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LOUISE MICHEL: pedagoga, poeta, escritora, comunera, anarquista y barricadista (1830-1905)

No se pueden matar las ideas a cañonazos, ni ponerles las esposas.
Louise Michel: mujer revolucionaria, combatiente en la Comuna de París y en la revolución española
«No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto con los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mi el honor de la muerte que habéis dado a los otros»

 (palabras de Louise Michel a los jueces)
Louise Michel nació el 29 de mayo de 1830 en Vroncourt-la-Côte (departamento de Haute-Marne, Francia). Murió en Marsella el 9 de enero de 1905 después de una vida azarosa y plena de lucha social.
La vida de esta mujer menuda y activa se desarrolló en los años convulsos que gestaron la aparición del movimiento obrero en Europa y sus vicisitudes se entrelazan continuamente. En su biografía aparecen y reaparecen también los nombres de hombres y mujeres internacionalistas que participaron de esa interminable lucha social, una lucha hoy injustamente olvidada incluso por aquellos que gozan de los beneficios que a la humanidad reportó.
Su perfil biográfico no difiere del de la mayoría de mujeres obreras francesas de su época. Hija natural de una sirvienta y de un terrateniente lleva el apellido de su madre, Marie Anne Michel, y hay dudas sobre su progenitor (entre un padre, Étienne C. Demais, o su hijo). No obstante, fue tutelada y educada por sus abuelos paternos convencidos republicanos y racionalistas. Por esta razón su perfil biográfico se orientará hacia otros derroteros que los de trabajar como simple criada analfabeta en el campo. Sus abuelos le enseñaron no sólo a leer y escribir sino también fomentaron su interés por la música, la lucha social y las ideas de la Ilustración. Conoció desde niña a los grandes ilustrados, inspiradores directos de las ideas anarquistas: Voltaire y Rousseau. La lectura de los escritos sobre educación, tolerancia y bondad intrínseca del ser humano hicieron que germinara en ella la pasión por la enseñanza, por el instrumento de liberación personal más potente que puede tener en sus manos la clase trabajadora ya que conlleva la concienciación y la acción.
Michel recuerda en sus memorias su deseo de ser poeta, en unos años en que la naturaleza era su medio físico, donde se desarrolla su infancia y adolescencia preñada de aspiraciones igualitarias. Enseñanza y poesía, que hermanadas recuerdan a los proletarios que pueden elevarse a otros niveles que trasciendan su utilización como bestias de carga o de trabajo. Como afirmaban los niveladores ingleses, pocos años antes: “la poesía era el elemento liberador de la mente del hombre encerrado en un cuerpo que sólo sirve para el trabajo”.
Después de la muerte del abuelo, su gran inspirador, a los veinte años obtiene el título de maestra, pero se negó a hacer el juramento a Napoleón III, y eso la apartó de la posibilidad de trabajar en la enseñanza pública como funcionaria.
Orientada hacia la escuela libre, veinteañera, abre escuelas entre los años 1852 y 1855 en varias poblaciones francesas (Audeloncourt, Clefmont, Millières) de su provincia natal. Invierte en este proyecto personal los ahorros que le había legado su abuelo.
Su proyecto de educación igualitaria pronto le traerá problemas y es denunciada por los padres de algunos alumnos que no comparten sus ideales republicanos. En aquellos años fomenta la participación de las alumnas en las clases, realizan trabajos prácticos no memorísticos y además introduce el teatro en la escuela a partir de obras creadas por ella misma. Naturalmente se prohíben los castigos físicos o la coacción moral y además pone énfasis en la enseñanza racionalista a partir del desarrollo de las ciencias naturales y la observación y el respeto a la naturaleza.
Pero el medio rural no responde a sus expectativas, es retrógrado y costumbrista y Michel decide ir a la gran ciudad: París. La ciudad de la luz es el destino soñado de todos aquellos que creen en el progreso y el cambio. París es la ciudad donde las ideas ilustradas se palpan en la calle, cuna de las grandes revoluciones, la ciudad romántica donde los trabajadores se reúnen en conspiraciones nocturnas y donde la literatura circula libremente. La joven Louise no ceja en su empeño de convertirse en escritora y poetisa, y París es su oportunidad, como lo era para la mayoría de campesinos franceses que se dirigen hacia las fábricas y talleres de la gran urbe.
París fue la ciudad descrita magistralmente por Víctor Hugo, el escritor más popular y reconocido de su época y que influencia, y mucho, la obra de Michel. Ambos mantendrán una buena amistad reflejada en su colección de correspondencia que va del 1850 (Michel está aún en el campo) hasta 1879.
Y así, en 1856 la ciudad conoce a la educadora Louise Michel que trabajará quince años ininterrumpidamente desde su escuela de la calle Houdon número 24, para pasar tres años más tarde a Oudot.
La actividad de la joven maestra y escritora es frenética. Michel aprovecha las noches y los festivos para volcar su capacidad creadora, escribir, buscar historias, investigar, conocer y naturalmente, publicar. Por fin sus obras ven la luz, su sueño dorado, y como mujer que es y que sabe cómo es de misógino el mundo literario de su época, firma algunos de sus poemas con pseudónimo: Enjoldras, un personaje de Los Miserables la novela por entregas más popular de su tiempo donde los héroes y antihéroes forman parte de la clase proletaria.
