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Brasil: NEOCOLONIALISMO VERDE, REBELDÍA NEGRA. Depredación por la producción de celulosa de eucalipto

Por Renata Bessi y Santiago Navarro F

Neocolonialismo verde, rebelión afrobrasileña
Publicado el 20/01/2015
«La memoria asegura la utopía de los territorios. El día que la memoria muera completamente no podremos más pensar en un post-eucalipto. Tenemos que invertir en la construcción del conocimiento de la transición. Estas tres décadas siguientes son estratégicas para la lucha»
Papel desechable, tales como papel higiénico y toallas de primera calidad; un producto suave y esencialmente blanco, es el destino principal que tiene la celulosa brasileña extraída de los árboles de eucalipto. Un producto que busca abastecer, principalmente, la demanda del mercado de los países del primer mundo. Aunque este tipo de papel ha generado impactos sociales y ambientales en tierras brasileñas, muchas comunidades jamás han tenido en sus manos un tipo de papel como el que se usa en estos países.

La región conocida como Sape do Norte, que incluye los municipios de São Mateus y Conceição da Barra, en el estado de Espírito Santo, Brasil, ha sido afectada fuertemente por las plantaciones de eucalipto. En São Mateus por ejemplo, las plantaciones ocupan el 70% del territorio. De Vitoria, la capital de Espírito Santo, a São Mateus, casi 300 km de longitud son ocupados por arboles de eucalipto, en algunos trechos muy accidentados, aun se pueden ver pequeños resquicios de lo que fue el bosque nativo y su biodiversidad, que abarcan algunas hectáreas, que se pueden recorren en escasos minutos en automóvil.

Esta área es también símbolo de la resistencia negra, tierra de Quilombolas. Quilombo viene de la lengua kimbundu, una de las lenguas bantúes más habladas en Angola. Quilombo se le llamo a los lugares donde vivieron los esclavos rebeldes o fugitivos, que llevaban una vida de libertad en rincones apartados de las ciudades o en el campo y de ahí viene la palabra Quilombola, usada en Brasil para referirse al negro rebelde.

