“La guerrilla me dejó sin esposa y sin hijos”, cuenta Rosendo
Tecla
Crónica.com.mx
02
octubre, 2002
-¿Por qué estas aquí?, le preguntó a su joven mujer de ojos hundidos
y rasgos indígenas.
-Si te
contara todo lo que hice, me desconocerías.
-Pero
dime, insistió
él.
-Mejor vete , es mejor que no lo sepas, contestó, ojeruda y
anémica.
Rosendo se aguantó. Se alejó de la
rejilla. Hizo un chasquido con los labios. La maldijo. Ya no pensó en su
esposa. Ahora, con cierto dejo de rencor le llamaría "señora", a esa mujer que estuvo vinculada con
movimientos guerrilleros y que después de esa tarde, no volvió a ver en su
vida.
Salió de la cárcel y caminó hacia Zaragoza. No lloró, pero se acordó de
aquel agente que en los sucios sótanos del cuartel de la Policía en Tlaxcoaque
en el Centro Histórico, donde llevaban a los detenidos por supuestos
guerrilleros -lugar donde había ido antes a buscarla- le dijo: "no mi jefe, esa mujer ya se fue con
otro hombre, así como ésa, hay muchas",
Rosendo Tecla fue localizado por Crónica,
en su casa ubicada en la colonia Maravillas en Nezahualcóyotl, y entre cuadros
que él mismo pintó del Papa, Prometeo, el Che Guevara y Emiliano Zapata,
recuerda los hechos con nostalgia.
Hace años que don Rosendo no rememoraba algo
así. No desde que su mujer Ana María Parra comenzó a participar en las marchas
de 1968 y l971 (buena parte de la familia estuvo el 2 de octubre en Tlatelolco
y el 10 de junio en la marcha del Jueves de Corpus).
Ana María y algunos de sus hijos -tuvo siete- empezaron a relacionarse
con grupos que optaron por la vía armada, como el Movimiento de Acción
Revolucionaria (MAR) y la Liga 23 de Septiembre.
"Todo empezó cuando mi hermano
Alfredo Tecla Jiménez, estudiante de Derecho, inmiscuyó a mi esposa en la
política, le decía que Dios no existía y que no podía caer en el fanatismo de
la religión".
Al poco tiempo, su mujer ya formaba parte del Movimiento de Acción
Revolucionario (MAR) y tras un aborto, ya no volvió a su hogar. Pero ya era
demasiado tarde. Con su papel de madre, Ana María ya había dejado en sus hijos
su espíritu de comunista y guerrillera.
El 16 de abril de 1971, Ana María Parra de Tecla a sus 34 años de edad
fue detenida y llevada a la Cárcel de Mujeres, las causas del proceso:
guerrillera. Cuando Rosendo Tecla se enteró de lo sucedido, se fue para Estados
Unidos. "Tenía miedo de que me
buscaran y me fueran a relacionar con ella", declara.
En 1980, sus dos únicas hijas, Artemisa y
Violeta de 18 y 15 años, se fueron de la casa. También involucradas en
movimientos revolucionarios. Y ya no supo nada de ellas.
Alguna vez escuchó sobre Artemisa que en los
sótanos de la Dirección Federal de Seguridad: "se les pasó la mano y murió durante un interrogatorio. Yo creo
que a Violeta también ya la asesinaron, como a la ´señora´ y a mis otros dos
hijos", dice mientras mira la foto de Alfredo Tecla Parra; el mayor,
quien fue detenido el día 24 de junio de 1975; causas del proceso: guerrillero, conspiración, posesión y
almacenamiento de armas, transporte,
fabricación, robo y violencia. "Ya
tampoco supe nada de él", contó.
Pero la historia que más recuerda, y como dice él, "la que más me dolió", es la de su hijo menor Adolfo
Tecla Parra, también desaparecido. Rosendo le mandaba dinero desde Estados
Unidos, hasta que un día esos giros no encontraron al destinatario. Rosendo
volvió a México con el fin de buscar a su niño.
"Tenía tan sólo 14 años y estudiaba
la secundaria, cuando un día vino la Policía Preventiva del Estado de México y
se lo llevaron a donde tenían las caballerizas los de la Montada. Un hombre del
pueblo vino a verme, me dijo que había visto a mi niño, que lo tenían junto con
otros muchachos, amarrado, con los ojos vendados y que sólo le daban frijoles.
Que se estaba quedando flaco. Que uno de los guardias lo quería violar, pero
que él no se dejó. Yo le había enseñado a que se cuidara de los mayores, porque
muchas veces se querían aprovechar de los chamacos, así que nunca se dejó", recuerda
pensativo.
