Aumentos de
precios, desempleo, migración, precarización del empleo, despojo, represión y
pobreza son efectos de la imposición de reformas estructurales
Radio
Zapatista
10
enero, 2017
“Cuando Sac Uacnal,
Blanco-prominente sea el rostro que gobierne. Entonces será que se lleve el
agua y se lleve el pan de maíz del katún. De espanto y de guerra será su sustento, de
guerra su bebida, de guerra su andar, de guerra su corazón y voluntad…”
El libro de los libros de Chilam Balam
El libro de los libros de Chilam Balam
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Pozol. 10 de
enero.- Es más simple de lo que parece, por sobre todas las divisiones y
diferencias sociales, en México como en el mundo, hay una que determina las
muchas otras que puedan haber: la división entre ricos y pobres, explotados y
explotadores. Hay ahí dos tiempos que se diferencian, el tiempo de arriba y el
tiempo de abajo.
En el tiempo de abajo, hoy son noticia las
movilizaciones en protesta por el alza de precios de la gasolina que, en
general, incrementa del costo de la vida. En el tiempo de arriba, la clase
política como una continua pasarela de ineptitud, delincuencia, corrupción,
violencia e impunidad, muestra su insensibilidad y su falta de interés por el
pueblo y, por el contrario, hace evidente su burla y su desprecio por lxs de
abajo. Ahí, donde los de arriba ven un juego y un negocio, los medios de “comunicación” de paga convierten las
protestas en morbo y del hecho de comunicar las inconformidades pasan a la
burla. La noticia es una mercancía que se vende cara. Desde ahí se niega la
represión y, sobre todo, se ocultan las causas reales del descontento social.
En ese río revuelto no faltan los políticos de todo el espectro político que,
atentos, calculan el mejor momento para adherirse y encauzar, administrar y
vender la rabia que abajo surge. En este caos todos los de arriba ganan, los
únicos que siempre pierden son lxs de abajo.
En esa vorágine que tanto cuesta y duele
abajo y tanto vende allá arriba, en las protestas populares como en la
represión del Estado hay, creemos, al menos dos momentos necesarios para
abordar un intento de análisis:
1, el que corresponde a la coyuntura de la
protesta/represión; y
2, el que va un poco más allá, es decir, a lo
que da origen y sustancia a lo que hoy es coyuntura. Esto es, al corazón del
problema: el capitalismo y su lógica de acumulación.
Las reformas estructurales, o sea la
legislación del saqueo nacional por parte de la clase política-empresarial, ha
sido ampliamente cuestionada por los movimientos sociales quienes han advertido
al resto de la sociedad que la imposición violenta de dichas “reformas” afectarían a toda la clase
trabajadora. Aunque esa violencia estatal es una actividad permanente, hasta
ahora no se había hecho tan evidente el golpe hacia el pueblo no-organizado,
así como tampoco había sido demostrado un rechazo popular tan generalizado.
A lo largo del país, las protestas se han
dado de forma pacífica. Movilizaciones en Baja California,, Durango, Sinaloa,
Sonora, Nuevo León, Campeche, Chiapas, Ciudad de México, por mencionar sólo
algunas, dan una idea de la extensión del descontento ante las políticas de
Estado que afectan, cada vez con mayor intensidad, la vida de la clase
trabajadora. La respuesta del gobierno a estas protestas pacíficas ha sido la
represión violenta, según cifras oficiales manejadas por la Secretaría de
Gobernación, son 1500 personas detenidas, pero omiten las, al menos, dos
personas asesinadas por la policía en Ixmiquilpan, Hidalgo, que se suman al
saldo hasta el momento en esta ola represiva. Población de ciudades y regiones
del país hasta ahora ajenas a las movilizaciones populares han sentido de cerca
la brutalidad policíaca, el cerco informativo y el cinismo gubernamental que
ahora sobre ellos se tiende, cuando antes era sólo una realidad lejana y apenas
visible en esas geografías.
La militarización en el país era lugar común
para los movimientos subversivos principalmente para el sur-sureste del país y,
desde el criminal sexenio de Felipe Calderón en su supuesta guerra “contra el narco”, esa militarización
avanzó a otros territorios en una guerra que era, siempre lo ha sido, contra el
pueblo mexicano.
En tierras zapatistas así como en territorios
rebeldes de los pueblos originarios de México que se organizan contra el crimen
hecho gobierno, la represión y hostigamiento policíaco-militar y paramilitar es
cosa de todos los días; para las organizaciones sociales, sindicatos y
colectivos que protestan contra el gobierno, la represión, vigilancia,
persecución y muerte por parte del Estado tampoco es novedosa como lo es para
esas geografías que hoy se rebelan ante el alza en los precios de los
combustibles. La represión violenta, la campaña de desinformación y
desprestigio así como las muertes que el Estado orquestó contra el movimiento
magisterial en 2016 que protestaba contra la imposición de la llamada “reforma educativa” ahora adquieren otra
dimensión para el grueso de la población.
