Colaboración
Por Sian Cowman
Traducido al español por
Leny Olivera
Este artículo fue
publicado primero en inglés en New Internationalist
Agencia SubVersiones
/12 mayo, 2016/
Máxima Acuña, una mujer campesina de la sierra del norte del
Perú, recientemente fue galardonada con el Premio Medioambiental Goldman 2016
por su resistencia contra el consorcio minero Yanacocha en Cajamarca, Perú.
La gente del lugar se ha
quejado durante años por el agua contaminada y la desaparición de los peces en
los ríos, lagos y arroyos. Reinhard Seifert, un ingeniero ambiental que pasó
años investigando los efectos de la mina Yanacocha en la calidad del agua de la
zona encontró rastros de plomo, arsénico, cianuro y mercurio en el agua
potable, lo cual está relacionado con el aumento de las tasas de cáncer gastrointestinal
entre los residentes de Cajamarca.
La historia de
resistencia de una mujer
El 2011, Yanacocha compró tierras en Cajamarca con el fin de
ampliar sus operaciones en una nueva mina, Conga. Yanacocha reclama la
propiedad legal de la tierra de Máxima, mientras ella dice que nunca vendió
ninguna de sus tierras a la empresa, y los títulos de propiedad llevan su
nombre.
Citada en 2012, Máxima
dijo: «soy pobre y analfabeta, pero sé
que nuestra laguna y las montañas son nuestro verdadero tesoro. ¿Estamos
dispuestos a sacrificar nuestra agua y nuestra tierra para que la gente de
Yanacocha pueda tomar el oro y llevarlo a su país? ¿Se supone que tendríamos
que sentarnos en silencio y dejar que ellos envenenen nuestra tierra y agua?».
Máxima con su
Premio Goldman, 2016. Foto: Goldman Environmental Prize.
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La mina Conga tenía planes
para secar hasta cuatro lagos, entre ellos el lago que la tierra de Máxima
bordea. Se convirtió en el conflicto ambiental de más alto perfil en Perú,
entre un estimado de 200 conflictos en el año 2012, con varias muertes de
comuneros en manos de la policía.
El 2012, Yanacocha demandó
a Máxima y su familia por la presunta ocupación ilegal de su tierra, y el
tribunal falló a favor de Yanacocha. El juez condenó a cuatro miembros de la
familia a sentencias de prisión suspendida, que luego fueron revocadas en
diciembre de 2014, con un veredicto que mostró la victoria de Máxima contra la
afirmación de Yanacocha en relación a su tierra.
La familia ya había
sufrido varios intentos de desalojo y violencia física en su propiedad, y
después del veredicto de 2014, las cosas se fueron intensificando. En febrero del
2015, agentes de la división de operaciones especiales de la policía peruana y
las fuerzas de seguridad privada destruyeron partes de la casa de Máxima que
estaba en construcción. Un año más tarde, la familia seguía sufriendo
intimidación: en febrero de 2016, las fuerzas de seguridad nuevamente
irrumpieron en la casa de Máxima, esta vez para destruir su cosecha de papas y
todavía sufre hostigamiento.
Pero desde entonces, la
compañía dijo: «No anticipamos el
desarrollo de Conga para el futuro previsible», una declaración que ha sido
aclamada como una victoria de Máxima y los que resisten a Conga.
Una parte de
la mina Yanacocha, 2013. Foto: Golda Fuentes. Licencia CC BY 2.0.
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¿Qué significa el
extractivismo en América Latina?
Por desgracia, la historia de Cajamarca no es la única. La
actividad minera con minerales como el oro, la plata y el cobre, es común en
todo el continente –América Latina encabeza la lista global en exploración
minera, y en 2014 tuvo uno de los mayores porcentajes globales de presupuesto
total en exploración, en más de un 26%. La extracción de combustibles fósiles
muestra un panorama similar. El 2011, la Organización Latinoamericana de
Energía dio a conocer cifras que colocan a América Latina como la región con la
segunda mayor reserva de petróleo después de Oriente Medio, con un 20% de las
reservas mundiales.
