América Latina en
movimiento
04/10/2016
(Ponencia presentada
en el Encuentro Bolivariano Antiimperialista, XI aniversario de la creación del
Comando Estratégico Operacional --CEO-, Caracas, 27 septiembre 2016)
¿Cómo es el Nuevo Sistema Mundo? ¿Cuáles son sus principales características?
¿Qué dinámicas están determinando el funcionamiento real de nuestro planeta? ¿Qué
características dominarán en los próximos 15 años, de aquí a 2030?
Para tratar de describir
este Nuevo Sistema Mundo y prever su futuro inmediato, vamos a utilizar la brújula
de la geopolítica, una disciplina que nos permite comprender el juego general
de las potencias y evaluar los principales riesgos y peligros. Para anticipar,
como en un tablero de ajedrez, los movimientos de cada potencial adversario. ¿Qué
nos dice esa brújula?
EL DECLIVE DE
OCCIDENTE
La principal constatación es: el declive de Occidente. Por vez
primera desde el siglo XV, los países occidentales están perdiendo poderío
frente a la subida de las nuevas potencias emergentes. Empieza la fase final de
un ciclo de cinco siglos de dominación occidental del mundo. El liderazgo
internacional de Estados Unidos se ve amenazado hoy por el surgimiento de
nuevos polos de poderío (China, Rusia, India) a escala internacional. El "desclasamiento estratégico"
de Estados Unidos ha empezado. El "siglo
americano" parece llegar a su final, a la vez que va desvaneciéndose
el "sueño europeo"...
Aunque Estados Unidos
sigue siendo una de las principales potencias planetarias, está perdiendo su
hegemonía económica en favor de China. Y ya no ejercerá su ‘hegemonía militar solitaria’ como lo hizo desde el fin de la
guerra fría (1989). Vamos hacia un mundo multipolar en el que los nuevos
actores (China, Rusia, India) tienen vocación a constituir sólidos polos
regionales y a disputarle la supremacía internacional a Washington y a sus
aliados históricos (Reino Unido, Francia, Alemania, Japón).
En tercera línea aparecen
ahora una serie de potencias intermediarias, con demografías en alza y fuertes
tasas de crecimiento económico, llamadas a convertirse también en polos
hegemónicos regionales y con tendencia a transformarse, de aquí a 15 años, en
un grupo de influencia planetaria (Indonesia, Brasil, Vietnam, Turquía,
Nigeria, Etiopía).
Para tener una idea de la
importancia y de la rapidez del desclasamiento occidental que se avecina, baste
con señalar estas dos cifras: la parte de los países occidentales en la
economía mundial va a pasar del 56% hoy, a un 25% en 2030... O sea que, en
menos de quince años, Occidente perderá más de la mitad de su preponderancia
económica... Una de las principales consecuencias de esto es que EE UU y sus
aliados ya no tendrán los medios financieros para asumir el rol de gendarmes
del mundo... De tal modo que este cambio estructural podría lograr debilitar
durablemente a Occidente.
IMPARABLE EMERGENCIA
DE CHINA
El mundo pues se "desoccidentaliza"
y es cada vez más multipolar. Destaca, una vez más, el rol de China que emerge,
en principio, como la gran potencia en ciernes del siglo XXI. Aunque China se
halla lejos aún de representar un auténtico rival para Washington. Por una
parte, la estabilidad del Imperio del Medio no está garantizada porque
coexisten en su seno el capitalismo más salvaje y el comunismo más autoritario.
La tensión entre esas dos dinámicas causará, tarde o temprano, una quebradura
que podría debilitar su potencia.
De todos modos, hoy por
hoy, en 2016, los Estados Unidos siguen ejerciendo una indiscutible dominación
hegemónica sobre el planeta. Tanto en el dominio militar (fundamental) como en
varios otros sectores cada vez más determinantes: en particular, el tecnológico
(Internet) y el soft power (cultura de masas). Lo cual no significa
que China no haya realizado prodigiosos avances en los últimos treinta años.
Nunca en la historia, ningún país creció tanto en tan poco tiempo.
Por el momento, mientras
declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de China es imparable. Ya es
la segunda potencia económica del mundo (delante de Japón y Alemania).
