Domingo, 16 Junio 2013
La lucha por la tierra en
México, ha sido durante la historia de los pueblos, un motor de la lucha
revolucionaria. Los pueblos indígenas y campesinos que luchan por defender y
recuperar su tierra, sus relaciones sociales comunitarias, y sus bienes comunes
naturales, han librado grandes resistencias y revoluciones contra la
colonización del estado-capital, el despojo y la destrucción de la tierra y los
bienes comunes naturales, y la sobre-explotación y la servidumbre; con su lucha
y esfuerzo contra la colonización, el despojo y la explotación han marcado y
sacudido la historia de México en diversas ocasiones, cambiando definitivamente
el rostro del país, de la cultura, de la política, de la economía y de la
sociedad. Sin embargo, y pese a resistir heroicamente, los pueblos no han
logrado derrotar definitivamente a sus enemigos, sino que al contrario, se han
visto cada vez más cercados por la colonización, que amenaza su tierra y su
territorio, sus relaciones sociales comunitarias, sus bienes comunes naturales y
todo lo que les queda de vida.
Durante las luchas
revolucionarias de los pueblos del siglo XX, el estado-capital en México
desarrolló una estrategia de dominación que consistió en la industrialización y
la urbanización salvaje, con el fin de socavar los medios de vida rural y
campesina, a través de la contaminación, el saqueo y el despojo, a la vez que
forzaron a miles de familias a migrar a las ciudades para alimentar las
fábricas y el desempleo. La población, en estas condiciones, no se rindió ni abandonó
sus relaciones sociales comunitarias, y en la ciudad lucharon por tierra para
construir sus viviendas, y por el acceso a los medios de vida urbanos, como lo
es el agua y la electricidad. Así nació el llamado “movimiento urbano popular”, el cual definió en gran medida, el
espacio y la vida de las ciudades y barrios para amplios sectores populares.
El movimiento urbano
popular, de la misma forma que los movimientos agrarios y campesinos, logró
grandes victorias, pero como dicen por ahí, lo malo de las victorias es que
siempre son relativas. El estado-capital pudo revertir los triunfos del pueblo,
ya sea a través de la represión, o de la cooptación, y de esa manera, quienes
lucharon encontraron plomo, y quienes se vendieron, plata. Así fue que los remanentes
corrompidos del movimiento urbano popular se convirtieron en los grilletes
corporativos y clientelares con los cuales los gobiernos y partidos burgueses
reforzaron su poder en gran parte del país, al mismo tiempo que grandes
sectores populares quedaban desesperanzados de ver como sus luchas eran
traicionadas una vez más.
Hoy, la población de
México se concentra mayoritariamente en los centros urbanos, siendo 80 % de la
población, aproximadamente, la que habita y sufre las ciudades. Los pueblos y
comunidades campesinas e indígenas, un quinto de la población mexicana, se
encuentran, marginados, olvidados, invisibles para las mayorías, estorbos para
el estado-capital. A pesar de ser la clase que produce los alimentos que
consumimos en las ciudades, en las zonas rurales reina el hambre y la
desnutrición, y cada “progreso” en la
tecnología y en la producción agroindustrial, lejos de representar un beneficio
para los pueblos y comunidades, es un golpe para sus tradiciones, conocimientos
y prácticas ancestrales. Cada “desarrollo”
en la infraestructura del transporte y la circulación de mercancías, lejos de
comunicar a los pueblos y comunidades, los aísla, los despoja, los destruye.
Cada “riqueza” producida en la
industria de la extracción genera únicamente miseria, devastación,
contaminación. El crecimiento de la negra mancha urbana de muerte es el
empequeñecimiento de la vida natural y de las relaciones sociales comunitarias.
