ALAI, América Latina en Movimiento
Perú, 2013-07-24
Perú, 2013-07-24
Conferencia pronunciada
en el Congreso Refundacional de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas Andinos
del Perú, realizado en Lima, los días 12 y 13 de julio de 2013
Buenos días hermanos, hermanas, compañeros y
compañeras. La frase “conferencia
magistral”, con la cual ha sido anunciada esta exposición, no abarca en
realidad la necesidad de dialogar, discutir, y debatir al margen de jerarquías
y distinciones, las cuales muchas veces impiden la comunicación en vez de
ayudarnos a hablar con igualdad, en voz alta, a partir de nuestras propias
experiencias y conocimientos. Entonces, más que de una “conferencia magistral” en la que hablan los “profesionales” o “académicos”
que muchas veces apenas en apariencia saben muchas cosas, se trata de abrir un
diálogo para dialogar franca y sinceramente. Por eso voy a pararme y a tomar el
micrófono, para vernos mejor, para abrir entonces esta discusión necesaria y
urgente sobre la presencia y horizontes de las comunidades y pueblos indígenas
en el Perú de hoy. Creo que en dicha discusión, el conocimiento que ustedes
tienen es la base, es lo principal. Lo que académicos y profesionales podemos
aportar son apenas algunos elementos, algunas intuiciones, algo de lo que vamos
mirando e investigando, y que a veces logramos poner sobre el papel cuando
escribimos algunas cosas. Pero es la lucha que ustedes traen, el conocimiento
que esas luchas otorgan, el elemento principal que permite dialogar y discutir,
es decir abordar un tema como el que nos convoca hoy.
Un primer elemento para ello,
consiste en tomar en cuenta que el dato principal para una evaluación de la
situación actual de los pueblos y comunidades es que es que no han
desaparecido, no se han extinguido. A pesar de todo, a pesar de un montón de
problemas y dificultades, los pueblos han permanecido. Por ello, este local del
Club Coracora se viste de colores y sentido durante estos días en que hermanos
y hermanas de todos los lugares del país nos reunimos para volver a mirar hacia
adelante, en el largo camino de la lucha por un lugar digno para los pueblos y
comunidades en el país. De eso se trata. Pero mirar hacia adelante requiere
también mirar hacia atrás. Uno tiene que mirar al mismo tiempo hacia ambas
direcciones. No se puede mirar hacia el futuro sin mirar hacia el pasado, sin
tomar en cuenta los caminos recorridos. Y estamos aquí reunidos, justamente,
porque venimos de atrás. Es que las comunidades y pueblos en nuestros países,
en todos los países de nuestra América Latina, vienen de atrás y aún están
aquí. Su presencia actual no es el resultado de luchas ocurridas hace poco
tiempo, el año pasado o el mes pasado. No es así. Se trata de una presencia que
tiene miles de años.
En pocos lugares del mundo los
pueblos pueden decir: “hemos estado en
estas tierras miles de años”. En pocos lugares del mundo, por ejemplo en
Medio Oriente, Mesoamérica, La India, el Norte del África, China, se formaron
altas culturas, altas civilizaciones en la antigüedad. Uno de esos lugares es
el nuestro: los Andes. Son pocos los espacios del mundo en los cuales existen
sociedades que muestran un proceso milenario de existencia, de lucha por
sobrevivencia y diálogo con la naturaleza para esa sobrevivencia. Y ello en
condiciones que no fueron ni son las mejores. Ejemplo pleno de ello es lo
ocurrido en estas tierras, en los Andes, un espacio natural donde hay poca agua,
donde la tierra para la agricultura es muy escasa, donde hay alturas excesivas
en las cuales la gente está obligada a sobrevivir. En pocos lugares las
montañas son tan anchas y tan altas, por lo cual no permiten condiciones
propicias para la agricultura, donde el frío es extremo y no permite que puedan
cultivarse las mismas plantas a 1,500 metros, a 2,500 o a 3,500 metros de
altura. Ustedes saben esto muy bien, mejor que yo. Pero en esas condiciones los
pueblos andinos, durante miles de años, lograron relacionarse con el
territorio, lograron administrar dicho territorio, mediante formas de
cooperación, formas de organización colectiva muy fuertes, que han permitido
que los pueblos sigan existiendo. La muestra principal de esa existencia, en
este momento, es la presencia –todavía, a pesar de todo- de muchas comunidades.
Y junto a esas comunidades, la identidad colectiva, el sentimiento profundo de
ser todavía parte de nuestros pueblos.
