Jueves,
26 de junio de 2014
“Es peligroso sentimentalizar
la naturaleza. La mayoría de las ideas sentimentales implican en el fondo una
falta de respeto profunda aunque inconsciente.”
Jane Jacobs
Al Congreso Nacional Indígena, digna resistencia
Es refrescante escuchar a
quienes resisten, porque si bien es abrumadora la embestida del capital y su
neocolonialismo contra las comunidades indígenas, campesinas, rurales y
urbanas, para despojarlos del territorio, de los bienes comunes, que son para
el rey Midas contemporáneo solamente “recursos
naturales”, es también decidida y firme la resistencia y la lucha de los
defensores del territorio, los guardianes de la Madre Tierra, mujeres, niños,
ancianos, hombres, pueblos, comunidades, tribus.
En ese sentido, las organizaciones del Congreso Nacional Indígena
manifiestan con su lucha y su palabra una madurez y claridad que sería bueno
compartiéramos otros mexicanos y mexicanas. Escucharlos hablar de los árboles
como “los primeros caídos” en la
lucha, como compañeros pues; escucharlos reconocer el peso imprescindible de la
participación decidida de las mujeres en la lucha; escucharlos recomendar a
quien no conozca la experiencia zapatista que se acerque a ella porque es
esencial para el futuro de las luchas en México; escucharlos pedir a la ciudad de México que también se organice y luche, que participe como pueblos
o tribus indígenas originarios o migrantes en el CNI, es escuchar una palabra
que no solo informa o pide, sino enseña, comparte, exhorta, convida.
En una de estas comparticiones “Detrás
de nosotros estamos ustedes: experiencias en torno a las recientes iniciativas
zapatistas”, el 25 de junio, la cual pudo ser escuchada por más compañeros
gracias a los buenos oficios de la Ke Huelga Radio, integrantes de las
resistencias de Frente Juvenil y la comunidad de San Francisco Xochicuautla,
Estado de México, y de los
Frentes Unidos en Defensa de Tepoztlán, Morelos, hablaron del despojo, y lo
relacionaron con las cuatro ruedas del capitalismo, como las categorizan los
pueblos zapatistas: despojo, explotación, represión, desprecio.
Sus reflexiones me hicieron pensar que, en buena medida, el desprecio es
una rueda motor que impulsa a las otras. Aquí compartiré cómo lo entiendo y
pienso que puede expresarse.
La periodista estadounidense Jane Jacobs resistió, a mediados del siglo
pasado, a una embestida del capital en el territorio urbano de los Estados
Unidos. A partir de su trabajo periodístico y su activismo, logró una
comprensión del fenómeno y la expuso en su libro Muerte y vida de las
grandes ciudades. Una de las líneas más interesantes de su exposición
crítica es su reflexión ética- epistémica: las teorías en que se basaban los
planificadores urbano-arquitectónicos (las cuales siguen operando básicamente
igual, quizá más sofisticadas pero esencialmente las mismas) desconocen la vida
de las ciudades porque la simplifican: siendo una complejidad organizada (casi
orgánica) la tratan como una complejidad estadística bajo una lógica de la
simplicidad. Es un error de enfoque científico, pero solamente es posible por
el desprecio que los teóricos y los planificadores sienten por su objeto: las
ciudades. Dice Jane Jacobs en su libro: “…estas
malas aplicaciones no habrían ocurrido y, desde luego, no se habrían perpetuado
como lo han hecho, sin un gran desprecio hacia la materia en cuestión: las
ciudades. Estas malas aplicaciones perversas nos entorpecen; hay que sacarlas a
la luz, reconocerlas como estrategias de pensamiento inaplicables y
descartarlas”.
Y aun dice más, el desprecio con el que estas miradas ven la complejidad
y vitalidad urbana como mero desorden, caos, falta de higiene y necesidad de
demoler y reconstruir bajo modelos tecnocráticos, suburbanizando la vida de la
ciudad, es el mismo desprecio con el que ven a la naturaleza, esa falta de
respeto se oculta bajo la sentimentalización (e idealización, agregamos) de la
naturaleza: nos prometen ciudades- jardín, espacios verdes urbanos, pero no es
la naturaleza sino un árbol, unas plantas o manchas verdes como mascotas. Y a
cambio de construir esos suburbios con fragmentos verdes tecnocráticamente
controlados, destruyen la verdadera naturaleza, y el campo, y destruyen la vida
urbana realmente existente.
