En
el 6° aniversario de la muerte de Eva Forest recordamos su palabra en homenaje a Juanjo Crespo, independentista vasco,
fallecido en prisión tras 97 días en huelga de hambre
Nos hemos reunido
para recordar a Kepa, ausente desde
hace 25 años. No es la primera vez que nos juntamos para conmemorar su muerte y
la muerte de otros luchadores que lo dieron todo en pro de una causa justa. Son
muchos los que como él, en Euskal Herria, a lo largo de estos años de «democracia», han muerto defendiendo
derechos y libertades fundamentales: unos acribillados por las balas, otros
hechos mil pedazos por una explosión, otros en las modernas cárceles de alta
seguridad o torturados en el fondo de mazmorras de la Policía y cuarteles de la
Guardia Civil. Todos están presentes cada vez que recordamos a uno, porque
todos confluyeron en un mismo y grandioso proyecto de liberar a sus pueblos.
Pero no hemos venido a llorar su ausencia, sino para
agradecerles el legado que nos dejaron al irse y la fuerza en forma de
conciencia que nos transmitieron; para mostrar que esta lucha que viene de tan
lejos y apunta a horizontes imprevisibles, continúa y avanza. Estamos en una
llamada democracia, en la que cada
vez es más peligroso homenajear a los muertos e incluso mentar sus nombres.
Hace pocos días han procesado a Arnaldo Otegi por homenajear a Argala. No les
gustan los actos reivindicativos y populares como éste, les dan miedo. Y
vaticinar por ello que encuentros populares como éste los habrá cada vez más
porque en esta sociedad asfixiante y opresiva necesitamos espacios públicos en
los que debatir nuestros problemas y tomar decisiones propias. Convertir las
plazas en foros que hagan posible la asamblea, dejar oír en la calle el grito
que reclama, o la propuesta que construye, o la ironía que critica y pone en
evidencia lo grotesco del sistema, es una manera de caminar pacíficamente hacia
la deseada democracia de la que tanto hablan los gobiernos y a la que tanto
temen cuando se vuelve participativa.
Me decía en Bagdad una amiga iraquí pocas semanas
antes de la criminal agresión: «Ellos
-se refería al imperialismo de los EEUU y británico- no sólo quieren el petróleo, quieren también robarnos los sueños, pero
esto no lo conseguirán nunca». Y tenía razón, porque así ha sido. Les han
destruido las ciudades, masacrado los pueblos, derruido las casas, torturado a
sus gentes, asesinado a los niños; familias enteras han sido dispersadas y han
tenido que huir abandonando sus tierras; les han saqueado los museos, robado
sus tesoros, quemado las bibliotecas. Pero los sueños de independencia y
libertad siguen intactos, volando por encima de tanto genocidio y ellos son los
que en parte nutren la heroica resistencia de este pueblo indomable.
Robar los sueños que alimentan la riqueza imaginaria
de los pueblos que desean ser libres es uno de los objetivos del gran enemigo
de la humanidad: el imperialismo en sus múltiples y siempre feroces formas. Y
preservar estos valiosísimos y bellos sueños para que nadie los robe y los
destruya es tarea de los que quedan y siguen en el empeño de cambiar el mundo y
hacerlo más habitable. Soñar es imprescindible para un revolucionario: convertir
la poderosa fuerza de los sueños en instrumento liberador es, en cierto modo,
adaptar a este momento histórico el ejemplo del Che, cuando escribió que no
le importaba su muerte siempre que alguien recogiera su arma para proseguir el
combate. Recoger los sueños de nuestros muertos y convertirlos en arma
creadora que perfora imposibles y horada utopías en busca de nuevos caminos que
aceleren el proceso de humanización, ¿no es ya el mejor homenaje?
Todos los revolucionarios que murieron en el camino llevaban consigo un
cargamento de sueños que no les pudieron robar nunca. Esos sueños perviven en
nosotros, son como la energía que nunca se pierde y continuamente se
transforma, ellos se multiplican en las mentes y dan moral para seguir. Sueños
que nos ayudan y son parte de nuestra pequeña resistencia cotidiana, o de
la grande y muy heroica de cientos de presos que en las cárceles de la
dispersión sostienen con firmeza su dignidad frente al enemigo que trata de
aniquilarlos. De la resistencia de tantos y tantos presos que se consumen en
espantosas mazmorras del mundo capitalista: en los EEUU, en Guantánamo, en
Afganistán; en jaulas clandestinas y agujeros ocultos en los más insólitos
rincones de países que se dicen democráticos.