Activa, noctámbula y activista Michel pronto se ve inmersa en los ambientes del París revolucionario y colabora en la prensa obrera con sus escritos y poemas. Su singularidad es importante, no todas las mujeres escriben, y pocas lo hacen bien, como ella. No obstante, dentro del medio revolucionario hay hostilidad manifiesta hacia las mujeres, las ilustradas, y también las obreras. Pronto Michel observará, no sin dolor, la misoginia que se desprende de los medios más afines. Un ejemplo de ello son las obras de su amigo Proudhon que en Amor y matrimonio ataca con violencia la condición femenina.
En cambio otros revolucionarios le brindan su apoyo: uno de sus mejores amigos es Eugène Varlin, también conoce a Raoul Rigault y Èmile Eudes. Su personalidad cautiva al popular editor de Le Cri du Peuple, Jules Vallès que la invita a colaborar con sus textos.
La vida asociativa la apasiona, en 1862 forma parte de la Unión de los poetas y también de varias asociaciones de ayuda a mujeres trabajadoras.
En 1865 se decide a vender las tierras heredadas de los Desmahis para poder establecerse definitivamente en París. Todo contacto con su tierra natal se ha cortado, y parece que a Michel le apasiona la vida en la gran ciudad. Se establece en la calle Cloys con una vieja institutriz, la señora Vollier. La reemplazará a su muerte Caroline Lhomme, también envejecida e indigente. Un problema común en las institutrices que al final de su vida no tenían salario alguno. Los problemas derivados de la falta de condiciones mínimas para poder vivir la enervan. Muestra su solidaridad con los más desfavorecidos, pero su acción no se para en la caridad, al contrario, su acción se encamina cada vez más adentro de la organización de la lucha social.
En 1870 conoce a una de sus parejas sentimentales. Se trata de un partidario de Blanqui, Théophile Ferré, que será ejecutado el 28 de noviembre de 1871. Ella misma también es partidaria blanquista. El 12 de enero del mismo año había participado en el entierro del periodista republicano Víctor Noir asesinado por un individuo siniestro protegido en los medios policiales. Michel acude vestida de hombre, y según cuenta con un revólver en el bolsillo. En agosto participa en la gran manifestación organizada por los radicales de Blanqui en defensa de dos detenidos (Etudes y Brideau) y entrega al gobernador militar de París, el general Trochu, un escrito redactado por el historiador Michelet. La actividad de Michel no acaba aquí, la encontramos en octubre lanzando proclamas a las enfermeras y a los “ciudadanos del libre pensamiento” para defender la ciudad de los prusianos. Naturalmente forma parte de los comités de vigilancia de distrito XVIII y participa en una gran manifestación a final de mes a favor de La Comuna, dos meses después es arrestada por primera vez por participar en una manifestación de mujeres.
En aquellos días se presagia el gran momento de los trabajadores parisinos: La Comuna. La situación en Francia es terrible: Napoléon III ha sido derrotado por los prusianos y se prepara la marcha de los vencedores sobre la capital. Los parisinos no quieren rendir la ciudad ni verla humillada, se organizan por barrios y pronto rememoran las últimas barricadas de 1848. Los internacionalistas salen a las calles, los republicanos, los blanquistas y un sinnúmero de proletarios urbanos, mujeres, parados y un largo etcétera.
La actividad se multiplica en aquellos meses densos de febril actividad: la población se pone en marcha a partir del diálogo y la asamblea permanente, y es consciente cada vez más de su propia fuerza. El pueblo parisino es hostigado por los versalleses ya rendidos Por fin en enero de 1871, Louise Michel abre fuego contra las tropas del general Trochu. Forma parte de la multitud organizada y armada que defiende la alcaldía de París del ejército invasor y de los versalleses. Louise Michel va vestida de guardia nacional. La Comuna ha empezado a caminar. En marzo del mismo año se produce un acontecimiento que cambiará la historia de la humanidad, y Louise Michel nos lo describe de primera mano en una crónica a medio camino entre la literatura y el moderno periodismo que está naciendo en aquellos años.
Louise Michel poco después, en 1871 formará parte de aquello que se dio en llamar las petroleras, las mujeres que salieron a la calle, en las barricadas de París y que asombraron a su generación por su arrojo y valentía. A partir de aquí Michel entra de pleno en la historia de la lucha social y formará parte de la historia revolucionaria de las clases trabajadoras europeas. Su compromiso en aquellas jornadas la llevará al exilio en Nueva Caledonia y bajo la influencia de otra mujer, Nathalie Lemel, otra comunera también deportada, abrazará las ideas anarquistas.
Son los anarquistas los primeros que describen la vida de esta luchadora en la prensa en España. Periódicos como La Tramontana de Llunas y Pujals ya publican a toda página informaciones sobre La Comuna o incluyen a Louise Michel en aquello que se dio en llamar Mujeres de la Revolución con breves semblanzas biográficas de personajes destacados.
Sin duda alguna, uno de los textos literarios más populares que hemos hallado es la monografía de los hermanos Paul y Víctor Margueritte sobre la Comuna y que lleva el mismo título.