En el contexto
latinoamericano este tipo de minería y explotación de combustibles fósiles se
conoce como extractivismo. Es la base de muchas economías neoliberales de
América Latina como en Perú y Colombia. En países como Ecuador y Bolivia, se
conoce como neo-extractivismo –cuando los impuestos gubernamentales de las
actividades extractivas se invierten en programas de salud y educación.
Pero el significado de
extractivismo no se trata sólo de la extracción: se trata también de las
condiciones en las que la extracción se lleva a cabo, y bajo qué intereses. En
América Latina, las condiciones están a menudo situados dentro de un contexto
rural y/o indígena. Esto significa que las comunidades en estas zonas viven
principalmente de la tierra y están sujetos a las fuerzas de la naturaleza para
acceder al agua y hacer crecer los cultivos, fuerzas de la naturaleza que se
distorsionan por las actividades extractivas y se agudizan aún más por los
efectos del cambio climático.
Una
movilización contra Conga, 2014. Foto: Davich Mattioli. Licencia CC BY-NC 2.0.
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¿Por qué el
extractivismo afecta más a las mujeres?
Debido a los roles de género asignados socialmente, las
mujeres suelen ser las principales cuidadoras de la familia, responsables de
producir o proveer alimentos. Y de ese modo, cuando el agua está contaminada
y/o escasa, las mujeres sienten más los impactos negativos. La Declaración de
2014 del Encuentro de Mujeres contra el extractivismo y el Cambio Climático en Ecuador,
dice que «los impactos de las actividades
extractivas alteran el ciclo de reproducción de la vida, cuya regeneración
recae sobre las espaldas de las mujeres». La alteración de los ciclos
naturales, tales como la contaminación del agua cerca de la mina Yanacocha, se
traduce en más trabajo en la vida de las mujeres.
Los impactos del
extractivismo en las mujeres no sólo incluyen una mayor carga en el trabajo que
realizan, proporcionando alimentos y agua a sus familias, sino que penetran
profundamente en el tejido social de las comunidades. En el encuentro de
extractivismo en Ecuador en 2014, las mujeres dieron su testimonio:
«Las empresas petroleras y mineras cuando llegan a los
territorios causan grandes problemas, rompen el tejido comunitario y lo reemplazan
con conflictos en las familias, la división de comunidades, la confrontación
entre unos u otros».
En estas situaciones, las
divisiones de género del trabajo aparecen más marcadas, ya que los hombres
asumen puestos de trabajo en la industria. La economía local ahora gira más en
torno al trabajo asalariado masculinizado en la mina y reduce la importancia de
la economía compartida de cuidar las necesidades prácticas y emocionales de la
comunidad. La división sexual del trabajo existente crea desequilibrios de
poder, agravadas por el extractivismo: como el «trabajo de las mujeres» en su mayoría no se paga, la labor a la
que tienen acceso los hombres en la minales les da más poder en la comunidad (a
pesar de que ellos también sufren en los lugares de trabajo peligrosos e
insalubres del extractivismo).
El extractivismo rompe el
tejido social de las comunidades de otras formas más violentas. Como escribe el
respetado analista ambiental uruguayo Eduardo Gudynas:
«No existe algo así como un extractivismo neutro o inofensivo.
De una u otra forma la violencia siempre está allí, y termina afectando sobre
todo a los más débiles, las comunidades locales, y entre ellos en especial a
grupos campesinos o indígenas».
La violencia se impregna
en toda la comunidad, pero afecta particularmente a las mujeres debido a la
violencia basada en el género. Melissa Wong Oveido, una representante de la
Unión Latinoamericana de Mujeres (ULAM, una red regional de mujeres afectadas por
actividades extractivas y políticas), citada en El País dijo:
«En América Latina es creciente la violencia psicológica,
física y ambiental contra las mujeres indígenas, rurales y afrodescendientes
por parte de las industrias extractivas. Son despojadas de su territorio, son
víctimas de la trata y abusadas sexualmente».
