Rafael de la Garza
Talavera
Colectivo La Digna Voz
lunes, 31 de octubre de
2016
La polémica desatada por el anuncio del EZLN y el CNI en el
sentido de que están considerando la posibilidad de lanzar una candidata indígena
a la presidencia en las elecciones federales del 2018 parece nutrirse de la
larga historia de desencuentros entre las dos grandes corrientes de la
izquierda mexicana: los reformistas y los movimentistas. En realidad descansa
en un contexto en el que izquierda y derecha han perdido sentido desde la
perspectiva del cambio social, donde la lucha electoral se encuentra en su
nivel más bajo de popularidad desde el triunfo de la revolución mexicana y la
dinámica geopolítica heredada por el fin de la segunda guerra mundial no opera
más.
Desde la caída del Muro de
Berlín, la descomposición de la dinámica política surgida al calor de la
revolución francesa es el pan de cada día y sus síntomas se muestran con más
fuerza. A contrapelo, las instituciones liberales parecen seguir como si nada,
sostenidas por la conveniente certeza de que la crisis es de carácter
coyuntural y no estructural, de que el problema es sólo cuestión de ajustes y
reformas. Ya en su momento, un crítico certero de dicha actitud anunció el fin
de la era de los partidos políticos, como ejes centrales de la participación
política, para dar paso a las de los movimientos antisistémicos. De acuerdo con
Immnuel Wallesrtein, los estados liberales –que se apoyan en la democracia
procedimental- “… pueden escoger entre
ayudar a la gente común a vivir mejor y ayudar a los estratos superiores a
prosperar aún más. Pero eso es todo lo que los estados pueden hacer… Si
queremos afectar de forma significativa la enorme transición del sistema
mundial que estamos viviendo… el estado no es un vehículo principal de acción.
En realidad, más bien es uno de los principales obstáculos”. (1)
En este sentido, la
insistencia de luchar por la conducción del estado a través de las elecciones,
si bien no puede ser descartada como táctica política a corto plazo, no ofrece
una salida real a la presente coyuntura. Es cierto que las elecciones pueden
abrir paso a un gobierno más proclive a mejorar la distribución del ingreso
pero al final la misión el estado liberal permanece y solo es cuestión de
tiempo para que los gobiernos populares sean sustituidos por los derechistas.
Baste observar el caso de Argentina o de Brasil, con todas las singularidades
de ambos casos. Si las elecciones mantienen la presencia de gobiernos populares
de manera reiterada, el sistema político posee las piezas necesarias para
revertir semejante tendencia y realizar cambios, ya sea por medio de golpes de
estado de viejo cuño o los llamados golpes blandos que cuentan hoy con amplia
aceptación entre los dueños del dinero.
Aceptar lo anterior desde
el interior de los partidos políticos implicaría comprender “… que las estructuras estatales han llegado
a ser (¿han sido siempre?) un
obstáculo importante para la transformación del sistema mundial, incluso cuando
(o quizá especialmente cuando) fueron
controlados por fuerzas reformistas, es lo que está detrás del vuelco general
en contra del estado en el tercer mundo…”(2) Dicho de otro modo, aceptar
que la tierra prometida de los liberales es una ilusión que sólo serviría para
que lo esencial permanezca –a pesar de las buenas intenciones de leyes,
reformas y lo que se acumule- necesariamente implicaría modificar radicalmente
la estrategia política de los que viven del gatopardismo progresista o
conservador, de la ilusión liberal.
La probable candidatura
del EZLN-CNI para el 2018 ha vuelto a poner en el escenario mexicano el abierto
conflicto entre los que no comprenden o no quieren comprender lo arriba
expuesto y los que han venido construyendo nuevas opciones a partir del
reconocimiento del fin de la decadencia del estado liberal. Y esto no
necesariamente coincide con los planos izquierda y derecha sino con la búsqueda
de otros horizontes para la construcción de un mundo nuevo. Mucho menos con el estás conmigo o estás contra mí,
argumento muy utilizado por los promotores de la unidad de la izquierda bajo el liderazgo de AMLO. Este argumento
responde básicamente a la estrategia frentista, que resulta más útil al sistema
que a las aspiraciones de un cambio real. El triunfo de la izquierda partidista
sólo le daría un poco de oxígeno a un sistema caduco pero la marginación, la
discriminación y el racismo seguirían gozando de buena salud, no se diga la
acumulación de capital, las guerras ‘justas’
y los premios Nobel a generales, asesinos y genocidas.
La candidatura de una
mujer indígena y las reacciones del ‘establishment’
electoral mexicano no sorprenden a nadie, mucho menos las burlas y sarcasmos de
corte racista. ¿De dónde proviene el combustible para descalificar o incluso
considerar una traición o parte de un
complot maquinado por los dueños del
dinero en México? Del miedo, del temor de que una candidatura indígena
autónoma exponga una vez más las limitaciones, la patología de un régimen que
apenas puede mantenerse en pie. Porque los contrastes rayarían en lo grotesco:
saco Armani contra huipil; millones de pesos (sucios y no tanto) contra
¿miles?; palabras vanas, promesas falsas contra principios claros y llamados a
la acción autónoma; entrevistas pagadas en todos los medios de comunicación y
una avalancha de spots contra
encuentros cara a cara para escuchar, para dialogar. Pero sobre todo porque
haría visible, una vez más, que nuestro país es enormemente desigual, que las
elecciones son un circo y que el poder del dinero es el que las decide. Porque en las elecciones de 2018 no será el
voto a favor de la candidata indígena lo que decidirá la suerte de AMLO sino su
capacidad para diluir su imagen pública a contentillo de los que deciden las
elecciones. Hay que admitir que el propio AMLO es consciente de lo anterior al
grado de que ha dado pasos en ésa dirección al conceder la amnistía anticipada a Peña y sus amigos, al abrir la puerta de Morena
a priistas ‘buenos’ y demás fauna del
sistema político. Y claro de cuidarse de mirar abajo y a la izquierda para
promover sus demandas, apoyando públicamente el laboratorio zapatista en
Chiapas, visitándolo para entablar un diálogo, criticando las limitaciones de
los partidos centralizados a partir de un liderazgo carismático.
Aceptando sin conceder que
la llegada de AMLO a Los Pinos modifique la agenda gubernamental lo suficiente
para aminorar momentáneamente la debacle del estado mexicano no por ello se
puede pensar que el cambio será real. Lula da Silva puede ser un buen ejemplo
de las limitaciones a las que se enfrenta un gobierno de izquierda partidista, de sus posibilidades y de sus consecuencias.
En todo caso, la propuesta del EZLN y del CNI debe ser respetada e incluso
bienvenida no sólo por su contenido simbólico sino por su vocación autónoma y
por donde se vea, su legitimidad y legalidad. Su potencial estratégico está
relacionado con la posibilidad de que la ‘comprensión’
de los límites del sistema actual se amplíe a la mayor parte de la población
excluida para acabar con el ilusionismo liberal. Y esa no es una tarea menor,
es de hecho una de las tareas estratégicas que el movimiento zapatista se ha
planteado casi desde su nacimiento. Gracias a ella ha despertado simpatías
alrededor del mundo y le ha dado vida a la posibilidad de imaginar un mundo
donde quepan muchos mundos.
1) Wallerstein, I. Después del liberalismo. México, S. XXI,
2005. p. 7
2) Ibídem.
Comentarios