Mexicanos al grito de “¡Puto!” (detrás de cada “puto” que gritamos, hay miles de insultos, golpizas y asesinatos)
25-06-2014
Charles Itandje nació en Bobigny, Francia,
mide 1.93 metros de altura y actualmente es el portero de la selección nacional
de un país que al término de la Primera Guerra Mundial y luego de haber sido
una colonia alemana se lo repartieron Francia y Gran Bretaña hasta 1960, año en
el que alcanzó su independencia. En la Copa Mundial de la FIFA en Brasil
recibió ocho goles, cuando escribí la primera versión de estas notas llevaba
cinco y yo pensé que a lo sumo sólo recibiría dos o tres más. El 13 de junio de
2014, cada vez que hacía un despeje de balón, las y los hinchas mexicanos, con
una inteligencia neandertal que hubiera sido una delicia para Elías Canetti, le
gritaban a una sola voz: “¡Puto!”
La
FIFA, asociación cuya voracidad está siendo probada en carne propia por quienes
en Brasil aman el futbol pero no al costo que está significando el Mundial en
sus tierras, se erigió en la Iglesia que tan lúcidamente desveló John Oliver en
su programa “Last Week Tonight” y
blandió una sanción económica a la Federación Mexicana de Futbol para dizque
prohibir el grito que el grupo Molotov
elevó a himno nacional. Existían otras sanciones, como partidos a puerta
cerrada o expulsión del seleccionado, pero hubieran significado pérdidas
millonarias para quienes aprobaron que los estados homofóbicos de Rusia y Qatar
sean las sedes de la fiesta mundial del futbol en 2018 y 2022.
La
prohibición de la cual FIFA terminó desistiéndose era, pues, además de insulsa,
hipócrita; pero eso no significa una patente de corso para justificar lo
injustificable: el cretinismo nacional que, parafraseando a Calderón, corre
parejas con la más variada dotación de actos y expresiones de discriminación en
México y responde a la doble moral de la FIFA con decenas de “memes” desatando la homofobia nuestra
de cada día a manera de chistes a cual más estúpidos, de justificaciones
infantiles como la de Héctor González Iñárritu diciendo que los brasileños le
gritaron igual a San Paco Memo Ochoa o de historiografía de la infamia al
afirmar que decir “puto” es una
tradición tan añeja como la corrupción de nuestra clase política.
Dicen
los que saben que el grito de marras se vinculó al futbol en un partido de las
Chivas, yo creía que contra el América y, la verdad, no estaba tan alejado: fue
el recibimiento que la porra del Guadalajara hiciera al guardameta Oswaldo
Sánchez luego de haberse ido a jugar una temporada con su Némesis (ahora se
entiende el porqué de su amor al Santos Laguna). Desde 1995, la Comisión
Ciudadana Contra Crímenes de Odio por Homofobia ha llevado un registro de los
homicidios cometidos en contra de personas homosexuales, lesbianas, bisexuales,
transexuales, travestis y transgénero; su registro arroja que Jalisco, cuya ciudad
capital es Guadalajara, es la entidad federativa que se disputa con Michoacán y
Yucatán el nada honroso cuarto lugar nacional en crímenes de odio por
homofobia.
Para
quienes siguen afirmando que el vocablo “puto”
es inofensivo y no expresa discriminación, amantes de la idea de que México
esté a la altura de las grandes potencias futbolísticas, pueden estar
satisfechos: nuestra suave patria es subcampeona en crímenes de odio por
homofobia, con alrededor de 900 casos; sólo le gana Brasil. Pueden
agradecérselo prácticamente a todas las entidades del país cuyos hinchas,
hombres y mujeres, gritaron a voz en cuello “¡puto!”
durante el juego contra Croacia; especialmente al Distrito Federal, el Estado
de México, Nuevo León, Jalisco, Michoacán, Yucatán, Veracruz, Tabasco,
Chihuahua, Baja California Norte, Puebla, Colima, Guerrero, Tamaulipas, Chiapas
y Quintana Roo, el top ten nacional (con varios empates) de la infamia
que justifican.
Ríos de
tinta y bytes han corrido por las planas y portales web de los medios
impresos y digitales mexicanos escribiendo a favor y en contra del conato de
prohibición con que la FIFA amagó a la FMF por el grito de marras; ante el
desistimiento del organismo presidido por Joseph Blatter hay quien cree que el
debate está zanjado y no es así. Si bien la prohibición, además de hipócrita
era perniciosa, como todas las prohibiciones, la homofobia que se desveló y que
está adquiriendo cartilla de naturalización en cada nuevo “¡puto!” que gritamos debería preocuparnos tanto o más cuando nos
rasgamos las vestiduras por cada “Lady de
Polanco” o “Gentleman de Las Lomas”.
No se
trata de corrección política, ni de velada censura como hacen algunos congresos
locales frente a los así llamados narcocorridos; se trata de discutir,
señalar y dejar en evidencia a quienes hacen de la burla y el desprecio a la
diferencia su modus operandi, pues, ello se traduce en vidas destruidas;
además, bien mirado, como dijeran las y los zapatistas, todos somos iguales
porque somos diferentes: en cada “puto”
que gritamos hoy, gritamos también “indio”,
“vieja”, “negro”, “chaparro”, “gordo”, “naco”, “retrasado”; y,
detrás de cada uno de esos gritos, hay miles de insultos, golpizas y asesinatos
de los que, al justificarlos, nos volvemos cómplices. Ahí lo dejo pa' que lo
piensen.
Rebelión ha publicado este artículo con el
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