Para Washington, Asia es
ahora la zona prioritaria desde que el presidente Obama decidió la
reorientación estratégica de su política exterior. Estados Unidos trata de
frenar allí la expansión de China cercándola con bases militares y apoyándose
en sus socios locales tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas.
Es significativo que el primer viaje de Barack Obama, después de su reelección
en 2012, haya sido a Birmania, Camboya y Tailandia, tres Estados de la
Asociación de naciones de Asia del Sureste (ASEAN), una organización que reúne
a los aliados de Washington en la región, la mayoría de cuyos miembros tienen
problemas de límites marítimos con Pekín.
Los mares de China se han
convertido en las zonas de mayor potencial de conflicto armado del área
Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín con Tokio, a propósito de la soberanía de
las islas Senkaku (Diaoyú para los chinos). Y también la disputa con Vietnam y
Filipinas sobre la propiedad de las islas Spratly está subiendo peligrosamente
de tono. China está modernizando a toda marcha su armada. En 2012, lanzó su
primer portaaviones, el Liaoning, y está construyendo un segundo, con la
intención de intimidar a Washington. Pekín soporta cada vez menos la presencia
militar de Estados Unidos en Asia. Entre estos dos gigantes, se está instalando
una peligrosa «desconfianza estratégica»
que, sin lugar a dudas, podría marcar la política internacional en esta región
de aquí a 2030.
EL TERRORISMO
YIHADISTA
Otra de las amenazas globales que nos indica nuestra brújula
es el terrorismo yihadista practicado ayer por Al Qaeda y hoy por la Organización
Estado Islámico o Daesh (ISIS, en inglés). Las principales causas
de ese terrorismo yihadista actual hay que buscarlas en los desastrosos errores
y los crímenes cometidos por las potencias que invadieron Irak en 2003. Además de
los disparates de las intervenciones en Libia (2011) y en Siria (2014).
En Oriente Próximo se
sigue situando el actual foco perturbador del mundo. En particular en torno a
la inextricable guerra civil en Siria. Lo que está claro es que, en ese país,
las grandes potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aliadas
a los Estados que más difunden por el mundo una concepción arcaica y retrógrada
del islam (Arabia Saudita, Qatar y Turquía), decidieron apoyar (con dinero,
armas e instructores) a la insurgencia islamista sunní. Estados Unidos
constituyó en esa región un amplio «eje
sunní» con el objetivo de derrocar a Bachar El Asad y despojar así a
Teherán de un gran aliado regional. Pero el gobierno de Bachar El Asad, con el
apoyo de Rusia e Irán, ha resistido y sigue consolidándose. El resultado de
tantos errores es el terrorismo yihadista actual que multiplica los atentados
odiosos contra civiles inocentes en Europa y Estados Unidos.
Algunas capitales
occidentales siguen pensando que la potencia militar masiva es suficiente derrotar
al terrorismo. Pero, en la historia militar, abundan los ejemplos de grandes
potencias incapaces de derrotar a adversarios más débiles. Basta recordar los
fracasos norteamericanos en Vietnam en 1975, o en Somalia en 1994. En un
combate asimétrico, aquél que puede más, no necesariamente gana. El historiador
Eric Hobsbawn nos recuerda que «en
Irlanda del Norte, durante cerca de treinta años, el poder británico se mostró
incapaz de derrotar a un ejército tan minúsculo como el del IRA; ciertamente el
IRA no tuvo la ventaja, pero tampoco fue vencido».
Los conflictos de nuevo
tipo, cuando el fuerte enfrenta al débil o al loco, son más fáciles de comenzar
que de terminar. Y el empleo masivo de medios militares pesados no permite
necesariamente alcanzar los objetivos buscados.
La lucha contra el
terrorismo también está autorizando, en materia de gobernación y de política
interior, todas las medidas autoritarias y todos los excesos, incluso una
versión moderna del «autoritarismo
democrático» que toma como blanco, más allá de las organizaciones
terroristas en sí mismas, a todos los insumisos y protestatarios que se oponen
a las políticas globalizadoras y neoliberales.
HAY CRISIS PARA
LARGO...
