Oto Higuita
América Latina
en Movimiento
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ALAI AMLATNA, 03/02/2016.- El Plan Colombia, estrategia
antinarcóticos y contrainsurgente, es presentado al mundo y al país como un
éxito militar y político. Nada más falaz, si tenemos en cuenta el daño y
tragedia causado a la población civil durante el conflicto armado de más de
cinco décadas.
En primer lugar, un
balance sobre el Plan Colombia debe hacerse teniendo en cuenta no solo los
intereses de los que lo diseñaron e implementaron, las elites en el poder en
Colombia y los Estados Unidos, quienes hoy nos recuerdan sus éxitos; sino
también los intereses y la voz de las víctimas de un largo conflicto armado que
causó centenares de miles de asesinatos, desaparecidos, secuestrados,
violados/as y millones de desplazados.
Segundo, si bien el Plan
Colombia se implementó en una primera fase como una estrategia para combatir el
tráfico de drogas ilícitas y reducir el flujo y los cultivos de coca al 50%
durante sus primeros 6 años (1999 – 2005); además de mejorar la seguridad
retomando las áreas controladas por grupos armados ilegales; en el informe
presentado por la Oficina de Contabilidad del Gobierno de Estados Unidos GAO)
al Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Joe Biden en el
2008, se afirma que este objetivo no se cumplió, y que había que darle un nuevo
impulso.
Esta estrategia de guerra
fue concebida durante los períodos presidenciales de Andrés Pastrana
(1998-2002) y Bill Clinton (Estados Unidos 1997-2001), para poner fin a las
amenazas a la democracia que plantea el tráfico de drogas y el terrorismo,
según el Departamento de Estado de los Estados Unidos, restablecer el control
del Estado y la legitimidad en áreas de importancia estratégica previamente
dominadas por grupos armados ilegales, a través de un enfoque por fases que
combina seguridad, lucha contra el narcotráfico, y las iniciativas de
desarrollo económico y social.
http://go.usa.gov/3AvWC
Por eso hacer el balance
sobre su impacto y resultados, no sólo debe tener en cuenta el inmenso costo
del mismo, 10 billones de dólares, o el debilitamiento de la insurgencia de que
hablan los estrategas que lo diseñaron; es fundamental contar, además, con la
voz de las millones de víctimas que la guerra causó y donde el Plan Colombia
fue determinante.
Antecedentes del Plan Colombia
Los antecedentes del Plan están en el cambio de la correlación
de fuerzas entre insurgencia y Estado ocurrida a partir de la segunda mitad de
los años 90. La presidencia de Andrés Pastrana (1998-2002) se dio en un
contexto de ofensiva de las guerrillas de las FARC, que lo llevaron a iniciar
los diálogos del Caguán durante su gobierno buscando ganar tiempo para diseñar
el Plan Colombia, con la ayuda y asesoría de las agencias de inteligencia de
los Estados Unidos.
Aquel momento de
preocupación que se vivía entre las elites en el poder, lo registró así la
prensa: “La segunda mitad de la década de
los años 90 fue, tal vez, la más aciaga de las etapas que han padecido las
Fuerzas Armadas de Colombia. Se vivieron la tomas de Mitú, capital de Vaupés,
que duró tres días en poder de las FARC, donde fueron asesinados 20 policías y
secuestrados 81; la masacre de Puerres (Nariño), con 31 soldados asesinados en
septiembre de 1996; de la vereda El Billar, Cartagena del Chairá (Caquetá), en
marzo de 1998 con 64 soldados muertos, 19 heridos y 43 secuestrados, y la toma
del cerro de Patascoy (Nariño) el 21 de diciembre de 1997, con 11 militares
muertos y 18 secuestrados”.
http://goo.gl/eeOWvJ
Ante esta delicada
situación, las élites en el poder alcanzan un amplio consenso sobre la
necesidad de reorganizar, fortalecer y pedir asesoría, entrenamiento y ayuda
militar de los Estados Unidos para contener el avance de la guerrillera y
buscar su derrota.
