Red Latina sin fronteras
Información y comunicación
para la liberación
Por Juan Carlos G.
Partida, corresponsal
12/09/2015
Guadalajara, Jal. Si Eduardo Galeano escribió Los sueños de Helena para, como dijo
muchas veces, vengarse de la pobreza de sus sueños frente a los portentosos de
su tercera y definitiva esposa, Helena Villagra, este jueves ella en el
paraninfo de la Universidad de Guadalajara se vengó de la muerte del escritor
uruguayo, al dedicar el doctorado honoris causa de Galeano a los 43 estudiantes
desaparecidos en la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero.
“Dedico en su nombre este doctorado honoris causa otorgado por
la UdeG a la lucha de esos ‘nadies’ doctorados en Ayotzinapa, los queridos 43,
que le han enseñado al mundo que los músculos de la conciencia son antídotos
contra el espanto, y que en estos tiempos donde no abunda la solidaridad, hay
muchos corazones decentes que laten juntos”, dijo Villagra.
El discurso de Villagra,
emotivo y breve, fue posterior a que el rector de la UdeG, Tonatiuh Bravo
Padilla, le entregara el pergamino y la medalla conmemorativa, en un acto al
que se dieron cita autoridades universitarias y el embajador de Uruguay en México,
Alberto Delgado Fernández.
La viuda de Galeano
recordó que tras la partida del escritor, el 13 de abril pasado, quedó entre el
aturdimiento y el dolor, sin querer ni poder salir de la casa que compartieron
hasta casi un mes después hasta que acudió a la ceremonia que su marido pidió,
depositar sus cenizas con el río de la Plata, al que siempre llamaba “río-mar”.
Su siguiente salida de
casa fue a finales de mayo, cuando Ayotzinapa llegó a Montevideo y en presencia
de familiares de los desaparecidos se realizó una marcha hacia la embajada
mexicana, a la que dijo habrían acudido ella y Galeano tras el impacto que
causó en sus vidas la noticia de lo ocurrido en Guerrero el 26 de septiembre
del año pasado.
Al final de la marcha,
dijo, tras llegar a las vallas y policías que rodeaban el inmueble, una joven
mexicana recitó Los nadies, el
conocido poema de Galeano.
Recordó sus muchos viajes
a México en compañía de su marido, sus andanzas en los campamentos de Oventic “con Carlitos Monsiváis tan querido”, en
un Chiapas donde a Galeano lo llamaban “el
recogedor de lluvias” y “de las
palabras de abajo”, como entre los saharauis en África del norte lo
conocían como “perseguidor de las nubes”.
“Gracias, Eduardo, el abeio de nuestros nietos, mi querido
Dudú, por todas esas vidas, las de tantos nadies del mundo que se reconocen en
tus letras”,
concluyó entre lágrimas de muchos presentes y un aplauso largo, unánime, con
las venas bombeando sangre al corazón abierto.
Antes de Helena Villagra,
el rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la
UdeG, Héctor Raúl Solís Gadea, recordó que el trámite universitario para el
honoris causa a Galeano comenzó el 30 de julio de 2013 por sus aportes como
periodista, historiador, literato, activista y crítico social.
“En 1971, a los 31 años de edad, el maestro Galeano publicó lo
que sería una de sus obras más exitosas y que alcanzó una influencia
continental y aún más allá. Me refiero a Las venas abiertas de América Latina,
ese texto que formó la conciencia política de muchas generaciones y ofreció una
lúcida interpretación de la historia de nuestros pueblos y el despojo que han
vivido desde los días de Cristóbal Colón”, reseñó Solís.
El rector del CUCSH
destacó que aunque estrictamente no era ni novelista ni poeta, su prosa fue
literaria y poética, lo que le permitió situarse “mucho más allá de los estrechos límites a los que a veces se reducen
los científicos sociales”.
Habló de sus exilios en
Argentina y España, cuando escribió la trilogía Memoria del fuego, publicada en 1982.
“Creo que la mayor aportación de Eduardo Galeano, la clave de
su vigencia, es que con su vida y obra demostró que se puede ser de izquierda
sin dejar de ser crítico, sin ser dogmático y sin perder la alegría de vivir.
También dejó claro que se puede ser intelectual de cuerpo entero, con emociones
y sentimientos, y que todo eso se refleja en la posibilidad de articular un
lenguaje bello”,
afirmó.
El dirigente universitario
dijo que el honoris causa a Galeano es un honor para la UdeG que la obliga a
mantener una institución digna, en particular ahora que la voz del homenajeado “no puede elevarse para discrepar de lo que
hagamos o no hagamos los universitarios”.
La viuda de
Eduardo Galeano, Helena Villagra, recibió el 'honoris causa' para Eduardo Galeano y lo dedicó a los 43
normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Foto Arturo Campos Cedillo
|
Texto del
discurso de Helena Villagra
Señores miembros del
Honorable Consejo General Universitario de la Universidad de Guadalajara
Maestro Itzcóatl Tonatiuh
Bravo Padilla, Rector General
Doctor Miguel Ángel
Navarro Navarro
Maestro José Alfredo Peña
Ramos
Doctor Héctor Raúl Solís
Gadea
Doctor Jaime Preciado
Coronado
Maestro Ángel Lorenzo
Florido Alejo
Maestro Rubén García
Sánchez
Maestra Gabriela Hinojosa
Rodríguez
Que cuidaron, con paciencia todos los detalles de nuestra
presencia aquí.
