LA URBE CONTRA LOS PUEBLOS: Urbanización salvaje contra la resistencia de los pueblos originarios del Anáhuac
El siguiente estudio cartográfico fue presentado en el seminario El
pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, para el cual
los zapatistas del EZLN pidieron llevar semillas que fueran capaces de provocar
la reflexión y la crítica; «una semilla
para que otras semillas escuchen que hay que crecer y lo hagan según su modo,
según su calendario y su geografía». ¿Pueden los mapas contribuir a sembrar
nuevas semillas, a generar conciencia? Para nosotros, la respuesta es
evidentemente positiva.
En esta versión electrónica
corregida y aumentada, el estudio de los efectos de la urbanización neoliberal
sobre el Valle de México se divide en dos partes. La primera trata sobre el
proceso de urbanización salvaje en los municipios conurbados del Estado de
México, mientras que en la segunda entrega se abordará el tema de la
reconquista del Centro Histórico. En ambos casos, veremos que el capital
requiere materializarse en infraestructura, vivienda, patrimonio, industria,
plantaciones o lo que sea con tal de multiplicarse. Aunque sabemos que el
interés del dinero destruye lo que encuentra a su paso, veremos que también aprovecha
el trabajo humano de siglos y se desenvuelve sobre antiguas estructuras
territoriales que nunca logra desarticular por completo.
¿Mancha
urbana?
Desde los años ochenta, la
Ciudad de México entró al imaginario colectivo como la más poblada y caótica
del obre. Muchos de los mapas que circulan desde entonces presentan la
expansión de la «mancha urbana» como
un fenómeno descontrolado, semejante a una mancha de aceite o un contagio
cancerígeno que parte del Centro Histórico y avanza sin ningún sentido hacia la
periferia.
La huella de
los pueblos del Anáhuac
El territorio es la huella
de los pueblos, es la historia hecha geografía. El Anáhuac, que significa «lo situado entre las aguas», hunde sus
raíces en más de tres mil años de actividad humana. Aunque los Aztecas no
fueron los primeros en habitar esta cuenca, vale la pena revisar brevemente las
grandes intervenciones que realizaron sobre el medio natural.
Desde el siglo XIV un acueducto traía el vital líquido desde Chapultepec.
Tal vez por eso el Cerro del Chapulín, así como el de Tepeyac, aún son
considerados lugares sagrados: porque dan agua y vida a una urbe que en ese
entonces ya contaba con más de 200 mil habitantes. Más tarde, con la
construcción del dique de Nezahualcóyotl, los Tenochcas y los Texcocanos
lograron contener las aguas saladas en lo profundo del Lago de Texcoco y así
desarrollar la agricultura en el islote de Tenochtitlán, aunque era en
Xochimilco donde se producían mayores cantidades de maíz y amaranto. A la
fecha, los pueblos del sur manejan uno de los sistemas agrícolas más
sofisticados: las chinampas.
El Anáhuac a inicios del
siglo XVI
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La capital mexicana se
ubica en una cuenca endorréica, es decir que los flujos de agua, al no tener
salida al mar, se acumulan en la zona más baja de la cuenca, formando en este
caso el Lago de Texcoco. Para contener en éste las aguas salinas y proteger las
áreas de cultivo, los Aztecas –con el apoyo de Nezahualcoyotl, soberano de
Texcoco– construyeron un dique o albardón entre el Tepeyac e Iztapalapa. La
mayoría de los pueblos prehispánicos (altepe’)
que bordeaban al lago se mantienen como cabeceras municipales. Nota: se resalta
la actual Zona Metropolitana del Valle de México, no la cuenca.
A fin de controlar el territorio o huey
altepetl azteca, el proyecto colonial iniciado a partir de 1521 absorbió la
estructura política establecida por el linaje de Moctezuma. Así, según Charles
Gibson, los pueblos que dominaron la región durante el periodo prehispánico
–tales como Tenango, Tlalmanalco, Chimalhuacán, Acolman, Tizayuca, Zumpango,
Tecámac, Tlanepantla o Azcapotzalco– se mantuvieron como cabeceras municipales
durante el periodo colonial, y muchos de ellos lo siguen siendo hasta la fecha.
Es importante reconocer esta continuidad histórica puesto que, como vemos en el
mapa siguiente, la urbanización no se realiza al azar sino que avanza sobre
antiguos centros de población y poder.
