Página 12, 17-04-2013
Ni la trabajosa negociación en
el Congreso para regular un poquititito así la venta de armas a particulares.
Tampoco la discusión sobre el pago de impuestos por parte del uno por ciento
más rico y el 99 restante. Si la agenda del presidente norteamericano Barack
Obama ya era compleja, las bombas en Boston sumaron una preocupación nueva a la
Casa Blanca. ¿Un atentado terrorista? ¿Un atentado terrorista de origen
interno, como el de los ultraderechistas de Oklahoma el 19 de abril de 1995,
con 168 muertos? ¿Un atentado de origen externo, como el de las Torres Gemelas
de 2001, que costó casi tres mil vidas? Mientras dirimía una respuesta, la Casa
Blanca se apuró a informar con quiénes analizaba los datos el presidente: el
director del FBI, Robert Mueller, y la secretaria de Seguridad Nacional, Janet
Napolitano. Una foto de Obama llamando a Mueller difundida por la presidencia
mostraba que en el Salón Oval también estaban el jefe de gabinete, Denis
McDonought, y Lisa Mónaco, asesora presidencial para seguridad y contraterrorismo.
Las
informaciones y las imágenes parecen indicar la probable decisión de Obama de
no ponerles de entrada un marco global a las bombas hasta no contar con
información certera. Nadie de la Agencia Central de Inteligencia. Nadie del
Departamento de Estado. En este último caso, además, el secretario de Estado,
John Kerry, fue senador por Massachusetts, el Estado al que pertenece Boston,
corrió en los años ’80 el maratón atacado ayer y sus familiares más jóvenes
siguen participando.
La
Secretaría de Seguridad Nacional es un ministerio poderoso creado para mejorar
las redes de protección y actuar ante ataques terroristas. Napolitano es una
dirigente demócrata experimentada que gobernó el estado de Arizona entre 2003 y
2009. Su política la fija el Consejo Nacional de Seguridad, el órgano de
asesoramiento presidencial para coordinar las políticas en asuntos exteriores,
internos y militares. Fundado por el presidente Harry Truman en 1947, el
Consejo nació al comienzo de la Guerra Fría junto con la CIA y el Pentágono
(Ministerio de Defensa).
Los
ataques encontraron a los norteamericanos dedicados a una de sus ocupaciones
anuales: llenar las planillas para la deducción del impuesto a las ganancias,
que vencía ayer. Antes de los hechos de Boston, lo más interesante que podía
leerse en The New York Times era una columna del Premio Nobel de Economía
Joseph Stiglitz quejándose de que los 400 individuos más ricos pagan menos del
20 por ciento de impuesto a las ganancias, menos aún que los millonarios ubicados
por debajo de ellos, que pagan el 25 por ciento y lo mismo que quienes ganan
por año entre 200 y 500 mil dólares. Según Stiglitz, en 2009, 116 de los top
400 pagaban menos del 15 por ciento. El uno por ciento más rico gana el doble
que en 1979 y el 0,1 por ciento nada menos que el triple. Stiglitz cuenta que
hoy la situación es exactamente la opuesta a la que vivieron los Estados Unidos
en materia impositiva durante la Segunda Guerra Mundial y hasta fines de la
década de 1970. Truman y sus sucesores parecen haber combinado la batalla
contra la Unión Soviética con el menor nivel de desigualdad interna de su país.
Ronald Reagan, que en 1981 presidió los Estados Unidos durante la victoria
final contra Moscú, fue quien comenzó a bajar los impuestos a los más ricos con
determinación de cruzado. El Nobel afirma que antes de la asunción de Reagan
los Estados Unidos crecieron más que después.
Al
final de su columna, Stiglitz alerta no solo contra el lavado de dinero en
paraísos fiscales y la injusticia del sistema impositivo. Sostiene que “una
sociedad no puede funcionar sin un mínimo sentido de solidaridad nacional y
cohesión”. Para el economista, “si los
norteamericanos creen que el Estado es injusto –si creen que el nuestro es un Estado del uno por ciento para el uno
por ciento y por el uno por ciento– la confianza en nuestra democracia sin duda
sufrirá un deterioro”.
Cómo
jugarán las bombas de ayer en ese contexto es una incógnita que irá develándose
en los próximos meses. Mientras, conviene apuntar que es la primera explosión
con víctimas en medio del auge de las redes
sociales –o sea que el efecto de magnificación es muchísimo mayor que en
2001, cuando la principal vía de transmisión era la TV– y que fue producida en
una celebración masiva.
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