En el Perú se dice mucho que no
hay identidades indígenas, que no existen indígenas. Muchos analistas afirman
que Perú no es como Bolivia o Ecuador, pues aquí solamente hay campesinos. El
propio presidente de la República, Ollanta Humala, ha dicho hace poco en una
entrevista que las comunidades campesinas en el Perú son comunidades agrarias y no comunidades indígenas. Por lo tanto, no
podrían ser objeto de la aplicación de la Ley de Consulta Previa, pues son
comunidades agrarias, de agricultores campesinos, no de indígenas, creadas
recién desde la década de 1970 por el gobierno militar de Juan Velasco
Alvarado. Al sostener esta tesis, el presidente olvida y confunde muchas cosas,
o más bien las oculta y confunde de manera deliberada, con la finalidad de
limitar el alcance de la Ley de Consulta a los pueblos amazónicos, borrando del
mapa a miles de comunidades andinas. También parece que ha olvidado todo lo que
recorrió durante las campañas electorales de las dos últimas elecciones, en las
que pudo recoger demandas, expectativas y esperanzas que al final simplemente
ha traicionado. Así, termina desconociendo una realidad que resulta innegable:
el hecho de que las comunidades andinas, estas comunidades que pretende ver
como agrarias solamente, son en realidad formas colectivas de organización
social, formas de autoridad, formas de poder, formas de gestión del territorio,
de administrar los recursos del territorio, de manejar los vínculos entre las
familias, de controlar los conflictos entre las familias en un espacio común.
Son pues formas de organización de la vida en común, de la existencia colectiva
en relación con el territorio, y que en esa medida expresan una peculiar
experiencia sociocultural e histórica a la cual ya nos hemos referido. Son
comunidades que no se encuentran congeladas en el pasado, sino todo lo
contrario: existen aún, y luchan por acceder a igualdad de derechos, y a ser
modernas a su manera, pero lo hacen sin borrar su memoria, esas raíces
milenarias que hemos recordado.
Las comunidades, además, son
espacios territoriales y sociales en los cuales podemos rastrear la vigencia de
otros modos de sentir, de conocer y comprender la existencia social. O sea,
espacios que expresan plenamente la diversidad cultural que hace del Perú un
país tan rico y múltiple. Un ejemplo de ello resulta muy ilustrativo. A diferencia
de otros lugares del mundo como Europa, aquí la materia es considerada viva
entre muchos pueblos indígenas. Con la modernidad occidental, en Europa la
materia pasó a ser considerada una cosa inerte, un objeto sin vida. En los
Andes no es así, pues la gente piensa que la materia es animada, que posee el
don de la vida. Mientras que en Occidente se distingue muy claramente entre los
seres vivos y la materia inerte, en muchas comunidades y pueblos indígenas esa
diferencia resulta imposible. Es que para los runas la materia también tiene
vida. En ese sentido, la idea de territorio colectivo implica sobre todo la
reivindicación de un espacio vivo. En comunidades del sur del país, en regiones
como Cuzco, se usa la palabra ánimu
para describir el hecho de que todas las cosas y seres que nos rodean tienen
vida. El territorio que nos rodea, los cerros sagrados, las plantas, los
animales, el agua, los lagos, todo está dotado de ánimu. Todas las cosas que existen poseen ese ánimu, que es don entregado por los apus, y hay que saber cuidarlo. Hay que hacer un vínculo cotidiano
con ese ánimu: cuidarlo, dialogar con
él, compenetrarse. Hay especialistas de esa dimensión sagrada que poseen el don
de mirar el ánimu, o de hablar y
convocar a los apus para mantener el
diálogo y el delicado equilibrio de la vida. Cualquiera no puede hacer todo
eso.
Entonces ocurre que los pueblos y
comunidades, con sus respectivas formas de organización y comprensión de la
vida, todavía están presentes en el país, a pesar de que gentes como el
Presidente de la República no quieran verlos, o más bien prefieran no verlos. A
pesar de eso –pues no es ninguna novedad el ninguneo de los poderosos en contra
de las comunidades- han logrado resistir siglos de dominación colonial y
republicana. Irónicamente, buena parte de la dominación que ha afectado la
subsistencia de las comunidades ha sido más bien republicana. Es que en Perú,
desde inicios del siglo XIX se construyó un régimen republicano que ofreció
libertad e independencia para todos, pero que tuvo como uno de sus principales
componentes la exclusión de las comunidades indígenas. Así, los runas no
pudieron ser considerados ciudadanos peruanos durante mucho tiempo, por el
hecho de ser runas e indios. Esta última palabra continuó –como en los tiempos
del coloniaje- un instrumento de violencia, desprecio y segregación. Exclusión,
dominación, explotación y discriminación, han sido algunas vías mediante las
cuales las comunidades fueron víctimas del carácter en gran medida colonial que
arrastró la república peruana. Exclusión para no considerar completamente a los
llamados indios como miembros del país en igualdad de derechos. Explotación del
trabajo y la capacidad de trabajar de estas personas. Dominación para
sujetarlas al poder público o bien a poderes privados. Discriminación para
sentirlas y hacerlas sentir inferiores por razones de origen, raza, cultura o
formas de vida. Recién en 1979 la Constitución Política otorga el derecho a
voto a los analfabetos, la gran mayoría de ellos indígenas. Es decir, dos
siglos después del inicio de la independencia en estas tierras con la
revolución de Túpac Amaru, la cual sacudió profundamente el orden colonial.