Quilombo es un tipo específico de ascendencia africana que al igual que los otros fueron traídos de África en la época colonial, pero que se negaron a ser sometidos a la esclavitud y representaron la resistencia negra. Ellos construyeron comunidades, a las que también llamaron quilombos, huyendo de la esclavitud en Brasil donde permanecían aislados en pequeñas comunidades compuestas de 20 a 30 familias donde vivían de forma autónoma. Sus descendientes permanecieron en estos sitios.
Marcelo Calazans de la Federación de Organizaciones para la Asistencia Social y Educacional (FASE) organización que trabaja desde hace 30 años con los temas relacionados con los impactos del eucalipto en el estado de Espírito Santo.
En São Mateus había un puerto que comercializaba los negros recién llegados de África y muchos de ellos huían de las embarcaciones antes de que los navíos llegaran al muelle. Huían y se refugiaban en los bosques.
La emancipación de los esclavos ocurrió en 1888 y no fue acompañada de medidas que permitiesen a las comunidades negras permanecer en las zonas rurales. Sólo un siglo más tarde, se produjo el reconocimiento legal de estas comunidades con la Constitución de 1988, aunque no garantizó efectivamente la preservación del territorio quilombo. El hecho es que, con o sin reconocimiento, una gran parte de estas comunidades sobrevivieron en las zonas rurales. Prueba de eso son las comunidades del Sapé do Norte.
En la década de 1960 con la llegada de la industria de la celulosa extraída del eucalipto, los Quilombolas sufrieron un nuevo impacto y las familias se vieron obligadas a abandonar sus tierras y algunos se trasladaron a las grandes ciudades en busca de supervivencia, terminaron nutriendo las grandes favelas. Se estima que antes de que llegara la neocolonización del eucalipto, había alrededor de 15.000 familias Quilombolas. Hoy en día se calcula que 1.200 familias se reorganizan en 32 comunidades de la Sapé do Norte. Los descendientes Quilombolas están dispersos en comunidades «aisladas» por plantaciones de eucalipto, sufriendo todo tipo de presiones y efectos provocados por la industria de la celulosa.
«Hubo plantaciones de monocultivos en lugares inverosímiles, en nacimientos y en zonas de recarga hídrica. Se eliminaron los bosques de la ribera, se cortó el curso del agua, las lagunas fueron rellenadas con tierra, se mató la biodiversidad del bosque atlántico con plaguicidas y herbicidas, eso hizo imposible la siembra agrícola, al menos que se usaran agroquímicos», explica a SubVersiones Simone Batista Ferreira, investigadora del Departamento de Geografía de la Universidad Federal de Espírito Santo.
Empresa líder mundial
La empresa Aracruz Celulosa llegó en tierras de Espírito Santo en la década de los años 1960. Estuvo constituida en un primer momento por accionistas como Souza Cruz (una subsidiaria de British American Tobacco), el Grupo de la familia Lorentzen –ligados a la realeza de Noruega-, y el Grupo Safra, con un 28% de participación de capital cada uno; el Estado brasileño era un socio con las acciones del Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDE) -ahora denominado BNDES-, que se redujo al 12%. En el año 2009 la empresa Aracruz Celulosa cambió de nombre y nace la empresa Fibria Celulosa, resultado de la incorporación de acciones de Aracruz Celulosa y la de Votorantim Celulose e Papel (VCP). Fibria es considerada en la actualidad como una empresa líder mundial en la producción de celulosa de eucalipto. Es la única empresa del sector forestal del mundo que está en la lista de empresas del Índice Dow Jones, cotizando en la bolsa  Bolsa de Valores de Nueva York.
Bosques sin vida
Un bosque sin flores, sin olor, sin animales, ningún ave ronda su vuelo por este lugar. Un bosque escéptico, de un color verde uniforme. Árboles raquíticos, troncos delgados y altos, que parecen columnas cimbradas en la tierra. En Ecuador las plantaciones de eucaliptos son conocidas como el bosque silencioso, porque no hay pájaros. En Chile le llaman, bosque militar porque, además de tener un color verde característico del uniforme militar, los árboles están formados y ordenados de una forma rígida. En Brasil le llaman desiertos verdes, simplemente porque no hay vida en su entorno.
Brasil es el cuarto mayor productor mundial de celulosa, después de Canadá, Estados Unidos y China. De acuerdo con el informe del año 2014, de la Industria Brasileira Árbol Forestal (IBA por sus siglas en inglés), con datos del año 2013, el área forestal cultivada en Brasil llegó a 7,6 millones de hectáreas en 2013. El eucalipto representa el 72% de este total con una área cultivada de 5 millones 474 mil hectáreas. En el año 2013 se produjeron 15,1 millones de toneladas de celulosa y 10,4 millones toneladas de papel. El objetivo es alcanzar una producción de 22 millones de toneladas de celulosa en Brasil hasta el año 2020.
La celulosa de Brasil tiene como principal destino, el mercado de Europa, que recibe el 41% del volumen de las exportaciones, seguido por Asia y América del Norte, con cerca del 39% y 20%, respectivamente.
Demanda internacional
De acuerdo con el economista Helder Gomes, miembro de la Red de Alerta contra el Desierto Verde, en la década de los años 1960 los mercados internacionales sufrían una presión por la demanda de pulpa y papel, por las dificultades de la ampliación en la producción de madera en los países que tradicionalmente se habían destacado como principales productores mundiales de eucalipto.
En la década de los años 1960, estudios de la FAO indicaban las dificultades para ampliar dicha producción en los países productores, como la disponibilidad de tierras en los países centrales, el largo período de maduración y las presiones de los movimientos sociales contra el aumento de las emisiones contaminantes y contra la expansión de los monocultivos.
Según el economista, esto obligó a que organismos internacionales como la propia FAO comenzaran a subsidiar la expansión de los programas forestales en países como Brasil, donde habían condiciones ecológicas favorables para el rápido crecimiento de los bosques, la disponibilidad de tierra, la abundancia de mano de obra barata y las políticas gubernamentales que beneficiaban y respaldaban a esta industria.
Destrucción
La empresa Aracruz Celulosa es responsable inmediata de la destrucción de al menos 43.000 hectáreas de selva tropical en el municipio de Aracruz, solo por poner un ejemplo. Un municipio que, a parte de las plantaciones, alberga tres de las mayores fabricas que procesan la celulosa de los árboles, de la misma empresa.
Una destrucción documentada en el Informe de Evaluación de Impacto Ambiental realizada para los permisos de la primera expansión de la producción de la compañía –hecha por el Instituto de Tecnología de la Universidad del Estado de Espírito Santo-, en el año de 1988. Según el informe, «a través del análisis de fotografías aéreas obtenidas en los inicios de la década de 1970, se encontró que al menos el 30% del municipio de la superficie de Aracruz estaba cubierto por bosque nativo, que fue sustituido por bosques homogéneos de árboles de eucalipto».
Aracruz no solo llegó devastando el bosque, sino que expulsando comunidades que vivían allí. «De 40 comunidades indígenas que habían durante los primeros años de desarrollo de esta industria, solo quedaron 6», afirmó a SubVersiones el abogado Sebastiao Ribeiro Filho, miembro de la Red de Alerta contra el Desierto Verde.
Blanqueamiento tóxico
La cadena de producción da celulosa, además de impactar la vista con el paisaje homogéneo, también impacta el olfato. Caminando por el municipio de Aracruz de pronto llega un tufo con un olor acido. «¡Es cloro!» avisa Calazans, que cuenta porque huele así. «Para blanquear el papel se requieren millones de litros de químicos, entre ellos el peróxido de hidrógeno y el cloro, que en muchos países están prohibidos. No hay una regulación severa de su uso. Después estos desechos van a parar directamente al mar».
De acuerdo con Luiz Alberto Loureiro, ex funcionario de la empresa Aracruz, las plantaciones constantemente son atacados por una serie de plagas o por plantas de otras especies que tienen que ser contenidos con químicos como el Glifosato o el Mirex, un plaguicida prohibido en todas sus formulaciones y usos, por ser dañino para la salud humana y el medio ambiente. «Los trabajadores mueren por envenenamiento y por accidentes y eso no se dice. Los trabajadores no reciben orientación sobre el envenenamiento y muchas veces llevan sus ropas de trabajo a casa y son lavadas con las de sus hijos».
Daniela Meirelles, integrante de Fase, quien ha dado talleres a grupos de mujeres, trabajadoras de la empresa de celulosa, también afirma que la empresa promueve igualdad de género dando oportunidades de trabajo a las mujeres. «Fibria, con la intención de integrar a las mujeres a la producción, promovió una política de género para contratar mujeres Quilombolas. El detalle es que el trabajo consiste en fumigar a los árboles, sin la protección e información necesaria sobre los químicos usados», afirma Meirelles.
Los empleos prometidos