Otra constatación importante: los países ricos siguen
padeciendo las consecuencias del terremoto económico-financiero que fue la
crisis del 2008. Por primera vez, la Unión Europea, (y el «Brexit» lo confirma), ve amenazada su cohesión y hasta su
existencia. En Europa, la crisis económica durará al menos un decenio más, es
decir hasta por lo menos 2025...
Decimos que hay crisis, en
cualquier sector, cuando algún mecanismo deja de pronto de actuar, empieza a
ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el conjunto de la maquinaria
siga funcionando. Es lo que está ocurriendo en la economía mundial desde que
estalló la crisis de las sub-primes
en 2007-2008.
Las repercusiones sociales
de ese cataclismo económico han sido de una brutalidad inédita: 23 millones de
desempleados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres… Los jóvenes en
particular son las víctimas principales; generaciones sin futuro. Pero las
clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de
crecimiento las abandona al borde del camino.
La velocidad de la
economía financiera es hoy la del relámpago, mientras que la velocidad de la
política, por comparación, es la del caracol. Resulta cada vez más difícil
conciliar tiempo económico y tiempo político. Y también crisis globales y
gobiernos nacionales. Todo esto provoca, en los ciudadanos, frustración y
angustia.
La crisis global produce
perdedores y ganadores. Los ganadores se encuentran, esencialmente, en Asia y
en los países emergentes, que no tienen una visión tan pesimista de la
situación como la de los europeos. También hay muchos «ganadores» en el interior mismo de los países occidentales cuyas
sociedades se hallan fracturadas por las desigualdades entre ricos cada vez más
ricos y pobres cada vez más pobres.
En realidad, no estamos
soportando una crisis, sino un haz de crisis, una suma de crisis mezcladas tan íntimamente
unas con otras que no conseguimos distinguir entre causas y efectos. Porque los
efectos de unas son las causas de otras, y así hasta formar un verdadero
sistema. O sea, enfrentamos una auténtica crisis sistémica del mundo occidental
que afecta a la tecnología, la economía, el comercio, la política, la
democracia, la identidad, la guerra, el clima, el medio ambiente, la cultura,
los valores, la familia, la educación, la juventud, etc.
Desde el punto de vista
antropológico, estas crisis se están traduciendo por un aumento del miedo y del
resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven
los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del
empleo, los electrochoques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes
naturales, la inseguridad generalizada... Todo ello constituye un desafío para
las democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en repudio.
En varios países europeos, y también en Estados Unidos, ese odio se dirige hoy
contra el extranjero, el inmigrante, el refugiado, el diferente. Está subiendo
el rechazo hacia todos los "otros"
(musulmanes, latinos, gitanos, subsaharianos, "sin papeles", etc.) y crecen los partidos xenófobos y de
extrema derecha.
DECEPCIÓN Y DESENCANTO
Hay que entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de
la que aún no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos
están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha
perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las
raíces. En Europa, por ejemplo, los grandes partidos tradicionales están en
crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha
(en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y
anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente
transformado.
Ese fenómeno ha llegado a
Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora,
encarnada entonces por el Tea Party.
La irrupción del multimillonario Donald Trump en la carrera por la Casa Blanca
prolonga aquello y constituye una revolución
electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias,
la vieja bicefalia entre demócratas y
republicanos, la ascensión de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye
un verdadero seísmo. Su estilo
directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los
bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, le ha conferido un carácter
de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la
derecha.
A ese respecto, el
candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la «rebelión de las bases». Mejor que
nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas,
económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado
conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-burocracia de
Washington, anti-medios y anti-Wall Street seduce, en particular, a los
electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la
globalización económica.
SEÍSMOS Y MÁS SEÍSMOS
A este respecto podríamos decir que otra gran característica
del Nuevo Sistema Mundo son los seísmos.
Seísmos financieros, monetarios,
bursátiles, seísmos climáticos, seísmos energéticos, seísmos tecnológicos, seísmos sociales, seísmos geopolíticos como el restablecimiento de relaciones entre
Cuba y Estados Unidos, o, en otro sentido, el reciente golpe de Estado institucional en Brasil contra la presidenta Dilma Rousseff...
