Zapatistas en
el Caracol de Morelia, Chiapas.
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Por: Eugenia Gutiérrez,
colectivo Radio Zapatista.
Haciendo Historia. Nota Nº
4
México, 12 de octubre
2016.
Hacía
calor aquel sábado en la gran Tenochtitlan. Habían pasado 504 años desde que
Europa tropezó con esta isla gigante, cuna de civilizaciones. Era 12 de octubre
de 1996. Una multitud se reunía en el zócalo de la Ciudad de México para
escuchar a la comandanta Ramona. Mirando directo hacia la catedral y el Templo
Mayor, su voz dudaba en español y se afirmaba plena en tzotzil. “Queremos un México que nos tome en cuenta
como seres humanos, que nos respete y reconozca nuestra dignidad”, nos dijo.
Un día antes, ella había
representado al Ejército Zapatista de Liberación Nacional ante centenares de
delegadas y delegados cuando nació el Congreso Nacional Indígena. En su
intervención en el zócalo, Ramona anunciaba palabras cuyo “paso es muy grande”, palabras que caminan “muy lejos”. Desde ese octubre del 96, el EZLN consolidó su alianza
con muchos pueblos originarios de México. Con esos pueblos redactaron los
Acuerdos de San Andrés. Con ellos advirtieron y cumplieron “nunca más un México sin nosotros”. Con ellos celebran ahora 20
años de trabajo organizado en defensa de la vida y del territorio.
Porque hay palabras que
trazan caminos.
En su primer katún se han
citado en tierras mayas. El CIDECI-Unitierra abriga entre cerros tranquilos a
representantes de los pueblos amuzgo, binnizá, chinanteco, chol, chontal, coca,
cora, cuicateco, kumiai, mam, matlatzinca, maya, mayo-yoreme, mazahua,
mazateco, mepá, mixe, mixteco, nahua, nasaquue-nasa, ñahñú-ñatho, popoluca,
purépecha, rarámuri, tojolabal, totonaco, triqui, tzeltal, tzotzil, wixárika,
yaqui y zoque provenientes de México, Guatemala y Colombia. Curtidos por siglos
de racismo, estos pueblos no queman tiempo en lamentos sin rumbo. Describen lo
que han hecho en 20 años, invitan al trabajo unido, reflexionan sobre sus
luchas y se proponen mutuamente corregir y avanzar.
En la inauguración hay
saludos desde las cárceles. Se lee un mensaje de compas presos del Movimiento
por la Libertad de los Defensores del Agua y la Vida de San Pedro Tlanixco
(Estado de México), quienes llevan décadas en prisión. Algunos de ellos, como
Rómulo Arias Mireles, Pedro Sánchez Berriozábal y Teófilo Pérez González, están
sentenciados a más de cincuenta años. Desde la región de los Loxichas, la
voz de Álvaro Sebastián llega a través de su hija Érica. Su padre lleva 19 años
preso en Oaxaca. Este dolor templado de los pueblos originarios nos pega
también desde Acteal, Colombia y Guatemala, nos hablan de persecución, prisión
política, desaparición, secuestro, asesinato. Luego las historias de
resistencia indígena se entrelazan en lo fundamental, en la defensa del agua,
del aire, de la tierra. Son caminos que sortean ataques de gobiernos, de grupos
criminales, de empresas estatales, paraestatales, transnacionales. A la
distancia, parece que se escarban a mano desnuda, pero quienes trabajan en
colectivo entienden que esos caminos se trazan desde la autonomía hacia la
libertad.
Porque hay caminos que son
lucha.
Ramona en el
Caracol de La Realidad, Chiapas.
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Allá donde vive y duele lo
profundo, Ramona empezó una dura faena. Sus palabras calaron muy hondo en
empedrados, tierras baldías y murallas de racismo y misoginia que el zapatismo
ha ido transformando en caminos de lucha. A 20 años del nacimiento de este
congreso, el Sup Moisés transmite el mensaje zapatista en la que es su quinta
asamblea conjunta con el CNI. Como voz de los pueblos, hace unos meses nos
recordó que “somos carne, sangre y hueso”,
igual que cualquier ser humano. Al inaugurar el festival CompARTE, Moisés habló
de “un dolor inmensamente al parecer
incurable de lo que nos hacen los de arriba” y señaló que “nadie nos va curar, solamente nosotras,
nosotros mismos”, para lo que “tenemos
que trabajar mucho y muy duro”.
Ahora, en la celebración
de su trabajo conjunto con más de 30 pueblos originarios, Moisés recuerda a
Ramona y a otros ausentes: Juan Chávez, Félix Serdán, Ramiro Taboada, Efrén
Capiz, 47 jóvenes en Ayotzinapa y muchas personas más: “las mujeres indígenas, la juventud indígena, los adultos y ancianos
originarios, nuestros más grandes sabedores y sabedoras, los migrantes
indígenas, todos, todas las desaparecidas, asesinadas, maltratadas, humilladas,
prostituidas, olvidadas, materia del escarnio, la burla y el desprecio”.
A 524 años del intento de
exterminio, el zapatismo mira hacia delante cuando apunta que “es la hora de que estos cielos vuelvan a
asombrarse con todos los colores que somos del color de la tierra”, con la “luz que nació en sus manos de los pueblos
originarios de esta tierra llamada México”. Y lo dice con una alegría
ecuánime, comunitaria y ancestral, como si dijera aquí seguimos, vamos
celebrando la vida y la tierra, aquí estamos, boicoteando su valle de lágrimas
y trabajando de cara a lo que queremos construir.
Porque hay palabras que
trazan caminos de lucha.
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