Autogobierno, destrucción de las estructuras patriarcales del Estado y de las mallas institucionales, tanto estatales como sociales. |
Raúl
Prada Alcoreza
Red
Latina sin fronteras
Publicado: 09 septiembre, 2016
La historia política de la modernidad, sobre
todo, dibujada por las revoluciones políticas y sociales, nos
enseña varias lecciones:
La primera, que la potencia social explosiona y
desborda, cuando se dan las crisis múltiples; pues no son solo
económicas, ni solo políticas.
La segunda, que estas explosiones sociales pueden llegar a convertirse
en revoluciones políticas y sociales, como en el caso de la revolución
democrática francesa o como los casos de las revoluciones
socialistas en Rusia y en China.
La tercera, que las revoluciones cambian el mundo;
pero, después, se hunden en sus contradicciones.
La cuarta, para decirlo, de manera simple, estas contradicciones son
ineludibles, pues las revoluciones son atrapadas por la maquinaria
fabulosa del poder. Que no ha sido desmantelado, sino rápidamente
arreglado, de acuerdo, al discurso vigente; tampoco han transformado todo
el tejido de las formaciones sociales; tejido en
el cual se asientan las dominaciones polimorfas.
Las revoluciones
socialistas expropiaron los medios de producción,
afectaron la estructura social, igualando a las clases sociales;
empero, en la medida que otras estructuras de poder, quedaron
adheridas al tejido social, las igualaciones se detuvieron en un
punto y momento, que ya exige radicalización de la democracia; es decir, el
autogobierno, la destrucción de las estructuras patriarcales del Estado y de
las mallas institucionales, tanto estatales como sociales, de la sociedad
civil.
La quinta, que el Estado, aunque sea socialista, se proclame como tal,
es la otra cara de la medalla del mismo modo de
producción capitalista. De un lado de la medalla está el capital,
del otro lado el Estado.
La sexta, que, hablando con propiedad, la revolución política y social
no se realiza plenamente, sino que se detiene; comenzando, a partir de un
momento, su regresión. No se realiza, pues no se puede hacer una revolución
plena con el mismo instrumento de dominación de las clases dominantes
derrocadas, el Estado.
La séptima, la explosión social también puede dar lugar
a reformas políticas, nacionales, sociales; como ha ocurrido con las reformas
nacional-populares en América Latina. Se trata de “revoluciones” de menor envergadura, alcance e irradiación.
Estas “revoluciones” menores, también cambian el
mundo, por así decirlo, y sufren la misma condena histórica; se hunden en sus
contradicciones; solo, que en este caso, el drama es de menor intensidad y de
menor expansión. Al igual que las revoluciones sociales y políticas, las
reformas nacional-populares están atrapadas en la “ideología”; esto se muestra claramente cuando en sus formaciones
discursivas expresan claramente la convicción de que los caudillos, los líderes
y sus partidos populistas o reformistas, son portadores del fuego santo, son la
“vanguardia” histórica o son los mesías
laicos, que vienen a salvar a los pueblos.
las revoluciones son atrapadas por la maquinaria fabulosa del poder |
Hace poco, hemos asistido a la caída del PT y al impedimento
congresal de Dilma Rousseff. El discurso de defensa del PT y el discurso de
apoyo acrítico de la “izquierda”
reformista, se ha centrado en el supuesto “golpe
de Estado congresal”. Giussepe Cocco de-construye este
argumento retórico e improvisado; en una entrevista dice:
Pero no es un golpe: la
narrativa del golpe es una narrativa mistificada y que viene de la reelección
de Dilma que estuvo cargada con un montón de mentiras y dirigida por los que
provocaron la crisis económica que viene desde el 2012. En esa trampa estamos.
