Esta es una historia sobre ti… y sobre más de 100 millones de mexicanos que, como tú, ya están hartos.
Por Jesús Miguel Carreón Díaz
«Esta es una historia sobre ti», decía una liga que apareció de manera misteriosa
en tu muro de Facebook y tú estabas contento porque siempre habías querido leer
algo sobre ti en Internet que no fuera algún chisme o recado.
¡Esta es una historia sobre ti! Vives en una pequeña casa al sur de la ciudad,
cerca de un centro comercial. A veces paseas ahí, cuando compras el mandado;
otras, le hechas un ojo a la cartelera del cine y elijes alguna película que te
llame la atención para después comprarla con Arturo, tu vecino.
Por las noches puedes ver la luz amarillenta de la autopista contra el
sonido de una ciudad que nunca descansa. Te sientas en el reducido porche de tu
casa observando gente que va y viene por la calle durante horas. Pero sólo a
veces. La mayoría del tiempo haces otras cosas. Esta es una historia sobre ti.
No siempre has vivido en Ciudad Juárez. Vivías en otro lugar, donde había
más árboles, más agua, pero ya no te acuerdas muy bien.
Fue una mañana gris ese 14 de enero [2015] y parecía que comenzaría a nevar
en cualquier momento, hoy no tienes que ir a trabajar, es tu día libre en la
maquila pero tienes que ir a una clínica a recoger unos estudios porque donde
trabajas no te dan seguro o prestaciones, ya que estás subcontratado.
Caminando a la parada de la «ruta»
te percatas de que hay soldados en cada extremo de un puente peatonal, además
de dos mantas: «Bienvenido señor
presidente EPN», decía una, «Gracias
señor Presidente EPN», decía la otra; «puras
mamadas», dijiste tú y cruzaste la calle por la mitad de la avenida porque
las personas que cargan armas automáticas no te dan mucha confianza.
Ya del otro lado de la avenida observas el tráfico mientras esperas la «ruta». Decenas de autos pasan cada
minuto, el flujo del tráfico hipnotiza, pero un autobús en particular te llama
la atención ya que iba lleno de policías. Cuando llega la «Juárez-Aeropuerto» te subes rápido, pagas tus seis pesos y te
pasas al fondo.
La ruta estaba repleta como es
costumbre a esa hora y el tráfico no hacía el viaje más fácil, pero al menos la
multitud de gente ayudó a quitarte el frío. A una cuadra del parque central los
autos se detuvieron de golpe.
— ¿Qué pasa, mamá? —dijo una niña
— Es que hoy va a venir el
presidente a Juárez —le respondió la madre y a la niña le brillaron los ojos con una inocente
emoción.
Pasan varios minutos, se comienza a percibir desesperación dentro de la
ruta, la gente murmura sobre lo que sucede afuera, el aburrimiento termina por
ganarte y te asomas por la ventana para observar la conmoción, ves una decena
de camiones estacionados alrededor del parque central, parecidos al que viste
más temprano en la parada, puedes observar centenas de policías, soldados y
federales caminando por las banquetas, entre ellos varias personas con
auriculares, entonces oyes algo más, un helicóptero se escucha sobre el techo
del autobús, no lo puedes ver pero sospechas que se coordina con los de los
audífonos.
La ruta por fin comienza a
avanzar, logras ver todo el operativo de seguridad en torno al parque, la
alambrada está cubierta por una manta color verde soldado, no se puede ver qué
pasa adentro pero sospechas que es parecido a lo que sucede fuera, tu
pensamiento es interrumpido cuando el camión se detiene en seco, casi caes,
otra vez asomas la cabeza y observas a una centena de manifestantes, con
banderines, coloridos carteles, megáfonos y micrófonos, entre el autobús y
ellos se encuentra una muralla de policías antimotines que detienen el tráfico.
Después de un momento los policías abrieron una brecha en el carril y la
ruta pudo avanzar. Varios pasajeros sacaron sus manos en apoyo a los
manifestantes, otros sólo miraban con indiferencia. «Pinches huevones», renegaban algunos, «son gente de Morena», decían otros. Tú pensabas en lo tarde que
era ya, « ¿por qué tenía que venir el
Presidente hoy?», te preguntaste.
El resto del viaje pasó sin mayor incidente, sólo notaste la cantidad de
policías y soldados apostados en las calles de la ciudad, la gente subía y
bajaba cada vez que la ruta se
detenía, en uno de esos momentos pudiste tomar un asiento en el último tramo
del recorrido. Te bajaste en la avenida Triunfo de la República, a unas cuadras
de la clínica, ahí también viste un gran contingente de antimotines
resguardando el área aledaña al hospital de la mujer, observaste a los policías
con sus escudos de plástico y pesado equipo, veías como detenían a la gente que
sólo quería pasar.
Cuando entraste a la clínica te dirigiste a la secretaria para preguntar
por tus estudios, «se me hace que todavía
no están, déjeme reviso, tome asiento por favor», dijo la joven detrás del
mostrador. Esperaste alrededor de una hora hasta que la secretaria te señaló un
consultorio al fondo, platicaste un momento con el doctor; ese día no recibiste
ninguna buena noticia, te recetaron unas pastillas para el dolor y te
despacharon a tu casa.
