Publicado
por Guerrilla Comunicacional México
23 septiembre, 2014
23 septiembre, 2014
Entrevista a Mario Álvaro Cartagena López “El Guaymas”, de la LC23S
En la lucha, durante la
clandestinidad y hasta en una celda del Campo Militar N° 1 y posteriormente, en
el Reclusorio Norte, “El Guaymas” fue
respetado.
Mario Álvaro Cartagena López quien lamenta haber nacido justo el Día del Soldado, un 19 de febrero de
1952, formó parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Como brigadista participó en la actividad educativa, en la repartición de
propaganda en las fábricas, en uno que otro secuestro o expropiación y en la
instrucción militar. Pero lo que narra con orgullo es lo sucedido el 22 de
enero de 1976, cuando junto con cinco de sus compañeros se fuga de la cárcel.
Todo tuvo un costo: la constante persecución e intimidación, la tortura en
manos “del temible Florentino Ventura”,
una balacera, la pérdida de una pierna, la cárcel y unos días en el campo
militar “donde me preparé para morir”.
Dice con firmeza: “La lucha no fue en
vano, porque si ahora se puede hablar sobre los desaparecidos y la represión
del Estado, es por la labor que desarrollaron miles de compas”.
En la Liga, dice, la disciplina y la valentía eran las reglas. Pero
recrimina a aquellos que, con el afán de salir de la cárcel, traicionaron a sus
propios compañeros, revelando su paradero. Asegura estar tranquilo consigo
mismo y sin titubear sostiene que ni la tortura ni el olor a muerte lo hicieron
flaquear. “Ahora yo duermo y como
tranquilo”.
“En 1972 estaba yo
estudiando Economía en Guadalajara. En mi casa, con mis padres, nunca sentí
hambre, pero me empecé a interesar por el movimiento, me inquieté después de
ver lo del 68, lo del 71 y sentí cierta rabia porque pues uno toma conciencia
de ciertas cosas ¿no?
“Después de estar en el
Frente Estudiantil Universitario en el 73 me incorporé a la Liga de lleno y me
tocó repartir propaganda y participar en las expropiaciones.
“Yo me acuerdo que andaba
con la propaganda en la calle. La metía en una caja de cereal y ahí me cabían
hasta 500 papelitos y me iba a las fábricas a repartirlas sin que nadie se
diera cuenta.
“Después vinieron los operativos pesados: los
secuestros de empresarios para conseguir recursos y sacar de la cárcel a unos
compañeros.
“Pero no cabe duda que a lo
que más le temía el gobierno es a la repartición de propagada entre los
trabajadores y a las campañas educativas, eso sí era más fuerte que asaltar un
banco o secuestrar a alguien. Eso sí le dio al gobierno y por eso los
dirigentes de la Liga o están muertos o están desaparecidos, yo sólo era un
brigadista”.
La fuga
Se recarga en la mesa y
después de una breve sonrisa, sin despegar la vista de la ventana, cuenta: “Pero el 19 de febrero de 1974 caigo preso
en la cárcel de Oblatos y me echaron dos años, pero seis meses antes nos
fugamos ocho compañeros.
“Fue una gran hazaña, como
de película, por la habilidad, la audacia de los compas, como para escribir un
libro, porque hicimos un hoyo y a las 7:19 de ese día estábamos en el techo de
la cárcel el 26 de enero de 1976 y nos pudieron haber descubierto porque a
diario llegaban los custodios a las celdas a tocar las paredes pero los
distraíamos y poníamos los mismos mosaicos, los quitábamos y los poníamos.
“Después de eso me vine a
la ciudad de México y me reintegro a la Liga… Pasamos por momentos difíciles
porque caían compañeros no tanto por la actuación de las Fuerzas Armadas sino
por nuestros mismos errores de menospreciar y bajar la seguridad, pero eso sí
nunca conocí deserciones ni acobardamiento a pesar de que sabíamos de que en cualquier
momento íbamos a caer.
“En la Liga había una
disciplina total y quien actuaba con flojera o pretendía militarizar era
mandado a trabajar a las fábricas… Todos nos protegíamos, aunque hay algunos
que entregaron a compañeros para conseguir su libertad”, afirma después de hacer un gesto de inconformidad.
“Yo vivía en la calle de
Arkansas y un día, después de ir a dejar un auto al taller que hay en Monterrey
y Obrero Mundial me topé con policías y me siguieron hasta que uno de ellos me
encañonó, pero cuando hizo eso ya yo le había metido dos balazos, porque yo era
bueno en eso… me eché a correr y me quité la camisa… me volvieron a ver y los
cabrones se me echaron encima… era el 5 de abril de 1978… salió en todos los
periódicos porque les solté varios balazos… a mí me dieron cinco y uno me
atravesó el colon.
“Yo les dije que me llamaba
Floriberto García Clavel porque esa era una clave de que cuando yo cayera me
iba a poner nombre de flor, así que llegué a la Cruz Roja herido pero como un
delincuente común… hasta que una monja que agarró mi cartera con 15 mil pesos
me delató con la Brigada Blanca y llegaron por mí.
“Ese mismo día me
trasladaron al Campo Militar número uno a pesar de que los doctores se oponían
por lo grave que estaba… llegando me metieron en los sótanos y ahí yo me
preparé para morir… pensé en mi madre, pensé en el ‘Che’… y nunca denuncié a
nadie a pesar de que me querían para eso… hasta que mi mamá me reconoció por la
foto que me había sacado un periodista en la Cruz Roja y me visitó 15 días
después en el campo militar, yo no lo podía creer.
“Ahí vi a Alicia de los
Ríos, sólo a ella porque casi todo el tiempo estuve en el Hospital Militar, no
en la zona militar donde tenían a los demás.
“Mi mamá empezó a
movilizarse, se acercó con doña Rosario
(Ibarra de Piedra) y presentaron la
denuncia en Amnistía Internacional y como ese año era el Año Internacional de
los Derechos Humanos y el gobierno se decía comprometido con ellos tuve suerte
y el 1 de junio del 78 me sacan de una celda, recuerdo que estaba viendo el
inicio del Mundial de Futbol en Argentina… yo pensé que me iba a morir,
preguntaba hacia dónde me llevaban y no me decían nada… me sacaron, me
trasladaron en una patrulla y cuando sentí ya estaba en el Reclusorio Norte.
“Estuve preso cuatro años
ocho meses y cuidado y alguien se metiera conmigo, yo ahí era ‘El Guaymas’, el
guerrillero”.
En la muñeca izquierda tiene la cicatriz de las esposas, de una vez que lo
colgaron de ellas, “pero ninguna tortura
duele tanto como el perder a un compañero” y sin titubear llora: “Yo estaba desangrándome, pero eso no es
comparable con el dolor que sentí cuando en la lucha perdí a una compañera con
seis meses de embarazo… un día antes me había yo acercado a su vientre para
escuchar al bebé… decíamos que íbamos a caer juntos”. Pero firme, alzando
la voz, asegura: “La lucha valió la pena,
ahora se puede hablar de muchas cosas, antes no”.
Ahora se dedica a la carpintería, un oficio que, dice, le permite estar
ocupado. Tiene nueve hijos y siete nietos y asegura:
“Habiendo trabajo no he
tenido necesidad de ir con un psicólogo”.
Expresa tener el mismo coraje por las diferencias abismales que hay entre una
clase y otra, la de los ricos y la de los pobres. Pero hay una cosa que ahora
lo hace feliz y que para él es un “agasajo”:
“Comer con mi familia, verme a mí en la
mesa con mis hijos y mis nietos”.
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