Hoy, los pueblos y las
comunidades de todo México, se enfrentan a la imposición de megaproyectos,
carreteras, aeropuertos, presas, industrias “verdes”
que en realidad son las mismas industrias grises, como las transnacionales
eólicas europeas, agroindustrias, semillas transgénicas, industrias mineras
canadienses a cielo abierto, hoteles, centros comerciales, y todo tipo de
agresiones que amenazan con despojar, destruir, devastar, contaminar y explotar
lo que quede de vida humana y natural. Las relaciones sociales de comunidad,
solidaridad y apoyo mutuo, que reproducen los pueblos, y que sostienen la lucha
en defensa de la tierra y de su territorio se enfrentan a la guerra y a la
violencia del estado-capital. En las ciudades, donde se concentra la población
proletaria, las agresiones a las que se enfrenta, son similares, el despojo del
patrimonio popular y de los espacios públicos a través de los megaproyectos, el
desperdicio y la destrucción de los bienes comunes naturales, como el aire, el
agua y el bosque a través de la mega-urbanización, la sobre-explotación del
trabajo y la erosión de las relaciones sociales comunitarias a través del
miedo, la represión y la violencia del estado-capital. La diferencia es que el
proletariado urbano carece casi por completo de tierra y de territorio, es
privado, en su absoluta mayoría de una vivienda propia, y cada vez más de los
servicios básicos, sobre todo en la periferia.
Los individuos de la
masa proletaria en los centros urbanos, en esta condición, se encuentran por completo
separados de sus medios de vida, de las fuentes de los servicios básicos que
hacen posible la reproducción de la vida (agua, electricidad, gas, etcétera,
etc.), de su centro de trabajo y de consumo, se encuentran por completo
separados unos de otros, divididos y en constante conflicto, sin un territorio
que les pertenezca, pues las calles, los barrios, los medios de transporte,
TODO en la ciudad le pertenece al estado-capital, y al no contar con tierra
alguna, les es imposible desarrollar una vida independiente y autónoma del
orden del estado-capital, por lo que se tienen que se someter a la lógica del
control estatal y del salario capitalista para poder sobrevivir.
Las luchas
revolucionarias de los pueblos que se desarrollan actualmente, y que logran
consolidarse y avanzar, tanto en el campo como en la ciudad, tienen como base
la tierra y el territorio, que son las condiciones indispensables para una vida
autónoma, gracias al disfrute de los bienes comunes naturales y a través de las
prácticas autogestivas, entre la que se encuentra, en primer lugar, la
producción de alimentos, que hacen posible la vida. De la misma manera, es solo
a través del territorio, que es posible construir sólidas relaciones de
comunidad y solidaridad. Conforme la colonización del estado-capital avance,
presenciaremos el surgimiento cada vez mayor de la resistencia de los pueblos y
del proletariado, y de nuevo la lucha por la tierra y la libertad volverá a
sacudir a México, como ya lo anuncian los heroicos esfuerzos que se levantan
por todo el país. Sin embargo, en las ciudades, si el proletariado es incapaz
de recuperar su tierra, su territorio y su trabajo, su supervivencia seguirá en
manos del estado-capital.
La crisis urbana
plantea, al rededor del mundo, la necesidad de terminar con la urbanización y
la industrialización capitalista, y las alternativas empiezan a surgir. La
destrucción de la naturaleza y de las relaciones sociales comunitarias debe de
ser frenada de golpe. El proletariado urbano tiene la capacidad de detener la
colonización capitalista, y transformar las ciudades, de centros de
explotación, despojo, devastación y desperdicio, en espacios de vida humana y
natural. El proletariado urbano tiene la capacidad de construir una verdadera
independencia del estado-capital, a través de la autonomía alimentaria y de las
prácticas autogestivas en la producción y en la cultura. Desde las ciudades se
organiza, se concentra y se proyecta la colonización y la destrucción de la
vida humana y natural, sin embargo, también se concentran las posibilidades y
las fuerzas para construir una nueva forma de vida y destruir al
estado-capital.
Recuperar la tierra y
trabajar sobre un territorio para la construcción de relaciones de comunidad y
solidaridad es el primer paso estratégico para la construcción de la autonomía,
la autogestión y la fuerza y el poder popular. Con el poder popular el
proletariado y los pueblos abren nuevos caminos y alternativas de vida que
prueban que no solo es posible, sino que es necesario acabar con el
estado-capital y vivir de otras formas, de modo que la naturaleza y la
diversidad humana sean respetadas y recuperadas. Hoy, como ayer en el campo y
la ciudad, el grito de ¡TIERRA Y LIBERTAD! Cobra vigencia en las luchas
revolucionarias, y vuelve a abrir los sueños y esperanzas.
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