Esa reflexión ético- epistémica es atinente porque muestra cómo detrás
del pensamiento colonizador y su modelo tecnocrático de operación para despojar
(para reordenar el territorio), explotar (tanto a los seres humanos como a la
naturaleza) y reprimir (desplazar, desalojar poblaciones y controlar mediante
la violencia sus resistencias y protestas) subyace un desprecio y una falta de
respeto (muchas veces oculto bajo la sentimentalización e idealización
respectivas) por la naturaleza y por las personas.
La política del trascabo se mueve sobre los rieles de una epistemología
tecnocrática positivista y neoliberal, en cuyas planificaciones los seres
humanos, los pueblos, al igual que los árboles, los bosques, las montañas, los
desiertos, las playas, los ríos, las aldeas, los poblados, los barrios… son
meras estadísticas, números insignificantes, variables despreciables. Jane
Jacobs lo expresa claramente: “Sobre esta
base era en realidad intelectualmente fácil y sano contemplar la demolición de
todos los barrios bajos y el realojo de la gente en diez años, y no mucho más
difícil contemplar la tarea como un empeño a veinte años vista”.
Hablando en el lenguaje del zapatismo actual el desprecio es la rueda
del capitalismo que jala, tira, impulsa a las otras tres ruedas, aunque una vez
iniciado el movimiento se retroalimenta y cada rueda mueve a las demás:
desprecio, despojo, explotación, represión.
El desprecio no está relacionado solamente con los afectos, con los
sentimientos y emociones, ni solamente con la ética y el (des)conocimiento,
sino con la economía capitalista y colonizadora (neoliberal en la actualidad),
la cual puede ponerle precio a todo: a la tierra, al agua, a las personas,
incluso al ADN… Y cuando se pone precio a algo, no solamente se le cosifica y
aliena sino que se le de(s)precia. Eso es algo conocido de hace mucho: “Cínico es quien no conoce el valor de las
cosas, sólo su precio”. “Todo necio,
confunde valor y precio”. Sabidurías populares que estaban contra la usura,
contra el dinero que “produce”
dinero, contra la pretensión de que la economía crematística o monetaria
fagocitara todas las cosas, los valores de uso, los bienes comunes, la
naturaleza y las personas, la Pachamama. En cuanto algo entra al mercado, si
escasea o es usado así por los monopolios sube de precio, pero si abunda o así
es usado por la manipulación especulativa entonces se de(s)precia. Pierde
precio el trabajo, y con él la vida humana, especialmente la vida de los más
necesitados: de los trabajadores, extranjeros migrantes, poblaciones indígenas,
campesinas y urbanas, mujeres, niñas, niños, ancianos, ancianas… por ello con
el capitalismo cobran nuevos bríos el patriarcado, el machismo, el chauvinismo,
el racismo, el clasismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el
adultocentrismo, todos los discursos de odio, todas las ideologías y prácticas
de desprecio.
La lucha contra el despojo, contra la explotación y contra la represión
tiene que tener como base una lucha frontal contra el desprecio en todas sus
formas, contra todos los discursos de odio, las discriminaciones y fobias, en
el lenguaje, las prácticas, las legislaciones, la ideología, el albur, los
chistes, la opinión pública, los medios de masas, la industria cultural… Ahora
que tantos enseñaron el cobre defendiendo su derecho a escarnecer a un portero
gritándole masivamente “puto”,
recordemos que eso no es nuevo. Un ecuatoriano me contó cómo en países
sudamericanos una porra acosaba al equipo rival cantándoles “son todos negros, son todos putos”… El
chauvinismo, el nacionalismo, el patriotismo, la fanatización futbolera y otras
prácticas promueven y refuerzan las ideologías y las palabras del desprecio. Ya
sabemos a lo que todo eso conduce: México
es uno de los países más violentos del mundo, está en los primeros niveles en
violencia contra mujeres, violencia homofóbica, violencia contra migrantes. Si
no tenemos claro el problema, no sabremos por dónde buscarle una salida a este
pozo lúgubre.
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