Curiosamente se publica en España en 1932 y se reedita varias veces, aunque se amputan partes de la obra original. La edición española consta de más de quinientas páginas y es una obra frecuente en las bibliotecas anarquistas. Aparecen entre los personajes de ficción el historiador que representa clarísimamente al ya entrado en años Michelet.

El análisis y las enseñanzas de la Comuna en el movimiento libertario español
En plena revolución social española, una gran admiradora de Louise Michel decide escribir un opúsculo sobre la Comuna de París. Se trata de Federica Montseny a quien su madre, la activa periodista Teresa Mañé, introdujo en las biografías femeninas del movimiento obrero europeo. Sin duda Teresa Mañé fue una de las divulgadoras de la obra de Michel ya que era traductora de francés para diversas editoriales españolas y además publica en la editorial familiar La Revista Blanca y sus diversas publicaciones varias obras divulgativas sobre temática de la mujer. El impacto de la celebración del aniversario de la Comuna de París es tan importante dentro del proletariado español que Teresa Mañé y Joan Montseny eligen esta celebración para anunciar a sus compañeros y amigos su “unión libre” y editan además un folleto conmemorativo de la doble celebración: Dos cartas. Publicadas en 18 de marzo de 1891, días de su enlace matrimonial. Un doble acto preñado de simbología laica y didáctica sobre las gestas del movimiento obrero internacional que impregnado de autodidaxia construye su propio calendario de celebraciones al margen de la sociedad establecida. El proyecto de autoconstrucción de nuevas celebraciones y de acontecimientos es una constante de las prácticas asociativas de los trabajadores industriales que luchan contra la despersonalización y el analfabetismo.
La escritora y publicista Federica Montseny redacta dentro del contexto revolucionario una obrita publicada por las oficinas de propaganda de la CNT-FAI bajo el título: La Commune, primera revolución consciente. La incorporación de las masas populares a la historia.
Con una agudeza impresionante, Montseny realiza aquí uno de sus mejores trabajos de introspección sobre el hecho revolucionario. Una introspección que pronto habrá de abandonar por su participación en el gobierno de Largo Caballero como ministra de Sanidad. A pesar de no tener el año de edición del opúsculo hemos de pensar que es de los primeros tiempos de la revolución. La virulencia verbal de las afirmaciones -comunes en los textos de Federica y también de su padre Joan Montseny- contrasta con su actuación política en el mismo periodo.
En todo el opúsculo se observan sus dotes de lectora atenta y conocedora del pasado, del contexto de la Revolución francesa y de la Comuna que acierta a comparar con la Revolución española: “Estalla la Revolución francesa, son decapitados los reyes, es destruido el poder feudal, es arrebatado el poder absoluto de manos de la monarquía, y se produce una revolución de tipo político que destruye para siempre la idea de Dios, vinculada a la soberanía de los reyes. Inmediatamente se hace la santa alianza de todas las monarquías contra la Revolución francesa, la misma santa alianza que se ha hecho hoy contra España y la Revolución española. Se unen los países, todos contra Francia”. El análisis agudo coincide con las primeras apreciaciones de los anarquistas que observan el autismo europeo ante la situación española y el desgaste progresivo de las conquistas revolucionarias que empiezan rápidamente a erosionarse a manos de las clases medias y de los partidos socialistas, comunistas y republicanos que se oponen a las colectivizaciones, los proyectos de municipalización de viviendas, de las escuelas o del salario único.
La idea, el municipalismo, es una constante en los escritos de la familia Montseny y ha sido puesta en práctica en la mayoría de municipios donde se implementan las premisas libertarias en julio de 1936. El poder municipal es ejercido cotidianamente en la gestión de los comités o de los ciudadanos desde la alcaldía y las consejerías. No en vano el comunismo libertario ha sido la opción aceptada por la mayoría anarcosindicalista en el último gran debate sindical. Una idea esbozada ya por el pedagogo Ferrer Guardia en La Huelga General a principios de siglo. Una idea ensayada ya en cooperativas de producción (ladrillerías, vidrierías, fábricas textiles o economatos y editoriales), es decir, trabajada y acariciada en prácticas alternativas al margen de los ensayos capitalistas y del control del Estado.
