que escribimos, los que abogamos
por nuestra lengua y cultura a la cual pertenecemos, nos llaman “intelectuales indios, intelectuales
indígenas o escritores indígenas”. Pareciera significar que nuestro trabajo
literario, lingüístico, científico, matemático u otra no alcanza la calidad del
que hace un intelectual monolingüe en español. Y todavía más, hay escritores e
investigadores pertenecientes a un pueblo originario que por sí solos se hacen
llamar intelectuales indígenas, sin
entender que dentro de lo “indígena”
hay una carga peyorativa arrastrada de siglos atrás.
En cuanto a la intelectualidad, lo que nos divide
entre ser intelectual de habla española en México con serlo en otro idioma de
un pueblo originario es la discriminación, porque de otro modo nos llamarían
con nuestro propio nombre. Si analizamos estos conceptos, cuando nuestros
colegas nombran a un intelectual no mexicano se refieren a él como alemán,
francés, japonés, italiano o estadounidense, nunca hablan de ellos como intelectuales de montón, o indios. Entonces ¿cuánto nos cuesta
decir intelectual nahua, ñu savi, wixárika, tutunakú, tzotzil? Pareciera fácil
solucionar pero en realidad es muy difícil. En primer lugar porque un mexicano
de la ciudad no sabe que la Nación es multilingüe y desconoce cuántos idiomas
se hablan en México. En ciudades como Acapulco se hablan decenas de idiomas
originarios de México, sin contar otros idiomas extranjeros. En la Ciudad de
México y Puebla se hablan incluso más. Por todo ello, y más, no deberíamos ser
considerados indios, indígenas ni otra categoría social con
estigma negativo que transgreda nuestro condición humana. Antes que indios, indígenas, mexicanos, costeños, chilangos o guerrerenses,
somos humanos. ¿Entonces por qué no se nos respeta y se nos sigue viendo cómo “diferentes”? Nuestros derechos humanos
son exactamente los mismos, propios de seres pensantes, alegres, enojones. Así
somos los humanos y no debería negársenos ningún derecho por pertenecer a un
pueblo originario. Que vivamos alejados de la ciudad, o en un pueblo con
carencias económicas, no quiere decir que no podemos disfrutar de nuestros
derechos. La pobreza de la cual provenimos, en algunos casos extrema, es
resultado de un Estado fallido, excluyente en cuanto a la repartición de bienes
y la posibilidad de una buena educación. No somos indios, no somos autóctonos
ni indígenas, somos humanos: niños,
mujeres, hombres, abuelos y jóvenes.
Martín Tonalmeyotl, escritor nahua de Guerrero. Recientemente
publicó en poemario Tlalkatsajtilistle/Ritual de los
olvidados (Jaguar
Ediciones, Colima, 2016)
Comentarios
Todas estas culturas dejaron un mensaje claro para la Humanidad, mismo mensaje que se expuso con variados argumentos manipulados y tergiversados por doctrinas de oscurantismo y ocultismo y sus calendarios desfasados antes de la llegada del pre supuesto y mal calculado 2012 el cual en realidad era el 2008, Tiempo de Oscuridad que llegaría para todos los habitantes de la Tierra, también avisaron sobre la llegada de la Luz Universal de la Vida o EL PALITAR DEL SOL CENTRAL DE LA GALAXIA, EL VERBO Y LA CREACION como EL AMANECER DE LA GALAXIA, en esos pueblos ancestrales fueron conocidas como el regreso de Quetzalcóatl Maya, el regreso de Amalivaca creador del Orinoco creador del Orinoco, el regreso de Hunab Ku de Viracocha, Wiracocha o Huiracocha, también llamado el Dios de los báculos o de las varas, lo cual no es otra cosa que la SINCRONIZACION DEL HOMBRE DE LA TIERRA CON EL CORAZÓN DEL UNIVERSO.
El llamado a nosotros como hijos de la Tierra para Sincronizarnos con el Corazón del Universo en EL AMANECER DE LA GALAXIA conocido por los Mayas y este evento cósmico tiene una comunicación cifrada en la profecía del Cóndor y el Águila que está determinada por el encuentro de estas dos aves como lo anuncia el Jefe Ti Lain..