Por otra parte, si bien los invasores retomaron mucha de la infraestructura
mexica –como las calzadas y el acueducto–, para ellos el medio lacustre
representaba una amenaza, no una fuente de vida. En 1607 se cavó el Tajo de
Nochistongo, al sur-oeste de Tequixquiac, con el cual se quiso evitar que los
escurrimientos de la Marquesa llegaran a Zumpango, desviando las aguas hacia la
cuenca vecina del río Tula. Éste fue el primer trasvase realizado en México y
podemos decir que los resultados fueron catastróficos: se registraron miles de
muertes a causa del trabajo esclavo invertido en la obra y para colmo,
veintidós años después la ciudad conoció la peor inundación de su historia. A
raíz de esta inundación las autoridades novohispanas mandaron hacer el dique de
San Cristóbal, que contenía las aguas a la altura de Ecatepec. Finalmente, a
partir de la dictadura porfirista, se pasó de una lógica de contención a una
lógica de expulsión por medio del Gran Canal, que filtró al Lago de Texcoco hacia
el río Moctezuma. En este mismo sentido se realizó en los años setenta el Túnel
Emisor para expulsar las aguas negras hacia el norte.
La
urbe se extiende hacia los pueblos a lo largo del siglo XX
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Con la reforma
constitucional al Artículo 27, el cual garantizaba hasta 1992 la propiedad
colectiva de los ejidos y las comunidades, se abrió la posibilidad de lucrar
con los territorios de los pueblos originarios. El avance de la mancha urbana
no sólo ha implicado la pérdida de tierras de cultivo altamente productivas,
sino también el acaparamiento de pozos y sistemas comunitarios de distribución
del agua.
Siglo XXI:
urbanización salvaje
Así llegamos al siglo XXI.
Donde había un gran lago ahora se encuentra –según Mike Davis– la ciudad
miseria (slum) más grande del mundo, conformada por las colonias populares de
ciudad Nezahualcóyotl, Iztapalapa, Chimalhuacán y Chalco. (1) Habría que matizar esta afirmación y reconocer el trabajo de
los 5 millones de habitantes que poblaron esta zona a lo largo del siglo XX,
que construyeron espacios de vida con su propio esfuerzo, sin pedirle nada a
los bancos. De hecho, aunque esta tendencia está cambiando, se estima que 70%
de las viviendas de nuestra ciudad han sido producidas bajo el control de la
propia gente. (2)
(1) M. Davis, 2007. Planeta de
ciudades miseria, Foca Ediciones
(2) R. Torres, 2006. La
producción social de vivienda en México, HIC-AL, en línea
Es precisamente esta
capacidad de construir su vivienda y de producir ciudad sin necesidad de pasar
por los circuitos del mercado financiero, lo que está en juego en la fase
neoliberal actual: el capital pretende adueñarse del esfuerzo económico de
todos los habitantes, incluso de los más pobres, y de todo lo que implica
hacerse de una vivienda, incluyendo el conocimiento práctico de la albañilería
popular.
Ahora bien, si nos concentramos en la dinámica poblacional de la primera
década de este siglo, vemos dos tendencias aparentemente contradictorias: el
crecimiento demográfico de los municipios más alejados de las zonas de trabajo
y por otra parte, el repoblamiento de las áreas centrales con habitantes de más
altos ingresos.
Crecimiento de la población municipal entre
2000 y 2010
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En el mapa, los círculos son proporcionales al total de
habitantes de cada delegación y municipio de la ZMVM: Iztapalapa y Ecatepec son
los más importantes, en cada uno viven cerca de 2 millones de personas. Los
tonos amarillos a rojos indican tasas de crecimiento poblacional positivos,
mientras que los azules muestran valores negativos. Es el caso de Ciudad
Nezahualcóyotl, que dejó de ser una ciudad miseria hace tiempo; se consolidó, y
ahora expulsa a sus jóvenes hacia Chimalhuacán o Chicoloapan, donde el precio
del suelo es más accesible. Lo mismo ocurre en Tlanepantla y Naucalpan.
En los municipios que
aparecen en rojo vivo y en anaranjado –Huehuetoca, Acolman, Nicolás Romero,
Texcoco, Chalco, Tecámac y Zumpango– es donde han proliferado los tristemente
célebres conjuntos urbanos y las ciudades bicentenario. En tan solo 10 años,
estos desarrollos inmobiliarios cubrieron 8% de la superficie municipal de
Tultepec, Cuautitlán, Huehuetoca, Chicoloapan y Atizapán. En Zumpango, la
superficie absorbida tan solo por Casas GEO equivale a 1 800 campos de fútbol
(1 100 hectáreas). El caso más alarmante es el de Tecámac, donde las empresas
Sadasi, Urbi y GEO se repartieron 10.7% de la superficie del gigantesco
municipio.
El estudio que
realizamos a partir de la Gaceta Oficial del Estado de México, revela que entre
1999 y 2011 se construyeron 560 mil casas de este tipo en 256 conjuntos urbanos
autorizados por el Congreso local. El territorio conquistado por las
inmobiliarias, tan solo en los municipios conurbados, abarcan una superficie
total de 96 km2, lo equivalente a la delegación Gustavo A. Madero, y tienen una
capacidad para albergar a 2.5 millones de habitantes. Los más afectados por el
cambio de uso de suelo son Tecámac, Zumpango, Huehuetoca, donde el entonces
gobernador del estado, Enrique Peña Nieto, impulsó las llamadas «Ciudades Bicentenario».
