Dueña de una mirada de desconfianza, Yocelyn llega
al medio de comunicación por el que vemos desfilar a lo largo del año a muchas
personas que acuden pensando que se les puede ayudar.
Dinero, cobijas, ropa,
medicamentos, leche de bebé, pañales y muchos otros requerimientos son los que
las personas de escasos recursos claman a través de los programas noticiosos de
radiodifusoras, portales de internet y periódicos de Hermosillo.
“Señorita: vengo a ver si me pueden ayudar con pañales y leche”, suelta sin perder el tiempo Yocelyn dirigiéndose
a la recepcionista. “Deja llamar a un
reportero para que te atienda”, es la respuesta de rigor.
Con sus ojos de juventud
preocupada, escudriña las paredes, las puertas de vidrio que conducen a otras
áreas, y a las personas que nos encontramos en la recepción de la radio. Sus
ojos tratan de alargar la visión como queriendo poder meterlos en las otras
habitaciones para curiosear. Me pregunto: “¿Qué
pensará Yocelyn que hay detrás de esas puertas?”.
Es 8 de marzo y 30 segundos
después la recepcionista la despierta de sus elucubraciones: “No hay ningún reportero, si gustas esperar
a que regresen para que te atiendan”.
“Sí, aquí espero, no traigo ni para devolverme al poblado (Miguel Alemán),
así que mejor me espero”. Y es entonces cuando empiezo a aquilatar lo que
está pasando.
Esta joven que podría ser una
estudiante cualquiera con proyectos y sueños no anda “pidiendo”, sino que anda haciendo una gestión para sus hijos, pues
llegó al medio de comunicación procedente de las oficinas de atención ciudadana
del gobierno del estado, donde “sólo la
traen dando vueltas”, según comentó, por lo que decidió cruzar la calle al
ver que se ubicaba una estación de radio.
“¿Cuántos años tienes?”, pregunto sin poder contener la provocación de iniciar una entrevista
periodística. “Veintiuno… casi veintidós”,
contesta de inmediato como quien está acostumbrado a los interrogatorios.
“¿Y dices que necesitas leche y pañales?”, continúo sin que ella sepa quién soy ni para qué
le pregunto eso. Después de varios cuestionamientos clave ya no veo el rostro
de una chica de su edad, sino el de un grupo de mujeres que han sido excluidas
por ser mujeres, por ser pobres, por ser migrantes, por ser indígenas, por ser
nadie.
Yocelyn Buitimea Rojas debió
haber sido su nombre. Quienes vivimos en Sonora sabemos que el primer apellido
es de origen mayo, por lo que supuse debía ser integrante de la etnia del sur
del estado
“Sí, mi amá era mayo, era de allá”, fue su respuesta. Yocelyn no es
una migrante común, ya que ella migró más bien en el tiempo. Sin proponérselo,
su madre le heredó la condición de pobre y no tuvo tiempo ni siquiera de darle
una identidad.
Hija menor de 16 hermanos,
esta joven que es madre soltera de una niña de cuatro años y un bebé de seis
meses, se sostiene limpiando vidrios, pues la epilepsia que padece no le
permite emplearse como jornalera agrícola en la costa de Hermosillo, como lo ha
hecho su hermana.
Aprovecha y trata de
justificar su necesidad de pedir ayuda, pues las contrataciones en el campo son
temporales: “Ahorita no hay”.
Su madre murió de un tumor
cerebral cuando ella tenía nueve meses de edad, sin haberla registrado aún por
lo que no cuenta con ningún documento que acredite su identidad.
Fue melliza de nacimiento,
pero su hermano murió a los 33 días debido a la desnutrición. De pronto, al
morir la madre, una de sus hermanas 14 años mayor que ella se convierte
repentinamente y sin pedirlo, en madre, pues la acoge y cría como si fuera su
hija.
Ambas han conocido la pobreza
profunda, viviendo en jacales, en galeras, o como ahora, en una invasión “que está más lejos”, describe Yocelyn.
Han sobrevivido desempeñando
los oficios del campo en la parte más difícil y agotadora. En tiempos
infértiles valiéndose de cualquier hálito de energía para desempeñar un trabajo
que les reditúe unos pesos para medio vivir.
“Dices que eres soltera y tienes hijos. ¿No estás inscrita en el programa
Oportunidades?”, pregunto
con excesiva ingenuidad, a lo que ella responde de inmediato: “No puedo porque no tengo credencial (de
elector)”.
Poco a poco me doy cuenta que
el de Yocelyn no es un problema de rutina, no es la falta de leche o pañales,
no es que necesite ropa para sus hijos, tampoco es que no tenga ganas de andar
de oficina en oficina “pidiendo” artículos
para sus dependientes.
El problema de Yocelyn es nada
menos que el de la exclusión social en el más amplio sentido. Su pobreza es
extrema, y nunca ha tenido oportunidad de desarrollar capacidades.
No tiene acta de nacimiento,
no cuenta con un aviso de nacimiento, no tiene credencial de elector, no sabe
leer ni escribir, pues aunque acudió temporalmente a clases para adultos a los
15 años, nunca ha tenido la experiencia de ir a una escuela con compañeros de
su edad, ni de graduarse de algún nivel básico, ni siquiera de un oficio
manual, no tiene idea de lo que es la atención a la salud, como no sea en
campañas masivas de vacunación, y atención hospitalaria las dos veces que ha
parido, no sabe utilizar los anticonceptivos, y habla de que quisiera estudiar
como cualquier otra joven.