El alzarse en
Resistencia
Con el incremento de los proyectos extractivos en América
Latina y sus impactos negativos en las comunidades locales, ha habido un
aumento correspondiente en los conflictos socio-ambientales en el continente.
Resistir a los proyectos extractivos es un tema peligroso, y más defensores del
medio ambiente y de los territorios murieron el 2014 en América Latina que en
cualquier otra parte del mundo, con 88 de 114 muertes registradas en total.
Cada vez más mujeres se
están uniendo y liderando el movimiento de resistencia: y como mujeres, esto
implica ciertos riesgos relacionados con su género. En un informe completo del
2015 sobre la penalización de las defensoras del medio ambiente en las
Américas, las autoras afirman que:
«En todos los casos presentados las mujeres pasaron por algún
ataque ligado a su condición de género: amenazas de violación, ataques al pudor
sexual, acosos de diversa índole e infamias contra el honor. Estos ataques
impiden que ellas desarrollen su activismo en un entorno propicio para la
defensa de los derechos humanos, territoriales y de la naturaleza».
Puede que no sea
inmediatamente evidente por qué la raíz de la intimidación en el caso de Máxima
es particular a su condición de mujer. Cuando las mujeres resisten al
extractivismo, se convierten en blancos fáciles para las represalias de los
poderosos. Por ejemplo, es menos probable que ellas –en relación a los varones–
tengan los recursos para hacer frente a los casos judiciales –como Máxima dijo,
ella es analfabeta. Para una mujer que no tiene el título de propiedad de su
tierra, como lo tiene Máxima, es probable que el resultado sea el despojo. Y
gran parte de la intimidación que Máxima ha sufrido, se centró en la
destrucción de su casa y sus cultivos –dominio tradicional de la mujer, y la
fuente de ingresos de Máxima.
La violencia contra la
mujer está vinculada a la violencia contra la Tierra
Las mujeres sienten más
los impactos negativos del extractivismo debido a su papel de cuidadoras. Pero
hay más sutilezas en juego aquí: ¿por qué se obliga a las mujeres a hacerse
cargo de la familia, el hogar, los enfermos y los niños y niñas? Del mismo
modo, ¿por qué la tierra está obligada a ser proveedora de «servicios ambientales»; a renunciar a sus riquezas enterradas para
el beneficio de las multinacionales? La lógica de explotación del trabajo a las
mujeres y a la tierra es la misma: son recursos de los cuales hay que
beneficiarse. Las luchas de las mujeres para liberarse del ciclo de trabajo no
remunerado como cuidadoras están vinculadas a las luchas para proteger la
tierra de la desesperada sobreexplotación.
Hay otra sutileza. El
extractivismo es intrínsecamente violento, y daña profundamente no sólo a la
Tierra sino al tejido de las comunidades enteras. Las mujeres ya son víctimas
de violencia de género todos los días, y esta situación es agravada por el
extractivismo con impactos como el acoso sexual por parte de los trabajadores
migrantes. Pero cuando las mujeres resisten en sus comunidades, la violencia
con la que ya se enfrentan se incrementa: se utiliza como una táctica contra ellas.
La negativa de Máxima para
ceder a la intimidación que ella enfrenta a causa de su lucha sólo aumentó la
violencia contra ella. Pero ella, al igual que muchas mujeres, no va a
renunciar a la lucha. La conexión que tiene Máxima con su tierra es la base de
su decisión de luchar contra la corporación. Como dijo a El País:
«Yo no voy a callar, sé
que vendrán a buscarme y me van a desaparecer. Pero en el campo he nacido y en
la tierra moriré».
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