Montseny establece rápidamente el paralelismo entre España y la Francia de 1871: “Han pasado sesenta y seis años desde que la Commune, con sus Consejos comunales y sus asociaciones de productores organizados, fue vencida entre dos fuegos. Sesenta y seis años de lucha, en los que las ideas han ido germinando. No eran comunistas, porque no podían llamarse tal. Eran comunalistas. Aquel movimiento fue precisamente lo que ha sido siempre en España el movimiento federalista y libertario. Era el municipio con derechos de poder constituido, organizando la vida sobre el pacto o federación y el mutuo acuerdo. Si la idea de la Commune hubiera triunfado en Francia, se habría constituido el Gran Consejo Federal. Cada provincia, cada ciudad habría tenido Consejos comunales autónomos, con una Federación entre sí. Políticamente, estas eran las ideas de la Commune. Ideas arraigadas entre nosotros, vinculadas a nuestra propia vida, y esa es la interpretación que tienen nuestras comunas libres” (...) “después de sesenta y seis años rebrotan en España, porque estas ideas son completas, en el aspecto político. Se levantan sobre los derechos del hombre y del ciudadano. El hombre con derecho a la libertad, con derecho igual a la vida; el hombre pactando de acuerdo con los demás hombres. Y del hombre al Municipio, del Municipio a la Asociación de Municipios, a la Federación Universal. Ideas federalistas en el orden político, que representan la libertad humana, que la enlazan y la vinculan, resumiéndola en esta frase casi definitiva de Pi i Margall: «La libertad de uno, termina donde empieza la libertad del otro»”.
Si hemos hecho este pequeño inciso sobre el análisis de una periodista española sobre la Comuna en el contexto de 1936 es para verificar cómo el movimiento anarquista español aprende continuamente de la propia historia, cómo interactúa y reemprende constantemente el hilo de las viejas conquistas para avanzar de nuevo y cómo busca en el pasado nexos de formas de lucha ya ensayadas.
Por último, Federica Montseny rinde un pequeño homenaje a la Virgen Roja, a la menuda Louise Michel, pedagoga, poeta, escritora, petrolera y barricadista, conferenciante y activa luchadora, bajo el epígrafe: Dos figuras gloriosas de la Commune.
Se refiere, bajo este epígrafe a quien los anarquistas llaman: “un sabio justo y rebelde”, Élisée Reclus, que formaba parte de una familia de geógrafos y antropólogos anarquistas y el autor de la obra traducida por Anselmo Lorenzo para los alumnos de la Escuela Moderna: El hombre y la tierra uno de los libros más leídos y estimados del proletariado español que dio a conocer de forma racionalista el globo y sus maravillas y que formó a nuestros abuelos en el respeto y el amor a la naturaleza.
La otra gran figura descrita por Montseny, es Louise Michel: “Una joven institutriz ... mujer excelsa, nobilísima, que luchó como quién más luchara y que pronunció ante el Tribunal unas palabras solemnes que, por sí solas, bastarían para incorporarla a la historia. Por ser mujer y por ser hija, aunque ilegítima, de una familia noble, que trabajó constantemente para salvar su vida, los jueces querían ser clementes con ella, se habían comprometido a serlo, y la arrogancia de la revolucionaria le hizo decirles: «No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto con los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mi el honor de la muerte que habéis dado a los otros»…”
Según Montseny:
“Louise Michel sintetiza la Commune, todo lo que era como eflorescencia generosa, como manifestación espléndida de ideas superiores, de una nueva concepción de la sociedad y de la vida”.
POEMAS DE LOUISE MICHEL
Golondrina que vienes de la nube tormentosa,
golondrina fiel, dime, ¿a dónde vas?
¿Qué brisa te lleva, viajera errante?