De acuerdo con Sebastião Pinheiro, agrónomo y profesor de la Universidad de Rio Grande do Sul, los llamados desiertos verdes no generan empleos, por el contrario están destruyendo las fuentes de sustento de miles de familias:

Los desiertos verdes no generan trabajo, para generar un empleo se necesitan 400 hectáreas de eucalipto. En la agricultura familiar o campesina se necesitan diez personas por hectárea. La Organización Mundial de Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y los gobiernos que vienen promoviendo este sistema de cultivo, que beneficia a unas cuantas multinacionales, están provocando un genocidio económico destruyendo la agricultura tradicional y eso significa la destrucción de pueblos y comunidades enteras.
 
Memoria de la destrucción

«Tengo el recuerdo del Bosque Atlántico. Vivíamos de la agricultura en el campo, de la caza. También recuerdo cuando llegó la empresa. La devastación no fue de árbol en árbol, fue con grandes cadenas de unos 100 metros arrastrados por tractores, devastando todo lo que había a su paso. Cada eslabón de la cadena debía pesar unos 100 kilos. Habían árboles con diámetros enormes que no resistieron a las grandes cadenas», cuenta John Ramos de Souza, Quilombola de la comunidad de Angelim.
«Vi muchas cosas monstruosas que la empresa hizo. Yo vi sin saber, sin conocer las consecuencias y ahora estamos pagando el precio.».
El Ministerio Público de la Federación en noviembre del año 2014, con una medida cautelar suspendió una de las líneas de financiamiento de Fibria, la del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) del gobierno federal, referida a la zona Quilombola en el norte del Espírito Santo.

