por Raúl Zibechi
Fuentes:
Red Latina sin fronteras
21 abril, 2016
Cuando recibimos noticias de la resistencia kurda en Kobane y
en los otros dos cantones autónomos en la región de Rojava, los vericuetos de
la memoria, y de la conciencia, nos remiten a la guerra y la revolución
españolas. Aquellas comunas igualitarias de Zaragoza, las dignas barricadas y
la autogestión en Barcelona, el grito de Buenaventura Durruti en la defensa de
Madrid: “Llevamos un mundo nuevo en
nuestros corazones, y ese mundo está creciendo en este instante”.
Encuentro varias
semejanzas, que hacen al núcleo de los procesos de cambio: el pueblo armado,
organizado en batallones populares; el papel destacado de las mujeres en todos
los ámbitos y niveles de la acción colectiva; el autogobierno con amplia
participación; el hecho de que estos cambios emergen durante una guerra, o sea,
en una situación extremamente crítica para la supervivencia.
Hacia julio-agosto de 2012
el régimen sirio colapsó en Rojava, la región fronteriza con Turquía, cuando la
primavera árabe iniciada en 2011 fue duramente reprimida por el gobierno de
Bashar al-Ásad originando una guerra interna con apoyos regionales y globales.
Las grandes potencias sostienen diversos grupos armados (en general integrados
por mercenarios) que combaten contra el régimen sirio, apoyado a su vez por
otras potencias.
El pueblo kurdo es la
mayor nación sin Estado del mundo. Los casi 40 millones de kurdos viven en
cuatro países: Siria, Iraq, Irán y Turquía. Ocupan un área de unos 400.00
kilómetros cuadrados; casi 200.000 en el Kurdistán turco con unos 15 millones
de habitantes, 125.000 en Irán con 13millones, 60.000 kilómetros cuadrados en
Iraq ocho millones y unos 12.000 kilómetros cuadrados en Siria con algo más de
dos millones de habitantes.
Los kurdos fueron víctimas
de las potencias coloniales que a comienzos del siglo XX firmaron un acuerdo
secreto para dividir el Imperio otomano. El 16 de mayo de 1916, en la fase
final de la Primera Guerra Mundial, sir Mark Sykes representando a Gran Bretaña
y François-Georges Picot representando a Francia acordaron la división del
Oriente Medio una vez terminada la guerra y derrotado el Imperio otomano. Lo
que hoy es Siria, Líbano y el sur de Turquía quedaron bajo dominio francés, en
tanto lo que hoy es Jordania e Iraq fue asignado a la tutela británica.
En el mismo periodo se
produjo la Declaración de Balfour (2 de noviembre de 1917) en la que el Reino
Unido informaba de la decisión de apoyar la creación de “un hogar nacional judío” en Palestina. Se trató de una carta del
ministro de Relaciones Exteriores británico, Arthur Balfour, al banquero Lionel
Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para recabar
el apoyo de la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda. Hasta hoy las
viejas potencias, a las que se sumaron luego de 1945 los Estados Unidos y en
menor medida la Unión Soviética, juegan un papel dominante en Medio Oriente
teniendo prioridad para intervenir en sus antiguas colonias.
Aunque el acuerdo
Sykes-Picot fracasó en lo relativo a su aplicación en Turquía, donde Kemal
Atatürk encabezó la guerra de independencia, el resto del tratado se aplicó en
la forma concebida por los imperios coloniales, aseguró la dominación francesa
y británica pero también generó las condiciones de los actuales conflictos. El
Estado kemalista prohibió el uso del vocablo Kurdistán, así como su idioma. Los
kurdos se dispersaron por toda Turquía ya que su tierra fue expropiada mediante
el “Acta de Residencia Forzada” de
1930. Al pueblo kurdo se lo consideró como “turcos
montañeses”, o sea, turcos con rasgos particulares por su hábitat
montañoso.
En el norte de Siria,
durante la guerra civil se formaron las milicias armadas Unidades de Protección
del Pueblo (YPG) bajo el mandato del Comité Supremo Kurdo para controlar las
zonas habitadas por kurdos. En julio de 2012, las YPG capturaron la ciudad de
Kobane, y una decena de otras ciudades, donde el Partido de la Unión
Democrática (PYD) y el Consejo Nacional Kurdo (KNC), iniciaron una
administración conjunta. Sólo dos ciudades importantes de mayoría kurda, Hasaka
y Qamishli, siguieron bajo control del gobierno de Damasco.