¡Dos siglos después! ¡Es impresionante! Cuesta constatar esta demora del Estado
peruano, pues a pesar de las fluctuaciones ocurridas a lo largo de los siglos
XIX y XX, recién hace tres décadas y media se otorgó a todos los peruanos el
derecho político básico a elegir sus autoridades y ser elegidos. Una parte muy
importante de la población resultó entonces completamente excluida de dicho
derecho, pues esa exclusión fue un mecanismo para asegurar las otras formas de
dominación, explotación y discriminación vigentes a pesar de la promesa
republicana. ¿Por qué esta exclusión tan fuerte? Justamente por el hecho de ser
descendientes de aquella historia milenaria, de pueblos que portan una historia
de largo tiempo que a pesar de ser negada y despreciada no ha desaparecido.
Ocurre que toda situación de exclusión, dominación,
explotación y discriminación siempre tiene respuestas. Y las respuestas se han
dado a través de luchas: luchas por derechos, luchas por la existencia, luchas
por ser parte del país de manera plena, luchas por igualdad y dignidad. Algunas
de estas luchas marcan el derrotero de la historia peruana durante el siglo XX,
y han transformado completamente el rostro del país a lo largo de décadas. Por
ejemplo, la lucha por el derecho a la educación, por acceso a educación, no
como mecanismo para dejar de ser lo que somos, sino como modo de llegar a ser iguales.
O la lucha por recursos básicos como la tierra, que fue un anhelo fundamental
en el Perú, hasta la reforma agraria de 1969. Y en estos tiempos, demandas como
la de participación política, por ejemplo, dan cuenta de la continuidad de
estas luchas de pueblos y comunidades para llegar a ser considerados iguales,
ciudadanos de plena presencia en el país. Se trata muchas veces de luchas
aparentemente invisibles, o microscópicas. Por ejemplo, para que los municipios
y centros poblados menores funcionen de acuerdo a lógicas de las propias
comunidades, respetando las lógicas colectivas que han funcionado por siglos y
siglos, con todos los cambios ocurridos en ellas a lo largo del tiempo. En
contra del discurso del actual gobierno, que como todos sabemos dejó atrás su
promesa electoral de una “gran
transformación” y apenas se quedó con la “inclusión social”, ocurre que no se trata solamente de un problema
de inclusión. La palabra queda corta para abarcar toda la expectativa de ser
parte plena del país, de ser iguales como personas, que se encuentra en la base
de la presencia y las luchas indígenas. No se trata solamente de un asunto de
inclusión política, pues hace rato existen alcaldes y regidores indígenas. Se
trata más bien de una lucha por cambiar las reglas de juego y el diseño de
funcionamiento del Estado, de modo que en territorios con poblaciones indígenas
no exista un Estado en gran medida neocolonial, sino que incorpore mecanismos,
lógicas y modos de funcionamiento propios de las comunidades. Es decir: otro
Estado, otra forma de vida para todos.
Estas luchas han tenido
resultados. Uno de esos resultados, muy importante, fue la reforma agraria de
1969. Ahora se cumplen 44 años de esta conquista histórica que transformó para
siempre la sociedad peruana. La reforma agraria de ningún modo puede verse –tal
como pretenden ahora muchos de nuestros políticos e intelectuales neoliberales
y neoconservadores- como una imposición del gobierno militar. Fue más ben el
resultado de la presión de las luchas campesinas e indígenas ante un Estado
que, bajo el control del régimen militar velasquista, no tuvo más opción que
eliminar los latifundios. Fue un derecho arrancado al Estado por los runas de
diversos lados del país movilizados desde fines de la década de 1950. ¿Recuerdan
las tomas de tierras en Cerro de Pasco? ¿Recuerdan la dignidad de los
campesinos, comuneros y arrendires de la Convención y Lares del Cuzco en su
lucha con los hacendados? ¡Ellos le arrancaron la reforma agraria al Estado!
¡No fue ningún regalo hecho desde arriba por los militares!
