ALAI,
América Latina en Movimiento
El Salvador, 2013-03-25
El Salvador, 2013-03-25
Eran las 6:25 de la tarde del 24 de marzo de 1980.
Monseñor Romero oficiaba misa en la capilla del Hospital de la Divina
Providencia y se disponía a celebrar el sacramento de la reconciliación.
De pronto,
una certera bala disparada por un francotirador atravesó su corazón.
Monseñor
Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, cayó así abatido frente al
altar de la iglesia.
Las
investigaciones posteriores indicaron que su asesino fue el subsargento Mario
Samayoa, de la desparecida Guardia Nacional de El Salvador.
Samayoa era
miembro del equipo de seguridad del ex presidente salvadoreño, coronel Arturo
Armando Molina.
Versiones
periodísticas identificaron después al mayor Roberto D’Aubuisson de haber dado
la orden de asesinar a Romero.
A D’Aubuisson
(1944-1992) se le vinculó también por crear los escuadrones de la muerte y
fundar el Partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). En 1983 fue
presidente de la Asamblea Constituyente y era hijo de un inmigrante francés.
D’Aubuisson,
además, fue el primer candidato presidencial salvadoreño por ARENA en 1984,
perdió las elecciones ante el democristiano José Napoleón Duarte.
Magnicidio
El 12 de Marzo de 1977 la Guardia Nacional asesinó
al sacerdote jesuita Rutilio Grande y ese crimen cambió la vida de Romero,
quien se dedicó a denunciar los abusos contra los derechos humanos y acciones
inhumanas de los escuadrones de la muerte y de otras fuerzas paramilitares,
supuestamente bajo el mando de D'Aubuisson.
En enero de
1980, el obispo escribió al presidente Jimmy Carter para pedirle detener la
ayuda económica y militar de Estados Unidos a El Salvador.
En su carta,
señaló que la asistencia estadounidense era utilizada para oprimir al pueblo
salvadoreño.
Recalcó
asimismo que Washington debía entender que las fuerzas armadas estaban a favor
de la oligarquía en cometer brutalidades contra la población.
Por esa
acción, el religioso recibió innumerables amenazas de muerte.
El 23 de
marzo de 1980, siendo un Domingo de Ramos, monseñor Romero celebró misa en la
Catedral de San Salvador y, en su homilía, invitó al pueblo a unirse a la lucha
contra las fuerzas armadas y la junta militar que gobernaba en El Salvador.
Así dirigió
su mensaje a los soldados, guardias, policías e integrantes de los escuadrones
de la muerte.
"Hermanos: son de nuestro mismo pueblo, matan a sus hermanos
campesinos y antes de una orden que da un hombre, debe prevalecer la ley de
Dios, que dice ‘no matarás’.
Les indicó
que “ningún soldado está obligado a
obedecer una orden en contra de la ley de Dios. Nadie tiene que cumplir una ley
inmoral. Ya es hora de que recuperen su conciencia y que obedezcan a su
conciencia antes que a la orden del pecado”.
Finalmente
les expresó: “en el nombre de Dios, en el
nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, les ruego,
les suplico, les ordeno cesar la represión”.
Horas
después de pronunciar su homilía, Romero murió sin reconciliarse con el
gobierno militar, al que siempre demandó que no siguiera matando sacerdotes ni
campesinos inocentes.
En su
funeral los agentes estatales provocaron disturbios y terror. En la Plaza
Libertad situada contiguo a la catedral, cientos de personas fueron asesinadas
por los militares y la Guardia Nacional al intentar impedir las honras fúnebres
del líder católico.
Al concluir
el entierro, los cadáveres quedaron en el lugar, así como también gran cantidad
de zapatos, bolsas y anteojos de los asistentes que huyeron aterrorizados.
De la misma forma
en que murió Romero cayeron más de 75.000 ciudadanos en una guerra civil que se
extendió por 14 años en El Salvador y afectó a las restantes naciones de
Centroamérica.
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