Zapateando
Javier Hernández Alpízar
La mayoría no consiste en la cantidad. En un sentido
histórico-político la mayoría es una forma de vida. La mayoría garantiza la
marcha y el funcionamiento de una sociedad.
Karel Kosík
Cuando recientemente leí el pequeño
ensayo del filósofo checo Karel Kosík “El
triunfo del método sobre la arquitectónica” no pude dejar de pensar en la
ciudad de México y en Atenco, donde la imposición de un proyecto de Aeropuerto
amenaza la vida de las comunidades campesinas del Valle de Texcoco, comunidades
de origen tan antiguo como el Rey Netzahualcóyotl, es decir, anteriores a la
masacre indígena que generó la conquista
española, anteriores a la entrada del capitalismo en el país, que vino vestido
todavía con las armaduras medievales de los soldados de Cortés, proceso de colonización
capitalista que hoy sigue la interminable conquista de la Cuenca de México: el
Distrito Federal, varios municipios del Estado de México y uno de Hidalgo, con
el ropaje del neoliberalismo y su proyecto de ciudad-mercancía que la elite
mundial llama “ciudades de clase mundial”.
Para la ciudad de México
hay un proyecto de enésima modernización, como la que iniciaron los españoles
destruyendo a los pueblos vencidos por las epidemias y la guerra y construyendo
la primera capital novohispana con piedras extraídas de los viejos templos y
pirámides derruidos, solamente que ahora el sujeto de la modernización de
México es el capital transnacional y el modelo de ciudad moderna, de clase
mundial, es aquí atribuido a la genialidad
de un tecnócrata, primero salinista y luego lópezobradorista: Manuel Camacho
Solís. En realidad, su proyecto para la ciudad es, más que obra de su genial cabeza, la versión para el México
actual de la ciudad mercancía que como caries se expande por el mundo: una
ciudad destinada a la producción, distribución y consumo de mercancías donde el
capital es el jefe y todos los “ciudadanos”
sus operarios.
Esta ciudad mercancía
necesita que sus funciones sean una máquina eficiente de movilidad para el
capital y su proceso de valorización: extracción de plusvalor y realización del
mismo en la venta de las mercancías. La geometría cartesiana, el método
racionalista del teórico francés, su idea del mundo como una máquina, son ahora
realidad con humanos-máquinas y ciudades-máquinas para que el capital tenga por
herramienta ya no solamente la cadena de producción que funcione en la fábrica
sino que opere en toda la ciudad y sus arterias de comunicación: carreteras,
puertos, aeropuertos.
Con precisión insuperable
lo dice Karel Kosík en uno de los ensayos de sus Reflexiones antediluvianas[1]: “Todo
está sometido al transporte y su servicio; él es el soberano en marcha a quien
ceden el paso la naturaleza, la historia, los monumentos, la moral, dejando vía
libre a su expansión. Este dictador omnipresente tiene poderes ilimitados y lo
somete todo a sus necesidades, pone a la realidad a su servicio. Es el señor y
el maestro de la transformación generalizada y de la perversión universal”.
Para la modernidad, la
ciudad se reduce a funciones, pero la función universal es la circulación: por
ello la apertura de carreteras o de un aeropuerto pueden pasar por encima de
todo y pisotearlo todo. Porque lo que importa es el paso de las mercancías o de
los insumos para las mercancías. Por ello el delito de cerrar vialidades es uno
de los más reprimidos: es un ataque al derecho de vía del capital.
En la ciudad de México esa
modernización neoliberal propuesta brillantemente por un tecnócrata salinista y
luego lópezobradorista ha funcionado eficientemente bajo gobiernos perredistas
en el DF y priistas en el Estado de México. ¿Recuerdan la cercanía entre
Marcelo Ebrard y Peña Nieto? El proyecto de ciudad mercancía no solamente tiene
que ver con la imposición de la Supervía, con la imposición y realización
corrupta en la Línea 12 del Metro, con la gentrificación (elitización o
aburguesamiento) del Centro histórico (actualmente con proyectos para La Merced
y Tepito), con la criminalización de jóvenes, comunicadores y defensores de
derechos humanos o de barrios enteros, como la Buenos Aires y Tepito, y con la
Cero Tolerancia importada de Nueva York por López Obrador y Carlos Slim vía
Rudolph Giuliani, actualizada por Michael Bloomberg bajo el gobierno
continuista de Mancera: además de esas medidas de mejoramiento de la ciudad
(para el capital) y de control social represivo (Joel Ortega pasó de la policía
al Sistema de Transporte Colectivo Metro justo cuando iban a subir la tarifa),
se incluye como elemento clave el aeropuerto en Texcoco y una carretera hacia
él que afectará no solamente a Atenco y el Valle de Texcoco sino a diversas
colonias y delegaciones de la Ciudad de México y el Estado de México.