Dilma fue destituida con un pacto interno de la gobernabilidad y que tiene dos
objetivos. El primero consistía en sacarla del gobierno porque era incapaz de
hacer nada más en materia económica y así aplicar las reformas neoliberales y
de austeridad que ella no ha sido capaz de realizar porque no tenía condiciones
políticas, ya que perdió el apoyo parlamentario: ella no hizo estas reformas no
porque no quisiera, sino porque no lo lograba. El segundo objetivo es que este
gobierno quiere confrontar a los jueces que están investigando la corrupción.
No es un
golpe, es la crisis. La crisis interna del bloque del poder. La echaron porque
ya no servía más. No lograba proteger a la casta contra los jueces y no lograba
hacer las políticas neoliberales.[1]
La interpretación de Giussepe Cocco da luces para avanzar en
la comprensión del periplo de los “gobiernos progresistas”; de su ascenso y de
su regresión, de su encumbramiento y de su decadencia.
Así como del sinuoso compromiso con la casta política, contra la
que supuestamente se oponen y contrastan. Sobre todo, compromiso con las clases
dominantes; en este caso, la oligarquía terrateniente y
la burguesía; además de su concomitancia con las grandes empresas
trasnacionales del agro-negocio y del extractivismo.
Pongámonos, para entender
mejor, ante una ilustración figurativa, que, aunque, ficticia, en el sentido de
su narrativa, y esquemática, en el sentido de la premura de
la tesis determinista implícita, ayuda a ejemplificar la función de
las reformas políticas y sociales, de los “gobiernos progresistas” en la genealogía de la reproducción del
poder.
Según un joven marxista
radical, crítico de los proyectos reformistas y de los “gobiernos
progresistas”, crítico también de la versión estalinista de la revolución
socialista, los progresistas llegan al poder para salvar al sistema. Lo hacen a
un costo; reformas sociales, para contentar a las clases populares; reformas
políticas, para contentar a los nacionalistas-populares; y otras reformas
institucionales menores, para aparentar cambios estructurales. Una vez hecho
esto, cada quien satisfecho, por el momento, retoman la función para lo que
están ahí, en el gobierno. No solamente salvan el sistema, sino que buscan
hacerlo reaccionar, hacerlo crecer y fortalecerlo [2].
Si consideramos esta narrativa ficticia; pero
que, de todas maneras, nos entrega una hipótesis política, que
tiene consistencia, a no ser por la tesis mecánica del determinismo,
podemos –compartamos o no la tesis determinista; nosotros no la compartimos– comprender la trama en la que se encuentran los “gobiernos
progresistas”. Se encuentran en las mallas institucionales de un
Estado-nación, que ha funcionado –como herencia colonial, conllevando la carga
de las dominaciones patriarcales, constituidas por las religiones monoteístas–
como maquinaria de poder; es decir, de dominación, en sus múltiples formas. A
pesar de las buenas intenciones, que puede haber habido; al usar esta instrumentalidad
de poder, que los desborda, además dentro de la cual están, los efectos de
poder no pueden ser otros que los contenidos como direccionalidades, en la
lógica y función de estos instrumentos de dominación. Sirven para reproducir el
poder y conservar las dominaciones.
Descartando ahora la tesis
determinista de nuestro personaje ficticio, ¿si no hay un fatalismo,
es decir, la causalidad determinista ineludible, que arrastra a
los “gobiernos progresistas” a su
propia decadencia, qué hay? Vamos a recurrir a las hipótesis
interpretativas, que hemos venido desplegando en los análisis
críticos del poder, de las formas de poder; entre
éstas, de los “gobiernos progresistas”.