Pasaba del mediodía, compraste un cigarrillo pero tenías hambre ya que no
habías desayunado. Te dirigiste a un puesto de burritos que estaba frente a la
clínica, «me da uno de rojo y otro de
chile relleno», dijiste mientras le señalabas al encargado los guisos
detrás de la vitrina, «ahí salen», te
contestó; mientras esperabas sentado en la barra fumando el cigarrillo, te
pusiste a ver las grandes grietas del concreto y pensabas en lo que te había
dicho el médico, «tal vez podría
encontrar trabajo en un lugar donde no esté de pie todo el día», te
dijiste, pero no se te ocurrió nada, «sale,
jefe», interrumpió el encargado, «son
treinta pesos», le diste el dinero y comenzaste a comer.
Caminando de regreso a la avenida para tomar la ruta, escuchaste una gran conmoción en la calle y viste a una
multitud en las esquinas de la avenida, celulares en mano viendo lo que sucedía
frente a sí.
Al llegar a la esquina pudiste ver lo que sucedía, los antimotines se
enfrentaban con los manifestantes que habías visto en la mañana, pudiste ver
alrededor de 50 jóvenes forcejeando con los policías, quienes intentaban
mantener una valla verde de fierro que bloqueaba el paso y terminaron por
abandonarla.
De repente, en el lado derecho de la formación comenzaron los golpes, no
podías ver muy bien lo que sucedía pero los jóvenes se abalanzaron a patadas
contra la formación de policías que intentó repelerlos con los escudos de
plástico. El enfrentamiento duró unos cuantos minutos hasta que un par de
manifestantes intentaron remover la valla que estaba del lado izquierdo
aprovechando la distracción.
En ese momento los manifestantes fueron rociados con algo que no pudiste
distinguir y una niebla blanca se apoderó del lugar. Varios de los jóvenes
comenzaron a arrojar piedras, algunos con resorteras, otros con latas de
aerosol rayaron los escudos de los policías; «puercos» y «43»,
escribieron sobre el plástico.
La tensión se sentía en el ambiente, entre patadas, pedradas y rocíos de
gas, tú solo observabas en silencio, junto a los demás, desde la esquina al
otro lado de la calle, nadie quería perderse un sólo detalle, era como un
espectáculo que rompía con la enfermiza rutina bajo la que conmutan la mayoría
de las personas de esta ciudad.
«Guacha eso», dijo alguien; un autobús de
pasajeros se estacionó a unos metros de donde estabas, una treintena de
antimotines bajaron de él y se dirigieron en fila hacia donde estaban los
manifestantes, los jóvenes se tiraron al piso para impedirles el paso, pero los
policías pasaron sobre ellos para reforzar la muralla de carne que se
interponía entre el pueblo y el presidente.
Te percataste que otros dos camiones se acercaban al lugar de la
manifestación, uno por la izquierda, el otro por la derecha, parecía que
intentaban bloquear toda la avenida, pero los manifestantes se abalanzaron
sobre ambos con piedras y algunas de las vallas que habían arrebatado a los
policías. Viste que mientras que uno de los autobuses desistió, el otro logró
bloquear una parte de la calle, ninguno se salvó de ser decorado por los
jóvenes.
El espectáculo había terminado, la gente comenzó a retirarse de las
esquinas para volver a lo que estaban haciendo, observaste cómo un nuevo
contingente de manifestantes con pancartas llegaron para formar una barrera
humana haciendo un llamando a la paz. Los jóvenes comenzaron a retirarse y
decidiste que deberías hacer lo mismo.
Tomaste otra vez la ruta, el
viaje no fue muy distinto al de la mañana pero esta vez sin el tráfico masivo,
llegaste a una farmacia de genéricos a comprar tus pastillas y caminaste
derecho a tu casa a dormir.
Cuando despertaste revisaste en internet un video de lo que sucedió ese
día, podías ver cómo uno de los padres con hijas desaparecidas era golpeado por
la policía por exigir una audiencia con el presidente, leíste que Peña sólo
habló con empresarios y políticos, cómo inauguró un parque que ya existía y fue
regalado a la policía.
Viste imágenes de vendedores ambulantes que fueron arrestados por dañar la imagen de la ciudad, pensaste
en que ya no querías trabajar tiempo extra todos los días, te preguntaste ¿por
qué no tienes pavimento en tu calle?, ¿por qué la vida humana vale tan poco? y
¿por qué una figura como la del Presidente puede actuar de manera tan impune?
Soltaste un profundo suspiro y decidiste revisar tu muro para ver si
algún conocido había publicado algo que te hiciera sentir mejor, esto nos trae
al presente.
Esta es una historia sobre ti, ciudadano, estudiante, habitante,
trabajador, campesino, fulano, proletario, tú como la mayoría que no vive entre
lujos y grandes propiedades, que no ostenta apellidos llamativos o representa
empresas multimillonarias.
Esta es una historia sobre ti, que trabajas por un sueldo que apenas te
sostiene, que soporta la constante pérdida de amigos, familiares y compañeros
ante un sistema que no perdona y que se organiza en tu contra, tú que ves con
desdén algo tan superfluo como la visita de un presidente. Esta es tu historia
y la de más de 100 millones de mexicanos que, como tú, ya están hartos.
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