Seísmos electorales como la reciente
victoria del «no» en Colombia a los
Acuerdos de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC; o el
reciente «Brexit» en el Reino Unido,
o el éxito de la extrema derecha en Austria, o la derrota de Ángela Merkel en
varias elecciones parciales en Alemania. O el enorme seísmo que podría constituir efectivamente la eventual victoria
electoral de Donald Trump en Estados Unidos.
Acontecimientos
imprevistos irrumpen con fuerza sin que nadie, o casi nadie, los haya visto
venir. Hay una falta de visibilidad general. Si gobernar es prever, vivimos una
evidente crisis de gobernanza general. En muchos países, el Estado que protegía
a los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia representativa:
"¡No nos representan!",
decían los "indignados". La
gente reclama que la autoridad política vuelva a asumir su rol conductor de la
sociedad. Se insiste en la necesidad de reinventar la política y de que el
poder político le ponga coto al poder económico y financiero de los mercados.
INTERNET, EL
CIBER-ESPIONAJE Y LA CIBER-DEFENSA
El Nuevo Sistema Mundo también se caracteriza por la
multiplicidad de rupturas estratégicas cuyo significado a veces no
comprendemos. Hoy, Internet es el vector de la mayoría de los cambios. Casi
todas las crisis recientes tienen alguna relación con las nuevas tecnologías de
la comunicación y de la información, con la desmaterialización y la
digitalización generalizadas, y con la explosión inaudita de las redes sociales.
Más que una tecnología, Internet es pues un actor fundamental de las crisis.
Basta con recordar el rol de WikiLeaks, Facebook, Twitter y las demás redes
sociales en la aceleración de la información y de la conectividad social a
través del mundo.
De aquí a 2030, en el
Nuevo Sistema Mundo, algunas de las mayores colectividades del planeta ya no
serán países sino comunidades congregadas y vinculadas entre sí por Internet y
las redes sociales. Por ejemplo, ‘Facebooklandia’:
más de mil millones de usuarios... O ‘Twitterlandia’,
más de 800 millones... Cuya influencia, en el juego de tronos de la geopolítica mundial, podría revelarse
decisivo. Hoy, las estructuras de poder se difuminan gracias al acceso
universal a la Red y el uso de nuevas herramientas digitales.
Por otra parte, por las
estrechas complicidades que algunas grandes potencias han entablado con las
grandes empresas privadas que dominan las industrias de la informática y de las
telecomunicaciones, la capacidad en materia de espionaje de masas ha crecido
también de forma exponencial. Las megaempresas, como Google, Apple, Microsoft,
Amazon y más recientemente Facebook han establecido estrechos lazos con el
aparato del Estado en Washington, especialmente con los responsables de la
política exterior. Esta relación se ha convertido en una evidencia. Comparten
las mismas ideas políticas y tienen idéntica visión del mundo. En última
instancia, los estrechos vínculos y la visión común del mundo, por ejemplo, de
Google y la Administración estadounidense están al servicio de los objetivos de
la política exterior de los Estados Unidos.
Esta alianza sin
precedentes –Estado+aparato militar de
seguridad+industrias gigantes de la Web- ha creado un verdadero imperio de
la vigilancia cuyo objetivo claro y concreto es poner Internet bajo escucha,
todo Internet y a todos los internautas, como lo denunciaron Julian Assange y
Edward Snowden.
El ciberespacio se ha
convertido en una especie de quinto
elemento. El filósofo griego Empédocles sostenía que nuestro mundo estaba
formado por una combinación de cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego.
Pero el surgimiento de Internet, con su misterioso “interespacio” superpuesto al nuestro, formado por miles de
millones de intercambios digitales de todo tipo, por su roaming, su streaming y
su clouding, ha engendrado un nuevo
universo, en cierto modo cuántico, que viene a completar la realidad de nuestro
mundo contemporáneo como si fuera un auténtico quinto elemento.