Meses después, en enero de
2013, los cantones Jazira, Kobane y Efrin proclamaron su autonomía. Son tres
pequeñas unidades territoriales en la frontera con Turquía, unas decenas de
miles de habitantes en total, donde conviven diversos grupos étnicos y
religiosos, rodeados por el ejército turco y el Estado Islámico. Son tres
enclaves no contiguos, separados por cientos de kilómetros y miles de hombres
armados que quieren destruirlos.
Los movimientos y los
partidos de izquierda en Turquía nacieron en la década de 1970, en respuesta a
los crímenes del Estado turco a sus 30 nacionalidades, porque los turcos son
minoría en Turquía, un país de 70 millones poblado por alrededor de 15 millones
de kurdos, además de asirios, griegos, armenios, gitanos… Pero esa izquierda
aún no tenía respuesta para esas “minorías”.
En 1978 se crea el Partido
de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), de orientación marxista-leninista, con
el objetivo de formar un Kurdistán independiente. La lucha del pueblo kurdo
venía creciendo desde 1973, y la formación del partido fue la consecuencia de
ese largo proceso de autoafirmación de las comunidades del Kurdistán. El golpe
de Estado de 1980 (con apoyo de la OTAN y Estados Unidos, su aliado estratégico
que tiene bases militares contra Rusia) se propuso frenar este proceso,
reprimir tanto a los kurdos como a las demás “minorías”, así como a la izquierda y a los nuevos movimientos.
La mayoría de los dirigentes
del PKK se refugiaron en los campos palestinos en Líbano, en el valle de la
Bekaa, y establecieron alianzas con el Frente Popular para la Liberación de
Palestina, dirigido por George Habash. Allí recibieron entrenamiento y
participaron en la lucha del pueblo palestino, en la que cayeron más de 300
militantes kurdos, que fueron muertos o encarcelados.
En 1984 el PKK lanzó la
lucha armada en Kurdistán porque consideraba que bajo la dictadura no había
otra forma de acción posible. El PKK recoge la larga resistencia kurda: entre
1920 y 1940 hubo 27 revueltas contra el poder truco. Con la derrota de la
insurrección de Dersim en 1938 se completó la ocupación del Kurdistán turco y
comenzó un largo periodo de asimilación a través de las escuelas y la prohibición
de hablar kurdo.
Durante la guerra iniciada
por el PKK hubo 5.000 mil asesinatos extrajudiciales, varios miles de kurdos
fueron encarcelados y cientos de pueblos rurales fueron destruidos. El partido
ganó amplios apoyos, no sólo entre los kurdos sino entre otros pueblos afectados
por el poder turco, como los armenios.
El viraje del PKK comenzó
a principios de la década de 1990, cuando cayó el socialismo real. Este hecho
provocó un debate interno sobre los caminos a seguir en la nueva situación
internacional. Y ese debate interno cuajó en la preparación del sexto congreso,
que llevó al PKK a adoptar, en 1998, una nueva estrategia llamada “confederalismo democrático”, que llevó
a la organización a abandonar el marxismo-leninismo y el objetivo de crear un
Estado-nación kurdo.
Para el Estado turco, para
los Estados Unidos y para Israel (pero también para las burocracias árabes
dominantes) la transformación del PKK es un desafío inédito. Hasta ese momento
se trataba de una guerrilla nacionalista que se enfrentaba al ejército en
remotas montañas. Pero a partir de la adopción del confederalismo democrático,
el PKK pasa a tener un proyecto más amplio que involucra a múltiples actores y
refleja los cambios en las sociedades de Oriente Medio. A raíz de este viraje
comenzó a tener relaciones con las luchas de los pueblos oprimidos de toda la
región.
La propuesta de
confederalismo democrático recoge, por un lado, los cambios demográficos de la
población kurda. De los 13 millones de habitantes de Estambul, seis millones
son kurdos, cuatro millones emigraron a Europa, lo que hace que la mayor parte
de los kurdos ya no vivan en el Kurdistán. Por lo tanto, la lucha principal ya
no es nacional sino social.
Numerosos periodistas y
militantes occidentales atribuyen la adopción del confederalismo democrático a
la prisión de Abdullah Ocalan y a la influencia de Murray Bookchin, historiador
y ambientalista fundador de la ecología social. No está de más decir que se
trata de una visión colonial. Otros hablan del “giro libertario” del PKK. Y son legión los que creen que se trata
de un maquillaje de un partido estalinista para cosechar más apoyos en
Occidente.
