Entrevista a
Raúl Zibechi en torno a la avanzada de las derechas en algunos países de
América Latina
Por Julia Giuliani, CTA
Río Cuarto
Fuente: Secretaria de
Comunicación y Difusión de la CTA Río Cuarto
17 de agosto de 2016
Ante la avanzada de las derechas nacionales en algunos países
de América Latina, la intromisión de los Estados Unidos en los asuntos internos
y la clara falta de respuestas concretas al pueblo por parte de gobiernos “progresistas”, el periodista y pensador
uruguayo, Raúl Zibechi nos ayuda a retomar el concepto de Estrategias y de
consolidar el trabajo de base en lo territorial.
-Claramente el mapa de Latinoamérica y sus gobiernos está
cambiando, ¿cómo ves esta configuración?
– Lo que se alcanza a ver es que el modelo progresista se
agotó, en un punto central: El fin del ciclo de precios altos de las
commodities que permitió mejorar la situación de los sectores populares
(integración a través del consumo), impone un viraje a los gobiernos. O tocan
los intereses de los poderosos o se ven forzados a implementar un ajuste como
hacían los gobiernos neoliberales. Como sabemos, el gobierno de Dilma Rousseff
hizo la segunda opción, al igual que el gobierno uruguayo y, parcialmente, el
de Cristina Fernández. El caso de Venezuela es diferente y se relaciona más con
una pésima gestión del gobierno de Nicolás Maduro.
Es evidente que hay una
fuerte ofensiva del capital financiero internacional, de los Estados Unidos y
de otros gobiernos, y por supuesto de las derechas locales. Pero si no hubiera
ese fin del ciclo de las commodities, estos factores tendrían un peso mucho
menor. Hay que explicar por qué Dilma tuvo un 8% de popularidad durante el año
y medio que gobernó. Y hay que explicar por qué los argentinos votan a un tipo
como Macri, sabiendo perfectamente lo que haría en caso de llegar a la
presidencia.
-¿Qué opinión te merecen las medidas tomadas por Macri en
estos siete meses en Argentina?
– Creo que está creando las condiciones para un levantamiento
popular como los que hubo en varias década en el siglo XX en la Argentina,
desde la Semana Roja hasta el 19 y 20 de diciembre de 2001. Mi impresión es
doble. Por un lado, hay una ofensiva muy fuerte contra sectores de trabajadores
y de clases medias que se beneficiaron durante la década kirchnerista, algo que
es muy visible en el ajuste de las tarifas. Si no me equivoco, esta ofensiva no
es contra todo el campo popular sino diferenciada, porque es probable que
intenten mantener ciertos beneficios que tienen los más pobres, porque en vista
de la experiencia anterior no pueden permitirse que piquete y cacerola vuelvan
a coincidir en sus protestas, o sea sectores medios y sectores empobrecidos.
Pero no debemos contar con
que el gobierno actúa de modo inteligente. Creo que aún es pronto para saber si
hay una estrategia detrás de estas medidas, más allá de lo que tienen de ajuste
de la economía y del presupuesto. Porque también es visible que trabajan muy
mediáticamente, pensando en la imagen, en lo que saldrá en los medios, como
actúan los CEO empresariales. Mi impresión es que es un gobierno débil, aunque
tome medidas fuertes y parezca por momentos muy decidido.
-¿Considerás que es necesaria la autocrítica por parte de las
izquierdas? ya que esta nueva configuración que comienza a volcarse hacia la
derecha también es consecuencia de la corrupción, la falta de soluciones, etc.
de estos gobiernos progresistas.
– Creo que con autocrítica no alcanza. Hay algo mucho más de
fondo que hay que repensar y son las estrategias de largo plazo, porque la
impresión que tengo es que no hay estrategias ni hipótesis fuertes sobre cómo
sería un cambio en nuestras sociedades. La opción electoral es algo que viene
dado, no la veo como algo elegido. Entonces vemos que hubo una fuerte
oscilación entre una tendencia digamos insurreccionalista, ligada al 19 y 20 de
diciembre de 2001, y luego una deriva electoral muy posibilista, pero sin un
debate serio sobre estrategias.
Por ejemplo, ¿qué sentido
tiene hacerse con el gobierno sin proyecto estratégico, sin posibilidad de
controlar los principales resortes de la economía y los grandes medios?, por
ejemplo. En segundo lugar, ¿a qué tipo de sociedad le apostamos? El llamado
socialismo del Siglo XXI reproduce el centralismo estatal de la era soviética,
aunque no consiga implementarlo cabalmente, la impresión es que repite el
modelo del socialismo real pero empobrecido porque no hay organismos de poder
popular autónomos, como en algún momento fueron los soviets. Entonces creo que
no alcanza con un balance de lo que se hizo mal y bien, sino algo diferente,
una recuperación del concepto fuerte de estrategia.
-¿Qué apreciación te merece la realidad venezolana, el rol de
los medios y el papel que los Estados Unidos juega en su rumbo?
– Sin duda Estados Unidos juega el papel desestabilizador más
importante. Los medios están subordinados a esa estrategia desestabilizadora.