Para Pastrana y sus
asesores del Pentágono el objetivo principal con los diálogos era frenar el
avance de la guerrilla, retomar el control de amplios territorios cambiando el
balance de fuerzas, superando la desmoralización de las tropas. De ahí el
contenido contrainsurgente del Plan y la importancia de ganar tiempo, mientras
se fortalecían y dotaban de más y mejores equipos de guerra las Fuerzas
Armadas, que en adelante aparecerían ante la opinión y el país rejuvenecidas
por una campaña publicitaria e ideológica permanente, lanzada a través de los
grandes medios de comunicación y agencias de inteligencia, mostrándolas como
los verdaderos héroes de la patria y las garantes de la seguridad de todos los
colombianos. Al tiempo que se utilizaba la misma campaña para lanzar una
ofensiva publicitaria de desprestigio y guerra sucia contra la insurgencia, que
generara en el imaginario público la idea de que aquellas guerrillas
históricas, ahora eran unos simples narcoterroristas que habían perdido su
norte político y la condición originaria de rebeldes en armas, contra un Estado
opresor.
El ex presidente Pastrana
mismo ha reconocido en innumerables ocasiones que el objetivo con los diálogos
no era la paz con las guerrillas, sino el fortalecimiento de las Fuerzas
Armadas y la recuperación del terreno perdido ante el avance sostenido y en
progreso de éstas.
Para la guerrilla los
diálogos se rompieron por la falta de decisión y voluntad política del Estado y
sus Fuerzas Armadas en contener el paramilitarismo que se expandía por el país.
Pero habría que preguntarse si al Estado en aquel momento le convenía deshacerse
de una aliado estratégico como el paramilitarismo, que llevó a cabo la misión
de generar terror como ningún otro ejército podía hacerlo, en las bases y
apoyos de la guerrilla (población civil). De ahí el apoyo y asesoría por parte
de las Fuerzas Armadas estatales al paramilitarismo, permitiéndole desarrollar
las operaciones de guerra sucia y terrorismo contra la población. Que como se
vio durante los años siguientes, sembró de muerte y desolación campos y
ciudades.
Sin duda, al conocer que
su enemigo histórico en realidad se estaba preparando militarmente para
enfrentarlas, a través de una estrategia integral contrainsurgente, pensar que
los diálogos se iban a sostener era ingenuo.
La CIA, el Pentágono y el
Departamento de Estado en el diseño del Plan Colombia
En un amplio artículo publicado por The Washington Post de
diciembre del 2013, se explica y describe con detalle el papel de la CIA, el
Pentágono, el Departamento de Estado y las agencias de inteligencia
estadounidenses en la guerra en Colombia. Allí se afirma, con base en
entrevistas a altos funcionarios estadounidenses y colombianos, cómo a través
de un programa de operación encubierta, la CIA ayudó a las Fuerzas Armadas
colombianas a asesinar más de 20 comandantes de la guerrilla. Los fondos de
donde proviene la financiación de la operación encubierta,“un multimillonario presupuesto para operaciones secretas [que] no hace parte del paquete de $ 9,000,000,000
de dólares de la mayoría de ayuda militar de EE.UU. del llamado Plan Colombia”.
http://goo.gl/uPvYwO
La operación encubierta
consiste en proporcionar dos servicios esenciales: inteligencia en tiempo real
que permite ubicar los líderes de las FARC y el ELN, y, a partir de 2006, una
herramienta particularmente eficaz con la que matarlos. Una bomba convencional
de 500 libras con un equipo de orientación con Sistema GPS de $30.000 dólares
que la transforma en una bomba inteligente de alta precisión. Las bombas
inteligentes, también llamadas munición guiada de precisión o PGM, son capaces
de matar a una persona en la selva densa y tupida si su ubicación exacta puede
ser determinada y las coordenadas programadas en el cerebro pequeño de la
computadora de la bomba.
De esta forma, se afirma
en el artículo, fueron asesinados altos mandos de la guerrilla como Raúl Reyes
en el 2008, en Ecuador, hecho que desató un conflicto diplomático entre el
gobierno de Álvaro Uribe y el de Rafael Correa; el Negro Acacio, Martín
Caballero, y decenas de mandos medios y combatientes.
Para asegurarse de que los
militares colombianos no harían un mal uso de las bombas, los agentes de
inteligencia “aparecieron con una
solución novedosa. La CIA mantendría el control de la clave cifrada insertada
en la bomba, que descifraba las comunicaciones con los satélites GPS de tal forma
que pudieran ser leídos por los ordenadores de la bomba. La bomba no podía
alcanzar su objetivo sin la clave. Los colombianos tendrían que pedir la
aprobación para algunos objetivos, y si hacían mal uso de las bombas, la CIA
podría negar la recepción de GPS para uso futuro”.