También
Kepa nos legó parte de sus sueños que
ya hoy son historia. Y sobre esta historia me gustaría reflexionar un poco.
Han
pasado 25 años de aquella muerte y uno contempla el tiempo transcurrido con
extrañeza. Se diría ayer, pero también se diría que hace un siglo. Qué raro es
reconstruir el pasado y cuántas trampas nos tiende la memoria. ¿Qué estaba
ocurriendo entonces? ¿Qué estaba yo haciendo en aquellos momentos? ¿O qué no
hacía pudiéndolo hacer? Algunos no estabais tan siquiera en el mundo, no
habíais nacido aún. Otros sí y fuimos testigos.
Quienes
tienen menos de 35 años, ¿qué saben de aquella huelga de hambre? ¿Qué saben de Kepa y su resistencia? Saben lo que les
han contado. ¿Y qué les habrán contado? ¿La verdad? La verdad tiene múltiples
facetas que dependen del ángulo desde el que se mira. Y luego está la
manipulación, la mentira, los intereses de los que dominan; el Poder escribe
siempre la historia que le conviene y esa historia es la que se propaga y circula,
la que se hace visible y por lo general permanece. De ahí la importancia de
manteneros alerta y vigilantes, para no dejar que datos fundamentales caigan en
el olvido. Vosotros sois una fuente de información para los investigadores del
futuro: estáis todavía en los aledaños del acontecimiento. Habéis conocido a
los testigos, oído su relato y conocéis la verdad. Y ello os responsabiliza a
no guardar silencio. A dejar constancia de alguna manera.
Los que
tenemos más de 35 años -algunos bastantes más- de cierta manera fuimos testigos
y podemos dar fe de lo que vimos, de lo que oímos, de lo que ocurrió en el
momento. A nosotros no nos pueden engañar. Tenemos la vivencia, conservamos el
impacto, la consternación de la noticia, las múltiples emociones: la rabia de
tanta impotencia, la cólera de tanta injusticia. Todo esto repercute en la
sensibilidad del pueblo y es muy importante narrarlo y transmitirlo: dejar
constancia del hecho, dar fe de cómo ocurrió, dejar testimonio del impacto
social. Que no se pierda. Es una forma un tanto subjetiva pero vital para la
reconstrucción de la historia. El relato del que ha sido testigo está cargado
de emoción reveladora de la cotidiana realidad. Las vivencias forman parte
importante de nuestra vida y son un estímulo para la imaginación del que recoge
el relato, que puede reconstruirlos a su manera.
Pero
los testigos van desapareciendo y hay que darse prisa. Recoger sus relatos es
urgente.
El
haber sido testigo comporta mayor responsabilidad aún. No es justo que se lleve
a la tumba algo que pertenece a la colectividad. Y yo he venido aquí esta tarde
para aportar mi pequeña pero intensísima vivencia de aquellos días de hace 25
años. Para contaros lo que escribí en mi diario y lo que significó aquella
muerte.
Yo no
conocía a Kepa. Me enteré mucho
después de que era comunista. Conservo la foto en algún archivo, pero no
necesito recurrir a ella. La tengo clavada en la memoria, en blanco y negro,
tal y como la sacaron los periódicos. Un hombre con el cuerpo consumido. Lleva
más de noventa días en huelga de hambre y su agonía lenta le mantiene aún con
vida. Está postrado en la cama, parece febril, y desde sus enormes ojos muy
abiertos mira.
No se
sabe muy bien a dónde mira. Desde luego lejos; aunque se diría que tiene un
cierto pudor de ser visto así y provocar vergüenza en quienes a su vez lo
miran. No recrimina nada: mira sólo. Pero es una mirada potente, insostenible.
De ella dijo Alfonso Sastre: «¿Quién
podrá resistir esa mirada?», y el diario “Egin” puso la frase al pie de esta foto que daría la vuelta al
mundo. Y viéndola yo, desde mi espanto biológico, recuerdo que sentí una gran
turbación y un cierto temor ancestral de estar perdiendo cualidades de la
especie humana. Algo muy profundo. «¿Cómo
es posible que permitamos esto?».
