Babel
Javier Hernández Alpízar
Zapateando
“Cuando tratamos de comprender hechos del
pasado, comprobamos de forma implícita las hipótesis o reglas que empleamos
para interpretar y prever el mundo que nos rodea. Si al mirar hacia atrás,
infravaloramos de forma sistemática las sorpresas que contuvo y que contiene el
pasado, sometemos dichas hipótesis a pruebas desmesuradamente débiles y es de
suponer que no hallemos muchas razones para modificarlas. De este modo, el
conocimiento de los resultados que nos hace sentir que comprendemos el pasado
puede impedirnos aprender de él.”
Fischhoff, citado por Stuart Sutherland, (2015), Irracionalidad, El enemigo interior.
Repetir por doquier falsedades, mentiras, especialmente
calumniosas y difamatorias, es un hábito de muchos usuarios de las redes
digitales, así como es común esparcir rumores en el anonimato de la oralidad
masiva, amparados en el irresponsable “dicen
que”… En los periódicos se usan los “trascendidos”,
chismes filtrados, usualmente, de manera mercenaria.
Aparentemente los seres humanos (presuntos homo sapiens sapiens) deberíamos ser
racionales y eso implicaría exigir y brindar pruebas o al menos argumentos en
pro de la veracidad de lo que creemos y de lo que pretendemos hacer creer a los
demás. Sin embargo, en la práctica, una práctica social normalmente alienada,
solemos aceptar creencias y luego aferrarnos a ellas por muchos motivos y,
muchas veces, pocas y poco convincentes razones: ocurre que en lugar de revisar
nuestras creencias, cada vez que nos enfrentamos a información que podría
ponerlas en tela de juicio, usualmente las manipulamos y acomodamos para
mantener en pie la creencia, aunque la veracidad de las cosas palidezca para
quien las examine más detenidamente. Tal vez porque solemos identificarnos con
lo que creemos y opinamos o porque nos gusta creer en nuestra infalibilidad,
pero es muy poco común la actitud racional de poner en duda lo que pensamos
cuando hay evidencias que deberían hacernos cuestionar. René Descartes se
equivocó al pensar que el buen juicio está universalmente repartido, porque
dudar nos cuesta demasiado y por el contrario, retorcer toda información para
mantener a salvo nuestras creencias es lo más común.
Según Stuart Sutherland (Irracionalidad, El enemigo interior),
esta actitud autocomplaciente no es privativa de personas sin estudios, se
observa en profesionales de la psicología, la medicina, la ingeniería y
diversas ciencias, ya no digamos en medios no científicos como las finanzas o
el marketing; de la política, ya para
qué hablar… Estudios empíricos han mostrado que hacemos juegos de
prestidigitación mentales para salvar nuestras creencias (prestigio y
prestidigitación están emparentados), cuando lo aconsejable sería poner
atención especialmente a la información que podría probar la falsedad de
nuestras creencias.
En un contexto así, basta que un rumor se
masifique para que un sector amplio de la población haga pasar por verdad
mentiras, falsedades, calumnias, difamaciones, errores e insensateces. Esto lo
saben los testaferros del poder, por eso les gusta tener medios mercenarios que
publiquen falsedades, porque saben que, de todas ellas, algunas arraigarán en
amplios sectores de la población y luego la inercia de seguir creyendo y
opinando lo mismo hará el resto.
Contra esa tendencia, esa ley del menor
esfuerzo del pensamiento que los zapatistas han llamado “el pensamiento haragán”, se necesita lo contrario: esfuerzo,
lecturas, estudio, escucha atenta, diálogo, reflexión, estarse informando de
primera mano, cuestionarse, pensar, razonar, revisar hechos, argumentos, ideas,
creencias, opiniones… pero la inercia del pensamiento único propone, en cambio,
opiniones a la medida para todos los gustos, gurús masivos que piensan por ti y
te ayudan a mantenerte en forma sin hacer ejercicio mental.
De ese modo, los guiones de teorías de la
conspiración que la derecha y la ultraderecha generaron, como el ¿Por qué Chiapas? de Luis Pazos y obras
a sueldo del gobierno mexicano como las de Rico y Lagrange, la de Carlos Tello,
las de plumas de Nexos y Letras Libres, a veces reproducidas en
medios “críticos” como Proceso, se
fueron filtrando las calumnias en libros y revistas, libelos, primero entre la
derecha y, tras las críticas del EZLN a López Obrador desde 2005, entre muchos
de los militantes del PRD y hoy de Morena: al no poder, ni querer, entender por
qué los zapatistas habían roto con la izquierda electoral, en lugar de leer y
pensar en el cúmulo de informaciones, datos, argumentos, razones y motivos que
expusieron los zapatistas y sus aliados, los despechados ex simpatizantes del
zapatismo se han inventado sus propias “teorías”:
desde los más burdos, quienes suponen un complot de Salinas (¿despechado por
ver su programa político y a sus más cercanos colaboradores, los
sobrevivientes, ahora en el séquito de Obrador?) hasta los más sofisticados,
quienes reducen a las comunidades indígenas a un montón de ignorantes y pasivos
seguidores de un líder mestizo que los ha desencaminado.