En este sentido, hay que
señalar que cada uno de los cuatro elementos tradicionales constituye,
históricamente, un campo de batalla, un lugar de confrontación. Y que los
Estados han tenido que desarrollar componentes específicos de las fuerzas
armadas para cada uno de estos elementos: para la tierra: el ejército de Tierra;
para el aire, el ejército del Aire; para el agua, la Armada; y, con carácter
más singular, para el furgo: los bomberos o “guerreros
del fuego”. De manera natural, desde el desarrollo de la aviación militar
en 1914-1918, todas las grandes potencias están añadiendo hoy, a los tres
ejércitos tradicionales y a los combatientes del fuego, un nuevo ejército cuyo
ecosistema es el quinto elemento: el ciberejército, encargado de la ciberdefensa, que tiene sus propias
estructuras orgánicas, su Estado mayor, sus cibersoldados
y sus propias armas: superordenadores
preparados para defender las ciberfronteras
y llevar a cabo la ciberguerra
digital en el ámbito de Internet.
UNA MUTACIÓN DEL
CAPITALISMO: LA ECONOMÍA COLABORATIVA
Treinta años después de la expansión masiva de la Web, los
hábitos de consumo también están cambiando. Se impone poco a poco la idea de
que la opción más inteligente hoy es usar algo en común, y no forzosamente
comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco una economía basada en la
sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición entre los
productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el
intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea
una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante
nuestros ojos, una nueva mutación.
Es un movimiento
irresistible. Miles de plataformas digitales de intercambio de productos y
servicios se están expandiendo a toda velocidad. La cantidad de bienes y
servicios que pueden alquilarse o intercambiarse mediante plataformas online,
ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es ya literalmente infinita.
A nivel planetario, esta
economía colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con
algunos ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta
a pasajeros con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68.000
millones de dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online de alojamientos para particulares
surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a más de 40 millones de viajeros,
vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni una sola habitación) más de 30.000
millones de dólares, o sea más que los grandes grupos Hilton, Marriott o Hyatt.
A este respecto, otro
rasgo fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que la base de la
sociedad de consumo–, es el sentido de la propiedad, el deseo de posesión.
Adquirir, comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor traducían la
ambición esencial de una época en la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (viviendas, coches, neveras,
televisores, muebles, ropa, relojes, libros, cuadros, teléfonos, etc.)
constituía para muchas personas la principal razón de la existencia. Parecía
que, desde el alba de los tiempos, el sentido materialista de posesión era
inherente al ser humano.
La economía colaborativa constituye pues un modelo económico basado en
el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de
plataformas digitales. Se inspira de las utopías del compartir y de valores no
mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del espíritu de
gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es: “lo mío es tuyo”, o sea compartir en vez
de poseer. Y el concepto básico es el trueque.
Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese
sector son: Uber, Airbnb, Netflix, Blabacar, etc.
Muchos indicios nos
conducen a pensar que estamos asistiendo al ocaso de la 2ª revolución
industrial, basada en el uso masivo de energías fósiles y en unas
telecomunicaciones centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga, como
ya dijimos, al sistema capitalista a mutar.
Por otra parte, en un
contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal
para la sobrevivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los
peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo
globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece soluciones menos
agresivas para el planeta.
En un momento como el
actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites
políticas, financieras, mediáticas y bancarias, la economía colaborativa parece
aportar respuestas a muchos ciudadanos en busca de sentido y de ética
responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios
todos que, en otros momentos, fueron argamasa de teorías comunitarias y de
ambiciones socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo
rostro de un capitalismo mutante
deseoso de alejarse del salvajismo despiadado de su reciente periodo
ultraliberal.
Nuestra brújula también
nos señala la aparición de tensiones entre los ciudadanos y algunos gobiernos
en unas dinámicas que varios sociólogos califican de ‘post-políticas’ o ‘post-democráticas’...
Por un lado, la generalización del acceso a Internet y la universalización del
uso de las nuevas tecnologías están permitiendo a la ciudadanía alcanzar altas
cuotas de libertad y desafiar a sus representantes políticos (como durante la
crisis de los «indignados»). Pero, a
la vez, estas mismas herramientas electrónicas proporcionan a los gobiernos,
como ya vimos, una capacidad sin precedentes para vigilar a sus ciudadanos.