Rosendo, en su búsqueda, conoció a un barrendero que carecía de un ojo.
Había formado parte de la escuadra 45 de Los
Halcones, y le dijo que todos ellos provenían de limpias y transportes, que
les pagaban tres mil pesos mensuales y más, dependiendo del número de
estudiantes que asesinaran. Los que menos recibieron fueron 7 mil pesos por las
cabezas, y hubieron quienes percibieron más de 40 mil pesos.
Hace dos semanas recibió una llamada de derechos humanos; querían hablar
con él, entrevistarlo. Hicieron cita para el viernes siguiente. Pero dos días
antes se presentó en la puerta de su casa, "un
hombre moreno, alto, mal encarado, llevaba pantalón de policía, camisa azul y
una cachucha de béisbol", describe.
Le dijo que venía de parte de derechos humanos, pero Rosendo no le
creyó. "Parecía un judicial o un
guarura y no lo deje entrar". El día de la cita se presentaron las
personas esperadas y negaron conocer a aquel hombre.
Quizá por eso cuando
sale de su casa en Neza, primero se asoma por una orilla del zaguán. A veces le
cuesta trabajo enfocar, ya que los ojos fallan. Entonces, al asomar la cabeza,
le entra el recuerdo de Ana María y de aquellos hombres que la andaban
siguiendo. Por eso, dice: "A veces
pienso que me siguen vigilando".
Leticia Tecla Figueroa. Detenida torturada en abril de 1979. Sobrevivió, denunció la desaparición forzada de sus familiares en 2002. La impunidad impera hasta ahora. |
“GUERRA SUCIA”: EL
SECUESTRO-DESAPARICIÓN FORZADA DE LOS
TECLA PARRA
Por Ana Lilia Pérez
Contralínea
30 julio, 2017
Como
cientos de casos, la desaparición de varios miembros de la familia Tecla Parra
en 1979 está documentada en los archivos oficiales, con fechas y nombres.
Las víctimas y sus familias nunca encontraron verdad y justicia
Artemisa Tecla Parra: detenida.desaparecida desde 1975 |
Era Viernes Santo de 1979.
Leticia Tecla Figueroa escuchó que tocaban con insistencia la puerta del
departamento que ocupaba junto con su esposo Carlos y su hijo de dos meses de
edad en un tercer piso de la colonia Nueva Santa María.
Carlos le dijo que no abriera.
-“¿Quién
es?”, preguntó ella, y detrás de la puerta una voz le respondió que se
trataba de Verónica, su media hermana.
No pudo sospechar que aquel día de sufrimiento y penitencia cristiana lo sería también para su familia al momento de abrir la puerta.
No pudo sospechar que aquel día de sufrimiento y penitencia cristiana lo sería también para su familia al momento de abrir la puerta.
Quince hombres armados irrumpieron en el departamento. Eran
elementos de la Brigada Blanca. Uno
de ellos la tomó de los cabellos y le apuntó con la pistola en la cabeza.
-¡Ustedes
son contactos de guerrilleros! ¿Dónde está tu prima Ana Lilia!
Presa del terror, Leticia respondió que no lo sabía. En un acto
reflejo, buscó con la mirada a su niño, y vio cuando dos hombres sujetaban a su
marido de los cabellos, mientras que otro le arrancaba de los brazos al pequeño
Carlos Eduardo, para depositarlo en un moisés.
A empujones la sacaron del departamento. Afuera los esperaba un
vehículo con vidrios polarizados Volkswagen tipo Combi al que la subieron. Le vendaron los ojos y le ataron las manos
con un lazo.
De pronto recordó todas las oraciones que le enseñara su abuela
Elpidia. Se le venían a la mente sin control y las repasaba en voz alta.
-Ni
reces hija de la chingada porque somos ateos.
Alguien más subió a la camioneta. Supuso que se trataba de Carlos,
porque sintió una mano sobre su rodilla.
La puerta de la camioneta cerró y el motor se puso en marcha. No pudo percatarse qué rumbo llevaban. Circulaban despacio. Hizo un cálculo mental: 45 minutos, treinta sobre pavimento y los otros quince por terracería.
La puerta de la camioneta cerró y el motor se puso en marcha. No pudo percatarse qué rumbo llevaban. Circulaban despacio. Hizo un cálculo mental: 45 minutos, treinta sobre pavimento y los otros quince por terracería.
Las llantas chocaban contra pequeñas piedras y las hacían golpear
los cristales.