La ruptura política del EZLN con la
izquierda electoral y con toda la clase política y toda la clase en el poder es
una decisión razonada y razonable: el hecho de que los pueblos y comunidades
indígenas del CNI y los adherentes a la Sexta la respalden tiene explicaciones
históricas perfectamente racionales, razonables, legítimas y muy respetables:
quien quiere entenderlos tiene a la mano en la web muchos documentos que, en su
conjunto, pueden ayudar a entender que este sector del país no se siente ni se
reconoce representado ni en el PRD ni en su disidencia ahora llamada Morena.
Eso no tiene nada de oscuro ni necesita de explicaciones conspiratorias o
racistas, como las de quienes pretenden apoyar a las bases zapatistas, pero no
a sus comandantes, prejuicio que nació desde el primer editorial de La Jornada
tras el alzamiento de 1994: la supuesta diferencia entre indígenas y “profesionales de la violencia”.
En favor de esas teorías de la conspiración
jamás han podido argüir ni un solo elemento probatorio: siempre presentan
opiniones, prejuicios, como si fueran hechos: en última instancia, a quien se
niega a creer en sus afirmaciones sin elementos probatorios, terminan
acusándolo de ingenuo, pendejo,
crédulo o manipulado, aunque normalmente para ejercer el escepticismo contra
esas teorías de la conspiración se necesita estar informado e ir a
contracorriente de la guerra psicológica y la propaganda contrainsurgente que
se propala en todo el espectro de los medios: desde los artículos de Aguilar
Camín hasta los moneros de La
Jornada. Resistir a la presión de la masa y los linchamientos mediáticos
requiere de un ejercicio de autonomía que no se logra por mero voluntarismo sin
informarse y pensar.
Mientras ese sector de la opinión “pública” repite sus calumnias cada vez
que aparecen noticias del EZLN, los zapatistas y sus aliados y simpatizantes
han participado en un debate interno y público: la celebración de sendos
seminarios en el Cideci-Unitierra de San Cristóbal es el lugar más destacado de
esta reflexión. No puede ser más abismal el contraste entre el nivel de
propuesta del EZLN, y ahora del CNI en proceso de movilización y organización,
y la letanía de calumnias repetidas por quienes no se han tomado la molestia de
leerlos, escucharlos y tratar de comprender su posición.
A pesar de que pudiéramos mostrarnos
pesimistas respecto a la capacidad de algunos sectores de la población para
cuestionar sus prejuicios y comenzar a informarse y reflexionar sobre el
verdadero perfil y modo de actuar del EZLN, el CNI y aliados, la única manera
de romper ese muro de la inercia y el pensamiento haragán es el trabajo de
autoorganización desde abajo, porque uno de los motivos más fuertes para el
pensamiento prejuicioso y alienado es precisamente una praxis social unilateral
y fetichizada: quienes han construido algo autónomamente pueden comenzar a
darse el lujo de producir un análisis político propio, no limitarse a consumir
el que ya elaboraron los “líderes de
opinión”, y desde ahí, desde la autonomía en la praxis, la palabra y las
acciones de los zapatistas, como los de otros actores de la izquierda de abajo,
no aparecen como irracionales o “manipulados”,
sino como un trabajo lúcido y una praxis congruente de hace ya muchos años. Que
una política sea exitosa no es fácil cuando va a contracorriente, pero el hecho
de tener una postura propia y sólidamente argumentada es señal de no poder ser
explicado mediante las simplezas que usualmente se intenta hacerlo.
Desafortunadamente la irracionalidad de
creerse libelos y calumnias contra el EZLN hace que muchos mexicanos se pierdan
de conocer y de participar con uno de los movimientos antisistémicos más
importantes en el mundo, pero no podrá ser de otro modo mientras el pensamiento
haragán y pasivo sea dominante frente a un pensamiento que exige hechos y
argumentos verificables para aceptar algo. Por otra parte, es más cómodo apoyar
a movimientos que tienen presencia masiva, aunque para seguir apoyándolos haya
que llenar el clóset de hechos incómodos que tienen que ser deliberadamente
desdeñados para poder seguir creyendo en la pureza del líder carismático y su
séquito. A final de cuentas, la falta de radicalidad de una opción en México
puede compensarse simpatizando con opciones más radicales en el Cono Sur. Allá,
radicales; aquí, eternamente moderados.
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