Rebelión, 26-03-2014
La coyuntura política y económica
internacional no puede ser más compleja para la comprensión de los fenómenos y
los procesos de las relaciones internacionales.
A la
opinión pública mundial, conmocionada por los recientes sucesos internos en
Siria, Venezuela y Ucrania, le resulta difícil clasificar y conceptualizar la
ola de manifestaciones extremistas y neofascistas que desestabilizan naciones y
regiones enteras, tensando el funcionamiento del sistema internacional en su
conjunto.
Para
muchos se trata de una nueva “guerra
fría”, que nunca concluyó entre el Este y el Oeste, aunque la diplomacia
rusa se empeñe en considerar –desde hace más de dos décadas- como socios a los
representantes de los Estados Unidos y de la Unión Europea, quienes enfrascados
en una descarnada lucha geopolítica global, verdadero culto al politólogo
germano-estadounidense Hans J. Morgenthau, fundador del moderno “realismo político”, basada en la
concepción de que la política internacional es una permanente lucha por el
poder, sin limitaciones de carácter moral en el accionar de una potencia en el
escenario internacional.
En el
pensamiento de Morgenthau, si una nación busca incrementar el poder, por medio
de un cambio de la distribución de fuerzas internacionales, entonces practica
una política imperialista. En esta filosofía se circunscribe la naturaleza
agresiva y militarista de la coalición norte-oeste liderada por los Estados
Unidos, en una época marcada por la crisis económica capitalista, que se hace
sistémica, y de una reverdecida “guerra
fría” que, teñida de poder inteligente, genera subversión, propaganda y
desinformación, lo que acentúa el desorden y la incertidumbre sobre las
relaciones internacionales.
En el caso
de Ucrania, existen evidentes ejemplos que se corresponden con la argumentación
anterior: la participación activa del gobierno de los Estados Unidos y de sus
aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el
derrocamiento del presidente Viktor Yanukóvich, por fuerzas extremistas y
neofascistas al servicio de los centros de poder norte-oeste. En este sentido,
el secretario de Estado, John Kerry, reconoció la participación estadounidense
en las acciones desestabilizadoras e ilegales al afirmar que su política está
dirigida a obtener que las exrepúblicas soviéticas se integren al bloque
euro-estadounidense abanderado, según él, de las “aspiraciones de libertad”.
La
injerencia norte-oeste en la crisis política interna ucraniana adquirió mayor
peligrosidad para la paz y la seguridad internacional tras las amenazas
estadounidenses de que incrementará la presencia militar en Europa Oriental,
con el fortalecimiento de su aviación en Lituania y Polonia, mientras el
destructor coheteril USS Truxtun (DDG-103) fue avistado en un desplazamiento de
intimidación del mar Mediterráneo al Negro, coincidiendo con el portaaviones
George H.W. Bush que, desde los primeros días de marzo, está ubicado en el
puerto turco de Anatolia, con más de 80 aviones de combate a bordo.
Todo
este desplazamiento militarista, hacia el Este y hasta las fronteras mismas de
Rusia, forma parte del malestar euro-estadounidense con la nueva Rusia que
emerge de la restauración capitalista tras la implosión de la Unión Soviética y
la desintegración de su bloque aliado, sin olvidar que estos hechos
constituyeron la más grave catástrofe geopolítica del siglo XX, manteniendo a
Rusia debilitada y aislada del concierto internacional. Por consiguiente, es
insoportable para el eje norte-oeste el regreso de Rusia al centro de la
política mundial con el logro de haber evitado –con el apoyo de China- los
intentos de una agresión militar de los Estados Unidos y la OTAN a Siria, y el
desarrollo de un proyecto petrolero en ese país que no casualmente incluye a Irán.
Estas
pretensiones de gran potencia por parte de Rusia, ya anticipadas en 2008 cuando
recuperó las provincias de Osetia del sur y Abjasia que se habían declarado
independientes, vuelven a manifestarse ahora cuando su plan de incorporar a
Ucrania en una Unión Aduanera, bajo su liderazgo, chocó con la intención de los
sectores ucranianos favorables a la subordinación euro-estadounidense y
promotores del tratado de libre comercio con la Unión Europea. Ya, en noviembre
de 2013, el gobierno de Ucrania había decidido no adherirse al tratado con la
Unión Europea, pues afectaría a la mayoría de la población ucraniana como mismo
ha sucedido en Grecia, España, Portugal e Italia, víctimas de los ajustes
estructurales del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la
Comisión Europea. Todo esto desató una crisis política y fuertes movilizaciones
de masas que concluyó con el derrocamiento del presidente Yanukóvich. El nuevo
gobierno golpista de derecha y neofascista orientado por los Estados Unidos y las
potencias europeas, aboga por la integridad territorial y la firma de un
acuerdo con la Unión Europea, mientras que el parlamento de Crimea, la mayoría
de su población ruso-hablante, y las regiones orientales promueven fusionarse
con Rusia.
