Rebelión, 12-04-2013
Caray
con los caprichos necrológicos, que lo llevan a uno del contra elogio bilioso a
la loa sincera y creo firmemente que merecida a Emiliano Zapata. El riesgo, y
pido a las musas y al oficio que no me arrastren por ahí, es caer en el
panegírico dulzón y acrítico que a él le habría horrorizado. El título de este
artículo hace honor al de la obra homónima de Ignacio Ramonet, en la que éste
entrevista al jefe del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el
Subcomandante Marcos, quién debe parte de la esencia teórica de su lucha a
Emilio Zapata Salazar.
Zapata no iba de boquilla; sus obras eran amores
y no poses para la ovación y vuelta al ruedo de una parroquia a la que le da lo
mismo arre que so, esencia que sucedáneo.
Era este un bandido roba-vacas, que con sus
salvajes huestes amenazaba la propiedad e incluso a la misma civilización.
Admirado por el campesinado mexicano, lideró incondicionalmente la Revolución
Mexicana desde 1910. En México fue conocido como el “Atila del Sur”, pues encabezó la lucha agraria en el estado de
Morelos, al sur del país.
Los defectos de aquel que algunos tildaron de “caudillo” fueron arrojados al basurero
de la Historia con ayuda de la pluma del poeta, la mano del muralista o la
elocuencia discursiva del político.
Su figura se presenta como el arquetipo
antagónico a la actitud arribista y codiciosa de Pancho Villa, quien desde la
zona Norte, siempre luchó con el apoyo de algún hacendado buscando poder y
riquezas personales. De ello se deduce que el estado zapatista llegara a configurarse
plenamente en el área sur mexicana, donde la conciencia proletaria era más
pronunciada, antes y después de la revolución de Madero.
Madero en su intento desesperado de frenar los
anhelos de Morelos, acabó siendo acogotado y descabalgado en 1913 por Huerta.
En 1914, la alianza Zapata, Villa y Carranza lo derribaría. Carranza intentó
nuevamente poner fin a los designios revolucionarios, respondiendo así los
primeros con la ocupación de la capital mexicana en 1914.
La consigna “Tierra
y Libertad” simbolizaría la redistribución de la tierra que enunciaba el
Plan de Ayala en 1911. Este plan que se pretendía de alcance nacional, acabó
por darse únicamente en Morelos.
Entretanto, Carranza confía a uno de sus
generales más fieles –Pablo González-, el asesinato de Zapata, el cual se ve
inmerso en una traición en la que el gonzalista
Jesús
Guajardo le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza
y que estaría dispuesto a unirse a él. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se
las dio al fusilar a aproximadamente 50 soldados federales, con consentimiento
de Carranza y Pablo González, y ofrecerle a Zapata armamento y municiones para
continuar la lucha. Así, acordaron reunirse en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919. Zapata acampó con
sus fuerzas a las afueras de la hacienda, y se acercó a la misma acompañado
únicamente por su escolta de 100 hombres. Al cruzar el dintel, un ordenanza
apostado a la entrada, tocó con su clarín la llamada a honores. Ésta fue la
señal para que los tiradores escondidos en las azoteas, abrieran fuego contra
Zapata, que alcanzó a sacar su pistola, pero un balazo se la tumbó. Imaginaba
este que al acabar con Zapata habría puesto fin al proceso revolucionario. Se
equivocó, el zapatismo sobrevivió a Zapata. Carranza fue asesinado un año
después en Veracruz, generándose una débil unión entre pequeña burguesía,
campesinado y grupos obreros.
Firmo ahora mismo, no ya por alcanzar los 40
lúcidos años con los que dejó este mundo, sino porque cuando me toque plegar a
mí, haya acumulado una millonésima parte de su coherencia y, si puede ser, de
su determinación de no transitar los caminos trillados.
La moraleja de una vida al servicio de una idea
a la que le llegó su hora, como dijo Víctor Hugo, es que Zapata no forma parte
del pasado, sino del futuro. Porque se mira hacia atrás, pero se sueña hacia
adelante. Los pies de los desposeídos por los que líder zapatista luchó siguen
estando en el barro de la historia pero su mente intuye un luminoso futuro.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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