Guillermo Castillo Ramírez
(Guillermo Castillo, profesor de licenciatura
y posgrado de la UNAM)
América Latina en
Movimiento
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ALAI AMLATINA, 19/01/2016.
"Mucha gente de acá [de Estados
Unidos] cree que salimos por gusto y que
les queremos quitar sus trabajos y beneficios. Pero no, uno sale por la
necesidad, porque allá de dónde uno viene [de Centroamérica], de a tiro la vida es muy difícil, no hay
trabajo, hay mucha pobreza y violencia. Y si supieran lo que uno tiene que
pasar, sufrir en el camino, que te asalten, que te agredan y ni siquiera sabes
si vas a llegar. Nadie nos protege, es como si no existiéramos. Es duro ver que
somos tantos y que muchos se quedan en el camino…"
Juan, migrante
en tránsito, marzo, 2015
Migrantes, los
desterrados de un mundo global indiferente y excluyente
Las migraciones actuales, como macro movimientos
internacionales de centenas de miles de personas con y sin documentos -y en no
pocas ocasiones en precarias condiciones de tránsito-, han sido y son uno de
los procesos sociales que han caracterizado lo que acontece en diversas
latitudes del orbe en el cambio de siglo, en el contexto mundial de la
reestructuración económica neoliberal dirigida por las empresas transnacionales
y los países capitalistas del primer mundo [1]. Esta afirmación tiene su
correlato en las cifras de los organismos internacionales y muestra cómo, los
drásticos y sustantivos reacomodos espaciales de población humana, están
ligados a la globalización, tanto por los complejos procesos socioeconómicos de
acumulación y concentración de capital en los Estados nación desarrollados -que
atraen a los migrantes como mano de obra-, como por las dinámicas de despojo,
explotación y conflicto en los países en vías de desarrollo -que expulsan a sus
habitantes y los condenan al destierro- [2].
De hecho, recientemente el
Banco Mundial afirmó que, para fines del 2015, había 250 millones de migrantes
en el mundo, los cuales mandan a sus familiares –tanto en las localidades de
origen como en otros lugares- aproximadamente 600 mil millones de dólares –de
dicha cifra 441 mil millones es enviada a países en vías de desarrollo- [3].
Según datos de este organismo, una parte considerable de los migrantes
provenían de un grupo compacto de países –India, México, Rusia, China y
Bangladesh- y se dirigían a determinados
polos de actividad económica y poderío mercantil –Estados Unidos, Arabia
Saudita, Alemania, Rusia y los Emiratos Árabes- [4]. Ahora bien, particularmente
en América, y en específico en la región que parte del centro y se extiende al
norte del continente, por lo menos desde inicios de la década pasada hay un
flujo de movilidad de personas que se origina en diversos países de
Centroamérica –principalmente Guatemala, Honduras y El Salvador- y, en muy
adversas condiciones y sin ninguna garantía de seguridad, se dirige a Estados
Unidos, pasando por México como un Estado nación de tránsito [5].
Centroamérica, origen
de un éxodo masivo y dramático: buscando el presente negado
Esta migración presenta una serie de rasgos que la describen
como un complejo proceso de relocalización, corolario y producto de la
desigualdad política y la asimetría económica entre Estados nacionales con
diversos niveles de desarrollo de la región –Estados Unidos en el extremo con
mayor poderío, México como país de tránsito, y Guatemala, Honduras y El
Salvador como comienzo del éxodo-. Entre los rasgos que caracterizan esta
experiencia de movilidad destacan que es un desplazamiento con dirección de sur
a norte con más de una década de historia, que además en no pocos casos está
relacionada no sólo con la escasez material y la precarización de las
condiciones de vida de los lugares de origen, sino también en muchas ocasiones
con los contextos de violencia física y de riesgo a la propia vida –como son
los casos de Honduras, El Salvador y Guatemala- [6].
Por otro lado, algunos de
estos migrantes, aquellos escasos afortunados que logran transitar por México y
cruzar la frontera e insertarse en trabajos manuales “no calificados” en Estados Unidos, cumplen las funciones de
ejércitos de mano de obra barata y desechable, que incrementan las ganancias de
los empresarios norteamericanos y estimulan una mayor acumulación de capital
–en la medida en que se reducen considerablemente los costos de producción de
las mercancías y disminuyen los gastos de la reproducción de las condiciones
materiales de existencia de estos trabajadores explotados-. Lejos de decrecer,
año con año la migración sigue su curso, se consolida e involucra a decenas y
centenas de miles de centroamericanos. De acuerdo con datos de la Secretaria de
Gobernación del Estado mexicano de finales del 2015, se estimó que en poco
menos de un año aproximadamente 300 mil personas intentaron cruzar México para
llegar a Estados Unidos y que el Instituto Nacional de Migración mexicano
detuvo a casi 200 mil migrantes, de los cuales más del 90% eran centroamericanos
[7].