Con ese panorama descrito por
mi ahora entrevistada, me quedo sin una noción que me ayude a tratar de ubicar
a Yocelyn en los grupos llamados “vulnerables”.
La “Cruzada contra el Hambre” anunciada recientemente por el gobierno
federal es una salida ridícula si se piensa en contrarrestar lo que viven
muchas familias de jornaleras y jornaleros en el poblado Miguel Alemán.
El peregrinar de Yocelyn y de
su hermana mayor Mirna Elizabeth por las dependencias que les podrían ayudar a
regularizar su situación de identidad, sólo ha servido para iniciar un juicio
para lograr su acta en el registro civil, pero nadie se ha ocupado de
garantizar que suceda.
No ha habido funcionario o
funcionaria que dé seguimiento al caso de Yocelyn. Su hermana-madre ha acudido
a cuanto funcionario o partido político ha visitado el poblado Miguel Alemán.
El pretexto es que en la carta de inexistencia de documentos el nombre está
escrito con J en lugar de Y.
“Todos nos han prometido que arreglarán esta situación, pero seguimos en lo
mismo, ella no tiene acta y yo estoy desesperada”, expresa Mirna.
“¿Y tu papá?” –insisto en mi indagatoria–. “Vive en Navojoa, pero no me quiere, nunca me ha querido”, contesta
inmediatamente Yocelyn. Su expresión es de desconfianza, de alerta, de
impaciencia y de una gran necesidad de imprimir contundencia a sus palabras, tal
vez para hacerlas creíbles.
Me doy cuenta de que en el
fondo lo que sucede es que Yocelyn no existe. No sólo porque no tiene acta de
nacimiento, sino porque nadie la ve. No hay quien capte que detrás de esa mujer
tímida que lanza directa la petición de que necesita comida y ropa para sus
hijos, está la realidad “real” del
Estado.
No es cierto que seamos un
Sonora en paz, mientras las mujeres no lo estemos. No es verdad que se
practique una atención ciudadana con calidad, mientras haya personas sin nombre
formal.
No existe una política de
combate a la pobreza, si ella no puede acceder directamente a los programas de
gobierno como Oportunidades, pues aunque su hermana sí lo tiene, a Yocelyn la
cuentan como una hija y no como la jefa de familia que es.
El DIF no sirve de nada si
permite que familias como Yocelyn y sus dos hijos dependan de que tenga una
credencial para identificarse, y en lugar de acelerar los trámites, la lanzan a
un mundo hostil para una analfabeta como ella.
Yocelyn no tendría por qué ser
protagonista de un juicio tardado, ni pagar un cinco si quiera, pues ella no es
la responsable de no haber sido registrada.
En Sonora viven 26 mil 56
mujeres indígenas y representan 2.3 por ciento de la población total. La mayor
proporción de mujeres que hablan lengua indígena se expresan en mayo, lo que
constituye 46.7 por ciento.
La tasa de analfabetismo entre
indígenas mayores de 15 años es más alta en mujeres (20.4 por ciento) que en
hombres (14.1 por ciento).
El poblado Miguel Alemán se ha
convertido en una opción de residencia para migrantes indígenas y no indígenas
que vienen de otros estados o de otros puntos de Sonora al trabajo como
jornaleras y jornaleros.
Gran parte se quedó a vivir
ahí por lo que sus hijas e hijos nacieron en territorio sonorense. Pero no
todos los meses del año hay trabajo, así que algunos regresan, pero otros se
quedan a esperar la próxima temporada. Por eso hay casos como el de la
madre de Yocelyn, quien tuvo ahí a sus hijos y falleció en el mismo
lugar.
A la fecha no existe un
programa que pueda hacer que la sonrisa vuelva al rostro de quien debería tener
la seriedad como excepción. Yocelyn Sotelo Buitimea es el nombre que llevará
cuando pueda ser registrada. “Son los
apellidos de mi cuñado y mi hermana”, dice por fin entusiasmada. “Así me van a poner, como ellos”,
reitera.
Mirna, su hermana, nos
confirma: “La queremos registrar como
hija, yo la he criado, y he visto por ella, pero como no tiene acta, estoy
amarrada, ya no sé qué hacer”.
Su situación es inverosímil.
No porque sus dichos parezcan falsos, sino porque no se puede creer cómo en el
2013, en un estado como Sonora que presume de riqueza y desarrollo, de
abundancia, de paz, le “asesore” a
una joven que no sabe leer una lista de trámites y documentos que debe
conseguir para poder obtener su identidad, por los que además ha tenido que
pagar.
Sus hijos son una especie de
nietos de la hermana que la crió, a ellos los pudieron registrar con una
credencial de Yocelyn, del sindicato de jornaleros, única identificación que ha
tenido en la vida.
Siendo mexicana y sonorense
esta joven trabajadora parece una extranjera en su tierra. Su respuesta a las
preguntas de si tiene Seguro Popular, o si accede a beneficios de los programas
contra la pobreza, de inmediato nos recuerda a las y los migrantes latinos en
Estados Unidos: “No tengo papeles”.
Y es que, inconcebible, pero
cierto, Yocelyn simplemente no existe, por eso no la ven. Y al despedirme de
ella pienso: qué extraña forma de conmemorar el Día Internacional de la Mujer.
*Si
alguien desea donar artículos útiles para niña de 4 años y niño de 6 meses, o
para Yocelyn, comuníquese con Mirna Elizabeth Buitimea a los teléfonos
6622911549 y 6621964246.
Comentarios