Los “gobiernos progresistas” se mueven en los márgenes definidos por el
orden mundial, por el imperio, del sistema-mundo capitalista. El espacio de
movimiento y de maniobras posibles, dentro de estos márgenes, no afecta al
funcionamiento del sistema-mundo, por más discurso retóricamente “antiimperialista”, que se pueda
entonar. El problema de los “gobiernos
progresistas” radica en que no solamente se mueven en el intervalo de esos
márgenes, sino que ese espacio recortado y delimitado, también contrae, por así
decirlo, su propia temporalidad. Como el proyecto “progresista”, supuestamente, es distinto al proyecto neoliberal;
además, pretensión política no solamente enunciada, sino corroborada, por lo menos, en un principio,
por medidas populares, nacionales y sociales; la capacidad de gobernabilidad se
debilita y el gobierno, incluso su coalición, se agota. No solo una revolución
desborda, no para, continúa, de manera permanente, si se quiere; sino también
las reformas, pues una vez comenzadas se requiere de la continuidad de las mismas.
Los pequeños cambios, requieren su continuidad; las reformas deben completarse.
Se puede decir, que la gobernabilidad, en este caso, de los “gobiernos progresistas”, solo es
posible, si continúan las reformas. Pero, esto no es lo que ocurre, sino lo contrario.
Estos “gobiernos progresistas” se
comportan como el termidor de su propia “revolución”
reformista.
el activismo comprometido, intelectual, grupal y colectivo, debe desatar su propia potencia, para activar la potencia social, contenida en los pueblos |
Sacando consecuencias de
esta interpretación, podemos deducir que los “gobiernos progresistas” no solamente se encuentran dentro de la
vorágine de la crisis, sino que son parte de la crisis.
Son como los factores y dispositivos políticos,
que heredan la crisis, la administran, calman su intensidad,
por lo menos, en un lapso, para después, volverla a desencadenar.
Quizás de una manera más intensa. Podríamos decir que este es el
entramado en la que se encuentran atrapados los “gobiernos progresistas”.
En el caso de la
destitución de Rousseff, que es el desenlace de una trama
política, que es la forma como concluye el periodo de
un “gobierno progresista”, nos
encontramos con características elocuentes de la decadencia y de la crisis
singular política brasilera. La corrosión institucional, la espiral de la
corrupción, es compartida tanto por oficialistas como por la oposición. La
clase política es corruptible. La singularidad política no se encuentra en
esto, pues esto es una analogía compartida, no solo por los “gobiernos progresistas”, sino por todos
los gobiernos, sean conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales,
incluso, en su caso, socialistas. La
singularidad se encuentra en la forma singular de darle cuerpo, por así
decirlo, a esta analogía compartida; casi como una regularidad política en la
historia política moderna.
En el Estado Federativo de
Brasil, el poder judicial parece mantener cierta
independencia, lo que no ocurre en los otros “gobiernos progresistas”, como en Bolivia y Venezuela. Esto ha
llevado a que el poder judicial impulse una operación contra
la corrupción, denominada Lava Jato. De acuerdo a Guissepe
Cocco, el Congreso trata de detener las investigaciones judiciales de
esta operación anticorrupción. Entonces, no solamente estamos ante
las consecuencias políticas de una degradación y decadencia
política, que se manifiestan en la caída del gobierno, sino ante un
enfrentamiento de los poderes del Estado. El poder
judicial, al mantener cierta independencia, busca cumplir con sus funciones
encomendadas por la Constitución; en tanto que el poder ejecutivo y, en este
caso, sobre todo, el poder legislativo, persiguen obstaculizar el cumplimiento
de este deber de la justicia. El hecho de este enfrentamiento interestatal, ya
habla ilustrativamente de los alcances de la crisis política.
Por otra parte,
cuando se enfrentan abiertamente el poder ejecutivo y
el poder legislativo, no estamos, exactamente, como en el caso
anterior, ante un enfrentamiento entre un poder que quiere
cumplir con sus tareas y poderes que quieren impedírselo; sino
ante dos poderes, el ejecutivo y el legislativo, que buscan
desesperadamente encubrir un descomunal escándalo de corrupción,
que tiene que ver con el manejo político y administrativo de PETROBRAS. En
consecuencia, la crisis múltiple del Estado, ha llegado tan lejos,
que la reproducción del poder se ha como reducido a la triste tarea
de garantizar la reproducción de la corrosión institucional y
la corrupción, que es la forma vigente del poder, en la era de
la simulación y en su etapa decadente.
