Fuente: Página 12
17-07-2014
“La literatura puede hablar por nosotros y el
hecho de leer significa que estamos vivos”, dijo
Nadine Gordimer en la Feria del Libro de Guadalajara: una buena síntesis para
la obra de la mujer nacida en Johannesburgo, que desde niña vio de cerca los
efectos del racismo.
“La palabra vuela a
través del espacio, rebota a través de los satélites y se encuentra ahora más
cerca que nunca del cielo del que alguna vez se ha dicho que provino”. La escritora
sudafricana Nadine Gordimer reafirmó sus convicciones literarias cuando recibió
el Premio Nobel de Literatura en 1991. “El
hombre es el único animal con capacidad de observarse a sí mismo y que ha sido
dotado de la dolorosa capacidad de haber querido siempre saber el porqué. Y
esto no es sólo la gran cuestión ontológica sobre por qué estamos aquí, a
través de qué religiones o filosofías buscamos la respuesta final que distintos
pueblos en distintos tiempos se han formulado, sino que desde que el ser humano
comenzó esa observación de sí mismo ha buscado también la explicación de los
fenómenos cotidianos, como la procreación, la muerte, el cambio de las
estaciones. Los antepasados de los escritores, con ayuda de los mitos,
comenzaron a investigar y formular esos misterios a través de la aprehensión de
trozos de la vida cotidiana, en combinación con la fantasía”. La dama
blanca de alma negra, una de las voces más comprometidas en la lucha contra el
apartheid y en la defensa por “devolver
la dignidad a la población negra sudafricana”, murió el domingo por la
tarde a las 90 años en su casa de Johannesburgo.
Aunque no se consideraba
una escritora política, el año pasado, cuando publicó el que sería su último
libro, la novela Mejor hoy que mañana (Acantilado), planteó que la
política “está en mis huesos, mi sangre,
mi cuerpo”. Gordimer nació en Springs, una población minera cercana a
Johannesburgo, el 20 de noviembre de 1923. Hija de unos inmigrantes judíos de
Letonia y Reino Unido, en Springs pudo observar el conflicto entre los
inmigrantes europeos, los negros que llegaban a trabajar a las minas y la
población blanca local que veía que perdía sus privilegios. Esa turbulenta
sociedad sudafricana de primera mitad del siglo XX, donde se fraguó el
supremacismo blanco, estuvo siempre presente en su vida. Hay momentos cruciales
que la memoria almacena en la estantería de los recuerdos imborrables. La niña
Nadine tendría unos diez años cuando se dio cuenta de que pertenecía “a un mundo blanco opresor”. Aquella
noche de la década del ’30, la policía irrumpió en su casa en busca de alcohol,
prohibido a los negros, en la habitación de la criada. ¿Cuál es ese dolor que
regresa con el aguijón que produce una revelación? La niña acaso nunca
perdonaría a sus padres que permitieran ingresar a los uniformados sin pedir
permiso. Esta escena iluminaría la distancia que separa lo importante de lo
trivial. Pronto ella misma se involucraría más y más para lograr el cambio
social.
Su escuela literaria fue
la biblioteca del pueblo minero donde pasó su infancia y adolescencia. Proust,
Chéjov y Dostoievski, dentro de una larga serie de grandes autores, fueron sus
maestros. Su primer cuento, “Venga otra
vez mañana”, lo publicó cuando tenía quince años en una revista
sudafricana. En 1949 editó su primera colección de cuentos en Johannesburgo, Face to Face; y en 1953 llegaría su
primera novela, The Lying Days,
publicada en Londres. “Tú no decides ser
escritora, simplemente naces con un impulso natural que no se aprende en las
escuelas. Sólo hay un camino, leer, leer, leer para que se despierte el don de
la escritura”, proclamaba Gordimer. Ese “don”
de la escritura fue progresando a la par de la publicación de La suave voz de
la serpiente (1956), Seis pies de tierra (1956), La huella del viernes (1960),
obras iniciales en las que, mediante un estilo sobrio narrativo, pone en foco
el apartheid, el exilio, la segregación racial y la enajenación del ser humano.
La tristemente famosa masacre de Shaperville, en la que murieron 69
manifestantes negros a manos de la policía y en la que detuvieron a alguno de
sus mejores amigos, fue el detonante para tomar partido contra el gobierno que
oprimía las libertades sobre las que ella escribía y hablaba. A principios de
la década del ’60 entró en contacto con Nelson Mandela, le escribió discursos
al líder del Congreso Nacional Africano (CNA), como el histórico “Una causa por la que estoy preparado a
morir” en su juicio de Rivonia, en 1964; fue una integrante destacada del
CNA, escondió activistas en su casa, desafió a la censura y se convirtió en una
defensora a ultranza de la dignidad de las personas.
