Catalina
Ruiz-Navarro
05 Agosto 2015
La
colombiana de la Narvarte
El fin de semana pasado hubo un brutal multihomicidio en la
Ciudad de México. Sucedió en la colonia Narvarte, un barrio tranquilo, de clase
media. Las víctimas fueron cinco: un hombre (al que encontraron vestido) y
cuatro mujeres, todas desnudas, torturadas y violadas.
A todos les pegaron un
tiro de gracia en la cabeza. Los cinco de la Narvarte eran, a saber, el
fotoperiodista Rubén Espinosa, que se había exiliado en el D.F. por amenazas en
Veracruz, donde residía desde 2009 y en donde el gobernador (Javier Duarte) ha
creado un clima de hostilidad y peligro para la prensa: bajo su mandato (desde
2010) van 13 periodistas asesinados y 37 en el exilio; Nadia Vera, antropóloga,
promotora cultural y activista de derechos humanos, chiapaneca egresada de la
Universidad Veracruzana. También amenazada, al punto que dejó dicho en una
entrevista que si algo le pasaba culpaba al infame gobernador; Yesenia Quiroz,
joven maquillista cuya familia, michoacana, reside en Mexicali, de donde partió
al D.F.; “Alejandra”, una mujer de 40
años, “divorciada”, cuyo apellido no
ha sido divulgado a los medios y que, al parecer, trabajaba como empleada
doméstica; y “Simone” o “Nicole” (la Procuraduría no se ha
puesto de acuerdo y alega que nadie en el edificio le preguntó su apellido),
una colombiana de 29 años, “modelo y
edecán”, en un principio presunta propietaria del Mustang en el que
supuestamente escaparon los asesinos (aunque la tarjeta de propiedad no está a
nombre de ella, según la misma PGJ. Añaden los medios, con suspicacia, que “a pesar de no tener un trabajo, era dueña
del Mustang, aportaba para los gastos y tenía algunas alhajas de oro”, es
decir, que era puta (“como todas las colombianas”).
El caso es paradigmático
y estremecedor por muchas razones. Porque el D.F. dejó de ser un refugio donde
encontraban paz los periodistas amenazados en otros estados. También porque al
principio fue reportado como el asesinato de Rubén Espinosa y cuatro
contingencias, cuyos nombres han venido apareciendo con el correr de los días.
¿Por qué solo se habló de Espinosa en un principio? Por dos razones: porque las
autoridades (y los medios) tienden a invisibilizar los feminicidios al no
nombrar a las víctimas. Y porque el reportero tenía redes de solidaridad en el
D.F. que se percataron de su ausencia. ¿Pero por qué las mujeres no tenían
estas redes? La respuesta es muy triste: porque además de ser mujeres,
pertenecían a los sectores más vulnerables de la sociedad. El múltiple
homicidio de la Narvarte ejemplifica perfectamente —y avisa, además— sobre la
gran vulnerabilidad a la que están expuestos mujeres, periodistas, activistas,
los y las migrantes, las trabajadoras domésticas y las trabajadoras sexuales.
Es un mensaje clarísimo para todos estos grupos. No hay lugar donde puedan
estar seguros. A esto sumémosle que todos los estereotipos que rondan en los
medios facilitan la impunidad. Ni ser prostituta, ni consumir drogas, ni hacer
activismo, ni criticar al Estado, ni “no
estar recogiendo café” son justificaciones para violar, torturar y
asesinar.
A juzgar por la
información pública, todo indica que la colombiana será el chivo expiatorio de
este crimen horrendo. Ya se oye decir que fue “por drogas”. Si las principales víctimas resultan ser Espinosa y
Vera, esto se convierte en un ataque a la libertad de expresión y tendrá un
costo político altísimo; uno que no tiene el asesinato de una colombiana “por puta y narcotraficante”. De hecho,
la palabra “colombiana” está usándose
como eufemismo de prostituta. ¿Recuerdan cuando todo el país se ofendió porque
una comediante chilena nos dijo putas?
A diferencia de ese sketch, este asesinato no es una broma: tenemos una
compatriota brutalmente asesinada, estigmatizada por colombiana, desechable por
migrante. ¿Por esto no hay escándalo? Este es el momento de indignarse, de
llamar a la Cancillería, de rechazar la impunidad, de exigir garantías y, ahora
sí, de pedir respeto por las putas
colombianas.
Comentario
de La Voz del Anáhuac:
Este
artículo, publicado por Catalina Ruiz-Navarro, periodista colombiana, es muy
importante, pues ante la evidente sospecha de la autoría intelectual del gobernador
de Veracruz (Javier Duarte) en este repugnante crimen, que materializó las
amenazas directas contra el periodista gráfico Rubén Espinosa y la activista
Nadia Vera. Ambos, disidentes del gobierno veracruzano, habían responsabilizado
directamente a ese gobierno por cualquier agresión que pudieran sufrir al
denunciar que precisamente esas amenazas los obligaron a refugiarse en la
ciudad de México. Las desapariciones forzadas, brutales agresiones y asesinatos
que han sufrido periodistas y activistas, que se han incrementado y permanecen
impunes en Veracruz desde que Javier Duarte mal gobierna ese estado, son hechos
que dan fuerte sustento a la principal línea de investigación que señala el
gobernador como principal sospechoso de la autoría intelectual del multihomicidio.
Hay que recordar el cinismo y la desfachatez de Duarte quien, para desviar la
atención, ha calumniado a las víctimas afirmando que “tenían vínculos con el crimen organizado”, cuando es públicamente
conocido que es el gobierno quien perversamente tiene esa relación con los
grupos criminales.
Ahora los medios de paga, al servicio
del poder, que en un principio sólo reportaban el asesinato del periodista y el
de “cuatro mujeres”, al conocerse más
sobre estas víctimas, tendenciosamente hacen referencia a Simone como la “colombiana”, estereotipando a las
mujeres de ese país como sinónimo de “prostitución”
y “narcotráfico” desde una
perspectiva xenófoba, misógina, discriminatoria y criminalizadora. Esto viene
como “anillo al dedo” de la coartada
de que se pretende valer un gobernador que además de hostigar, perseguir,
agredir, secuestrar, torturar, desaparecer y/o asesinar a sus críticos, los
revictimiza calumniando, enlodando su memoria.
Pero conociendo los modus operandi de
los gobernantes de esa calaña, sólo los desinformados y estúpidos comulgarían
con las ruedas de molino que son sus mentiras.
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