Por el contrario, el
pueblo kurdo, al igual que los indígenas latinoamericanos, está nucleado en
torno a comunidades campesinas que marcan su identidad y su cultura. Tiene una
larga y fecunda historia que es su principal referencia cultural y política. La
actual propuesta está anclada en la recuperación de las tradiciones de la
Mesopotamia porque consideran que la civilización no empezó con los griegos, ni
la Revolución francesa es el punto de arranque de las luchas por la
emancipación.
La nueva orientación del
PKK provocó la furibunda reacción de Estados Unidos y sus aliados, que
decidieron adjetivarlo como “terrorista”
y perseguir a su dirigente, Abdullah Ocalan, que se encontraba en Siria y fue
expulsado hacia Rusia por presión de Turquía. El gobierno ruso tampoco lo
toleró y lo expulsó a Italia. Cuando se dirigía a Sudáfrica, Ocalan fue
secuestrado en Kenia por el servicio secreto israelí (Mossad) y entregado a
Turquía. El presidente del PKK fue condenado a cadena perpetua, luego de que le
conmutaran la pena de muerte, y está confinado en solitario en una isla en el
Mar de Mármara.
El PKK comenzó a ser un
problema para el imperialismo porque ahora tiene una propuesta para todos los
pueblos de Oriente Medio. El confederalismo democrático realiza cuatro críticas
al Estado-nación.
La primera es que cualquier Estado, sea capitalista o socialista, se
basa en la dominación de una clase minoritaria sobre las clases populares.
Además supone la dominación de un grupo étnico o religioso sobre los
otros, como sucede en todos los Estados.
La tercera cuestión es todo Estado se apoya en el patriarcado, la
dominación de hombres sobre mujeres.
En cuarto lugar, el Estado necesita para sostenerse una sociedad
productivista que destruye a la madre tierra. Los kurdos autonomistas dicen que
no se puede terminar con el capitalismo sin eliminar el Estado, y que no
podemos librarnos del Estado sin librarnos del patriarcado.
Cuando el conflicto entre
la oposición y el gobierno de Damasco se convirtió en guerra abierta, la
población kurda no apoyó a ninguno de los bandos y buscó su propio camino, a
través del autogobierno. En ese
momento, encontró que el confederalismo democrático es la mejor forma de
convivencia en una región donde el 80 por ciento son kurdos y el 20 por ciento
pertenecen a otros grupos étnicos.
Los tres cantones de la
zona de Rojava, que se denominan comunidades autónomas democráticas: Efrin,
Jazira y Kobane, son una confederación de kurdos, árabes, arameos, turcómanos,
armenios y chechenos. Redactaron una Constitución, que se difundió en octubre
de 2014, que denominan Carta Constitucional de Rojava. El preámbulo “proclama un nuevo contrato social, basado
en la convivencia y el entendimiento mutuo y la paz entre todos los hilos de la
sociedad. Protege los derechos humanos y las libertades fundamentales, y
reafirma el derecho de los pueblos a la libre determinación”.
Las Unidades de Protección
Popular (YPC) son la única fuerza militar de los tres cantones, con el mandato
de proteger y defender la seguridad de las comunidades autónomas y sus pueblos.
Formaron el Movimiento por una Sociedad Democrática (Tevgera Civaka Demokratîk,
conocido por su apócope Tev-Dem), que
es el verdadero promotor de los cambios. Entre ellos la creación de las
Unidades de Protección de Mujeres (YPJ) que cuentan con 10.000 integrantes que
juegan un papel decisivo en la defensa de Rojava. Así como la Asayish, una
fuerza policial para el control de las zonas autónomas con unos 4.000
integrantes, un cuarto de las cuales son mujeres. Esta “policía” no quiere que la llamen de esa manera, porque dicen que ellos no sirven al Estado sino a la
sociedad.
Los mandos de esos cuerpos
armados son elegidos y además del uso de las armas y la disciplina militar,
aprenden la historia del Kurdistán, ética, meditación y la cultura popular. La
nueva administración (la anterior colapsó en 2012), es gobernada por las
comunas o municipios en base a consejos de barrio abiertos y semanales, que
tienen a su cargo sus propias unidades de autodefensa, además de consejos
dedicados a economía, educación, salud, servicios públicos, jóvenes y mujeres.
