Luis Hernández Navarro, Twitter: @lhan55
La Jornada, 18-09-2013
El
maestro pregunta por el altavoz: ¿capital de Veracruz? Sus compañeros le
responden voz en cuello: ¡Boca del Río!
Vuelve a interrogarlos: ¿capital de Guerrero? Jocosos, le contestan: ¡Acapulco! Nuevamente los inquiere:
¿capital de Oaxaca? Los mentores exclaman: ¡Huatulco!
Enérgicos, corean: ¡Urgente! ¡Urgente!
¡Evaluar al Presidente!
La consigna magisterial echa limón en la herida de los
continuos yerros de Enrique Peña Nieto. Apenas el pasado 3 de abril, durante el
Foro Nacional de Educación, el jefe del Ejecutivo afirmó que Boca del Río es la
capital del estado de Veracruz. Un par de meses más tarde, volvió a
equivocarse, y afirmó que Tijuana es un estado.
El eslogan, repetido una y mil veces estos días en calles y
plazas, resume, por mucho, el sentir de los maestros: son víctimas de una doble
moral. Mientras los recurrentes gazapos del Presidente de República son
tratados con indulgencia, a ellos se les humilla públicamente, se les
responsabiliza de la situación educativa del país, se les despoja de conquistas
laborales básicas y se les quiere sujetar a una evaluación punitiva.
Ese sentir ante una reforma educativa lesiva a ellos, pero
también a la enseñanza pública, se extiende por todo México como epidemia. En
todos los estados han brotado protestas magisteriales. Aunque en unos casos son
masivas y en otros no son aún mayoría, no hay una sola entidad federativa en la
que no hayan realizado marchas y plantones, suspendido labores, y ocupado
edificios públicos, puentes fronterizos y vialidades. La cartografía de este
malestar desborda, por mucho, lo que los medios de comunicación quieren o
alcanzan a registrar.
Los maestros saben por qué luchan. Afirmar que desconocen
los alcances de la reforma que rechazan o que están en las calles porque fueron
engañados es una canallada y una bajeza. Como dice un profesor de Los Mochis,
Sinaloa:
¿Cómo no vamos a darnos cuenta de lo que quieren con esas leyes, si estamos viendo el cazo con el aceite hirviendo en el que nos van a cocinar?
Muchos mentores están convencidos de que se encuentran
frente una situación límite que los obliga a protestar. Una maestra de la
ciudad de México lo explica a sus compañeros, que aún temen suspender labores
ante el temor de que no les paguen completa sus quincenas, diciéndoles:
Es cierto, nos van a descontar porque tenemos un empleo, pero más nos vale hacerlo porque mañana no vamos a tener un empleo del que nos descuenten.
Según otro profesor, éste de Veracruz, la reforma es
inadmisible por la situación de incertidumbre en que los pone. “No podemos estar con una amenaza permanente
de perder el empleo, de ser vigilados, de ser puestos a prueba, de ser
castigados –asegura–; es una ofensa
que pongan en duda lo que hemos hecho. No podemos permitir perder nuestro
sentido profesional. El gobierno tiene que entenderlo: no estamos dispuestos a
dejarnos sojuzgar”.
Sujetos a una infamante campaña de desprestigio desde hace
años, a los maestros les ofende lo que se dice de ellos en la prensa, la
televisión y la radio, pero no consideran que deban cancelar sus protestas. Si
algún caso les hace el gobierno, es debido a ellas. Además, están convencidos
de que, si antes de que se movilizaran ya eran denigrados, la mayoría de los
medios no va a dejar de calumniarlos porque dejen de hacerlo. Como afirma un
docente de Sinaloa:
Ni modo. No hay de otra. Al sordo siempre hay que gritarle.
El conflicto magisterial ha tenido un enorme costo para el
gobierno federal, los partidos políticos y los intelectuales que apoyan la
reforma
educativa. El eco del Informe presidencial duró apenas un día. La rechifla a Jesús Zambrano es sólo la primera de muchas que le esperan.
Las protestas han hecho evidente la enorme incapacidad de
políticos y comunicadores para comprender la naturaleza, la composición y el
comportamiento del magisterial nacional. Cada dos días se anuncia el inminente
fin del problema y el retorno de los mentores a sus estados. Incluso, la prensa
muestra imágenes de profesores haciendo sus maletas. A pesar de ello, cada día
llegan más docentes a la ciudad de México y se incrementan sus protestas en
otros lugares del país.
Como estrategia de solución del conflicto, el gobierno
federal optó por administrarlo y desgastarlo. Fracasó. En lugar de apagar el
descontento, lo extendió y radicalizó. Finalmente, optó por la represión.
Aunque de inmediato cosechó los aplausos de quienes piden mano dura, hizo
evidente el fracaso de su política previa, y revivió el fantasma de Atenco.
Pero tampoco le resultó. Con el uso de la fuerza pública para desalojar el
Zócalo, en lugar de acabar con el movimiento, precipitó su crecimiento. Los
maestros fueron cobijados por una espontánea, masiva y conmovedora oleada de
solidaridad popular. El malestar amenaza ahora con extenderse a las
universidades públicas, como lo muestran los paros estudiantiles contra la
represión, en la UNAM y la ENAH.
Si la imagen del poder es el poder de su imagen, dos
estampas resumen el costo que el conflicto magisterial ha tenido para el
gobierno federal. Este 15 de septiembre, en una verdadera fiesta popular, con
la explanada del Monumento a la Revolución llena a tope, miles de maestros
democráticos y sus aliados dieron el grito de la
resistencia y desobediencia. Una y otra vez corearon la consigna de
¡Urgente! ¡Urgente! ¡Evaluar al Presidente!Entonaron, también, el Himno Nacional y rindieron honores a la bandera, como lo hacen cada lunes del calendario escolar en todas las escuelas del país. A poca distancia de allí, con el Zócalo vigilado, en un acto poco concurrido y con acarreados del estado de México, entre abucheos y silbidos, Enrique Peña Nieto vitoreó a los héroes, canceló su participación en la cena en Palacio Nacional y se retiró para atender la emergencia de las lluvias.
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