Escucha, quisiera irme contigo.
Lejos de aquí, muy lejos de aquí, hacia inmensas orillas,
hacia grandes rocas desnudas, hacia playas y desiertos,
hacia lo desconocido silencioso, o hacia otros tiempos,
hacia los astros errantes que se deslizan en el cielo.

¡Ah! Déjame llorar, llorar, cuando con tus alas
acaricias la hierba verde y cuando a los profundos sonidos
de los bosques y de los vientos tu respondes
con tu voz ronca, dulce ave de los mares.

¡Golondrina, golondrina de los ojos negros, te amo!
No sé qué eco de costas lejanas me llega a través de ti.
Para vivir, ley suprema,
me hace falta, como a ti, el aire y la libertad.

CANTO DEL CAUTIVO
Aquí jamás se siente el frío;
 el bosque siempre su verdura ostenta,
 y desde el mar hasta el ramaje umbrío,
 llega la fresca brisa que lo alienta.
 Y es tal la paz, tan grande y permanente,
 que al zumbar del insecto interrumpe
 el rugir de la tormenta.

 A veces, cuando, envuelta en negro manto
 la sombra de la luz pasa la raya,
 se escucha el dulce y prolongado canto
 que las conchas entonan en la playa.

 En tanto que la flor en la espesura,
 unida por su amor al aura pura,
 constantemente va donde ésta vaya.

 Mirad cómo las olas hacia el cielo
 dirigen su rizada cabellera,
 y con marcha veloz y raudo vuelo
 cruza el profundo mar nave ligera.

 Y en la noche cubierta de esplendores
 brotan fosforescentes resplandores
 del seno de las ondas hacia afuera.

 Corre, ven a salvarnos, nave amiga;
 cambia de mala en buena nuestra suerte;
 aquí nos hiere y mata la fatiga,
 el presidio es más triste que la muerte.

 No nos falta la fe ni la constancia,
 y si un día volviésemos a Francia,
 sería por luchar con brazo fuerte.

 El fuego del combate nos inflama,
 la libertad al bueno presta ardor
 y la batalla a todos hoy nos llama
 a los desheredados el clamor...
 A la sombra la aurora ha confundido
 y un mundo surge de verdad y amor.

LOS CLAVELES ROJOS
(Dedicado a su compañero Théophile Ferré ,
ejecutado en noviembre de 1871)
Si voy al oscuro cementerio
hermano, tira sobre tu hermana,
como última esperanza,
claveles rojos en flor.

En los últimos tiempos del Imperio,
cuando el pueblo se despertaba,
clavel rojo, eso fue tu sonrisa
que nos dijo que todo renacía.

Hoy día, va a florecer en la sombra
negras y tristes prisiones.
Va a florecer cerca de la sombra cautiva,
y dile que lo mucho que la amamos.
dile que por lo rápido del tiempo
todo pertenece al futuro
que el vencedor en frente lívido
más que el vencido puede morir.
No se pueden matar las ideas a cañonazos, ni ponerles las esposas.

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