x Manuel Cabieses Donoso
12/3/2013
Punto Final. Extractado
por La Haine
Entre los errores
de Allende estuvo su confianza en las fuerzas armadas, a las que creía fieles a
la Constitución, y no armar al pueblo como le recomendó Fidel
Se van a cumplir 40 años de la
monstruosa traición que cometieron las instituciones “republicanas” coludidas en una conspiración fraguada por intereses
extranjeros, contra Chile y su pueblo. La izquierda en recomposición debería
dedicar este aniversario no sólo a recordar -y rendir justos homenajes- sino,
sobre todo, a sistematizar las experiencias que dejaron el gobierno del presidente
Allende y la dictadura militar-empresarial, que se prolonga hasta hoy en la
Constitución y la economía de mercado.
El derrocamiento [y asesinato]
del presidente Salvador Allende y la cruel represión que duró casi veinte años,
constituyen la tragedia más dolorosa de la historia de Chile, junto con la
guerra civil de 1891 también alentada por capitales extranjeros. Nuestro país
recibió de EE.UU. el trato que los imperios suelen dispensar a sus colonias.
Las autoridades nacionales fueron manipuladas mediante soborno y corrupción.
Dirigentes políticos, parlamentarios, jueces, generales, sacerdotes y medios de
comunicación fueron comprados para desempeñar distintos roles en la
conspiración.
Esta se inició en octubre de
1970, con el asesinato del general René Schneider, comandante en jefe del
ejército. Se intentaba impedir a toda costa que Allende asumiera el gobierno
con un programa de profundos cambios, que se iniciaban con la nacionalización
del cobre. Agentes de la antipatria -entre los que destacaba el propietario de 'El Mercurio', Agustín Edwards, que
partió a Washington a pedir la intervención norteamericana-, tomaron parte en
una operación para instaurar un nuevo proyecto histórico destinado a refundar
el capitalismo en nuestro país, que era la primera experiencia de tránsito
pacífico al socialismo.
La gran traición de 1973 fue
un golpe artero no sólo a las esperanzas del pueblo chileno sino también a las
expectativas que nuestra experiencia había creado en los trabajadores del
mundo. El modelo que en 1973 se impuso a sangre y fuego en Chile, constituyó
una contrarrevolución en toda la extensión de la palabra. La pieza clave del
plan que condujo al golpe de Estado y a la eliminación física de la izquierda,
consistió en hacer creíble que Salvador Allende, un estadista de linaje laico y
democrático, pretendía instaurar una “dictadura
comunista”. Sobre esa mentira se levantó el andamiaje de la conspiración.
Los mayordomos criollos del
golpismo, sobre todo los dirigentes democratacristianos e incluso derechistas
que habían convivido con Allende en el Parlamento, sabían que éste jamás habría
dado un paso que condujera a una dictadura. Allende, sin ninguna duda, fue el
más auténtico demócrata que ha gobernado el país. Su formación ideológica y su
experiencia política lo ubicaban en el sector avanzado -pero a la vez más
respetuoso de las formas y procedimientos de la democracia burguesa- de los
dirigentes reformistas de su época. Esto lo llevó a tomar distancia de
políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre, en Perú, Rómulo Betancourt, en
Venezuela, José Figueres, en Costa Rica, Luis Muñoz Marín, en Puerto Rico,
etc., los cuales partiendo de posiciones progresistas, y hasta revolucionarias,
describieron una parábola ideológica que los llevó finalmente a servir al imperialismo
y las oligarquías.
Allende, en cambio, fortaleció
en el curso de su lucha sus ideales socialistas y avizoró el futuro
latinoamericano en la naciente Revolución Cubana, a la que entregó su
solidaridad sin enajenar su convicción de la posibilidad de una revolución
pacífica en Chile. Esa actitud explica también la simpatía que Allende sentía
por el Che Guevara y por la juventud revolucionaria de Chile y América Latina,
respetando la honestidad y valor de su rebeldía. Allende -revolucionario en la
reciedumbre de sus convicciones- también estaba dispuesto a morir, como en
efecto lo hizo, en defensa de la Constitución y las leyes. Bloqueado el camino
a un plebiscito por el zarpazo golpista, Allende no tuvo otra opción que el
sacrificio de su vida para responder a la lealtad del pueblo.
A Salvador Allende se le
pueden criticar diversos aspectos de su tarea como gobernante y de su
pensamiento político. Pero todos sus errores tuvieron como matriz una
inconmovible lealtad a los valores de la democracia en que se había formado.