Cuando el vehículo se detuvo, la puerta se abrió y descendieron.
Cuatro manos la tomaban de los brazos para hacerla caminar todavía sobre un
tramo de piedras. Apenas si las sentía, pues las gruesas tobilleras y los
zapatos Flexi con suela de goma le
aligeraban el paso.
La guiaron hasta una habitación y la dejaron sobre una silla,
donde finalmente comenzó el interrogatorio.
-Por
qué visita en la cárcel a su tía Ana María Parra de Tecla y a sus primos Artemisa
y Alfredo Tecla Parra.
-Porque
son de mi familia, -musitó-.
-¡Porque
eres un nexo guerrillero! -agregaba el interrogador- ¡Hija de la chingada, ya te tenemos identificada!
Tras repetir una y otra vez la misma pregunta, le quitaron la
venda de los ojos. Con una mirada furtiva, recorrió el lugar. Estaba en medio
de una enorme habitación de unos ocho metros de largo por cinco de ancho. A
pesar del tamaño, no había ventanas, y la única luz provenía de un par de focos.
Tampoco tenía puerta, un simple hueco funcionaba lo mismo para entrar que para
salir. Ahí estaba ella, frente a una mesa, con 28 años y su delgado cuerpo
cubierto con un pantalón de mezclilla, playera amarilla y una gruesa chamarra
azul marino; con sus zapatos de goma y las manos atadas entre aquellos veinte
sujetos armados con pistolas, metralletas, fajillas y bóxer.
Sus ojos se encontraron con la mirada amenazante de quien la
interrogaba y la obligaba a agachar el rostro.
-¿Qué
hacías con Ana María Parra de Tecla cuando vivió en tu casa?
-Hacíamos
pasteles de elote, manzana y zanahoria...- No terminó de
responder. Una bofetada cayó sobre su mejilla.
-¡No
te hagas pendeja!, ¿por qué les ayudabas hija de la chingada?
-Porque
son mis primos, crecí con ellos, y los quiero-.
En cada respuesta golpes en la cara, cachetadas con las manos abiertas en los oídos y golpes a mitad de la cabeza con el lomo de una gruesa agenda telefónica que Leticia identificó como la propia.
En cada respuesta golpes en la cara, cachetadas con las manos abiertas en los oídos y golpes a mitad de la cabeza con el lomo de una gruesa agenda telefónica que Leticia identificó como la propia.
-¿Quieres
a los comunistas hija de la chingada? ¡Vamos a matar a tu familia. Tenemos a tu
esposo y a tu hijo!-
Leticia lloraba.
Leticia lloraba.
-¿Dónde
están los papeles que te dieron Ana María, Ana Lilia y Artemisa?
-¿Qué
papeles?
-No
te hagas pendeja, Ana María ya nos dijo que tú tenías los papeles.
Entonces recordó, dos años atrás, en 1977, cuando trabajaba como
supervisora de taxímetros en la Secretaría de Comercio. Un día su tía Ana María
y sus primas Ana Lilia y Artemisa llegaron a visitarla y le entregaron aquel
sobre blanco: “Guárdamelos porque en un tiempo
espero llevar una vida normal como la tuya”, le dijo Ana María.
-Se
los entregué a mi hermana Georgina-.
Sangraba de la nariz y la boca. De nuevo la vendaron para sacarla de aquel cuarto y llevarla a otra habitación, donde le ataron las manos hacia atrás y la sujetaron de los pies, para luego arrojarla al piso.
Sangraba de la nariz y la boca. De nuevo la vendaron para sacarla de aquel cuarto y llevarla a otra habitación, donde le ataron las manos hacia atrás y la sujetaron de los pies, para luego arrojarla al piso.
¿Cuántas horas pasó allí? No lo recuerda. En un instante perdió la
noción del tiempo, entre los quejidos y lamentos de otras personas que también
eran torturadas.
Dos sujetos la levantaron de manera violenta para quitarle los
amarres de los pies y regresarla al cuarto donde la habían interrogado.
De nueva cuenta los golpes, torturas, vejaciones y, sobre todo,
las amenazas.
-¡Te
vamos a violar!
Le quitaron la venda. Pudo ver claramente al sujeto que, tras
quitarse el cinturón, se bajaba el cierre del pantalón, mientras otro de ellos
preguntaba.
-¿En
dónde están las casas de seguridad?
-No
sé…
-¡Si
no nos dices dónde vive Leonardo Hidalgo, el marido de tu prima Violeta Tecla,
vamos a matar a tu marido!