Los cantones cuentan con un consejo al que asisten los delegados elegidos en
cada barrio.
La construcción de este
entramado de poder fue posible gracias al trabajo del Tev-Dem, una gran
coalición de grupos entre los que figuran partidos como el PYD (Partido de la
Unión Democrática), cooperativas, grupos de jóvenes y de mujeres, centros
culturales y academias. En base a los principios de autogobierno, la nueva administración
tomó en sus manos las tierras estatales (llanuras dedicadas al monocultivo de
trigo) y las entregó a las cooperativas creadas que están intentando
diversificar la producción de alimentos. Siguen extrayendo algo de petróleo que
refinan para las necesidades locales.
La creación de comunas auto
gestionadas se produce en plena guerra, algo que desconcierta a algunos, como
se desprende de los reportajes publicados en Europa donde se preguntan: ¿Por
qué no iniciaron ese proceso tan interesante en una situación normal, no cuando
están siendo asesinados por cientos por los militares, y de modo muy particular
por el genocida Estado Islámico?
Como suele suceder, la
pregunta devela la forma de pensar de quien la formula. La respuesta es que no
hubiera podido suceder en otro momento. La historia de las revoluciones así lo
enseña. Todas nacieron en medio de guerras, cuando la supervivencia de la
humanidad estaba en riesgo, cuando era necesario organizarse junto a otros y
otras para darle cierta continuidad a la vida. Las revoluciones nacen de la
necesidad, no de las biblias (y poco importa si esas biblias son marxistas,
anarquistas, cristianas o socialdemócratas).
La Revolución española, la
rusa y la china, entre muchas otras, la creatividad humana colectiva a la que
llamamos revolución, no son opciones filosóficas sino producto de la necesidad.
Pero hay otro dato
fundamental. Si el poder del Estado sirio no hubiera colapsado en Rojava,
dejando amplios territorios rurales y urbanos a merced de los mercenarios del
Estado Islámico (de los ejércitos turco y sirio, y de las diversas milicias que
guerrean para adueñarse del petróleo,) la autogestión hubiera sido un sueño de
filósofos desvelados. Al colapsar el Estado, el capitalismo y el patriarcado
quedaron expuestos. El Estado es el escudero de explotaciones y opresiones. Sin
su concurso, tienen enormes dificultades para reproducirse.
No existe, empero,
determinismo. Los kurdos del norte de Siria no encontraron las tesis del
confederalismo democrático del PKK por casualidad. Hay una práctica previa,
mucho más importante que las tesis de Ocalan, aunque éstas son realmente
valiosas porque las inspiran. Las ideas no son las que cambian el mundo, sino
la actividad humana colectiva, impregnada a menudo de jirones de esas ideas.
No deberíamos caer en la
trampa colonial de creer que el texto y la palabra, como las que impusieron los
colonizadores españoles en América, sean la clave de cambio alguno. En contra
de lo que creen muchos, las ideologías son mucho menos decisivas que la
actividad social colectiva. Mucho antes de la experiencia autónoma de Rojava,
los militantes del PKK y del Tev-Dem impulsaron una amplia articulación
conocida como Congreso de la Sociedad Democrática, donde se articulan más de
500 organizaciones sociales, sindicatos y partidos.
Cuando sobrevienen
catástrofes naturales y sociales, y colapsa la vida cotidiana, los pueblos
echan mano de la memoria de sus experiencias colectivas acumuladas en sus
vidas, algo que podemos llamar cultura política o modos de hacer codificados
como costumbres o hábitos. Si sólo conocen una cultura, la hegemónica,
jerárquica, patriarcal, caudillista, estatista-capitalista, no podrán salir de
la heteronomía. Pero si han mantenido vidas sus tradiciones comunitarias,
autónomas, no capitalistas, no patriarcales, por pequeños que hayan sido esos
espacios y tiempos en los que las practicaron, la historia puede pegar un giro.
Por eso, lo importante en
los periodos “normales” no es cuánta
gente está involucrada en esas formas de hacer que llamamos “alternativas”. Lo decisivo es que
existan, que un sector activo y dinámico, aunque sea minoritario, las practique
y difunda. En nuestra sociedad todos saben que hay formas más sanas de
alimentarse, modos no alopáticos ni mercantilizados de cuidar la salud,
espacios no tan mercantiles como el shopping
y los supermercados, formas de vida diferentes y pequeñas organizaciones que
las sustentan. Cuando sobrevengan situaciones dramáticas, algunas de esas
experiencias se van a multiplicar, como sucedió tantas veces.
