ALAI, América Latina en
Movimiento
México, 2013-04-18
Del 1 al 7 de abril, el Colectivo escénico El
Sótano llevó a cabo desde la plataforma logística y operativa de Tapanco Centro
Cultural, en la ciudad de Mérida, Yucatán, México, la segunda edición de lo que
han bautizado como Encuentro Inter-escénico; un espacio convivial (Jorge
Dubatti dixit) en el que participaron, por llamarles de algún modo, creadorxs,
investigadorxs y espectadorxs provenientes de Colombia, Brasil, Argentina,
Ecuador, España y diversos puntos de la así llamada República mexicana.
El
Encuentro, caracterizado por las tres columnas vertebrales en que El Sótano aborda
su quehacer y reflexión escénicas: lo pedagógico, lo académico y lo estético,
fue clausurado con la doble participación de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe
mediante una charla-conferencia sobre su trayectoria como activistas y la
presentación-representación de El Sexto
Sol, espectáculo cuyos pre-textos son el Popol Vuh y Una vieja
historia de la mierda, de Alfredo López Austin.
En México,
la relación entre creadorxs artísticos y trabajadorxs de la cultura, por un
lado, y el Estado en su carácter de ogro filantrópico como lo desvela Octavio
Paz, por el otro, siempre me ha parecido fascinante y repulsiva a un mismo
tiempo, adquiriendo a veces dimensiones que rayan en el esperpento; así las
cosas, no es extraño ver a miembros de la informe “comunidad artística” que han colaborado con los regímenes
caciquiles más autoritarios apropiándose de discursos políticos radicales para
terminar descafeinándolos.
La clausura
del Encuentro Inter-escénico de El Sótano me pareció, en relación con lo dicho
líneas arriba, un excelente botón de muestra: era delicioso (el uso del
adjetivo puede tener algo de ironía) escuchar los aplausos y los gritos de “¡bravo!” de espectadores en su mayoría
priístas, mientras Jesusa y Liliana blandían alusiones contra el régimen que le
hacían, a ése público, lo mismo que lo que el viento a Juárez.
No obstante,
en un momento dado, Liliana se puso de pie y mostró la playera que llevaba
puesta; al centro, el rostro en serigrafía de Alberto Patishtán Gómez sirvió de
pauta para llamar la atención del respetable sobre el caso del profesor
indígena bilingüe que este 19 de abril cumplirá sus 42 años de vida
injustamente preso en el Centro Estatal de Reinserción Social de Sentenciados
No. 5, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Actualmente,
el profe Patishtán es integrante de La Voz del Amate, colectivo de presos
políticos adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN;
pero, en 2000, año en que fue apresado, juzgado y sentenciado, era priísta y,
según Hermann Bellinghausen (La Jornada, 24/03/2013), tenía una jefatura
magisterial y organizaba una sociedad productiva oficialista con apoyo de
distintos barrios del igualmente oficial ayuntamiento de El Bosque.
Fue
Rosemberg Gómez Pérez, hijo del entonces alcalde priísta Manuel Gómez Ruiz,
quien lo señaló como uno de los atacantes que la mañana del 12 de junio de 2000
emboscaron a un grupo de policías municipales y de Seguridad Pública en el
paraje Las Lagunas de la comunidad Las Limas, municipio de El Bosque, dando
muerte a siete de ellos; Rosemberg Gómez, junto con el policía Belisario Gómez
Pérez, había logrado sobrevivir gracias a que los cadáveres de sus acompañantes
quedaron encima de él.
La mañana
del atentado, el profe Patishtán tuvo una reunión con padres de familia en
Huitiupán, donde trabajaba; no pudo haber participado en el crimen por el que
está preso desde hace más de 12 años. Sin embargo, Rosemberg Gómez ratificó la
denuncia contra quien además es su primo. Podemos suponer que lo hizo a cambio
de la camioneta nueva que ganó por perjurio; pero la respuesta puede estar
también en el calendario unos días antes: Patishtán había marchado a la capital
del estado en compañía de un grupo de indígenas para presentar una serie de
documentos que demostraban la corrupción imperante en la administración de
Gómez Ruiz: Rosemberg buscó neutralizar a quien fuera el principal crítico
opositor de su padre, de cara a las elecciones de 2000.
Casi 13 años
después, al determinar que la presunta secuestradora Florence Cassez
debía ser liberada por ausencia de debido proceso e inconsistencias en las
declaraciones de los testigos que la señalaban como cómplice de la banda Los Zodiaco, la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN) abrió la puerta para que Patishtán pudiera
alcanzar su libertad, pues, su caso se caracteriza igual por la ausencia de
debido proceso al habérsele detenido sin orden de aprehensión y obligado a
rendir declaración sin abogado defensor ni traductor; más aún, a diferencia de
Cassez, las pruebas que han demostrado su inocencia y la inconsistencia de las
declaraciones en su contra son abrumadoras.
Los priístas
que aplaudieron a rabiar a Jesusa y Liliana suelen considerarse tanto herederos
de Felipe Carrillo Puerto, el emblemático ex gobernador autor de aquella frase
que aún hoy marca la paternalista relación entre el Estado mexicano y los
pueblos indios de este país: “No
abandonéis a mis indios”, cuanto guardianes de la infame memoria que honra
a los Montejo, los criminales colonizadores cuyas masacres fueron la piedra de
toque para la fundación de la Blanca Mérida.
Una pregunta
retórica asalta el teclado: ¿será que los del tricolor club de fans de Jesusa y
Liliana moverán siquiera un dedo para exigir la liberación de un indígena
tzotzil al que no se le ha podido comprobar nada en los 13 años que lleva
resistiendo las lesivas prácticas legaloides de una justicia que será ciega
pero bien que siente lo que agarra?
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