Antes que nada, expresar a
todos ustedes el reconocimiento por este doctorado honoris causa a mi querido
Eduardo, y cuando digo mío, también sé que es nuestro Eduardo.
Quiero decirles lo mucho
que me emociona estar aquí… ver tanta gente entrañable y sentir la presencia de
los que nos convocan desde rincones lejanos.
En este tiempo de su
ausencia, quise evocar y compartir con ustedes, aquel texto de Eduardo sobre
ese hombre del pueblo de Neguá… que en la costa colombiana, pudo subir al alto
cielo.
“y a la vuelta, contó.
Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos
un mar de fueguitos.
-El mundo es eso – reveló-
un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz
propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de
fuego sereno que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el
aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos no alumbran ni queman; pero otros
arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien
se acerca, se enciende”.
Y Eduardo, era ese fueguito…
contagioso encendedor.
Vuelvo una vez más al
libro que abrazó a tantas y tantos, donde recordar era volver a pasar por el
corazón.
Por eso, quiero contarles
algo muy… personal.
Después del 13 de abril, cuando partió, me quedé entre el
aturdimiento y el dolor.
Y me encaracolé: no
quería, no pude salir de nuestra casa, hasta casi un mes después; lo hice sólo
una vez para la ceremonia que él había pedido: sus cenizas confundidas con el
Río de la Plata, al que siempre llamaba, río-mar.
En ese abrazo nos
acompañaron los cercanos, los amigos entrañables y flores de nuestro jardín. Y
por supuesto, nuestro Maco, el perrito.
Fue una ceremonia sencilla
y bella.
Después, cuando aún dolía
el aire, leí algo que me movilizó.
Llegaba Ayotzinapa a
Montevideo: se anunciaba una marcha para finales de mayo, al mediodía, hacia la
embajada mexicana.
No lo dudé, me dije: “Tengo que ir”, por mí, por mi compañero
de la vida.
Claro que hubiéramos ido
los dos después de la angustia con la que vivimos juntos todo lo sucedido aquel
26 de septiembre.
Y allí estuve, con mi
banderita negra, porque en el negro se juntan todos los colores y habla el
silencio.
En esa marcha, al
mediodía, reitero, llegamos a la embajada de México, vallada, rodeada de
policías que la custodiaban.
Me pregunté, ¿de quién se defienden?
¿De las mamás y papás que
vinieron?
¿De los que queríamos
solidarizarnos con su dolor y con su lucha?
Y en esa frontera del
absurdo… hacia el final del acto, una muchacha, con paliacate, y su acento
mexicano, recitó “Los nadies”.
Por pura casualidad, yo
estaba pegadita a ella, anónima, en el marco de ese silencio.
Y nos recordó a todos el
sentido de esta viñeta:
Los nadies: los hijos de
nadie
Los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos,
los ninguneados,
…
Que no tienen cara, sino
brazos.
Que no tienen nombre, sino
número.
Que no figuran en la
historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan
menos que la bala que los mata.
Caminamos Eduardo y yo,
juntos, muchas veces en el México-abrazo, el México generoso, el que acogió a
refugiados de tantos mundos, y a tantos amigos que huían de las dictaduras del
Sur.
El México lindo de las
calacas y los boleros, el de la comida rica y picosa, que tanto nos gustaba.
Me acuerdo de las andanzas
nuestras en los campamentos de Oventic, con Carlitos Monsiváis, tan querido.
Cuando el abrazo en La
Realidad hacía evidente un tiempo de la conciencia que trataba de cambiar el
tiempo de las cosas que pasan.
También, en la celebración
de ese encuentro, me alegró que desde el eco de Chiapas, lo llamaran “el recogedor de lluvias” y “de las palabras de abajo”.
Y en otro lugar olvidado
del mundo, donde la libertad es el anhelo de todos los días, para los
saharauis, hijos del desierto, Eduardo era el hermano “perseguidor de las nubes”.
Y agradecer a otro amigo
entrañable de Eduardo y mío, otro Carlos, Carlos Beristain.
ENTONCES, para concluir:
Señor Rector, integrantes
de la comunidad de la Universidad de Guadalajara, queridos amigos.
Con el dolor de su
ausencia, que lo trae con amor hasta el presente, con el orgullo de haberlo
elegido como mi compañero de vida, en nuestros andares cuarenta años juntos.
Con Eduardo, siempre
coherente, entre lo que sentía, vivía, pensaba y escribía.
Por su permanente voluntad
de belleza y de justicia,
Y para juntar los
fueguitos, como la historia de Neguá, para que la vida se encienda.
Como sé que Eduardo lo
hubiera querido,
DEDICO en su nombre este Doctorado
Honoris Causa otorgado por la Universidad de Guadalajara a la lucha de esos
Nadies doctorados en Ayotzinapa, los
queridos 43, que le han enseñado al mundo que los músculos de la conciencia son
antídotos contra el espanto, y que en éstos tiempos donde no abunda la
solidaridad, hay muchos corazones decentes que laten juntos.
Gracias, Eduardo, el abeio de nuestros nietos, mi querido
Dudú, por todas ésas vidas, las de tantos nadies
del mundo que se reconocen en tus letras.
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