La historia del pueblo mapuche enseña que para luchar, y para vencer, hace falta voluntad comunitaria de lucha
En clave mapuche x Raúl Zibechi
06/04/2013
La Jornada
A fines de enero una comisión
de solidaridad con el pueblo mapuche, integrada por chilenos y
latinoamericanos, visitamos a los presos Héctor Llaitul y Ramón Llanquileo en
el penal El Manzano, en las afueras de Concepción, y en la cárcel de Angol,
unos 50 kilómetros al sur. El motivo de la visita fue denunciar la situación de
los presos que llevaban 79 días en huelga de hambre, así como visibilizar la
realidad de un pueblo perseguido en una Araucanía militarizada.
La comisión estaba integrada
por cinco premios nacionales, el presidente de la Iglesia Evangélica Luterana,
el presidente del Colegio Médico, un ex juez y un diplomático, dirigentes
estudiantiles y sindicales, diversos intelectuales, la Pastoral Mapuche y la
Comisión Ética contra la Tortura.
Llaitul y Llanquileo
pertenecen a la Coordinadora Arauco Malleco, creada en 1998, focalizada en la
recuperación de tierras ancestrales en manos de corporaciones forestales y de
latifundistas. Los presos pusieron fin a la huelga de hambre el 28 de enero,
cuando la comitiva se comprometió a poner en pie una comisión nacional e
internacional de observación de los derechos humanos del pueblo mapuche que
visitará el país en octubre.
El 3 de enero se difundió la
Cuarta Declaración de Historiadores respecto de la Cuestión Nacional Mapuche,
firmada por cientos de intelectuales en la que recuerdan que los hechos de
violencia, que a menudo se atribuyen sólo a los mapuche, “tienen su punto de partida en la mal llamada ‘pacificación de la
Araucanía’ realizada por el Estado chileno entre las décadas de 1860 y 1880, en
violación de los acuerdos concluidos con los mapuche después de lograda la
Independencia (1825)”.
Los historiadores señalan que "el Estado de Chile ocupó a sangre y
fuego la Araucanía y, utilizando los métodos más violentos y crueles, usurpó
grandes extensiones de tierra indígena que subastó a bajo precio o regaló a
colonos chilenos y extranjeros, confinando a los mapuche en pequeñas y míseras
reducciones". Debe recordarse que sólo a los militantes mapuche se les
aplica la ley antiterrorista del régimen de Augusto Pinochet por acciones que
nada tienen que ver con esa figura, como la quema de plantaciones o de camiones
que transportan madera.
La solidaridad nacional ha
crecido sostenidamente en Chile, en particular desde la huelga de hambre de
Patricia Troncoso entre octubre de 2007 y enero de 2008. Destaca la solidaridad
de los estudiantes secundarios con las comunidades mapuche, quienes han creado
una comisión para trabajar los vínculos abajo-abajo entre ambos movimientos.
Pero el apoyo internacional es escaso, por eso es necesario dar un salto para
romper el cerco de desinformación que ha tejido la democracia chilena contra
los que resisten el modelo.
Pese al buen ánimo de los
presos mapuche y del conjunto del movimiento, es fácil dejarse ganar por el
desánimo al comprobar las divisiones, reproches y críticas cruzados que se
escuchan en las diversas instancias que agrupan al pueblo mapuche, ya sea en
las comunidades rurales o en los espacios urbanos. No es cuestión de reproducir
aquí los motivos y argumentos de la fragmentación del mundo mapuche en
resistencia, sino apenas constar un hecho y, sobre todo, intentar hacer una
lectura distinta a la que realizan las academias y los partidos políticos.
Lo primero es constar que no
hay ninguna organización, ni siquiera un espacio de coordinación, que aglutine
a todo el pueblo mapuche. Se trata de un caso bien diferente de los que
conocemos en el mundo andino, donde los quichuas ecuatorianos y los quechuas y
aymaras bolivianos (además de los pueblos de tierras bajas) han construido
grandes organizaciones representativas de sus pueblos. ¿Se trata de una ventaja
o una desventaja del pueblo mapuche?
Lo segundo es que desde la
década de 1990 nuevas generaciones han creado un sinfín de organizaciones
urbanas y rurales, en lo que el historiador Gabriel Salazar denomina la "sexta época" de la guerra
mapuche, iniciada en 1981 cuando arreciaron las protestas callejeras contra la
dictadura. Esta nueva generación entronca con una larga historia que dice que
el pueblo mapuche fue el único de este continente que derrotó a los incas y a
los españoles, a quienes forzó a detenerse al norte del río Bio Bio.
Desde que fundaron el Consejo
de Todas las Tierras y más tarde la Coordinadora Arauco Malleco, organización
que se define autónoma y anticapitalista, nacieron decenas de organizaciones:
de estudiantes, de mujeres, de jóvenes, deportivas, culturales, de historiadores,
de pescadores, de comunicación; pequeñas y locales, con vínculos cara a cara,
sin llegar a crear una gran organización que aglutine a todos.
Tercero, hacen política de una
manera diferente, que se traduce en soberanía o autonomía, como bien recuerda
Gabriel Salazar. No se miran en el espejo del Estado, ni para conquistarlo ni
para construir organizaciones a su imagen y semejanza. Quizá, seguramente,
porque el Estado siempre fue algo externo al pueblo mapuche. Nunca se
sintieron, ni se sienten, chilenos. No enarbolan la bandera de Chile sino la
propia, la que heredaron de sus antepasados. Su lucha se referencia en "una memoria de sí mismo casi sin
paragón en el mundo, en la que se estratifican no sólo una sino cinco a seis
épocas de guerra a lo largo de seis o más siglos de historia" (Movimientos
sociales en Chile, Gabriel Salazar, p. 119).
Llegados a este punto,
podríamos decir: "pese a la
fragmentación, resisten". ¿No será al revés? Porque no crearon un
aparato único (estadocéntrico) es que siguen siendo uno de los pueblos que
resisten la cooptación de derechas e izquierdas. ¿Será cierto que la unidad y
homogeneización facilitan la domesticación de los movimientos antisistémicos?
¿Tendrá razón el EZLN? La historia del pueblo mapuche enseña que para luchar, y
para vencer, hace falta voluntad comunitaria de lucha; pero no un aparato que
encumbre caudillos, anule las diferencias y las autonomías.
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