La reforma agraria –con sus
aciertos y errores de aplicación- devolvió el acceso directo a la tierra a
muchos campesinos indígenas de todo el país, pero no implicó que al tener
nuevamente la tierra dejaron de ser discriminados. Permitió que se eliminen las
bases materiales de la exclusión, pero no el sustento cultural expresado en el
racismo, el desprecio, el ninguneo, tan fuertes hasta ahora a pesar de todo lo
que hemos avanzado los peruanos en vernos como iguales con nuestras
diferencias. Palabras como las del presidente Humala, que muestran justamente
la continuidad de formas de exclusión y discriminación de larga data, resultan
completamente anacrónicas y desfasadas, en un país que en las últimas décadas
ha ido sacudiéndose por distintas vías de la desigualdad tan fuerte, asentada
en la falta de reconocimiento de las diferencias y de nuestra diversidad étnica
y cultural. Ya resultaba escandaloso que las diga alguien como Alan García,
quien siendo presidente fue autor del tristemente célebre discurso del “perro del hortelano”. Pero las palabras
del presidente Humala, muestran simplemente hasta qué punto algunas personas
pueden cambiar en relación al poder y a sus propias ambiciones, pues hace poco
tiempo él mismo hacía campaña electoral ofreciendo nada menos que una “gran
transformación” de la sociedad y el Estado. Por eso resulta indignante que
ahora, mediante una operación mafiosa revestida de aparente constitucionalidad,
se esté pensando en pagar los bonos de la reforma agraria que en realidad
solamente beneficiarán a grupos económicos especuladores. Como recordara hace
poco Hugo Blanco en un artículo sobre la experiencia de La Convención, la
tierra fue siempre de los comuneros, y más bien los hacendados la usurparon durante
siglos de dominación colonial y republicana. Sería un escándalo que este
gobierno que dice ser “nacionalista”,
termine beneficiando a las mafias de especuladores financieros que representan
lo más vergonzoso de una historia que, además de la tierra robada a las
comunidades, costó la vida de tantos runas hombres y mujeres en las haciendas
durante siglos.
Frente a esta situación de
olvido, ninguneo y desprecio, los pueblos y comunidades han seguido luchando.
Resultado de eso ha sido, en un primer momento, la formación de movimientos
campesino-indígenas y la creación de organizaciones. Desde las primeras
organizaciones campesinas en el Perú, como la Confederación Campesina del Perú
(CCP), fundada en 1947, y la Confederación Nacional Agraria (CNA), constituida
en 1972, ambas como resultado directo de las luchas de las comunidades por
tierra, educación y otros derechos fundamentales. Posteriormente, surgieron
organizaciones que comenzaron a decir: “somos
indígenas y no solamente campesinos o nativos”, tales como el Consejo
Aguaruna-Huambisa, la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Selva
Peruana (AIDESEP), formada en 1980, y la Confederación de Nacionalidades
Amazónicas del Perú (CONAP), constituida en 1987. Paralelamente a la formación
de organizaciones amazónicas, se creó en los Andes el Consejo Indio de
Sudamérica (CISA), en 1980. Las organizaciones amazónicas introdujeron el tema
de la identidad étnica y la búsqueda de alternativas de desarrollo, en tanto
que el CISA aportó con la reivindicación de la cultura y religiosidad indígena,
aunque a diferencia de las primeras no llegó a arraigar fuertemente entre las
comunidades, y posteriormente se disolvió en medio de problemas internos
vinculados al manejo del financiamiento y los recursos de la cooperación.
Posteriormente, ya en la década
de 1990, en medio de un escenario de fuerte crisis política de los partidos
políticos y organizaciones populares, ocurrió un importante proceso de
unificación de organizaciones campesinas e indígenas, cuyo resultado fue la formación
de la Coordinadora de Pueblos Indígenas del Perú (COPPIP), en 1997. Parte de
este proceso fue también la creación de la Confederación Nacional de
Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI) en 1989.
La confluencia duró poco tiempo,
pues la COPPIP acabó dividida, debido a problemas internos entre las
organizaciones y dirigentes, así como a la influencia de Eliane Karp, quien
durante el gobierno de Alejandro Toledo terminó afectando un proceso autónomo
de articulación organizativa campesino-indígena. La Comisión Nacional de
Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos (CONAPA), creada el 2001, tuvo una
triste y fugaz existencia debido a la errática e ineficiente gestión de Eliane
Karp, y fue reemplazada el 2004 por el Instituto Nacional de Desarrollo de
Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos (INDEPA). Pero esta institución ya
no tuvo condiciones ni tiempo para despegar adecuadamente. Los recelos y
distancias entre las organizaciones, ahondadas en torno al vínculo con la
CONAPA, así como el carácter indigenista y paternalista que le dio el gobierno
de Alejandro Toledo, nunca le permitieron convertirse en una auténtica
institución autónoma para el diseño y gestión de políticas indígenas, a pesar
de que en un momento logró alcanzar rango ministerial. Los intentos de
establecer CONAPA y después INDEPA, ni siquiera alcanzaron el nivel que tuvo
antes el viejo Instituto Indigenista Peruano, creado en la década de 1940.
Posteriormente, durante el régimen de Alan García,
y luego en el actual de Ollanta Humala, INDEPA se convirtió en una verdadera
cenicienta de la burocracia estatal, al punto de que se le condenó a la
desaparición, siendo al final absorbida por el actual Ministerio de Cultura. El
país perdió así la posibilidad de hacer realidad una de las recomendaciones
institucionales de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), que en su
Informe Final planteó la urgencia de crear un organismo estatal de política en
materia indígena y étnica en la cual estén verdaderamente representados los pueblos
y comunidades indígenas.