-No
sé…
-¡Cómo
no, si aquí está, en tu misma agenda! ¡Vamos sobre de él, y tú, hija de la
chingada, nos vas a tener qué acompañar!
Le vendaron los ojos y la llevaron al domicilio de Leonardo
Hidalgo, a bordo de la misma camioneta en la que había sido secuestrada. Le
quitaron los amarres y la venda y la pusieron como escudo. Dos hombres se
situaron a los lados y uno a su espalda. Éste le susurraba al oído:
-“Ahora
sí hija de la chingada, si se arma la balacera tú eres la primera que te
mueres”.
Mientras algunos se brincaban por las azoteas vecinas, el grupo
llamó a la puerta. Los que se llegaron por la azotea gritaron que no había
nadie. A ella la regresaron a la combi, custodiada por una mujer morena, con el
cabello teñido de rojo y quien ahora se encargaba de las amenazas:
-“No
vayas a hacer una chingadera, que no se te olvide que tenemos a tu hijo y lo
podemos matar”.
Pasada media hora, regresaron los otros sujetos, la vendaron de nuevo y
le ataron las manos. Volvieron al sitio del interrogatorio.
-¡Hija
de tu pinche madre, eres una mentirosa. Ahora sí vas a ver cómo te va a ir! ¡Tu
esposo Carlos Eduardo ya nos dijo toda la verdad, que él reparte propaganda
para la Liga; que le han dado millones de pesos!
-¡Eso no es cierto, mi esposo no dice
mentiras! -reclamó Leticia.
-Ah sí, ¡quítate la chamarra y quítate
el pantalón. Te vamos a dar toques eléctricos y te vamos a meter al pocito!
Ya no razonaba, sólo
obedecía. Se descubrió la chamarra y cuando estaba a punto de hacer lo mismo
con el pantalón uno de ellos le ordenó que se vistiera para llevarla de nuevo a
otra habitación.
El resto de aquella noche
tuvo que aguantar el aliento alcohólico y los manoseos de uno de aquellos
policías, que le susurraba al oído palabras obscenas. Entre la humillación y la
impotencia, quería morir. Mentalmente rezaba.
Violeta Tecla Parra: detenida desaparecida desde 1978 |
NOSOTROS SOMOS LOS BUENOS
Amaneció el Sábado de Gloria. Muy temprano llegaron dos sujetos a
levantarla. Le desamarraron los pies y le advirtieron: “Ahora sí te vamos a poner con los peligrosos”. En aquella
habitación sintió la presencia de otra persona.
-¿Quién eres?
-Soy Leticia Tecla.
-¿Y tú?
-Leonardo Hidalgo
Finalmente lo habían
detenido. Mientras intercambiaban estas palabras se acercó a ellos un elemento
de la Dirección Federal de Seguridad, el encargado de vigilarlos.
-¡Hijos de la chingada, qué tanto están
platicando!
Levantaron a Leonardo
Hidalgo, comenzaron a golpearlo mientras le preguntaban qué tenía que ver él
con Leticia Tecla.
-“Nada”, respondía.
-¡Usa tu karate, dale patadas voladoras!
Una y otra, las patadas
descargadas con fuerza sobre Leonardo, a causa de lo que en unos minutos
enfermó de diarrea.
Al darse cuenta suplicó:
-“¡Llévenme al baño!”.
-¡Lleva a este hijo de la chingada al
baño por que si no se va a cagar aquí!
-Ya dejen de golpearlo por favor. -Se
atrevió a intervenir Leticia.
-¿Qué quieres, que a ti te golpeemos!
Se
quedó callada. En algún momento se aproximó un elemento de la Brigada Blanca,
quien le dijo al oído: “No te preocupes,
tú vas a salir de aquí, nadie te identifica”.
La trasladaron a otra
habitación, le quitaron la venda y se percató de que estaba en un cuarto
pequeño sin ventanas. Había dos elementos de la Dirección Federal de Seguridad
sentados en sendas sillas, vestidos de sport, jóvenes, rubios.
-Nosotros somos los buenos y ya no te van a pegar -señaló uno.
Al escucharlo, Leticia lo miró
directamente a la cara. Sus ojos eran claros, muy claros, recuerda.
-¿Por qué no bajas la vista?
-Para qué, si me van a dar en la madre.
-Pues cómo ves que ya te vas.
-¿Y mi esposo Carlos Eduardo?
-Se va contigo.
-¿Y nuestro hijo?
-Ya está con tu familia.
Ahora fueron ellos quienes le
vendaron los ojos y la llevaron al exterior. De nuevo sintió las pequeñas
piedras bajo sus zapatos. La metieron a la parte posterior de un vehículo
Sedan. Ella en medio de dos elementos de la Brigada
Blanca.
