¿La seguridad de quién?
Babel
Javier Hernández
Alpízar
Zapateando
09
septiembre, 2017
Cuando ocurrieron los atentados letales contra las
torres gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 se trató de un acto
tan sorpresivo que por un buen rato volvió verosímil que fuera apenas el inicio
de un ataque que tendría más blancos.
En la transmisión masiva mundial, por la televisión,
repetían cada tanto el mensaje de que el presidente de los Estados Unidos se
encontraba a buen resguardo bajo protección militar.
En ese momento la sensación
era que nadie en los Estados Unidos
estaba a salvo de una sorpresiva muerte violenta, excepto el presidente Bush.
Años después, cuando quedó
bajo el agua Nueva Orleans, el ejército yanqui tardó días en llegar al lugar de
la tragedia, mucho más de lo que había tardado (horas) en llegar a bombardear
Panamá, Irak o Afganistán.
Queda claro que la seguridad
que le importa al poderoso aparato bélico estadunidense es la del presidente y
la de sus intereses políticos y militares.
La seguridad del capital es
lo que se llama “seguridad nacional”
(y aun “seguridad internacional”) y,
por supuesto, no incluye, e incluso excluye, la seguridad de las y los
ciudadanos, aun de los países metropolitanos, cuantimás los de las colonias,
protectorados y patios traseros del imperio.
La Bestia, ese tren de la
muerte que lleva a sobrevivientes al trabajo semiesclavo en el norte, es una
imagen clara del “nuevo (viejo y
decrépito) orden mundial”:
En los contenedores, seguras
y aseguradas, las mercancías, sujeto de todos los derechos otorgados por las
metaconstituciones de los tratados de libre comercio, la Organización Mundial
de Comercio, el derecho internacional, y vigiladas si es preciso por fuerzas armadas: pero por fuera, trepados en
las tapas de los vagones, las y los trabajadores, incluidas niñas y niños,
centroamericanos expulsados por la miseria y la violencia que el imperio sembró
en sus países expulsores, viajando expuestos a caídas, mutilaciones, represión,
desaparición forzada, trabajo esclavo, violencia sexual, de género y violencia
a secas, objeto de las violaciones a todos los derechos humanos que las
legislaciones internacionales prescriben, pero la real politik proscribe, Carlos Montemayor comentó alguna vez que el
concepto de “seguridad nacional”
podría ser leído de una manera más amplia, generosa e incluyente:
Los estados tendrían a científicos, especialistas, profesionales
estudiando, analizando, recopilando datos para inteligencia, ante cualquier
posible amenaza a la seguridad ciudadana: terremotos, inundaciones, plagas, epidemias,
ataques extranjeros, hambrunas, y el estado podría disponer recursos para
prevenir y evitar esos desastres o para actuar de manera pronta y eficaz en
caso de una contingencia: pero esa seguridad no existe.
Los ejércitos se dedican a
cuidar la seguridad de las mercancías, su mundo, sus derechos y la burguesía
que custodia su hegemonía.
Y eso no implica prevenir ni
mitigar riesgos ciudadanos, por el contrario, implica producirlos al
externalizar los costos de toda previsión social o ambiental para que los
capitales no sufran por impuestos o regulaciones, mucho menos por huelgas,
sindicatos, luchas obreras, derechos ciudadanos o insumisiones.
Por el contrario, “seguridad nacional” (e “internacional”) implica fiscalización,
espionaje y represión a los ciudadanos, implica inseguridad ciudadana: basta
observar cómo, en México, cada vez que los operativos de las fuerzas armadas se
dirigen a un nuevo estado o región, precisamente ahí, crecen los índices de
violencia, muertes y desapariciones ciudadanos.
El blanco favorito de esa
guerra transexenal han sido los y las mexicanos: mujeres, jóvenes, pobres,
campesinos, indígenas, activistas, periodistas, organizaciones de derechos
humanos.
La seguridad del capital y
de la clase político empresarial y militar que vigila sus intereses no incluye
sino excluye y pisotea los derechos y la seguridad ciudadana.
Por eso, al igual que en
1985, en 2017 la verdadera solidaridad es entre pares, entre la gente de abajo.
Esa solidaridad es la semilla de un mundo diferente y posible: un mundo de la
ayuda mutua y la autogestión, de la autoorganización desde abajo.
Si la violencia del capital
no destruye esas resistencias y si estas luchas logran acumular fuerzas para
cambiar el sistema desde su raíz, algún día las personas, todas, podrán viajar
más seguras, mucho más que los productos (¿aun mercancías?).
En ese mundo la seguridad
será para las personas, y las cosas, los productos materiales, solamente serán
un medio, y no un fin en sí mismos.
Esa jerarquía nueva de
valores está en juego en la solidaridad para los estados afectados por el
temblor como Chiapas y Oaxaca. La imagen de trabajadores centroamericanos
trabajando en el rescate y la reconstrucción es una imagen de la semilla de ese
futuro.
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