Pero volvamos al tema central que
nos convoca: la situación actual de las comunidades y pueblos en el país. Un
aspecto importante tiene que ver con la dimensión organizativa. Lo que podemos
notar es que vivimos un momento de aparente buena salud, porque nunca
existieron tantas organizaciones como en la actualidad. Pero lo que ocurre, en
realidad, es que la crisis organizativa y del tejido social tan profunda que
aún vive el país, se refleja irónicamente en la multiplicación de
organizaciones, las que se encuentran sumamente débiles y con serios problemas
de representatividad. Después de la creación de CONACAMI se han conformado
varias organizaciones más que intentan tener alcance y representación nacional,
aunque en realidad son muy limitadas. Resultan importantes por colocar temas
fundamentales, tales como las reivindicaciones de las mujeres indígenas, pero
aún se hallan lejos de ser organizaciones de alcance nacional y de tener
verdaderas bases comunitarias. De otro lado, podemos notar que aquellas
organizaciones dirigidas a la defensa de los derechos colectivos indígenas, han
sido desbordadas por muchas otras que representan a productores y empresarios
agrarios, organizados ahora por ramas y especialidades de producción. En el
momento actual existen muchas más organizaciones campesinas, agrarias e
indígenas que en cualquier otro momento de la historia nacional. Es un momento
que planta, por ello, el reto de construir perspectivas reales de unidad y
articulación campesino-indígena. Existen muchas organizaciones justamente
porque estamos débiles. Hay que decir esto claramente. ¿Y por qué estamos
débiles? Estamos débiles porque hemos perdido la capacidad de saber mirar hacia
adelante tomando en cuenta situaciones, necesidades y expectativas concretas de
la gente más humilde, y pienso sobre todo en los campesinos indígenas de muchas
comunidades andinas y amazónicas. Es decir, en gran medida el mundo de las
organizaciones, los liderazgos y la representación indígena se halla desvinculado
de sus bases comunitarias y territoriales.
Otro aspecto clave de la
situación actual, es el hecho de que 44 años después de la reforma agraria, lo
que estamos viviendo es un nuevo momento de asedio en contra de las
comunidades. Se trata de una verdadera avalancha que está poniendo en riesgo
sus territorios y sus recursos. Es una agresión real y concreta, que expresa el
modo en que se ha configurado recientemente la situación internacional. A lo
largo y ancho del planeta, los capitales transnacionales recorren los países y
se instalan en ellos, buscando conseguir materias primas para el funcionamiento
de la maquinaria capitalista globalizada de estos días. Se trata de un
capitalismo concentrado cada vez más en Oriente, en países como China, que están
desplazando rápidamente a los Estados Unidos y Europa. El modo de
funcionamiento de este capitalismo globalizado, se basa de un lado en la
especulación financiera, y de otro en el saqueo de materias primas existentes
en todo el planeta. La situación reciente de Perú y los países vecinos es parte
de este escenario. En Perú, sin embargo, tuvimos desde la década de 1990 un
cambio muy fuerte, y es que el tipo de economía, el modelo de acumulación, el
modo de organización del país, el papel del Estado, el tipo de relación entre
Estado y sociedad cambiaron completamente desde esa década, gracias a la
imposición autoritaria de un nuevo orden neoliberal por parte del régimen
fujimorista.
En este contexto, los territorios
de las comunidades, los recursos naturales de las comunidades, como son el
agua, la tierra, los bosques, los recursos del subsuelo, pero también la propia
identidad, el orgullo, el cariño por los recursos de todos, es lo que comienza
a ser agredido fuertemente. En todos lados, no solo en Perú, lo que hay es una
nueva etapa de agresión del capitalismo globalizado contra recursos colectivos,
contra recursos comunitarios. Pero lo que esto genera no es solamente un nuevo
saqueo, sino también un nuevo período de luchas en defensa de lo comunitario. Nuevamente
en las comunidades se comienza a decir: “estos
recursos son de todos, gracias a ellos vivimos todos, y todos vamos a
defenderlos”. Por eso, lo que tenemos en Perú es un contexto en el cual
regresan luchas campesinas e indígenas, basadas en formas de acción comunal
colectiva para la defensa del territorio, las aguas, los bosques, los campos de
cultivo, el subsuelo, las montañas sagradas. Junto a estas luchas se recrean
formas de identidad indígena que algunos pensaban que estaban desaparecidas. Pero
más que desaparecidas ocurre que estaban simplemente allí, latentes,
resistiendo. Estas identidades siempre han sustentado un orgullo profundo, ¿no
es cierto? Pues ahora vuelven a ser la base de luchas por la sobrevivencia, por
la resistencia frente a la avalancha de capitales transnacionales, grandes
obras públicas, empresas privadas y otros proyectos que no toman en cuenta la
presencia de las comunidades y pueblos en esos territorios.