Rojava es la doble
consecuencia de la guerra civil siria y del extenso trabajo del PKK y de otras
organizaciones kurdas. Lo notable es que un partido de raíz marxista-leninista
haya sido capaz de promover un viraje de tal envergadura. No encontró en las
tesis anarquistas su inspiración, sino en las tradiciones libertarias del
pueblo kurdo. Inspirarse en las tradiciones comunitarias y libertarias que
albergan todos los pueblos, es un buen antídoto contra dogmatismos de todo
tipo.
Es evidente que hay
ciertas similitudes entre las revoluciones zapatista y kurda. ¿Habrá habido
algún encuentro secreto entre Marcos y Ocalan? ¿Entre los comandantes del EZLN
y los del PKK? Existe toda una bibliografía que hace de las conspiraciones el
hilo conductor de las luchas sociales, que tiene similar fuerza que la mirada
ideológica. Ambas no comprenden el dato fundamental: la historia la hacen los pueblos, con sus luchas, pero también con
sus consentimientos. La confrontación cambia el mundo tanto como la
conciliación, aunque nuestra iconografía militante acostumbre posarse sólo en
los actos heroicos, por más esporádicos y azarosos que hayan sido en la
historia.
Creo que lo común entre
una y otra experiencia son las raíces, es el viaje hacia lo más profundo de los
pueblos. El subcomandante Marcos llegó con un pequeño grupo de militantes
guevaristas derrotados a la selva Lacandona y allí no tuvo otro camino que “rendirse” a la lógica de las
comunidades. Un conocido relato explica que el cuadrado de su teoría política
salió abollado del contacto con los seres humanos reales y que, gracias a esas
abolladuras, pudo comenzar a rodar por las comunidades hasta convertirse en un
círculo. O algo similar.
Lo común entre ambos
procesos es el empeño en cambiar el mundo y comprender que los modos heredados
no son los más adecuados. Que la gente sabe y que podemos confiar en ella. Que
no sabemos tanto y que debemos aprender de otros y otras de abajo. Ellos son
nuestros maestros. Una ética de la humildad, de la disposición de hacer juntos
y no de imponer lo que llevamos en las alforjas.
No es muy importante si en
un lugar se llaman juntas de buen gobierno y en el otro son consejos locales y
de cantón. En ambos casos, se puede apreciar un traslado del centro de gravedad
a los pueblos organizados y la confianza en que esos pueblos son los sujetos
capaces de hacer lo que hay que hacer. ¿Qué? Lo que esos pueblos decidan, en
cada momento, según sus convicciones.
Es imposible saber de
antemano el futuro de la revolución kurda. En medio de una guerra atroz, en la
que están directamente implicadas grandes potencias, feroces dictaduras y
grupos terroristas, le será muy difícil sobrevivir a tanta destrucción. Los
recientes ataques de Turquía y del Estado Islámico pueden ser una muestra de lo
que depare el futuro inmediato. En todo caso, lo que han hecho hasta ahora es
suficiente para levantar el mayor entusiasmo, la mayor admiración, la más
amplia solidaridad en cada rincón del planeta de los oprimidos.
Los grandes procesos
históricos deben ser reflexionados por las intenciones, no por la pragmática
medida de los resultados. Por eso Rojava merece toda nuestra atención, todo
nuestro apoyo y la disposición de ánimo de aprender, que es lo poco que podemos
hacer a distancia. Estamos atravesando un periodo particular de la historia,
muy similar al de las dos guerras mundiales, cuando varios imperios fueron
desguazados, cuando sobrevinieron las grandes revoluciones, pero también el
reparto de los restos de esos imperios entre las potencias coloniales.
Mirando
retrospectivamente, Eric Hobsbawm resaltaba la importancia de la Revolución
española, convertida en un frente de batalla central contra el fascismo. Fue,
en su opinión, la causa más noble del siglo pasado, como señala en su Historia
del siglo XX: “Para muchos de los que
hemos sobrevivido es la única causa política que, incluso retrospectivamente,
nos parece tan pura y convincente como en 1936”. Es lo mejor que puede
decirse de una revolución.
Raúl Zibechi
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