Pero hay que ir más a fondo. Para los estrategas yanquis el Caribe es un mar
cerrado bajo su dominio y eso incluye además Centroamérica, Colombia y
Venezuela. En esa región no se admiten disidencias, ni grandes ni pequeñas como
lo demuestra la historia del Siglo XX donde no sólo se agredió a Cuba y la
Nicaragua sandinista sino todo intento de independencia de la superpotencia.
Venezuela es la mayor reserva petrolera del mundo y eso no es algo que el
imperio vaya a dejar librado a la voluntad de los venezolanos. Claro que el proceso
bolivariano le dejó servido en bandeja la desestabilización al imperio, por la
pésima gestión estatal, de la propia PDVSA cuya producción está estancada,
además de la brutal corrupción y el manejo inadecuado de las empresas
estatales.
-¿Con respecto a Bolivia, cómo ves el actual panorama en la
relación entre los movimientos sociales y el gobierno de Evo Morales?
-En la última década Bolivia ha registrado un desempeño
económico notable. Como en toda la región se basó en la exportación de materias
primas y ese es el punto débil del progresismo. La peculiaridad de Bolivia es
que el gobierno y los movimientos tuvieron una ruptura en torno a la
construcción de una carretera que iba a pasar por un parque nacional y
territorio indígena, conocido como TPINIS. A partir de ese divorcio se producen
una creciente distancia entre ambos que sigue su curso y ahora el gobierno
cometió un error grave: someter a referendo una nueva reelección de Evo cuando
nadie lo estaba pidiendo. Para la mitad del país suena un poco exagerado que un
presidente pretenda estar 20 o 25 años en el gobierno. No puede creerse que no
haya recambios y la derrota en el referendo fue mal leída por el gobierno que
viene perdiendo en lo que fueron sus bastiones, como El Alto.
-Es fundamental reagrupar y rearmar el campo popular… ¿ves
como una alternativa real que este pase de la calle y el reclamo a una
propuesta electoral, heterogénea y plural que rompa los bipartidismos?
– Es importante recuperar la calle, volver a tomar la
ofensiva. La unidad orgánica no la veo como una necesidad imperiosa, aunque la
coordinación de las luchas es imprescindible. Hoy lo que estamos viendo es lo
primero, la movilización. Luego veremos hacia dónde quiere ir la gente. Lo que
no comparto es que la gente lucha para luego votar. ¿A quién? ¿Para que vuelva
Cristina? ¿Para que gane una opción un poco más a la izquierda? ¿Para seguir
cultivando soja?
Miramos la última década y
pensemos que se dilapidó mucha, pero mucha fuerza por meternos en las
instituciones, por apostarle todo a una elección desarmando lo que hay en los
barrios y pueblos. Si me dicen vamos a las elecciones, te digo, bueno pero
primero vamos a discutir una estrategia, un camino real y posible para cambiar
el país no para poner parches.
-El caso de Brasil es un claro ejemplo de que la derecha
vuelve al ruedo con los golpes de Estado, con las posibilidades de dejar
truncas experiencias progresistas…. ¿cómo analizás las denuncias contra Dilma y
la alta imagen positiva de Lula?
– Son cosas diferentes. No creo que haya habido un golpe de
Estado. Esto es otra cosa, quizá mucho más perniciosa. Pero un golpe es la
interrupción violenta de la legalidad y acá no hubo nada de eso. Lo que hay son
mecanismos destituyentes legales aunque no legítimos. Pero esa es la forma. El
fondo es que se fraguó una alianza entre la burguesía brasileña y la mundial,
las clases medias urbanas y el empresariado en general, contra el gobierno del
PT. ¿Por qué? Porque es en ese momento cuando la mayoría de los llamados
golpistas habían gobernado junto a Lula y Dilma.
El relato de ellos es que
Dilma gobernó mal porque rompió los puentes con el empresariado y el sector
financiero, afectó sus intereses, y así. Pero eso no resiste el menor análisis.
En mi opinión, lo que hubo es el comienzo de un desborde de abajo, popular,
negro, juvenil, de las favelas incluso. Eso fue junio de 2013, 20 millones de
personas durante tres semanas en las calles (!!!), en 353 ciudades de Brasil.
Algo nunca visto. Luego la huelga de los recogedores de basura de Río de
Janeiro que ganan por goleada, son negros y pobres en su mayoría. Luego los
jóvenes que ocupan los shoppings bailando y desafiando (rolezinhos les llaman), la respuesta de las favelas a los
asesinatos de la policía, y así.
Lo que sucedió es que el PT
ya no pudo controlar a los de abajo y arreció la lucha de clases. En 2013 hubo
2.050 huelgas, récord histórico, y fueron de las camadas más bajas de la clase
obrera, servicios mal pagos y frigoríficos. Este año hubo más de 500 colegios
ocupados por estudiantes y profesores. O sea, el 1% de los más ricos decidió
que ya no va más, que esto es el colmo. En fin, la lucha de clases es la que
manda y ante eso el PT no estuvo a la altura.
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