Cuando uno va al campo encuentra
un orgullo muy fuerte por ser parte de una comunidad, por hablar su propio
idioma, por mantener sus tradiciones, pero ocurre que cuando la gente sale
hacia las ciudades este orgullo se oculta, se hace poco visible. Son tan
fuertes la discriminación y el desprecio, que una estrategia para superarlas es
ocultar el orgullo por las propias raíces. Sin embargo, ahora eso se está
acabando. En décadas pasadas, parecía que la vergüenza o la renuncia a las
propias raíces se había generalizado en el Perú. El camino para acceder al
progreso, el ascenso social y la igualdad parecía consistir en dejar el campo
(y por tanto dejar atrás el hecho de ser “indios”,
pues esta palabra siempre ha sido considerada un insulto muy fuerte). Cambios
fundamentales, tales como las migraciones campesinas a las ciudades que
modificaron para siempre el rostro del país, dejaron ver la fuerza de este
camino de transformación. Sin embargo, no ocurrió que la vida en las ciudades
hizo de todos los migrantes y sus descendientes ciudadanos modernos e iguales
al resto. En las grandes ciudades, tampoco ocurre que la vida urbana se traga
completamente a la gente, incluyendo sus creencias, costumbres e identidades
más profundas. Ni las identidades permanecen intocadas, ni la gente se puede
despojar completamente de las formas de ser, pensar, sentir y vivir que
conforman su horizonte cultural. En realidad se vienen construyendo formas de
identidad, de ciudadanía, de modernidad que no estaban escritas en el libreto
de nadie. Las vemos todos los días, y seguramente una expresión de ello es toda
la curiosidad que despierta ahora la identificación con lo “cholo” como sinónimo de lo peruano. ¿Todos somos cholos?
Seguramente, pero también podemos ver que en Perú no existe una sola forma de
ser cholo.
Lo que pasa es que aún está
planteado un conflicto muy fuerte entre formas de vida indígenas, y el modelo
de progreso y desarrollo hegemónico en el país. La expansión de la cholificación, con todos sus cambios en
estas décadas en que todo parece estar acelerado en el país, no ha cancelado
este dilema. Se trata de un conflicto que también puede apreciarse en las
ciudades, donde por cierto reside la mayor parte de la población indígena.
También ocurre en las propias comunidades rurales, en las cuales cada vez más
podemos apreciar que las viejas fronteras entre lo urbano y lo rural se van
desdibujando rápidamente.
En este escenario complejo, la
novedad que hay es un orgullo fuerte por la identidad compartida, entendida
como una identidad “chola” e “indígena”. Se trata de una sensibilidad
y un orgullo que está emergiendo, haciéndose visible en diversos lados en el
país, comenzando por las comunidades pero también entre andinos y amazónicos de
las ciudades. En muchos lugares en los cuales anteriormente la identidad se
ocultaba, ahora se muestra con orgullo, y no solamente como producto comercial
para los turistas. En muchas comunidades en las cuales hasta hace poco tiempo
los campesinos indígenas runas y qaqis se ocultaban, ahora salen al
escenario. Salen los comuneros y comuneras y dicen: “aquí está mi idioma, aquí está mi traje, aquí están mis costumbres y
mi memoria; sirven para luchar por ser iguales, como queríamos desde siempre
pero ahora sin esconder lo que somos”. Ahora comienzan a hacerse visible
esa presencia de forma más clara, aunque ello no significa que hayan
desaparecido las formas tan violentas de desprecio y discriminación, ni tampoco
la vergüenza.
La fuente de esto es una agresión
muy concreta contra recursos colectivos, territorios e inclusive derechos que
ya se habían alcanzado, entre ellos el derecho a participar y a decir por
ejemplo: “así queremos que se hagan
políticas de desarrollo en nuestros pueblos, políticas públicas para salud,
educación, para mejorar la producción y el comercio, y para administrar los
territorios de nuestras comunidades y pueblos”. La base real de este
surgimiento de una nueva conciencia comunitaria es una situación muy concreta:
la defensa de recursos colectivos, territorios y formas de existencia social
vinculadas a ellos, que pasan a ser motivo de orgullo y comienzan a
reivindicarse públicamente. Hace unas décadas un famoso libro jugaba con la
imagen de que en el Perú se había pasado de ser indios a campesinos. Ahora
podría decirse que empieza lo contrario, pero además que seguimos siendo “cholos” sin que ello signifique
necesariamente renunciar al idioma, el orgullo, la identidad.
La situación entonces en Perú es de un verdadero
despertar, expresado en un nuevo ciclo de luchas protagonizadas por comunidades
y pueblos en defensa de sus recursos e identidades. ¿Seremos capaces de estar a
la altura de los retos que la nueva situación nacional y mundial nos impone?