“Yo intentaba leer libros de Sudáfrica escritos por
sudafricanos. Leí todos los libros prohibidos de Nadine Gordimer y aprendí
mucho de la sensibilidad de los blancos”, confesó Mandela en su autobiografía. Cuando
estaba preso cumpliendo cadena perpetua, su abogado George Bizos le hizo llegar
un ejemplar de La hija de Burger (1979), novela en la que explora los
sentimientos divididos de una mujer blanca sobre el apartheid cuando su padre
comunista es encarcelado por oponerse al sistema. Mandela, en agradecimiento,
le escribió una carta a la escritora. Años más tarde, en 1990, cuando salió en
libertad, Gordimer fue una de las primeras personalidades de la cultura en
reunirse con el líder negro.
Tres de sus libros
fueron prohibidos por el apartheid: Mundo
de extraños (1958), La hija de Burger
y Gente de julio (1981). En El
conservador (1974), que obtuvo el Premio Booker ese mismo año, narra cómo un
industrial blanco, conservador y solitario explota a sus empleados negros para
lucro personal y es abandonado por su familia, que no soporta la violencia con
la que quiere detener la historia. La riqueza de su producción literaria
cosechaba prestigio internacional. Los intentos del régimen sudafricano por
silenciar su obra, a causa de la implícita denuncia de la crueldad del
apartheid, potenciaron la importancia de su literatura y sus intervenciones en
la arena política. En Gente de julio (1981) retrata a una familia blanca que
logra huir de una guerra civil gracias a la ayuda de sus criados negros. En La
historia de mi hijo (1990), un joven negro intenta comprender los conflictos de
la vida privada y pública de su padre.
Gordimer publicó más de
treinta libros, a los que hay que agregar, entre otros títulos, Nadie que me acompañe (1994), El encuentro (2002) y Atrapa la vida (2006). Los escribió en
inglés, uno de los once idiomas oficiales en Sudáfrica, entre los que se cuenta
el afrikaans (derivado del holandés) y lenguas de origen bantú. El jurado del
Premio Nobel de Literatura la eligió “por
sus magníficas obras épicas” que han aportado “eminentes servicios a la humanidad”. Entonces, en diciembre de
1991, cuando recibió el Nobel, la narradora sudafricana recordó a Roland
Barthes cuando, a la pregunta de qué es lo que caracteriza al mito, respondió
que es la capacidad de darle forma a un pensamiento. “La forma en que los escritores se han acercado y se acercan a las
fuerzas de la existencia ha sido, y lo es hoy más que nunca, objeto de estudio
para el conocimiento científico de la literatura. Las relaciones del escritor
con la realidad perceptible y la que está más allá de lo perceptible están en
la base de esos estudios”. Además mencionó a distintas generaciones de
escritores, como William Butler Yeats, James Joyce y Gabriel García Márquez,
que a través de infinitas formas se han aproximado al laberinto de la
existencia humana.
Miembro honorario de la
Academia Americana de las Artes (1978), entre los galardones que recibió,
además del Nobel de Literatura, figuran el Premio W. H. Smith de Literatura
(1961), Thomas Pring de la Academia Inglesa Sudafricana (1975) y el Premio CNA
de Literatura (1975, 1979 y 1981). También fue distinguida con más de doce
doctorados honoris causa, entre otros, de las universidades estadounidenses de
Yale, Harvard y Columbia, además de la británica de Cambridge, la belga de
Leuven o la sudafricana de Ciudad del Cabo. La autora sudafricana también llamó
la atención del mundo sobre la necesidad de combatir la pobreza a escala
internacional, especialmente tras su nombramiento como embajadora de buena
voluntad del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 1998.
Comparte con Mandela el
hecho de haber sido escogida una de los 21 iconos sudafricanos en un proyecto
del fotógrafo Adrien Stein. “Odio esa
palabra –aseguró la escritora–, es
como si fuéramos una estatua de mármol”. Mejor hoy que mañana, su último libro, empieza en la Sudáfrica
democrática, con unos líderes políticos entregados a la corrupción y que han
defraudado y traicionado la vieja causa, en la que la autora militó. Los
protagonistas, Steve y Jabu, un matrimonio formado por un químico blanco y una
abogada negra, se mantienen en la lucha, pero de manera distinta a sus tiempos
en la clandestinidad. Cuando imperaba el régimen supremacista blanco, ellos
eran fugitivos que sabían lo que querían y quién era el enemigo, pero una vez
se ha acabado con la institucionalización del racismo “les pesan sus pasados diferentes”. Uno reniega de su blanca
familia, a pesar de que aceptan su relación con Jabu, mientras que ella se
acerca aún más a su padre, un pastor anglicano que tras haberle abierto las
puertas a una buena educación le reclama tradición. La tensión narrativa se
acrecienta cuando asisten atónitos a cómo antiguos compañeros se dejan vencer
por el dinero y el poder. La pobreza y el desempleo azotan a los negros, como
la epidemia del sida que, durante los primeros años de democracia, fue
banalizada por el gobierno. El complejo cuadro se completa con la llegada de
inmigrantes de países africanos a Sudáfrica, víctimas de la xenofobia de los
más desfavorecidos de la sociedad, los mismos que sufrieron las injusticias
racistas del apartheid.