-¡Agáchate y pega la cabeza a las rodillas! -le
ordenaron.
-¿Y mi esposo?
-¡Ahorita lo van a traer!... ¡Muévete a
la izquierda!
Alguien se sentó a su lado
derecho y la tomó de la mano: “Soy yo
Leti, Carlos”.
El vehículo arrancó y circuló
otros 45 minutos. En ese tiempo fueron amenazados. No debían decir nada de lo
ocurrido, porque “se los puede llevar la
chingada”.
Los bajaron junto a una
gasolinería, frente al ISSSTE de Cuitláhuac. Era de noche. Todavía observaron
partir al vehículo y perderse en el tráfico urbano.
Estaban a dos calles de su
domicilio, pero prefirieron refugiarse en casa de la abuela Elpidia. Ahí fueron
recibidos por toda su familia.
El 3 de abril de 2002,
Leticia Tecla Figueroa levantó una denuncia ante la Fiscalía Especial para la
Atención de Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, por los delitos de
privación ilegal de libertad, allanamiento de morada, abuso de autoridad,
tortura, lesiones y robo cometido en su agravio y de su esposo Carlos Eduardo
Sánchez Ludwing.
Además de una denuncia formal
por los delitos de privación ilegal de libertad y “lo que resulte”, cometidos en agravio de su tía Ana María Parra de
Tecla y de sus primos Violeta, Artemisa y Adolfo Tecla Parra, “en contra de quien o quienes resulten
responsables”. Así quedó asentada la averiguación previa
A.P./PGR/FEMOSPP/001/2002.
De aquel sobre blanco que una
vez le confiara su tía Ana María, y que posteriormente ella entregó a su
hermana Georgina, dice Leticia que la propia Georgina Tecla lo entregó
personalmente al entonces director federal de Seguridad Miguel Nazar Haro,
quien se comprometió a que a partir de ese momento nadie iba a volver a
molestar a su familia.
En una ampliación a su
primera declaración ante la Fiscalía Especial, hecha el 26 de octubre de 2002,
Leticia Tecla Figueroa aporta una serie de nombres de los presuntos implicados
en la detención y desaparición de su tía Ana María.
Precisa que, en el año 1978, Miguel Nazar
Haro, director de la DFS, giró instrucciones a Guillermo Liras, alias “el Perro Liras”, para que detuviera a
Ana María Parra de Tecla, misma que fue localizada en la ciudad de Monterrey.
Declaraciones de Alfredo
Belmares y Héctor Villagra Calleti que constan en el expediente de Ana María
Parra de Tecla revelan que el comando estuvo a cargo de: Pedro Canizalez,
Alfredo Enríquez Belmares, César Cortés Vázquez, Juan Guillermo López, Raúl
Romero Cisneros (alias el Tiburón),
Benjamín Maya y Nicolás de Jesús González (alias el Chilango), todos integrantes del grupo EROS (Equipo de Rescate y
Operaciones Especiales de Nuevo León).
Leticia Tecla acusa
directamente a todos y cada uno de los anteriores personajes como responsables
de la desaparición de Ana María Parra de Tecla “y lo que haya podido ocurrirle”.
En un informe fechado el 4 de
abril de 1978 y dirigido al director federal de Seguridad, suscrito por Jorge
Samuel Ávila Avendaño, se registra que con esa fecha fue detenido Pedro Lozano
Cantú y que se procedería a interrogar a Violeta Tecla Parra, alias Cristina,
por lo que Leticia Tecla también los hace responsables de la desaparición de
Violeta y Adolfo Tecla Parra, quienes fueron secuestrados juntos el mismo día
en que Alfredo Tecla Parra por elementos de la Brigada Blanca de la Dirección Federal de Seguridad.
En relación con Artemisa Tecla
Parra, Leticia refiere que no existen fotografías suyas en ninguno de los
archivos de la que fuera la DFS, por lo que supone que la mataron.
El último párrafo agregado por Tecla
Figueroa a la averiguación previa A.D./PGR/FEMOSPP/00172002 dice a la letra: “Igualmente acuso de complicidad y
ocultamiento de pruebas a Jorge Carpizo, quien era presidente de Derechos
Humanos y quien teniendo conocimiento de los expedientes y fotografías desde el
11 de enero de 1991 no hizo nada por citar a los responsables, ni por encontrar
las cárceles clandestinas en que mis familiares estaban secuestrados”.
Alfredo Tecla Parra: detenido-desaparecido desde 1978 |
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