AMENAZAS NO MILITARES
“La tecnología –señala un reciente
informe de la CIA- continuará siendo el
gran nivelador, y los futuros magnates de Internet, como podría ser el caso de
los de Google y Facebook, poseen montañas enteras de bases de datos, y manejan
en tiempo real mucha más información que cualquier gobierno”. Por eso, la
CIA recomienda a la administración de EE.UU. que haga frente a esa amenaza
eventual de las grandes corporaciones de Internet activando el Special
Collection Service, un servicio de inteligencia ultrasecreto -administrado
conjuntamente por la NSA (National
Security Service) y el SCE (Service
Cryptologic Elements) de las Fuerzas Armadas- especializado en la captación
clandestina de informaciones de origen electromagnético. El peligro de que un
grupo de empresas privadas controle toda esa masa de datos reside,
principalmente, en que podría condicionar el comportamiento a gran escala de la
población mundial e incluso de las entidades gubernamentales. También se teme
que el terrorismo yihadista sea sustituido por un ciberterrorismo aún más
sobrecogedor.
La CIA toma tanto más en
serio este nuevo tipo de amenazas que, finalmente, el declive de Estados Unidos
no ha sido provocado por una causa exterior sino por una crisis interior: la
quiebra económica acaecida a partir de 2007-2008. El informe insiste en que la
geopolítica de hoy debe interesarse por nuevos fenómenos que no poseen
forzosamente un carácter militar. Pues, aunque las amenazas militares no han
desaparecido, algunos de los peligros principales que corren hoy nuestras
sociedades son de orden no-militar: cambio climático, mutación tecnológica,
conflictos económicos, crimen organizado, guerras electrónicas, agotamiento de
los recursos naturales...
Sobre este último aspecto,
es importante saber que uno de los recursos que más aceleradamente se está
agotando es el agua dulce. En 2030, el 60% de la población mundial tendrá
problemas de abastecimiento de agua, dando lugar a la aparición de “conflictos hídricos”... En cuanto al
fin de los hidrocarburos en cambio, gracias a las nuevas técnicas de
fracturación hidráulica, la explotación del petróleo y del gas de esquisto está
alcanzado niveles excepcionales. Ya Estados Unidos es casi autosuficiente en
gas, y en 2030 podría serlo en petróleo, lo cual tiende a abaratar sus costes
de producción manufacturera y exhorta a la relocalización de sus industrias.
Pero si EE.UU. –principal importador actual de hidrocarburos- deja de importar petróleo,
es de prever que los precios del barril se reducirán. ¿Cuáles serán entonces
las consecuencias para los grandes países exportadores?
HACIA EL TRIUNFO DE
LAS CIUDADES Y DE LAS CLASES MEDIAS
En el mundo hacia el que vamos, el 60% de las personas
vivirán, por primera vez en la historia de la humanidad, en las ciudades. Y,
como consecuencia de la reducción acelerada de la pobreza, las clases medias
serán dominantes y triplicarán, pasando de los 1.000 a los 3.000 millones de
personas. Esto, que, en sí, es una revolución colosal, acarreará como secuela,
entre otros efectos, un cambio general en los hábitos culinarios y, en
particular, un aumento del consumo de carne a escala planetaria. Lo cual
agravará la crisis medioambiental.
En 2030, los habitantes
del planeta seremos 8,500 millones pero el aumento demográfico cesará en todos
los continentes menos en África, con el consiguiente envejecimiento general de
la población mundial. En cambio, el vínculo entre el ser humano y las
tecnologías protésicas acelerará la puesta a punto de nuevas generaciones de
robots y la aparición de “superhombres”
capaces de proezas físicas e intelectuales inéditas.
El futuro es muy pocas
veces predecible. No por ello hay que dejar de imaginarlo en términos de
prospectiva. Preparándonos para actuar ante diversas circunstancias posibles,
de las cuales una sola se producirá. A este respecto, la geopolítica es una
herramienta extremadamente útil. Nos ayuda a tomar conciencia de las rápidas
evoluciones en curso y a reflexionar sobre la posibilidad, para cada uno de
nosotros, de intervenir y fijar el rumbo. Para tratar de construir un futuro
más justo, más ecológico, menos desigual y más solidario.
(*) Ignacio Ramonet: Doctor en Semiología.
Profesor Emérito de la Universidad de París. Director de Le Monde Diplomatique en español. Autor de: El Imperio de la vigilancia (Clave Intelectual, Madrid, 2016).
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