¿Seremos capaces de convertirnos en actores con fuerza para transformar las
cosas de manera real en el país? Eso depende de lo que se haga en los próximos
años, y depende no solamente de mirarnos a nosotros mismos, sino también de
mirar y ubicar la situación de los pueblos y comunidades en el contexto actual
del país y del mundo.
Ante ese reto, situaciones de
crisis, como la que está afectando actualmente a CONACAMI, hay que entenderlas
como resultado de momentos muy complejos de lucha y posicionamiento en un
contexto muchas veces adverso, pero también debemos decir que muchas veces son
consecuencia de errores e ineptitud política. Al mismo tiempo, cabe recordar
que los conflictos y divisiones son parte de la historia de muchas
organizaciones y pueblos. El conflicto en gran medida es parte de la lucha.
Esto se sabe muy bien en las comunidades: el conflicto y las dificultades
internas pueden ser parte del mirar hacia adelante. Todo depende del modo cómo
se vayan resolviendo. Creo que este Congreso tiene justamente el desafío de
asumir el conflicto que está ocurriendo como parte del proceso que nos permite
seguir articulando hacia adelante. Tiene el reto de ubicar los problemas en el
escenario de país, y volver a vislumbrar la posibilidad de que pueblos y
comunidades tengan voz, tengan presencia en el país, y sean reconocidos como un
actor real e importante.
Hay muchas cosas que están
cambiando en el Perú en estos años, para bien y para mal. Los pueblos y
comunidades siguen siendo vistos desde fuera como retrógrados, arcaicos o anti
modernos. Son entendidos como resultado o herencia de un pasado que ya no
existe, y vistos entonces como parte del pasado, como un lastre que impide el
desarrollo. Y quienes deciden apostar por la defensa de los fueros comunales,
luchando en contra del saqueo y la imposición, son tildados de anti
desarrollistas, radicales o violentistas. Esta es la lógica lamentable que subyace
a discursos como el del “perro del
hortelano” del ex presidente Alan García, o a la idea del actual presidente
Humala de que las comunidades andinas son simplemente agrarias. Pero la
realidad es siempre más compleja que los discursos del poder. Felizmente todos
los que conocemos desde dentro a las comunidades, y sobre todo ustedes que
viven en ellas, saben que las propias comunidades más bien están empeñadas en
buscar opciones de desarrollo muy concretas. Justamente aspiran a que esos
recursos colectivos que vienen siendo saqueados y agredidos sean la base para
alcanzar otro desarrollo, otra modernidad, otra ciudadanía de rostro indígena y
cholo. Ocurre que muchas comunidades son inclusive más modernas que tantos
políticos e intelectuales, pues construyen todos los días formas concretas de
desarrollo y progreso, buscando al mismo que sus recursos e identidades sean
valoradas, pero no para ser expuestas en el museo, sino como base concreta para
dicho desarrollo y progreso. Tener orgullo de ser indígenas o cholos, ya no se
opone a la búsqueda del progreso, el desarrollo y la modernidad.
Voy terminando estas reflexiones
que espero sirvan de insumo útil para el debate en este Congreso. Un aspecto
clave a tomar en cuenta es que las amenazas que enfrentan actualmente las
comunidades tienen rostro y nombre propio: empresas extractivas
transnacionales, capitales nacionales, desarrollismo estatal que no toman en
cuenta la presencia comunal, etc. Pero también hay que destacar que existen
otros actores y fuerzas que son vecinos de las comunidades en sus territorios.
Muchos de los conflictos y muertes de defensores de las comunidades ocurridas
en América Latina en estos años, son causados por la influencia del avance de
la colonización, la nueva acumulación de tierras que incluye a terratenientes
que están de vuelta, el auge de actividades económicas sustentadas en
narcotráfico, comercio ilegal o contrabando, etc. Muchas veces ocurre que los
grandes capitales transnacionales pasan a ser parte activa de escenarios locales
en los que existen viejas disputas por poder, y por el control de recursos
entre distintos actores. Es un escenario muy complejo. Así, volver a mirar
hacia lo local, valorar la existencia de las comunidades y pueblos, reconocer
la identidad y volver a darle valor político a la dimensión colectiva resulta
clave. Sobre todo en un contexto como el de Perú, en que la voluntad política
del régimen actual resulta clara: continuar el modelo neoliberal de acumulación
y desarrollo impuesto desde la década de 1990, pero con una fuerte dosis de
políticas sociales reflejadas en la idea de la “inclusión”. Se trata de políticas necesarias, sin lugar a dudas, y
por ello es bueno que exista un nuevo Ministerio de Desarrollo e Inclusión
Social. Pero la idea de la “inclusión
social” no es suficiente para sostener el horizonte político de un gobierno
que, en realidad, se despojó a sí mismo de su proyecto, a fin de continuar el
orden de cosas existente en el país desde el fujimorismo. El humalismo de hoy es en realidad un
régimen que carece de proyecto político. El discurso nacionalista y su “gran transformación” resultaron siendo
simples membretes electorales. Una vez en el poder, el presidente Humala y su
esposa Nadine Heredia terminaron siendo los actores principales de una
tragicomedia: traicionar su propio discurso electoral, y ahora gobiernan sin
contar con un proyecto político. El resultado es la continuidad del poder de la
tecno burocracia neoliberal en el control del aparato estatal, y el haber
puesto la economía bajo el control del piloto automático, que sigue generando
desarrollo y crecimiento como el que hemos visto desde 1990: con extrema
desigualdad, de tipo primario-exportador en gran medida, y que nuevamente
saquea los territorios de pueblos y comunidades.