La empresa Fibria está siendo acusada de fraude en la obtención de tierras para sus plantaciones. Según la demanda, a principios de 1970, antiguos funcionarios de la empresa se autonombraron como pequeños agricultores ante el gobierno del estado de Espirito Santo, con el fin de obtener títulos de dominio de terrenos «baldíos». Después, los empleados transfirieron estos títulos de propiedad, de terrenos ubicados entre Conceição da Barra y São Mateus, para Fibria. En la mayoría de los casos, el período en que las áreas permanecían como patrimonio jurídico de los funcionarios de la empresa no duraba ni una semana y ya eran transferidas.
Quilombolas resisten al eucalipto

 ARUE Ticumbi. ARUE Ticumbi.
¿Qué hizo mal este pueblo?
¿Lo que hizo este pueblo mal así?

Estas preguntas son parte de una canción cantada por los negros en la época de la esclavitud y que los Quilombolas de la Barra da Conceição mantienen como una tradición en el ritual que ellos llaman Ticumbi. En la canción preguntan a San Benito las causas de tantas pérdidas han sufrido. La pérdida de su territorio, los bosques, los campos del agua.

Hoy la canción parece haber ganado otra dimensión en la voz de Souza, maestro Ticumbi. Una dimensión de resistencia. La cultura de sus antepasados sirve como una fuerza para resistir a las nuevas formas de esclavitud, esta vez por parte de la neocolonización del eucalipto. «Somos comunidades aisladas por el eucalipto y estamos aquí resistiendo», dice Souza.

El Quilombola cuenta que su padre, entre las décadas de los años 1960 y 1970, fue expulsado dos veces de sus tierras, de donde obtenía la subsistencia para su familia. «Las personas que reclamaban ser los propietarios de estas tierras aparecían y hacían presión para que nosotros saliéramos. En ese momento teníamos miedo y salíamos. Era más difícil de afrontar. Y fue así que estas tierras fueron transferidas a la empresa [Aracruz]».

La resistencia ya no es suficiente, dice Vando Falcão Souza, hijo de Souza, es necesario avanzar: «No tenemos tiempo que perder. Nuestro camino a seguir contra el eucalipto es volver a la tierra que fue de nuestros antepasados y continuar plantando alimentos», sostiene.

Angelim 1 es una recuperación de tierras hecha por las familias Quilombolas. Después del corte de los arboles realizado por la empresa, las familias regresaron a la tierra y comenzaron un proceso de recuperación del suelo. «Después de 40 años de plantar eucaliptos en el mismo lugar, un proceso de transición es necesario. La tierra está muy seca, llueve y el agua desaparece. Muchos decían que no íbamos a ser capaces de plantar nada, pero estamos viendo que con paciencia y mucho trabajo es posible. En unos cinco años creo que podemos hacer que la tierra sea como era antes del eucalipto», dice Falcão.

Ahora ya han comenzado a florecer las nuevas plantas, que ellos llaman la transición al post-eucalipto. Generalmente empiezan la transición con plantas como la sandía, yuca, calabaza y frijol. «El maíz y el café aun no crecen. Nosotros ya estamos cultivando varias especies de frijoles y estamos empezando a comercializar en los pequeños mercados de la comunidad. La intención es formar un tipo de cooperativa aquí», sostiene el Quilombola.
Saliendo de las Senzalas
A pocos kilómetros de Angelim 1 existe otra recuperación de tierras, Linharinho. Allí, el esfuerzo de transición es plantar por medio del modelo agroecológico para recuperar la tierra. «Después de limpiar la tierra del eucalipto la técnica es plantar árboles del bosque nativo traídos de otros lugares, y alrededor de estos árboles otros cultivos como el frijol y la calabaza. Así vamos a reconstruir el bosque y la cosecha al mismo tiempo. El proceso es lento, llevará incluso seis o siete años para que los animales silvestres vuelvan de nuevo y se recuperen las aguas», comparte  el Quilombola Antonio Rodrigues de Oliveira.
Rodrigues cuenta que llegó a estas tierras con pocos recursos, apenas con el rostro en alto, sus manos y el coraje necesario. «No podemos esperar nada del gobierno, ni de la empresa, ni de nadie. Tenemos que tomar el azadón, entrar en la tierra, construir una choza, hacer un pozo… sacar agua, incluso empujando con un burro si es necesario. Morir de hambre nunca más…. no, no moriremos. Vamos poco a poco porque no tenemos infraestructura, pero lo haremos », sostiene.
El Quilombola dice que la situación es difícil y recuerda que la empresa llegó a plantar eucaliptos hasta en el mismo cementerio donde estaban enterrados sus abuelos. «No dejaron casi nada, sólo algunos roedores que se adaptaron, cerdos salvajes y armadillos viviendo como vivimos, migrando y buscando lo necesario para subsistir», afirma Rodrigues. Pero él cree que no hay tiempo para quejarse, sino que es tiempo de trabajar duro y reconstruir lo que han destruido.
 
