Rebelión, 12-03-2013
Mijail Bakunin, el
menospreciado anarquista, escribe: “Ese
poder de tomar partido a favor de uno o varios motores que actúan en él –el
hombre– en determinado sentido, y en
contra de otros motores igualmente interiores y determinados, se llama
voluntad”. Ese poder, que nuestro autor identifica como voluntad, está
condicionado por dos pulsiones divergentes: el voluptuoso deseo insatisfecho, o
el intrínseco aliento humano de libertad. (No es gratuito que a los primeros se
les descalifique, aunque con razón, con el hiriente epíteto de “mal… querientes”). La primera de las
pulsiones referidas conduce a la voluntad de poder, a la apología del
privilegio, a la prédica reaccionaria, unidimensional e instrumental (tampoco
es gratuito que la derecha se distinga por su acentuado analfabetismo e
iletrismo. Recuérdese el horroris causa, Vicente Fox, y el episodio de “José Luis Borgues”; o el proverbial
anti-didactismo de Peña Nieto: “He leído
varias telenovelas… la Biblia es uno… La Silla del Águila de Krauze… Leí la
antítesis… las mentiras sobre el libro de este libro…”; o en otras
latitudes, los metarrelatos xenófobos fantásticos de George W. Bush). La
segunda pulsión –asediada con empeño por la ignorancia erigida en gobierno–
conduce a la resistencia contra la ciega fatalidad, a la ponderación del
derecho en detrimento del privilegio, a la reivindicación de la conciencia
crítica.
Cabe traer
esto último a colación debido a la falta de claridad que envuelve la discusión
acerca de la educación en México, máxime en la presente coyuntura de
contrarreformas.
En general
se cree que la disyuntiva en materia educativa gira en torno a la calidad o
estancamiento de la enseñanza. Malintencionadamente se invoca un sentido de
urgencia, que curiosamente no figuró cuando la educación era un pilar de
control político corporativista. Pero la dinámica volátil de los poderes
efectivos introdujo nuevas variables otrora insospechadas. En la anterior
edición se apuntó: “El bandidaje dirigido
por el Estado es un desatino en tiempos de ‘emprendedurismo’ encolerizado; en
el presente, el bandidaje lo dirige la empresa privada, con su marcado
desprecio por la enseñanza, y su inagotable apetencia por el lucro”. Luego,
esta urgencia no está vinculada con la trillada promesa de la calidad, o acaso
sólo retóricamente: las reformas y las políticas de evaluación a maestros,
inauguradas al vapor, sin consultar nunca al profesorado o estudiantado, se
explican a partir de un proyecto empresarial cuyo no tan misterioso fondo, como
lo expresan las Cámaras Nacionales de Comercio, es “impulsar la competitividad del país y enviar señales positivas a los
inversionistas nacionales y extranjeros”. En esta declaración se condensan
las dos metas prioritarias, tan urgentes para ciertos grupos de interés:
instaurar el enfoque mercantilista en la enseñanza, vinculándola orgánicamente
con la competencia de los mercados, y conceder a la empresa privada, a los
hombres de negocios o “inversionistas”,
el timón de la cuestión educativa. Como se advierte, el aludido sentido de
urgencia tiene consideraciones políticas: a saber, evitar que la sociedad
piense, e inducir el acatamiento complaciente de las mociones oficiales, que
sin rubor enarbolan el espíritu de lucro administrativa y pedagógicamente.
Gilles
Deleuze insistía: No sólo existen soluciones correctas e incorrectas a los
problemas; también existen problemas correctos e incorrectos. Problematizar el
tema de la educación en los términos de la discusión oficial, esto es, como una
suerte de dilema entre lo público corrupto e ineficiente y lo privado
supuestamente dinamizador, útil o eficiente, es una clara maniobra política con
fines de persuasión. Acaso tan innoble como el nombre de la organización que
impulsa el proyecto, Mexicanos Primero,
cuya figurada universalidad pretende disfrazar intereses particulares
inconfesables. Si se eluden las desviaciones al tema, se advertirá que la
problemática real estriba en una confrontación de perspectivas e intereses en
torno a la educación: la visión mercantil de los tecnócratas cuyo único credo
es el lucro –la educación como privilegio–, y la visión humanista de la
resistencia cuya única preocupación es la educación –la educación como derecho.
Por eso en lugar de reformar, mejorar, e involucrar, los tecnócratas maniatan,
corrompen y “evalúan”.
En De
Panzazo, Jesús Reyes Heroles resume la noción de la enseñanza que celebra
el documental: “No tiene nada de malo
vincular la educación con la prosperidad de manera descarnada... Necesitas
seguir estudiando porque si no, no vas a tener para pagarte tus gastos”. En
suma, la educación hermanada con la ambición, sometida al capricho de los
mercados, a los efectos altamente destructivos de la utopía neoliberal.
En Chile,
los estudiantes insurrectos advierten: No existe una escuela con fines de lucro
que sea una buena escuela.
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