Esta
confrontación, entre los centros de poder Norte-Oeste y Rusia, está incentivada
por masivas manifestaciones de neofascistas y pro-rusos, respaldados por los
Estados Unidos y la Unión Europea, por un lado, y Rusia, por el otro, exacerba
las rivalidades entre las potencias capitalistas y las posibilidades de una
nueva guerra en el viejo Continente, que solo parece disuadir los enormes
arsenales de armas nucleares en posesión de los principales actores
involucrados en el conflicto. Como posición de fuerza, el presidente Putin, a
través de Gazprom pudiera cortar el suministro de gas a los europeos
occidentales, pues Rusia provee alrededor del 30% del gas que Europa consume.
Además, Ucrania es el eje distribuidor para los distintos gasoductos que
transportan casi el 100% del gas que consumen Estonia, Lituania, Letonia,
Bulgaria, Suecia y Finlandia, algo más del 60% de la república Checa, mientras
que Bélgica, Alemania, Polonia, Eslovaquia, Austria, Hungría, Croacia,
Eslovenia, Grecia y Rumania reciben entre el 45% y el 60% de su consumo y
Holanda, Francia e Italia entre 15% y 25%.
Por su
parte, el presidente Obama ha declarado que entregará gas para suplir el
faltante, aunque no se sabe cómo se financiaría la ayuda. Todo esto sucede en
un contexto de profunda crisis económica y social en Europa, y de deuda bajo la
presión del Fondo Monetario Internacional. Dada la inseguridad en Ucrania, para
los ciudadanos e intereses de Rusia, las tropas rusas ingresaron en Crimea,
mientras que el gobierno provisional desplegaba una fuerza armada de 50000
soldados. El referéndum en Crimea, el domingo 16 de marzo, determinó por un 95%
su incorporación, como una república más, a la Federación de Rusia. Para la
coalición euro-estadounidense este referendo es un acto “ilegal” e inaceptable que llevó, en ese sentido, a los Estados
Unidos a la promoción de una iniciativa en el Consejo de Seguridad de la ONU
vetada por Rusia, porque estima que los derechos de la igualdad soberana y la
autodeterminación de los pueblos no pueden ser ignorados.
Está
claro que los intereses en juego no son únicamente de política interna en
Ucrania, entre neofascistas y pro-rusos, sino que poseen un calado y una
repercusión geoestratégica mayor, pues constituye un conflicto
político-diplomático directo entre los Estados Unidos y Rusia, que determinará
la naturaleza de la relación futura entre Rusia y el conjunto de los aliados
norte-oeste. Los Estados Unidos al atizar el conflicto y legitimar a las
fuerzas neofascistas contra Rusia, intenta compensar la necesidad rusa de
proteger y dar seguridad a sus intereses en territorio ucraniano, para impulsar
así el cerco de la otrora superpotencia -ahora en recuperación-, mediante la
expansión de la OTAN, ya lo ha hecho con la estrategia de “defensa” antimisil
europea, que tanto incomoda a Rusia. Pero, al mismo tiempo, el alcance real de
esta maniobra norte-oeste parecería estar limitada por una serie de factores
que hacen errática la gran estrategia estadounidense: la persistencia de la
crisis económica y social en la Unión Europea, que no la convierte en un
paradigma a seguir por las naciones y pueblos todavía fuera de la zona Euro y
de la propia integración, la actitud de Alemania y otros países fuertemente
dependientes del gas, el petróleo y otros recursos naturales en manos de Rusia
y Crimea.
Así las
cosas, cuando Ucrania es visualizada como la primera víctima de una rediviva “guerra fría”, valdría la pena
preguntarnos: ¿Cuál será su evolución futura? ¿Instalará los Estados Unidos
bases militares contra Rusia en la región occidental de Ucrania? Sin ánimos de
dar respuestas acertadas: la división del territorio ucraniano entre potencias,
la integración inevitable de la zona occidental al eje norte-oeste o el
incremento de sus relaciones con la Unión Europea, al tiempo que mantiene sus
vínculos con Rusia, en un difícil ejercicio de equilibrismo político, pudieran
ser algunos de los escenarios en relación con esas interrogantes; pero, como en
casi todos los procesos de la política internacional en el que participan
múltiples actores de significativo peso e influencia política, diplomática y
militar, este conflicto, en torno a Crimea, pudiera ser de larga duración, como
lo fue, para la Alemania dividida, la histórica confrontación simbolizada en el
“Muro de Berlín”, aquel icono de la “guerra fría” clásica entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética.
Solo
que ahora las ansias de poder y expansión global de los Estados Unidos chocan
con la problemática de la relativa decadencia de sus capacidades tradicionales
de dominación mundial, lo que convierte más imprevisible y peligrosa su
actuación internacional frente al objetivo inequívoco de Rusia y China de
equipararse a los Estados Unidos como superpotencias mundiales en el horizonte
de la multipolaridad del sistema internacional del siglo XXI.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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