La escritora negó que
esos luchadores, con Mandela a la cabeza, hayan pecado de “ingenuidad” en los años ’90.
“Estábamos totalmente concentrados en devolver la dignidad a los negros, en los
derechos humanos, en acabar con las leyes del apartheid y en evitar una guerra
civil. Sabíamos lo que hacíamos, pero no vimos qué iba a ocurrir”, aclaraba
la escritora. A pesar de la democratización y del “triunfo de la pequeña clase media negra”, cuestionaba la “impresentable brecha social”
sudafricana. El actual presidente, Jacob Zuma, “un antiguo héroe ahora misteriosamente hambriento de poder y un
absoluto corrupto”, en opinión de Gordimer, ilustraba los “desastres de la gestión de los líderes
negros”.
La Fundación Nelson
Mandela manifestó su “profunda tristeza
por la pérdida de la gran dama de la literatura de Sudáfrica”. “Hemos perdido una gran escritora, una
patriota y una voz fuerte por la igualdad y la democracia en el mundo”,
agregó. En los últimos años, Gordimer participó activamente en la lucha contra
el sida recaudando fondos para Treatment Action Campaign, un grupo que ayuda a
los enfermos sudafricanos a obtener medicinas gratuitas para salvar sus vidas.
Hace un mes volvió a criticar a Zuma, el presidente sudafricano, al oponerse a
un proyecto de ley que limita la publicación de información considerada
sensible por el gobierno. “La
reintroducción de la censura es impensable cuando tenemos en cuenta lo que
sufrió la gente para deshacerse de la censura en todas sus formas”, argumentó
Gordimer.
“La
literatura puede hablar por nosotros y el hecho de leer significa que estamos
vivos”,
ponderó Gordimer cuando se presentó en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara en 2006. “Es tremendamente
importante en el desarrollo de nuestra comprensión del otro, del mundo, y
también para poder comparar y tomar nuestras propias decisiones. Porque al leer
sobre la vida de otras personas aprendemos de ellas, de cómo manejan sus
emociones, sus problemas y de las sociedades en las que viven sus vidas. Si
vives en un país que está en paz, ¿cómo sabrás qué es vivir en un país en
guerra?” Predicaba con fervor que la lectura es determinante para entender
el mundo. Cuando estaba por cumplir 90 años, el año pasado, para quitarle peso
al número dijo: “No es nada, una
casualidad que el cuerpo dure tanto”. No le gustaba hablar de la muerte ni
de su vida amorosa: “Todo lo que el
lector debe conocer sobre mí está en mis libros”.
Nadine Gordimer,
la guerrillera de la imaginación
Fuente: La Jornada
15-07-2014
A
la escritora Nadine Gordimer la política la alcanzó muy joven en su natal
Sudáfrica. Tenía apenas entre 10 u 11 años cuando cayó en cuenta de
que pertenecía a un mundo blanco opresor. Una noche la policía entró, sin
permiso, a la habitación de una trabajadora doméstica de su casa, en busca de
alcohol, prohibido a los negros. Los padres de la pequeña lo permitieron. La
experiencia la marcó para siempre.
Nacida en 1923 en el seno de una familia de clase media,
Gordimer creció en una pequeña aldea minera cerca de Johannesburgo. Su padre,
Isidoro Gordimer, fue un relojero judío letonio, polígloto, que emigró
escapando de la pobreza; su madre, Nan Myers, fue una asimilada británica
posesiva y controladora, atrapada en un matrimonio infeliz que nunca dejó de pensar
en regresar a su patria.
Nadine estudió en un convento-escuela para niñas blancas y
tomó clases de baile. A los seis años se forjó como lectora en la biblioteca
local. “Eso –confesó– me perdió en los libros. Pronto fui pasando
de la sección de libros infantiles a los que quisiera tomar. Cuando veo atrás,
es increíble lo que llegué a leer en esa época”.
Consciente de su condición racial, cayó en cuenta de que: si
hubiera sido una niña negra no hubiera podido ser miembro de esa biblioteca, no
hubiera podido tomar ninguno de esos libros. Pienso, entonces, que si hubiera
sido negra jamás hubiera llegado a ser escritora.