Desde luego, estas
nuevas ciudades miseria en donde los habitantes ni siquiera son dueños de sus
viviendas hasta que terminen de pagar sus hipotecas, no responden a una demanda
del mercado. Por un lado, es cierto que las instituciones crediticias se
encargaron de producir cierta demanda, orientando a los derechohabientes del
FOVISSSTE y el INFONAVIT hacia estos productos chatarra. Pero por otro lado, la
sobreoferta generada revela la naturaleza sicótica del capital financiero.
Miles de viviendas están actualmente abandonadas –5 millones en todo el país– y
los que cayeron en la trampa se enfrentan a la inseguridad y a la lejanía de
las zonas de empleo.
¿Quiénes son los
habitantes de estos conjuntos urbanos? Se trata en su mayoría de familias
pobres que cuentan con un sólo miembro afiliado al INFONAVIT. En 2004, por
ejemplo, se estima que 75% de los derechohabientes del Distrito Federal
ejercieron su crédito en el Estado de México. Muchas otras familias abandonaron
las colonias populares construidas por sus padres en la periferia del DF en
busca de un mejor futuro, atraídas por la promesa de vivir en nuevas colonias
autosuficientes dotadas con servicios urbanos modernos. Sin embargo, en vez de
introducir escuelas, parques y clínicas como lo indica la ley, las inmobiliarias
ocupan hasta el último resquicio con tres o cuatro modelos de casas, todas de
pésima calidad.
Tomemos algunos de los
ejemplos documentados en la nueva plataforma de geografía colaborativa geocomunes.org. El conjunto ubicado en San
Francisco Tepojaco, municipio de Cuautitlán Izcalli, fue autorizado en terrenos
que presentan inestabilidad del suelo, lo que provoca hundimientos y
agrietamientos en las viviendas. Siendo que éstas se entregan con una garantía
no mayor a 6 meses, los habitantes deben solventar la reparación de vicios
ocultos, de tuberías de PVC dañadas, de infiltraciones de agua e incluso la
repavimentación de calles. El conjunto está rodeado por dos basureros que
crecieron a raíz de la clausura del bordo de Xochiaca. Hoy se registran enfermedades
respiratorias, gastrointestinales, alergias, infecciones en la piel, entre
otros males, y a pesar de que el conjunto cuenta con 18 mil casas y 45 mil
habitantes, no existe infraestructura médica básica.
Fotografía: Giulia
Iacolutti Coyotepec, la violenta codicia por su agua
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El destino de los pueblos milenarios del Anáhuac es más
incierto que nunca. La puesta en marcha del «macro-circuito
de agua potable» que pretende incorporar los sistemas locales al sistema
Cutzamala, implica la destrucción de instituciones comunitarias y el saqueo de
sus pozos. Desde San Pablo Atlazalpan, municipio de Chalco, hasta Coyotepec,
los organismos comunitarios de gestión del agua se enfrentan a poderosos
intereses que pretenden municipalizar estos organismos para después
privatizarlos. El objetivo es obtener mayores ganancias a menor inversión, así
cueste la vida de los que resisten: el pasado 20 de abril José Isabel Cervantes
Ángeles, defensor del agua de Coyotepec, fue hallado asesinado con huellas de
tortura al interior de un pozo.
Mientras tanto, en el Distrito Federal, el estado ha tomado
el control sobre los recursos hídricos y se empeña en succionar el frágil
subsuelo de Iztapalapa a pesar de las grietas ocasionadas y los reclamos
populares.
En suma, para los «desarrolladores» nuestro Anáhuac es un
espacio virgen donde pueden crear tantas ciudades dormitorio como basureros a
cielo abierto que infiltran sus lixiviados en lo profundo de la tierra. Ahí
están los «rellenos sanitarios» de
Tepetlaoxtoc y Tecámac, o el basurero nuclear de Temascalapa, por citar algunos
casos de contaminación integrados al expediente del Tribunal Permanente de los
Pueblos. (3) Ahí están los grupos
como Antorcha Campesina que realizan labores de choque y atemorizan a la
población para imponer desarrollos privados, como en el Ejido Guadalupe de
Cuautitlán Izcalli. Ahí está el Nuevo Aeropuerto que pretende culminar la obra
desecadora emprendida por el imperialismo español hace cinco siglos, cuyos
efectos se resienten no sólo en Atenco, sino también en Ecatepec y en toda la
cuenca.