Compartimos con Giussepe
Coco, que estos síntomas de la decadencia política,
son los rasgos anunciantes de la clausura de una época. No
solamente relativa al período de los “gobiernos progresistas”, sino, quizás, de la forma de
Estado-nación, de la política de la formalidad liberal, de la democracia
institucional, reducida a la representación y a la delegación, sin contar con
el autogobierno del pueblo, que es la democracia, en pleno sentido de la
palabra. También compartimos que la defensa popular contra las medidas
neoliberales, del nuevo ajuste estructural, en la etapa del dominio del
capitalismo financiero y extractivista, no pasa ni es la defensa de estos “gobiernos progresistas”, ni de sus
partidos, que ya forman parte del establishment.
Ciertamente, el panorama
político, sobre todo, en lo que respecta a las alternativas sociales
y políticas populares, es, por así decirlo, desolador; sin embargo, parece
conveniente salir de nuestras evaluaciones o balances, basados en la
ponderación de las organizaciones, de los partidos y de los movimientos visibles.
Parece conveniente, abrir el horizonte de visibilidad más allá
de las organizaciones constituidas, más allá de los partidos instituidos, más
allá de los movimientos y movilizaciones manifestadas. Parece que es
indispensable visibilizar los campos de posibilidades, inherentes al
acontecimiento, palpar la potencia social, aunque no sea evidente, ni visible,
ni elocuente. En otras palabras, sin caer en ningún romanticismo ni
vanguardismo, parece que el activismo comprometido, intelectual, grupal y
colectivo, debe desatar su propia potencia, para activar la potencia social,
contenida en los pueblos.
Si se ha llegado a las
magnitudes sorprendentes de la decadencia política, a
las intensidades perversas de la degradación manipuladora,
al desborde y dominancia de la economía política del chantaje,
parece que es el momento de acudir a lo que ha inhibido el poder y
liberarlo. Lo que han inhibido los diagramas de poder, las cartografías
políticas, las estructuras de dominación; esto es, la potencia social
vital y creativa de los pueblos. No
vamos a encontrar este activismo integral en ejemplos en
la historia de las revoluciones, ni en el
recorrido de sus formas de organización; tampoco en sus tácticas y estrategias.
Es algo que hay que inventar; aprendiendo de las experiencias
sociales, tanto dadas como dándose. Pues en
la geología de la experiencia social, hay sedimentaciones que
no han sido atendidas, que quedaron ahí, como capas del subsuelo;
que, incluso, no llegaron a ser seleccionadas por la memoria
social. En lo que respecta a la experiencia social reciente,
debemos tomar en cuenta que la sociedad institucionalizada, que
sostiene al Estado, no abarca la totalidad ni entiende la complejidad de
la sociedad alterativa, que es el substrato social,
cultural, pragmático, en el sentido lingüístico, de la
misma sociedad institucionalizada.
Es verdad que lo que
decimos parece especulativo, aunque no sea romántico ni vanguardista,
como enunciación esperanzada; empero, se basa en una conjetura corroborarle. La
vida, los ciclos vitales, la potencia de la vida, están más acá y más allá del alcance del
poder, de sus formas de Estado, de sus formas de gubernamentalidad, de sus
mallas institucionales, de sus diagramas de fuerza y sus cartografías
políticas. Parece que tenemos que aprender cómo hace la vida para ser
proliferantemente creativa y resolver constantemente problemas.
tenemos
que aprender cómo hace la vida para ser proliferantemente creativa
NOTAS:
https://www.diagonalperiodico.net/global/31304-no-es-golpe-estado-es-la-crisis-dilma-la-echaron-porque-ya-no-servia-mas.html
[2] Mención a un cuento no escrito ni publicado de
Sebastián Isiboro Sécure. Quien escribió y publicó el cuento La orden.
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