En 1945 entró en la Universidad de Witwatersrand en
Johannesburgo, y se dedicó a la bohemia estudiantil, a estudiar literatura y a
ser escritora. Escribir –diría más adelante– le da sentido a la vida. A
los 26 años publicó su primera novela: Face to face.
Pero no fue en la universidad ni en ninguna otra escuela
donde aprendió a ser escritora. Para ella se nace con el impulso de serlo y la
clave para que se despierte el don de la escritura es leer, leer y leer.
La escritura –explicó– es resultado de tu propio desarrollo,
del desarrollo de tus propias emociones y, por supuesto, de tus relaciones con
el mundo exterior, con lo social y lo político. La necesidad de escribir viene
de esos dos impulsos: de lo que te sucede dentro y de lo que te viene impuesto
desde la sociedad, el país, la política, la moral.
La autora de El conservador se involucró en 1960
activamente con el Congreso Nacional Africano (CNA), que condujo la lucha
contra el apartheid, después de que en Sharpeville la policía disparó
contra una manifestación que protestaba contra el régimen de segregación racial
y asesinó a 69 personas, niños y mujeres incluidos.
Sin embargo, no se vio a sí misma como una persona política
por naturaleza. No creo que si hubiera vivido en otro lugar, mi escritura
habría reflejado mucho la política, dijo años después.
Sus libros, sin embargo, no fueron nunca concebidos como
forma de lucha. Por el contrario, siempre estuvieron al margen de ella porque
nunca quiso escribir propaganda. Se impuso que en su escritura no hubiera
activismo. “Nunca mostré a los luchadores
contra el apartheid como ángeles ni a los
colonizadores como demonios –explicó–; mi
escritura nunca fue un grito contra el sistema racista. Eso lo hice con mis
acciones”.
“Más aún –dijo–, nunca he escrito ‘sobre’ política; sólo
sobre las condiciones humanas, más allá del confinamiento de la identidad dado
por la raza, el color o la clase”.
Sus novelas son antiapartheid, no por su odio
personal al sistema, “sino porque la
sociedad –el tema de mi obra– se
revela a sí misma en ellas... si uno escribe honestamente acerca de la vida en
Sudáfrica, el apartheid se condena a sí mismo”.
A pesar de ello, el apartheid le
prohibió tres novelas: Mundo de extraños, La hija de Burger
y La gente de julio, así como una recopilación de poesía de escritores
negros, que reunió y editó. Sin embargo, varias ediciones de sus libros
censurados fueron introducidas de contrabando y resultaron muy bien recibidas.
Su compromiso político fue mucho más allá de la lucha contra
el apartheid y se mantuvo hasta prácticamente los últimos
días de su vida. Autodefinida como una realista optimista, vivió convencida de
que los que luchamos sabemos que unidos podemos hacer cosas buenas. Por ello,
en febrero de 2010, demandó públicamente en La Habana al presidente Obama la
liberación inmediata de los cinco luchadores antiterroristas cubanos
injustamente presos en Estados Unidos, y el cierre de la base de Guantánamo.
Nadine Gordimer vio en la ficción la verdad. Y concluyó que
la fuente de la ficción está en una necesidad extraña de encontrar sentido a la
vida, que proviene tanto de la presión sociopolítica a tu alrededor como de la
propia evolución mientras vas creciendo, en tus emociones, en tus ideas, en tus
relaciones.
Para la autora de Capricho de la naturaleza, esta
superioridad explicativa de la ficción proviene del hecho de que un reportaje
en un periódico nos plantea lo que aconteció; sin embargo, el poeta, el
novelista, nos proporciona la idea de por qué sucedió. Esto es así debido a que
“el escritor se toma un buen tiempo para
reflexionar sobre un suceso. Después del impacto de los hechos, pasa por el
proceso de la imaginación, pasa por el proceso de incluir personajes
imaginarios y a través de ellos descubrir cómo eran sus vidas antes de llegar
al momento que aparece en los periódicos y en los noticiarios de hoy. Los
antecedentes que recibimos de la televisión y de los periódicos –que a
veces son muy buenos– no profundizan
tanto, porque siguen viéndolo desde la actitud de que lo inmediato es lo
importante”.
No le falta razón a Nadine Gordimer en su juicio sobre la
ficción. Sus novelas sobre el apartheid terminan
explicando esa realidad mucho mejor y con mucho mayor eficacia que la gran
mayoría de estudios académicos que se han publicado. Quizás por eso el poeta
Seamus Heany describió a la escritora apenas fallecida este 14 de julio como
una de las más grandes guerrilleras de la imaginación.
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