Era la
imagen de la dignidad. De alguien que ha llegado al colmo de resistir
vejaciones y atropellos y, de pronto, se serena y muy tranquilo, a sabiendas
del valor de su gesto, dice NO. Un NO rotundo, que va más allá de la
tortura inmediata del entorno, que abarca todas las injusticias del mundo y
protesta por ellas con tal firmeza que paraliza al agresor. Uno se imagina el
momento en el que el preso inerme, maniatado en su cama, reducido a la inmovilidad
absoluta, mira con sencilla dignidad al poderoso opresor y le reduce. El poder
y la impotencia frente a frente revelando que, aun así, es posible vencer,
anunciando que un día será posible el triunfo de la razón, que la fuerza de un
ser humano cuando toma conciencia es muy grande y que la fuerza de muchos seres
humanos tomando conciencia juntos es mucho más que una suma arrolladora. No
olvidaré nunca la gran fuerza que me transmitió.
Kepa diciendo NO de aquella manera se ha convertido en barricada; ha hecho saltar
moldes y eliminado fronteras y nos conecta con grandes momentos de la historia.
Ya no es Kepa, es el Che en Bolivia, es un ejército de
guerrilleros esparcidos por el mundo, es un miliciano en el frente de Teruel.
Es el grito de ¡NO PASARÁN! del
pueblo republicano de Madrid, cercado y resistiendo al fascismo. Y es, sobre
todo, un grito de esperanza, de que es posible mantener la dignidad y cambiar
con ella el mundo, cuando un día miles y miles de seres humanos despierten de
tanta anestesia en la que están sumidos y tengan necesidad de decir no a tanta
degradación y oprobio.
Esto
ocurría en junio de 1981, veinticinco años atrás.
La
Historia va lenta pese a que no paran de ocurrir cosas. Parece que nada avanza
para quienes la vivimos día a día y con impaciencia. Pero está en marcha y nada
indica que se vaya a detener. Para verlo es imprescindible mirar amplio y
lejos: abarcar el panorama global que nos permita observar la interacción de
los pueblos y de sus luchas. No estamos tan solos como parece; tratan, eso sí,
de incomunicarnos, pero nosotros tenemos la solidaridad que nos une: otra de
las grandes armas con las que debemos pertrecharnos. Están ocurriendo cosas muy
importantes en el mundo aunque la gran información trate de silenciarlo, de tergiversarlo
y de confundir.
Ahí
está Irak con su resistencia defendiendo la dignidad de todos nosotros.
Ahí
está Venezuela y su gran movimiento popular, cada vez más rico en experiencia,
en investigación social, buscando nuevas formas de organizarse.
Ahí está
Bolivia, con la incorporación a la historia de millones de indios que nunca
contaron y que ahora empiezan a ser respetados como personas.
Ahí
están otros pueblos renaciendo y por el extenso mapa se ven distintos focos de
vida, pequeños aún, pero que anuncian esperanzadores acontecimientos.
Y ahí
está Cuba, como un faro luminoso que indica caminos y señala peligros,
orientando a los pueblos de América. Cuba lanzando destellos de luz desde su
cerco, bloqueada hace casi cincuenta años, resistiendo firme y construyendo a
la vez un mundo mejor, demostrando que es posible resistir.
También
por aquí están ocurriendo cosas que presagian cambios y situaciones nuevas y
esperanzadoras. No sabemos cuándo pero estamos seguros de que Euskal Herria
será un día independiente y libre y que su pueblo, solidario y culto -quiero
poner énfasis en lo de la cultura, porque es una de las grandes armas contra la
ignorancia a la que nos relega el enemigo- alcanzará también el nivel humano
que le corresponde.
Kepa y tantos y tantos compañeros
que ya no están se han convertido sin tal vez saberlo en un legado fabuloso de
energías, de conciencia crítica y de sueños. Y esta es una herencia que no
podemos desperdiciar.
(*) Intervención de Eva Forest en Las Carreras, Bizkaia, en
el homenaje a Juanjo Crespo en el 25
aniversario de su muerte tras noventa y siete días de huelga de hambre.
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