«Aquí es un Quilombo, lugar de la liberación»
Él no duda en comparar la situación de su comunidad con la de sus antepasados. «Lo que estamos haciendo aquí es lo que hicieron nuestros antepasados. Huyeron de los lugares de la esclavitud, conocidos como Senzala [lugar donde los esclavos estaban presos en las grandes granjas] y crearon condiciones de vida en lugares aislados. Ellos abrieron claros e hicieron producir la tierra. Aquí es un Quilombo, lugar de la liberación», sostiene Rodrigues, quien ha trabajado en varias fincas y experimentó la migración hacia las grandes ciudades.

Cultura de transición
Dentro del complejo de la industria de la celulosa lo que marca el ritmo y la velocidad es la cantidad de troncos de eucalipto que entran todos los días. La maquinaria necesita de la fibra de celulosa homogénea para operar a la máxima potencia, para esto debe prevalecer la cultura de homogeneización. Terreno plano, árboles largos, delgados y sin ramas. La tierra debe estar libre de impedimentos, aquí la diversidad es un obstáculo.
         João Guimarães, otro Quilombola de Angelim 1, dice que es necesario construir un conocimiento que permita convertirse en una cultura de la transición post-eucalipto. «Ya no podemos vivir lamentando la desaparición del río y el manantial de agua que murió y los árboles que desaparecieron, los pájaros que se han ido. El Bosque Atlántico que se fue, ahora lo tenemos que recuperar. Estos 40 años de plantaciones de eucalipto no se olvidan de la noche a la mañana, por lo que tenemos que trabajar duro, experimentar las formas de cómo vamos hacer esta recuperación, con ensayo y error, para construir una transición del conocimiento», afirma Guimarães.
Las tierras retomadas son parte de este proceso:
Estas áreas están sirviendo para nosotros para crear este conocimiento de la transición. Vivimos en una cierta tensión debido a que estas tierras están en disputa y nos pueden desalojar en cualquier momento a petición de la empresa. Pero no tenemos otra opción. En la medida que ellos avanzan con sus máquinas modernas, nuestra forma de insurgencia es plantar alimentos con nuestras hoces y azadones. De forma lenta, pero recuperando la tierra y nuestra independencia.
Esta es la primera generación que está retomando las tierras para la producción de alimentos. «Es la memoria de los más antiguos que está fortaleciendo nuestra lucha», dice Guimarães.

Lucha por la memoria

Una de las controversias que está en juego es el recuerdo de lo que fue el Bosque Atlántico y la transmisión de esta memoria a las generaciones más jóvenes.

«Tal vez en 100 años un Quilombola mirará las plantaciones de eucalipto y dirá que es un bosque, porque no va a tener la referencia de lo que es un bosque nativo», dice Calazans. «La empresa de celulosa sabe que si rompe esta memoria ya no tendrá más problemas de resistencia».

La generación de personas en el estado de Espírito Santo que tiene la memoria de la Mata Atlántica morirá en los próximos 30 años. Estas personas han visto y vivido en el bosque. Si ellos mueren y todavía no tenemos la transición del eucalipto para el bosque nativo y de la agricultura tradicional, evalúa Calazans, esto ya no sucederá
«La memoria asegura la utopía de los territorios. El día que la memoria muera completamente no podremos más pensar en un post-eucalipto. Tenemos que invertir en la construcción del conocimiento de la transición. Estas tres décadas siguientes son estratégicas para la lucha», concluye.

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