Esa violencia estatal ya la sufren también
ellas, ellos que ahora también son llamados vándalos
y violentos de la misma forma en que
desde el gobierno y los medios de “comunicación”
se calificaba a lxs docentes y a la sociedad civil que se sumó a las protestas.
Para dar una idea, el informe de violaciones
a derechos humanos “Operativo ‘Oaxaca’,
19 de junio”, documenta el racismo, la brutalidad policíaca y el asesinato
con el uso de armas de alto poder contra la población civil de Nochixtlán, Oaxaca,
el 19 de junio de 2016, incluso contra quienes no estaban presentes durante la
protesta. Hoy, una vez más, la violencia del gobierno ha sido desnudada aunque
ahora a más grande escala. Los gobernantes se desenmascaran y se muestran como
lo que son, policías que cuidan los intereses de la gran empresa. Para muchxs
que, en apariencia, antes no tenían nada que ver con la protesta social ahora
son víctimas de la criminalización que el Estado hace de la movilización
popular. La violencia policíaca-gubernamental que ahora cubrió las geografías
de Ixmiquilpan o Rosarito, por ejemplo, se suma a la larga historia de agravios
contra la movilización popular.
Y es aquí donde hay que hacer una precisión
sobre la coyuntura. Lo que se observa como un problema derivado únicamente de
la rapacidad insaciable y el cinismo desmesurado de una clase política y
empresarial que no tiene el menor recato en mostrar su cara criminal frente a
las necesidades del pueblo, no es sino la superficie, apenas, de un problema
mucho mayor: la crisis generalizada de un sistema de organización social,
económico y político que en su violencia anuncia su decadencia.
Desde hace años, el zapatismo viene
denunciando la . Sin embargo LA
TORMENTA, como el EZLN ha denominado a este momento histórico, no se
circunscribe a los pueblos indígenas sino que amenaza a toda la clase
trabajadora, a todxs lxs de abajo.
El despojo territorial que sufren las
comunidades rurales por el gran capital a través de megaproyectos que saquean la
tierra, el agua y el bosque -como hace 500 años lo hicieran los otros
conquistadores-, en territorios urbanos también se observa a través de despojos
en los barrios marginados que pretenden ser convertidos a nuevas zonas de élite
para los de arriba, aunado al aumento del desempleo y la precarización de las
condiciones laborales de los “privilegiados”
que aún conservan los cada vez más escasos puestos de trabajo. Y en ambos
espacios, urbano y rural, el aumento de la pobreza y la exclusión galopante de
un gran sector de la población es ahora más evidente, de la misma forma que
ahora lo son los efectos de la “reforma”
energética y como se verán del resto de las otras “reformas estructurales”.
La crisis que el gran capital observa en el
momento actual sólo la supera momentáneamente mediante el despojo de los
territorios ancestrales, a través del despojo de los derechos humanos de la
clase trabajadora, así como con la revitalización ficticia de sus fuentes de ganancia.
Ese despojo lo legaliza mediante la imposición de reformas estructurales que
saquean lo poco que queda en los Estados nacionales.
Si hace algunos años el aviso que el
zapatismo hacía sólo era perceptible para los más invisibilizados de esta sociedad,
es decir para los pueblos originarios, ahora la guerra -otro concepto más que
el EZLN ha resignificado para entender la actualidad-, la viven en las calles
quienes aún no habían advertido que los efectos (y con ellos toda su
violencia), los iban a alcanzar. Para quienes aún guardan esperanzas en los
partidos políticos y caudillos para superar la crisis, esa esperanza pierde
sentido cada vez más.
Así que los aumentos de precios, desempleo,
migración, precarización del empleo, despojo, represión y pobreza no son
efectos pasajeros, sino permanentes, de la imposición de reformas estructurales
en el reajuste del capital para continuar su insaciable camino de acumulación a
toda costa. Lo que ahora parece una crisis más de los ciclos del capital no son
sino los ventarrones más patentes de una tormenta, sin precedente alguno en la
historia, que azota a la humanidad.
Y la tormenta subirá de tono, no hay por qué
seguir engañados de que esta “crisis”
va a superarse y que es cosa de tiempo. Tampoco cederá ante eventuales “cambios” en los dirigentes del caos:
ningún partido político ha señalado el verdadero origen de la crisis, ningún
político ha atentado –ni en el discurso siquiera-, contra los intereses de la
gran empresa y menos aún, contra la lógica del capital. No, por el camino que
nos han señalado allá arriba no sólo no se detendrá la tormenta sino que se
acentuará a menos que la organización y la resistencia contra el capital venga
desde abajo, como lo han señalado los pueblos originarios, organizando el descontento
y construyendo nuevas formas de relación social y de gobierno.
Ante los ominosos tiempos que los de arriba
hacen padecer a los pueblos y ante el desastre que la política de arriba ha
provocado en lxs de abajo y que lo ha extendido hacia la naturaleza, parece ser
que ya es el tiempo de lxs de abajo. Que es, ya, la hora de los pueblos.
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