Sin embargo, el artículo
del The Washington Post no suministra información del impacto de esa guerra
fallida contra las drogas, de más de 40 años, que se inició desde los años 70
durante el gobierno de Richard Nixon contra la población campesina y civil; ni
sobre los bombardeos indiscriminados y fumigaciones de cultivos de pan coger,
que sigue empleando el ejército que fortalecieron con la ayuda, asesoría y
entrenamiento militar, a través del Plan Colombia, causando terror sobre poblaciones
que sufren por no tener otra alternativa de subsistencia que cultivos de coca,
y de vivir en territorios en disputa militar.
Nadie duda de la
participación e injerencia abierta y directa del gobierno de los Estados Unidos
en el largo conflicto armado. Los beneficios son mutuos: defender un aliado
como Colombia para seguir con el TLC, la extracción de petróleo, carbón, oro,
minerales estratégicos, adquisición de materias primas a bajo costo, asegurar
la inversión de capitales extranjeros, mantener las siete bases militares en
abierta violación a la soberanía y sin consulta previa a la ciudadanía, y
buscar estabilizar y terminar con una guerra de guerrillas que no pudo
derrotar, aunque sí cambiar la correlación de fuerzas y llegar a un consenso con
sus aliados colombianos, para establecer unos diálogos de paz que pongan fin al
conflicto armado.
En un país que aún no
transita de la guerra a la paz, la reconciliación y normalización de la vida
democrática, no hay mucho para celebrar, menos cuando sigue siendo una de las
sociedades más desiguales del mundo, donde la brecha entre ricos y pobres en
lugar de disminuir aumenta.
http://goo.gl/e3v2UM
En cambio el informe ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de guerra y
dignidad, del Centro Nacional de Memoria histórica, si entrega cifras. Allí
se indica que entre 1958 y el 2012 murieron 220.000 personas como consecuencia
del conflicto armado, de los cuales 180.000 eran civiles; 25 mil fueron
desaparecidos; 27 mil secuestrados; casi 6 millones desplazados de sus tierras
y expropiados de sus bienes; y más de 5 mil fueron asesinados, mal llamados
falsos positivos, (http://goo.gl/FPwORV) por
las Fuerzas Armadas y reportados como guerrilleros caídos en combate.
http://goo.gl/sjiYFC
Si se tiene en cuenta los
intereses políticos, económicos y militares de los autores del Plan, Estado
Unidos y la elite dominante colombiana, éste arroja un resultado bastante
positivo, a pesar de su prolongación en el tiempo, el elevado costo, y una
guerrilla debilitada.
Pero si se consideran los
intereses de la población afectada, principalmente campesinos pobres,
comunidades afro e indígenas y sectores urbanos empobrecidos y desplazados, el
Plan Colombia significa una trágica y horrorosa experiencia una vez que sus
derechos fueron vulnerados, perdieron sus seres queridos, sus tierras, sus
bienes, además de haber soportado el sufrimiento y horror de la guerra.
Para lograr una verdadera
reconciliación entre toda la familia colombiana, algo muy probable hoy, se
requiere como condición que todos los que causaron, apoyaron y asesoraron la
guerra asuman su responsabilidad histórica, contando la verdad de lo que pasó
con las múltiples y sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos,
restituyendo el honor y dignidad a millones de víctimas de comunidades
campesinas, afros, indígenas, trabajadores, estudiantes, profesores,
intelectuales, sindicalistas, defensores de Derechos Humanos, reparando sus
pérdidas materiales, devolviendo sus tierras, y comprometiéndose a nunca más
permitir esta larga noche de horror.
Por eso los autores y
estrategas del Plan Colombia, no podrán salir de más de cinco décadas de guerra
en Colombia con las manos limpias, las tienen manchadas con la sangre de miles
de ciudadanos colombianos inocentes.
Un acuerdo de paz para que
sea estable y duradero pasa por un compromiso serio con la verdad, la justicia,
la reparación y las garantías de no repetición.
Celebremos cuando el fin
de la guerra sea un hecho real y con ella culmine la larga noche de terror. La
reconciliación sea el camino que conduzca a una paz estable y duradera, y a la
construcción de la justicia social.
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