Es decir, mientras los
jefes de gobierno perredistas firman y vuelven a firmar la Carta de la ciudad
de México sobre el derecho a la ciudad y ponen a la participación en su eslogan, y sólo ahí, verticalmente
operan la transformación de la capital mexicana en una máquina eficiente para
la producción, circulación y repatriación de capitales a sus metrópolis: por
ello no es casual la complicidad de los gobiernos del DF con los gobiernos
perredistas en Texcoco y los gobiernos priistas en el Estado de México y panistas
y hoy priistas en el gobierno federal para imponerle a Atenco su destrucción
como pueblo y construir sobre sus ruinas el aeropuerto.
No se trata del derecho
campesino a la tierra o del derecho de los habitantes urbanos a la ciudad, no
se trata de derechos humanos, se trata del derecho del capital al transporte.
Es la economía política, la que puede leer esos proyectos de los gobiernos
perredistas-priistas y panistas. Son negocios, y la violencia es el instrumento
para abrirles paso: carreteras, aeropuerto.
Hay quienes torpemente
exculpan a Norman Foster, el arquitecto que ha realizado el proyecto, alegando
que él es un extranjero que hace su trabajo pero la corrupción es cosa de las
instituciones mexicanas, la “cultura” de
la corrupción, aportación desde la viva experiencia política priista de Peña.
Sin embargo, con mayor lucidez el arquitecto paquistaní Arif Hasan ha propuesto
un juramento profesional que dice: “No
realizaré proyectos que dañen irreparablemente la ecología y el medio ambiente
del área donde se ubican; no realizaré proyectos que paupericen, que desplacen
personas y destruyan el patrimonio tangible e intangible de las comunidades que
viven en la ciudad; no realizaré proyectos que destruyan el espacio público
donde se juntan personas de diferentes clases sociales y que violen las
ordenanzas municipales acerca de los edificios y las normas de zonificación; y
siempre opondré a los proyectos insensibles que incurren en todo lo anterior,
siempre que pueda ofrecer al alternativas viables”.
De modo que no hay
inocencia ni de los extranjeros ni de los políticos coloniales que están
construyendo la ciudad mercancía sobre las ruinas de la ciudad de México y
ahora contra la resistencia del corazón de Atenco.
Algunos perredistas podrían
decir que son los campesinos de Atenco quienes están vendiendo sus tierras,
omitiendo mencionar la labor de zapa que el perredismo ha realizado contra la
resistencia en Atenco desde 2000- 2001, en 2006 y hasta la fecha. Pero sin duda
los tecnócratas perredistas y lópezobradoristas, como el modernizador Camacho
Solís, son junto a los panistas y priístas involucrados en esta guerra contra
Atenco parte de esa arrogancia que desde las ruinas antediluvianas de la ex
Checoslovaquia describió Karel Kosík: “¿Pobre
de la nación que no tiene héroes y no los reconoce? ¡Pobre de la nación cuyas ‘elites’
pierden el sentido de la dignidad y caen en la tentación de la arrogancia!”
Las elites mexicanas son
una muestra de arrogancia rampante, frente a ellas la dignidad de la
resistencia en Atenco brilla, se escucha, son una parte sustancial de esa
mayoría que garantiza el funcionamiento de la sociedad, contra ellas cargan los
mercenarios de la ciudad mercancía y del arrogante señor Aeropuerto. Las
reflexiones de Kosík son antediluvianas, en nuestro México el diluvio ya está
aquí.
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