Rebelión, 25-03-2014
Ayer se cumplían 38 años del Golpe genocida
del 24 de marzo de 1976 y vale la pena recuperar la memoria, incluso para
hablar del presente, ya que algunos orígenes de problemas actuales, especialmente
económicos, se remontan a aquellos acontecimientos.
Con el
golpe se pretendía reordenar la situación política y normalizar el orden
capitalista afectado por la organización y movilización, principalmente de los
trabajadores, que reclamaban por sus derechos al tiempo que proclamaban una “patria liberada”, afectando la esencia
del orden capitalista, la dominación económica de los capitales más
concentrados de adentro y de afuera.
Las
clases dominantes no podían permitir tanto poder popular y por eso el Golpe y
las restricciones de huelga, de movilización e incluso de encuentro social. Los
principales afectados fueron los trabajadores y sus organizaciones sindicales y
políticas y su efecto por cuatro décadas aún se siente.
Entre
otros efectos confluyen la des-sindicalización y la despolitización de buena
parte de la sociedad, más volcada a satisfacer opciones de consumo que asumir
una lógica gregaria de solidaridad, por ejemplo hoy entre docentes y padres,
incluso entre trabajadores en general con los maestros.
Pero
sin duda, el principal efecto sobre los trabajadores es la baja de salarios,
incluso considerando periodos de recuperación de ingresos, nunca se logró, pese
a 30 años de gobiernos constitucionales desde 1983, empatar el mayor nivel de
distribución de la renta de los años 70’ o incluso de los 50’.
La
situación estructural del empleo mantiene hoy, como nunca, a un tercio de los
trabajadores en situación irregular, sin seguridad social, afirmando la
tendencia a la precariedad laboral, con las nuevas formas asumidas de la
contratación laboral, los salarios basuras, la tercerización, el desempleo y
subempleo.
En ese
marco debe incluirse el deterioro de las jubilaciones y pensiones, aún con la
extensión de beneficiarios de estos años. El achatamiento de la pirámide de
ingresos previsionales es resultado de una política deliberada asumida desde la
dictadura en 1976 y confirmado con la política privatizadora de los aportes
jubilatorios en los 90´ y la consolidación de una baja en esos años de los
aportes patronales.
Cambios en las relaciones sociales de
producción
El
golpe de 1976 reestructuró las relaciones sociales de producción, modificando
la relación entre patrones y trabajadores en beneficio de mayores ganancias,
acumulación de capitales y afirmación de la dominación y poder de los capitales
más concentrados que actúan en la Argentina.
Pero también modificaron la función del Estado, potenciando
su papel al servicio del gran capital, con el endeudamiento (que hoy expresan
las demandas del Club de París, por ejemplo) y la liberalización de la
economía, crudamente expresado en las leyes de inversiones externas y de
entidades financieras aún vigentes y que constituyen una asignatura pendiente
de los gobiernos constitucionales. La reforma del Estado avanzó en los 90’ con
las privatizaciones y desregulaciones que la dictadura no pudo materializar,
entre otras cuestiones por la resistencia popular, especialmente de los
trabajadores.
En materia de cambios estructurales también debe incluirse
la reinserción global de la economía y la política de la Argentina en el rumbo
liberalizador que empujaban las corporaciones transnacionales, e
ideológicamente las principales potencias del capitalismo mundial y los
organismos internacionales. Hasta podemos afirmar que la dictadura local y
otras en la región anticipaban en el Cono Sur de América como ensayo, lo que
luego se generalizaría como “políticas
neoliberales” desde Gran Bretaña o EEUU, con Margaret Thatcher y Ronald
Reagan.
La nueva situación gestada desde marzo de 1976 expresa
cambios profundos en la economía, la sociedad y el Estado, que contribuyeron a
una mayor concentración y extranjerización de la economía argentina en todas
las ramas de la producción y los servicios. Un agravante deviene de la consolidación
de esos cambios en los años 90’, con la tendencia al monocultivo derivado de la
expansión de la soja transgénica y la dependencia del paquete tecnológico de
transnacionales de la biotecnología y la alimentación; tanto como la atracción
de inversiones externas mineras para la mega-minería a cielo abierto que
resalta el carácter primario exportador del país; y en el mismo sentido puede
destacarse el carácter de armaduría de la industria local, fuertemente
dependiente de las importaciones de insumos industriales, incluidos los
energéticos, que tanto afectan las cuentas externas de la Argentina.
¿Qué rumbo asumir al enfrentar esos cambios
estructurales?
Un
gran debate apunta a si la Argentina debe retrotraer la situación al modelo
productivo y de desarrollo capitalista previo al golpe, es decir, al periodo de
industrialización sustitutivo operado entre los años 20’ y los 70’ del Siglo
XX, o intentar ir, incluso, más allá del orden capitalista.
En rigor, la mayoría del debate se restringe a discutir una
agenda (de cambios) de acciones y políticas posibles en el marco del
capitalismo, y nuestra proposición apunta a pensar en modificaciones esenciales
a las relaciones sociales de producción, no para volver al pasado, además
idealizado, sino para avanzar en una perspectiva anticapitalista,
antiimperialista y por el socialismo.
Esto requiere de un sujeto social amplio que asuma en lucha
un programa de transformaciones para des-mercantilizar la vida cotidiana, entre
otras cuestiones, la educación, pues no solo se trata de salarios suficientes,
tal y como demandan los maestros hoy, sino discutir el para qué, el qué y el
cómo del derecho a la educación. No solo acompañamos a los maestros en sus
reclamos, sino que proponemos discutir desandar el camino mercantil inducido
para la educación, la salud u otros derechos transformados en mercancías o
servicios.
¿Por qué no organizar por fuera del mercado algunos derechos
de la sociedad? Entre ellos, la educación, la salud, el transporte, la energía,
lo que supone confrontar con el poder real y discutir una reorganización
económica de la sociedad con el objetivo máximo de satisfacer necesidades y no
la subordinación a la lógica de la ganancia, la acumulación y la dominación.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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