Escrito por Hermann
Bellinghausen
Domingo, 2013-08-05
Sirva de préstamo el título de la bienamada novelita de José Emilio
Pacheco para hacer referencia a otro tipo de agridulces batallas: las
acciones y reflexiones que, hace ya varios años, emprenden sin reposo el pueblo
wixárika en su conjunto, sus autoridades tradicionales, y un significativo y
respetable grupo de científicos, juristas, artistas, activistas y amigos del
citado pueblo indígena, del desierto de Wirikuta, o de los dos.
A propósito de Las batallas
en el desierto, vale la pena detenernos en el reciente anuncio del Consejo
Regional Wixárika que da eco a la noticia de la
suspensión de cuarenta concesiones mineras sobre el sitio sagrado de Wirikuta,
lo cual, sienta un precedente histórico para la lucha de los pueblos
indígenas por el reconocimiento de sus derechos y su cultura, ya que dicha
resolución se da sobre la base del reconocimiento que hace el Poder Judicial
del derecho territorial que el pueblo wixárika (huichol) tiene sobre Wirikuta.
La suspensión
otorgada por el Poder Judicial frena cuarenta concesiones mineras en manos de
la transnacional Revolution
Resources y del Grupo Minero Frisco, que se suman a las treinta y ocho
concesiones suspendidas en febrero de 2012 a la empresa canadiense First
Majestic Silver. Ello es un paso decisivo que coloca al pueblo wixárika frente
a la posibilidad tangible de lograr la cancelación definitiva de las
setenta y ocho concesiones mineras en dicho territorio que en su totalidad
abarca 140 mil 211 hectáreas ubicadas en el desierto de Real de Catorce en el
estado de San Luis Potosí.
Lo que se anuncia
es la batalla final y, si bien el título puede sonar a ficción gringa, hay que
aclarar que en la lucha por Wirikuta la ficción no existe. Lo que hay es un
proceso solido de defensa, sostenido desde la espiritualidad y la organización
social donde confluyen intelectuales, científicos, juristas, artistas,
colectivos, organizaciones y miembros de la sociedad civil que se han
encontrado con el pueblo wixárika y con las comunidades mestizas del desierto,
reconociendo la importancia y trascendencia histórica de esta lucha.
La lucha es por la
vida, advierten los wixaritari. Wirikuta es simbólica, no sólo por
ser un pilar del universo, según la cosmovisión wixárika; Wirikuta es
simbólica porque en ella podemos encontrar la historia de devastación y de la
violencia social ejercida desde el mismo Estado que marca a todo el territorio
nacional; y porque en ella también podemos hallar certezas de vida.
Migración,
pobreza, marginación, desplazamiento, contaminación ambiental, hostigamiento,
negación a los derechos humanos. Todo ello es lo que enfrentan las comunidades
mestizas y campesinas que habitan el desierto de Wirikuta, quienes sufren de la
agresión directa de un Estado que no acaba de reconocer que abrir las
puertas a la minería en zona sagrada es un acto genocida.
La argumentación
científica y legal está dada: si el Gobierno Federal lo permitiera, la minería
sembraría una bomba en dicho territorio, y sólo sería cuestión de tiempo para
que la actividad minera terminara con los mantos acuíferos (principal fuente de
agua en la región) y provocara una destrucción ambiental sin precedentes, así
como el envenenamiento de los pobladores ocasionado por el uso del cianuro
empleado en el proceso de separación del mineral.
Según Carlos
Chávez, presidente de la Asociación Jalisciense en Apoyo a Grupos Indígenas
(AJAGI), Enrique Peña Nieto está heredando una decisión que quedó
trunca en la pasada administración panista: ordenar la cancelación de todas las
concesiones mineras en zona sagrada o simplemente decidir “pasar a la historia como el mandatario que ordeno la destrucción de
Wirikuta”.
La decisión no
debería ser tan difícil: envenenar y desplazar a los pobladores de toda una región y a la par de
ello asesinar a una cultura milenaria, o bien, respetar la vida.
Ni el oro, ni la plata, ni todos los minerales juntos podrían pagar los daños
que la minería en Wirikuta heredaría para la historia de la humanidad.
La defensa de
Wirikuta es una lucha que nos traslada a los tiempos primigenios; esos tiempos
que señalan los relatos de los wixaritari (huicholes) donde todo era oscuridad,
hasta que Kauyumari levantó al sol con sus cuernos en el Cerro del Quemado,
para darle paso a la vida.
Hoy regresamos al
área de incertidumbre que existe en la amenaza latente al retorno a la
oscuridad, no sólo
es la vida de todo un pueblo, es la vida del planeta la que se encuentra
emplazada, son los derechos humanos que reiteradamente son
violados, es la violencia y el acoso a los pueblos que luchan por tener una
vida digna.
Es la batalla
final del sol que resiste el embate de la serpiente en su deseo de oscuridad,
es la lucha por la vida.
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