“Qué pena por nuestra sociedad; qué dolor de país”.
Nancy
Flores
Contralínea 540 / del 22 al 28 de Mayo 2017
21
mayo, 2017
“En el periodismo serio hay que respetar la dignidad del ser
humano. Luchar por la dignidad de cuanto ser humano es oprimido y discriminado”
México está sumido, desde
hace varias décadas, en un cúmulo de dolores interminables que se replican cada
vez más, como una plaga para la que no tenemos remedio.
Sin enfrentar
una guerra, en la última década hemos perdido más de 260 mil vidas en hechos de
violencia, lo que nos ha colocado a nivel mundial como el segundo país con más
muertes violentas, sólo por debajo de Siria (según indicó hace unos días el
informe anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos).
En este país,
nuestros niños y jóvenes desaparecen sin dejar rastro (ahí están, como funesto
ejemplo, los 43 normalistas rurales de Ayotzinapa, Guerrero, que nos siguen
faltando). Y si no desaparecen, son envenenados por las drogas, expulsados de
su patria por falta de oportunidades de estudio y empleo digno, o absorbidos
por las pandillas, las bandas delincuenciales y los cárteles del narcotráfico.
Este México
doloroso –que sólo al 1% de la población le ofrece una vida privilegiada y al
resto únicamente nos da miseria– expulsa a cientos de personas a un mundo que
rechaza a los migrantes, los maltrata, acosa y finalmente, de una u otra forma,
extermina. Y si no son expulsadas, las personas son sometidas a la semiesclavitud
del “nuevo” modelo de trabajo, que
aplica no sólo a los jornaleros, campesinos y obreros, sino también a los
profesionistas que ya no tienen cobertura social.
Y es este
mismo país el que ha dilapidado sus riquezas –hidrocarburos, agua, reservas de
la biósfera, territorios– por la corrupción, el peculado y el cinismo de
quienes ostentan y han ostentado el poder político y económico. Y que, cada
día, despojan a pueblos completos de sus tierras y recursos para malbaratarlos
a favor de grandes corporaciones.
Esos dolores
(cuya lista lamentablemente no se agota en este breve resumen) son los que
debemos mirar los reporteros. A esas personas que sufren y a las que se les
niega la voz en las grandes tribunas del poder –incluyendo las mediáticas– son
a las que nos debemos, como mensajeros que somos, porque de eso se trata el
periodismo (el real, no la propaganda y la publicidad que hacen las plumas y
las voces vendidas al mejor postor, de las que, por desgracia, sobran en
México).
En el periodismo serio hay que mirar y transmitir la historia
desde abajo; tomar partido por los desprotegidos, por los que sufren; o, como
dijo el doctor Pablo González Casanova: respetar al ser humano, respetar la
dignidad del ser humano. Luchar por la dignidad de cuanto ser humano es
oprimido y discriminado (“México: los
legados de la izquierda”, La
Jornada, 12 de mayo de 2017).
Así que en el periodismo hay que dejar de lado ese mito de la objetividad que enseñan en la
universidad. Hay que apostar por la honestidad: si somos honestos en nuestro
trabajo, somos veraces y plurales. Sólo así, al tomar partido por los más
necesitados, el ejercicio periodístico puede enfrentar la injusticia de este
sistema y señalar sus males con el afán de que éstos sean superados.
De tal suerte que, para mirar la historia desde abajo, hay que
enfrentarnos a ella con honestidad, con independencia, con libertad,
comprometidos únicamente con la búsqueda de la verdad y con la sociedad, a la
que nos debemos.
Como mensajeros que somos, hay que ser capaces de ponernos
en los zapatos de quienes sufren alguno de los miles de dolores que
padece este país; ser sensibles y empáticos con ese dolor, para poder
transmitirlo al resto de la sociedad.
Porque el objetivo del periodismo, además de revelar la verdad,
debe ser cambiar el orden de las cosas, modificar la realidad, evitar la
injusticia. Buscar que el mundo, o por lo menos este México, sea justo, porque
ahora no lo es.
Por eso –como decía el gran filósofo de esta profesión, Ryszard
Kapuscinski– “los cínicos no sirven para
este oficio”, pues “para ser un buen
periodista hay que ser una buena persona”. Una persona honesta.
Así era el periodista y escritor Javier Valdez Cárdenas. A ese
mensajero es a quien perdimos, todos, este 15 de mayo. Fue a él, y a su
ejemplo, a quien liquidaron sicarios protegidos desde la cúpula del poder,
porque en las instituciones también hay delincuentes. Los grandes capos están
ahí.
Valdez Cárdenas nos enseñó a desmitificar al gremio, a
desenmascararlo y a olvidarnos de ese dicho de “perro no come perro”. Es él quien nos enseñó que el vacío de la
sociedad en torno a los crímenes de periodistas se debe, en gran medida, a los
corruptos, a los que han caído presas de la delincuencia porque la amenaza
de plata o plomo es práctica común en las redacciones. Muchas
veces sin plata.
El día del infame asesinato de Valdez Cárdenas, Ríodoce cerró
su demoledor editorial con esta frase: “Qué
pena por nuestra sociedad; qué dolor de país” (“Hoy nos pegaron en el corazón: Ríodoce”, http://riodoce.mx/mexico-nacional/hoy-nos-pegaron-en-el-corazon-riodoce).
Palabras que resumen lo que esta tragedia trae consigo, porque la pérdida de
Javier es para todos.
Para el gremio, este dolor que asesta su asesinato, la rabia y
la indignación que produce son indecibles… Recibimos el mensaje… Y sí, “qué dolor de país”, y qué pena para la
sociedad.
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