En Perú, ha culminado entonces
todo un ciclo de luchas para “abrir”
un poco el Estado a las demandas indígenas, en medio del escenario de hegemonía
neoliberal. Se consiguieron algunas normas, por ejemplo la Ley de Cuotas, pero
no han servido para lo que se esperaba a nivel de provincias y regiones en las
cuales se encuentra restringida. Continúa la ausencia de representación
política indígena en las altas esferas del funcionamiento del Estado. La Ley de
Consulta representó una esperanza de cambio, pero vemos ahora que el gobierno
se encuentra empeñado en dar marcha atrás, disminuyendo sus alcances al mínimo,
a fin de dejar fuera a las comunidades andinas. En tal contexto, los pueblos y
comunidades enfrentarán en los próximos años un escenario de mayores amenazas
sobre sus recursos colectivos, sobre su presencia en sus territorios, que ya se
encuentran fuertemente afectados por industrias extractivas, grandes obras de
desarrollo, colonos y empresas de distinto tipo. Esta situación la comparten
ahora tanto las comunidades andinas como las amazónicas. Por ello, una parte
importante de la lucha consiste en la articulación, en asumir el reto de
unificar demandas y luchas. Estar articulados y unidos no quiere decir que
todos se inscriban en la misma organización. No es el único camino posible.
Quiere decir, sobre todo, que se trata de compartir un horizonte básico, una
mínima agenda común hacia adelante.
Creo que reuniones como este
Congreso, justamente plantean el desafío de construir horizontes comunes que
nazcan de las propias luchas comunales, y aporten a esa agenda de la forma más
amplia posible. No se trata de que vengan otros y definan los términos de esa
agenda. No he buscado plantear, por eso, ninguna receta. Simplemente he querido
alcanzarles la idea de que estamos en el inicio, en el comienzo de un nuevo
período de luchas comunitarias e indígenas, que responden a la situación
concreta del Perú y el mundo de estos tiempos. Por eso es muy importante
encontrarnos, valorar la posibilidad de estar presentes aquí, a pesar de todos
los problemas y dificultades. Culminado este Congreso, muchos de ustedes
volverán a sus pueblos y comunidades, donde finalmente existen las luchas
concretas, aquellas hechas desde la base, desde abajo. Es una presencia muy
importante, porque en el escenario que hemos descrito lo importante es que
tenemos que saber empezar nuevamente desde cero. En muchos sitios retorna desde
cero la vieja lucha por la solidaridad, por la defensa de lo colectivo y de lo
comunitario, sobre todo en un mundo que en gran medida resulta adverso, pero
que también ofrece posibilidades inéditas para articularnos y persistir.
Incluso en países que en décadas previas mostraron el surgimiento de
influyentes movimientos indígenas, parece necesario retomar las luchas desde
cero. A pesar de que los movimientos indígenas cambiaron para siempre la
historia de países como Ecuador y Bolivia, ocurre que hay situaciones de flujo
y reflujo, avances y retrocesos que dependen de condiciones y correlaciones de
fuerza que ahora parecen arrinconar a los movimientos indígenas. Los obligan a
recuperar ímpetu desde cero, comenzando por trabajar nuevamente desde los
niveles de base, comunitarios, territoriales. Dada esa situación, resulta clave
mantener el coraje para reconstituir dimensiones de existencia social
colectiva, junto a nuevas formas de acción y solidaridad a todo nivel.
Reconstituir supone recomponer identidades locales, no como piezas de museo
sino como presencias vivas y dinámicas. Supone recuperar el vínculo entre
organización política, territorialidad, pueblos y comunidades. Supone
reencontrarnos con las raíces, con la presencia milenaria que hemos recordado
en todo este diálogo, construyendo diariamente otras formas de ser,
alternativas al capitalismo neoliberal hegemónico. Muchas veces recordamos que
los Estados existen solamente hace doscientos años, pero los pueblos cuales
caminan sobre sus tierras desde hace milenios. Son la muestra viva de una
presencia que se hunde en el tiempo y la memoria. Una presencia que a pesar de
todo resulta innegable, y que ahora se encuentra en el centro de nuevas luchas
y nuevas esperanzas.
(*) Ramón Pajuelo Teves es Investigador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
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