Por Elis Monroy-10¡No más pozos! La
denuncia de Iztapalapa
Lumbrera Ecatepec-1Peligro bajo Ecatepec
(3) Dictamen de la
Preaudiencia multitemática regional del Oriente del Estado de México, TPP, en
línea
El territorio, factor de
resistencia
A pesar de todo y contra todo, los pueblos resisten. En San
Pablo Tecalco y Tecámac, los comités de agua potable no han dejado de dar
batalla desde 2005, cuando el gobierno intentó municipalizar el servicio. Y no
sólo se trata de defender el líquido. A la fecha, estos pueblos guardianes del
Cerro de Chiconautla, repelen la construcción de 16 500 viviendas por parte de
SADASI en un polígono de 274 hectáreas.
De igual modo, con el
apoyo de los jóvenes que conforman el movimiento Apaxco Ecológico, los
ejidatarios del norte del Estado de México han logrado contener la devastación
del Cerro Colorado a manos de Grupo Ara.
En San Francisco Magú,
pueblo hñahñü (otomí) ubicado en el municipio de Nicolás Romero, no será fácil
echar a andar el proyecto Bosques del Paraíso, que pretende entregar 184
hectáreas de bosque a un fraccionamiento de 1 340 departamentos, 1 097 casas
dúplex, 234 edificios triples y 3 319 lotes de 90 m2. Siguiendo el ejemplo de
los indígenas de Magú, los habitantes de Cahuacán comienzan a organizarse
contra el despojo de cerca de 2 400 hectáreas ejidales, donde los poderosos
pretenden construir la autopista Atizapán-Atlacomulco y un complejo llamado El
Retiro, que cuenta con club de golf y desarrollos inmobiliarios.
En Xochimilco, se sigue
defendiendo al Cerro de Xochitepec frente a los intereses de la empresa Tepepan
Country Club que pretende construir 86 residencias y un club deportivo para los
ricos sobre el área de conservación ambiental. En todo el DF, proliferan los
movimientos contra megaproyectos y ahora, contra las llamadas Zonas de Desarrollo
Económico y Social, ZODES.
¿Qué tienen en común las
luchas de San Francisco Xochicuautla contra la Autopista Naucalpan-Toluca, la
de los pueblos de Cuajimalpa y la de los habitantes de Xochimilco e Iztapalapa
contra la Autopista Urbana Oriente? Todas se enfrentan a megaproyectos
carreteros que lejos de servir a las mayorías, ofrecen a los poderosos modernas
vías de comunicación que pasan literalmente por encima de la gente. Todas
luchan contra un desarrollo arrollador que carece de todo sustento ético y
científico, pues según datos de la Unión de Científicos Comprometidos con la
Sociedad, del 2003 al 2005 se invirtieron 7,800 millones de pesos para ampliar
vialidades, pero el promedio de velocidad del auto bajó de 28 a 21 km por hora.
(4)
(4) La Autopista Urbana
Oriente y sus consecuencias en Xochimilco, UCCS, en línea
Fuego_dignaResistencia_Tecamac-5La digna
resistencia recorre Tecámac
La inmobiliaria Casas Ara amenaza con
extenderse de Huehuetoca hacia tierras comunales de Apaxco en defensa del Cerro
Colorado
Estos son sólo algunos
ejemplos de las luchas que se desenvuelven en el Anáhuac ante un sistema
irracional cuyo único horizonte es un desierto de asfalto y muerte. Desde
luego, existen miles de resistencias silenciosas, rabias contenidas y otras
tantas luchas que no se alcanzan a ver en estos mapas, siempre imperfectos y
forzosamente reductores de la realidad compleja. Lo que sí muestran, en cambio,
es la importancia de los pueblos originarios en la formación histórica de la
Zona Metropolitana del Valle de México y la tendencia actual a generar
megaproyectos desde un enfoque megalopolitano
en el cual la geografía histórica –es decir el territorio– pierde sentido. Con
el Arco Norte y Sur, por ejemplo, vemos que la escala de planeación es ahora
continental y que las nuevas autopistas no respetarán la estructura
metropolitana heredada del siglo XX.
Romper candados legales,
enriquecerse a toda costa y usurpar los bienes comunes parece ser la receta de
la clase política del Estado de México. «Un
político pobre es un pobre político», decía Carlos Hank González, el
ancestro espiritual del actual presidente de México. Su legado: un pobre
urbanismo que acaba con su propio tejido social y destruye su base material,
sus cerros, sus bosques, sus aguas. Que no quede duda: este es el «desarrollo» que ahora promete Enrique
Peña Nieto a los estados del sur de México. Carreteras privadas, áreas
naturales arrebatas a los pueblos para entregarlas a la industria del turismo,
trenes suburbanos que conectan las zonas de empleo con los trabajadores que el
propio sistema envía cada vez más lejos, cerros cubiertos de casas patito en
las que el obrero termina invirtiendo hasta su último centavo, montañas de basura
y pirámides de escenografía.
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