De este modo y haciendo un balance temporal más amplio, en el transcurso de los
últimos tres lustros centenas de miles de centroamericanos en su tránsito por
México han sufrido, por parte de diversos grupos delictivos y varias fuerzas de
seguridad estatales de distintos órdenes y niveles, millares de crímenes que
van desde amenazas, abuso de autoridad, asalto, extorsión, intimidación,
lesiones, robo, privación ilegal de la libertad, secuestro, soborno hasta
tráfico de personas, abusos sexuales, violaciones sexuales y homicidios. Cabe
apuntar que, entre los grupos de migrantes más vulnerables a las violaciones de
sus derechos, se encuentran las mujeres y los niños.
Una lectura con mayor
profundidad y que trasciende la cortina de humo de las apariencias nos lleva a
ver esta situación de otra manera. Haciendo un ejercicio para dimensionar y
visibilizar lo que está detrás de este complejo escenario, habría que apuntar
que como marco estructural de la migración está la ausencia de desarrollo y las
carencias materiales –como causas históricas-, la pobreza y la falta de
oportunidades de un presente digno y un futuro medianamente esperanzador; pero
también las guerras, los conflictos armados y otros contextos de violencia
aguda y constante –como persecución, amenazas, agresiones de organizaciones
criminales y pandillas-.
Las arduas trayectorias y
riesgosos recorridos de los migrantes son un recuento fehaciente de las deudas
y promesas pendientes hacia estos centroamericanos en movimiento de parte de
los países y sociedades de origen, tránsito y destino; es una muestra constante
de cómo, en el caso de los migrantes, el estado de derecho y los sistemas
normativos-jurídicos son sólo letra escrita y no hechos. En el origen –en
Centroamérica-, la carencia aguda de los derechos de seguridad, desarrollo
socio-económico, trabajo y garantías de una vida sin violencia y riesgo. En el
tránsito –durante su recorrido por México- la ausencia del respeto a la vida,
el acceso a la justicia y a la integridad física. Y, finalmente en el destino
–si es que se llega a Estados Unidos-, respeto a sus derechos humanos y
laborales, los derechos a no ser explotado ni discriminado. La migración se ha
vuelto una dolorosa y dramática metáfora del desarraigo forzado, de la salida
obligada para intentar sobrevivir, pero también de la indiferencia y desdén
estatal a los marginados y excluidos.
Lo que se esconde tras
la migración ¿cómo sobrevivir en la adversidad?
Dentro de este contexto, en la migración se refleja la enorme
paradoja de que los Estados nacionales –de origen, pero también los de tránsito
y destino-, antes que atender las necesidades de los migrantes, priorizan y
privilegian los intereses y deseos de otros sujetos sociales y otros Estados
nacionales. Por ejemplo, en el caso de los migrantes sin documentos migratorios
-de El Salvador, Guatemala y Honduras-, el Estado mexicano, más que abordar el
éxodo centroamericano como un problema humanitario y de refugio, atiende las
exigencias de seguridad y control fronterizo del gobierno federal de EU. De
este modo, se relegan las necesidades de estos migrantes forzados.
Los migrantes
centroamericanos no pueden ni deben ser vistos como un problema fronterizo y de
seguridad –en el contexto de los límites jurídico-geográficos entre dos o más
Estados nacionales-, tampoco como obstáculos a mecanismos de control político
administrativo. La perspectiva que indague la migración con sus diversas y
complejas aristas tiene que atravesar por la consideración de grupos humanos en
situaciones precarias y de riesgo, un abordaje sobre el refugio, los expulsados
de manera forzada y los desterrados. Detrás de los pasos de los migrantes hay
seres humanos vulnerables y vulnerados: mujeres agredidas, campesinos sin
tierra y futuro, niños sin familia, desempleados urbanos y rurales, personas
amenazadas y perseguidas por grupos delictivos, y la larga lista podría seguir.
En el marco de una
economía globalizada apuntalada y defendida por los corporativos
multinacionales y los países capitalistas del primer mundo, la migración es la
imagen de una abrumadora paradoja y contradicción, mientras por un lado se
estimula y aplaude la libre y fluida circulación de dinero y diversas
mercancías materiales, en cambio el paso y tránsito de personas –necesitadas de
trabajo y otra vida- es restringido, regulado, contralado, penado y
criminalizado.
NOTAS:
[1] “Migración
internacional de campesinos mexicanos a Estados Unidos: entre las carencias
histórico-estructurales y la ausencia de derechos”, Revista Margen, No 75,
Diciembre 2014, Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires.
[2]
“Entre la marginación y la
resistencia. Migrantes: los ‘ausentes explotados’ y las artes de la
subsistencia”, Rebelión, 26 de septiembre de 2014.
[3]
“Record de 250 millones de migrantes en
el mundo este año: BM”, La Jornada, 18 de diciembre de 2014.
[4] ídem.
[5] ídem.
[6] “Niños
migrantes centroamericanos: indiferencia e incomodidad estatales”,
Contralínea No 427, 8 de marzo de 2015.
[7] Martínez Fabiola, “Cifra record de migrantes detenidos en México”, La Jornada, 27 de
diciembre de 2015.
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