Javier Hernández Alpízar
Babel
El aeropuerto proyectado en Texcoco no
tendrá legitimidad sin la participación no solamente de los afectados en
Texcoco y Atenco sino en la Ciudad de México y el Estado de México para
determinar si debe hacerse o no una obra que los afecta a todos, en una Cuenca
de la Ciudad de México cuya viabilidad (sustentabilidad) es cada vez más
precaria. Ante la pretensión de legitimar el proyecto mediante la firma de un
arquitecto del Star System como Norman Foster, debemos contraponer un concepto
de producción de la arquitectura y la ciudad eminentemente social y
participativo. Sin él no serán legítimos ni el aeropuerto (contra el cual la
movilización social es legítima y prácticamente un deber) ni ninguna otra obra
que nos afecte. En estas líneas contraponemos a ese mundo ideologizado de los
arquitectos del poder, la concepción de una arquitectura social y
participativa.
Dice Karel Kosík: “El conjunto de fenómenos que llenan el
ambiente cotidiano y la atmósfera común de la vida humana, que con su
regularidad, inmediatez y evidencia penetra en la conciencia de los individuos
agentes asumiendo un aspecto independiente y natural, forma el mundo de la
pseudoconcreción”. [1] Ese mundo incluye el fenómeno de la
ideología, las representaciones y concepciones comunes que para la mayoría
forman una especie de sentido común. En ese mundo de la pseudoconcreción y de
la ideología, la arquitectura es una profesión liberal, un arte, una
especialización del diseño, la tecnología y ciencias físicas relacionadas con
la construcción y sus materiales; en todo caso, una disciplina proyectual
ejercida por seres de excepción, talentos más o menos geniales que resuelven
una demanda, elaboran un programa y proyectan soluciones que serán finalmente
construidas como testimonio material y “estético”
de esa mente prodigiosa o al menos de un equipo de mentes prodigiosas.
Por ende, la arquitectura
es una obra de autor, y es principalmente la arquitectura del poder. Cuando ha
tenido que ocuparse de la vivienda popular, su aportación ha sido la unidad
habitacional de viviendas unifamiliares. En contraste, las personas de los
barrios, aldeas y poblaciones pobres han construido, o mejor: producido,
siempre sus viviendas, de la choza o la chabola a la casa de materiales
industriales, pero “no es arquitectura”.
La diferencia, en el mundo de la pseudoconcreción, entre la arquitectura y las
casas y barrios populares es en el fondo la distinción entre civilización y
barbarie, entre la ciudad colonial española y los caseríos indios dispersos de
los márgenes: es la diferencia entre lo humano y lo apenas distinguible o
reconocible como tal.
La arquitectura como
profesión liberal, por su carácter ideológico o de pseudoconcreción, conduce al
callejón sin salida teórico y práctico de producir solamente arquitectura del
poder, “no-lugares” o ciudades
genéricas y, para los menos adinerados, unidades habitacionales. Se consuma más
que en la producción en la destrucción de los espacios habitables, como diría
Javier Sicilia, o la producción de espacios inhabitables.
Destruir la
pseudoconcreción en la arquitectura significa no entender más la arquitectura
como práctica, el arquitecto como profesional ni el objeto arquitectónico o
producto como autónomos, aislados del mundo histórico social en que se
producen. La arquitectura, como dice Alberto Saldarriaga Roa, es una práctica
productiva cultural, por lo tanto, la totalidad concreta en la cual debe
contextualizarse y entenderse es la producción social que los seres humanos
realizan de sí mismos, de su mundo, de su habitar.
Así, el fenómeno de
producción que llamamos “arquitectura”
no puede entenderse solamente a partir de cada objeto arquitectónico, sino en
el conjunto de las viviendas, los barrios o aldeas, los poblamientos, las
ciudades. Se entiende como un proceso de producción en permanente modificación,
con el concurso de múltiples actores, sujeto siempre a cambios según el habitar,
la manera de vivir y de producir su vida y su cultura, de los habitantes.
El arquitecto no se puede
entender ya más como un experto cuyos saberes tecnológicos, constructivos y
sobre la representación gráfica de los proyectos lo conviertan en el único autorizado
para determinar cómo vivirán los seres humanos, los habitantes. Por el
contrario, tendrá que producirse un nuevo tipo de arquitecto que conciba su
práctica profesional como una tarea con profundas implicaciones
ético-políticas, sociales, interesado siempre en el diálogo con los demás
actores para poder proponer las opciones, las diversas maneras de solucionar no
sólo el diseño, sino la planeación y la producción participativa de
arquitectura y ciudad.
Asimismo, la arquitectura
no será entendida más como profesión autónoma, sino como un fenómeno más
amplio, social, productivo, al cual nos aproximamos con conceptos como “diseño participativo”, “arquitectura participativa”, “producción social del hábitat” o, el
más general, “construcción social de lo
espacial habitable”.
En el nuevo horizonte
epistémico que se abre con una mirada hacia la totalidad y la concreción de la
arquitectura se pueden incorporar conceptos de la dialéctica como totalidad
concreta, de la complejidad (a final de cuentas concreto y complejo son
sinónimos), de la fenomenología entendida como una lectura del ser de los
humanos en el mundo, en un horizonte histórico y cultural específico. Así, la
arquitectura no puede ser más lo que su noción pseudoconcreta nos ha dicho
hasta ahora. Tiene que ser entendida como una totalidad (la producción) en la
cual los elementos que la forman se relacionan de manera contradictoria
(dialéctica), compleja (en una innumerable cantidad de interrelaciones que se
producen recíprocamente) y siempre como un proceso en marcha (como pretenden
incorporar propuestas como el “barrio
evolutivo sustentable y participativo” o “micrópolis”).
En este sentido, el
fenómeno humano de la arquitectura, la manera como históricamente producen su
hábitat los seres humanos, comprende principalmente el mundo de la vivienda, el
barrio, la aldea o poblamiento, la ciudad y el territorio. En este universo, la
arquitectura de autor no es el todo, sino una parte. No es un hecho canónico,
sino un fenómeno a comprender y explicar tomando como marco general la
totalidad de la producción arquitectónica, la que llamamos construcción social
de lo espacial habitable.
Ninguna supuesta genialidad
puede sustituir a la legitimidad y la calidad de apropiada y apropiable de una
arquitectura que se comprende deliberadamente como producción social y
participativa.
[1] Karel Kosík, Dialéctica de lo concreto, Estudio sobre
los problemas del hombre y del mundo. Grijalbo, México, 1967, pág. 27.
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