Posiblemente el peor de sus errores fue su confianza en las fuerzas armadas, a
las que creía fieles a la “doctrina
Schneider” de respeto absoluto a la Constitución. Para Allende -como lo
repitió tantas veces- las fuerzas armadas eran “el pueblo con uniforme”. Creía que la revolución chilena -con “sabor a empanadas y vino tinto”-, que
surgió de la voluntad del pueblo, merecería la obediencia y lealtad que la
Constitución y las leyes señalaban a las FF.AA. Este pensamiento lo reflejan sus
palabras del 1º de mayo de 1971: “Sólo un
pueblo disciplinado, organizado y consciente será, junto a la lealtad de las
FF.AA. y Carabineros, la mayor defensa del gobierno popular y del futuro de la
Patria”.
Sin embargo, el verdadero
patriotismo de las FF.AA. -hacer camino junto a su pueblo-, estaba minado por
doctrinas y entrenamientos extranjeros. Sus oficiales no eran leales al
gobierno constitucional de la República, sino al sistema que regulaba -y
todavía regula- el poder imperial. Pero aun así, hay que reconocerlo, hubo
militares leales como el general Carlos Prats, comandante en jefe del ejército,
obligado a renunciar por la presión golpista (y más tarde asesinado junto con
su esposa en Buenos Aires); el almirante Raúl Montero Cornejo, comandante en
jefe de la Armada, arrestado la noche anterior al golpe, o el general José
María Sepúlveda Galindo, director general de Carabineros que se presentó en La
Moneda el 11 de septiembre antes de ser destituido por la mafia golpista.
Distintos líderes advirtieron
al presidente Allende que la revolución chilena tenía pies de barro si no
aseguraba el apoyo de las FF.AA. Uno de los mensajes más claros -y público- fue
del premier chino Chou En Lai(*) quien pronosticó que la experiencia chilena
terminaría en un golpe de Estado. Allende, sin embargo, desoyó las advertencias
confiando en una “tradición”
democrática que no era tal. Poco antes de la sublevación militar, Allende
rechazó la sugerencia del general Prats de llamar a retiro inmediato a los
generales golpistas más activos y al vicecomandante de la Armada, José Toribio
Merino. Es notable que Prats no planteara la destitución de su sucesor en la
comandancia en jefe del ejército, Augusto Pinochet. Hasta entonces el cinismo
de Pinochet, así como sus instintos criminales y desorbitada ambición de poder
y riqueza, eran un misterio para todos.
El golpe tuvo prolongada
gestación. Sus preparativos incluyeron hasta un programa para implantar la
economía de mercado como pieza maestra del sistema que gobernaría en las próximas
décadas. La conspiración se había puesto en marcha incluso antes de la
instalación del gobierno de Allende. La intervención norteamericana se
materializó casi de inmediato, para “hacer
chillar la economía”, como ordenó Nixon a la CIA. Junto con el sabotaje
económico -provocando inflación, desabastecimiento y mercado negro-, el
golpismo desató una campaña de desprestigio de Allende. A la vez puso en acción
los atentados dinamiteros de Patria y Libertad -una banda de extrema derecha
asesorada y pertrechada por militares y marinos-. Simultáneamente, movilizaba
mujeres, estudiantes, camioneros, comerciantes, profesionales y sectores de
trabajadores. La oposición censuraba en el Parlamento a los ministros e
intentaba alcanzar los dos tercios para inhabilitar al propio presidente. Esa
meta no la pudieron alcanzar, lo cual desencadenó el golpe.
Si hoy queremos reconstruir
una alternativa de izquierda para Chile, resulta indispensable revisar esta
historia. Se trata de un periodo histórico que requiere mil miradas para captar
toda la compleja riqueza de sus lecciones. Invitamos pues a las organizaciones
sociales y políticas a debatir esas experiencias. La herencia de la tiranía -el
modelo económico, político y cultural- se mantiene intacta. Las FF.AA. siguen
siendo los cancerberos del modelo junto con la institucionalidad política. Una
alternativa de izquierda con un proyecto socialista apropiado a este cambio de
época, necesita mirar al pasado para reconocer el presente. Recoger nuestras
victorias y derrotas es la mejor forma de rendir homenaje a Salvador Allende y
a los miles de héroes y mártires de la lucha por la libertad de la patria. Eso
nos permitirá integrarnos a la realidad que hoy está modificando la geografía
política y social del continente.
(*)
Entrevista en el periódico mexicano Excélsior, 6 de septiembre de 1971.
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